jueves, 27 de diciembre de 2012

La oscuridad, la novedad y el engaño





Llena una última cuchara de cereales. Por fin ha terminado de desayunar. Se acerca el tazón a los labios y bebe lo poco de leche que queda. Sabe excesivamente dulce. Le encanta.
Su padre ve las noticias en la televisión.
Solo queda un día de clase.
Está algo preocupado por las notas.
¿Qué hay a primera hora? Lengua. Podrá charlar con África. Le viene bien desahogarse y ella es la persona indicada. Siempre lo escucha, lo deja terminar, nunca parece aburrirle. Eso es lo que la hace tan importante en ocasiones. Además, es simpática, una buena amiga. ¿Pero y si no viene a clase de nuevo? Ha faltado dos días. Estará enferma.

 - << ...La policía investiga el caso. Llevan dos días buscando a la niña de trece años desaparecida...>>
 - ¡Otra niña! - exclama su padre - ¡vaya sociedad en la que vivimos!
    Sale una foto de una chica de apariencia infantil, cabello castaño claro y ojos verdes. Sonríe. Tan adorable.
    Ernesto escupe la leche.

     - ¡Ernesto! ¿Qué haces? - le grita su madre asqueada, que está desayunando a su lado.

     - ¡Es ella! - señala la pantalla en la que hace solo unos segundos, la foto de África aparecía - ¡Es África!
    ***

      - Vaya...

     - ¿Qué pasa?

     - Tenemos un problema.
      Alberto se acerca a Leo y se sienta a su lado frente a la pantalla del ordenador.
      Un anuncio sale en la página web en la que están intentando comprar un micrófono para Adrián. Se denuncia un secuestro.

       - ¡Mierda! ¡No puede enterarse, se hundirá de nuevo!

       - Y no habrá concierto.

       - También.
        El teléfono móvil tiembla en su bolsillo.

         - Parece que los demás también lo han visto.

         - ¡Que no lo haya visto, por favor! - ruega en voz alta Leo.
        Alberto coge el teléfono. Es Guille.

         - ¿Lo has visto?

         - Lo he visto.

         - Lo están sacando en la radio y sale en carteles en la calle....

         - ¿Estás con él?

         - No, voy de camino con Mario.

         - ¡No puede enterarse de que le ha pasado algo, no podemos arriesgarnos a nada!

         - Ya. Pero ¿qué hago si se entera?

         - Si eso pasa, adiós a todo.
        ***
        Adrián se levanta.
        Sale de su habitación y entra en el baño.
        Una ducha caliente hará mejorar todo enormemente.
        Tarda cosa de diez minutos, porque no hay agua caliente. Tendrá que comprar butano la próxima vez que pase el camión.
        Se viste y va al salón.
        El teléfono suena. Se abalanza sobre él y lo coge.

         - ¿Diga?

         - Hola. Soy el director del instituto de su hijo.

         - Ah, hola – dice poniendo voz algo más grave.

         - Quería informarle de que su hijo no viene a clase.

         - ¿De verdad? No lo sabía.

         - ¿Le ha hablado de las notas?

         - No.

         - Vaya... Le aconsejo que lo haga - la voz del hombre no parece demostrar que cree de verdad que está hablando con un adulto.

         - Está bien.
        Le tiembla todo el cuerpo.

         - ¿Ha suspendido? - sigue preguntando Adrián con voz grave.

         - Todas las asignaturas le quedan pendientes.
        Le da un vuelco el corazón. ¿Realmente ha dicho “todas”? Tiene sentido. Es verdad que no ha ido más de dos días seguidos a clase y ya tiene seguro que va a repetir, puesto que piensa seguir así y no podrá recuperar todos los exámenes aunque quiera. Se salvó de no rehacer primero de bachiller porque aprobó casi todos los exámenes de septiembre y le hizo la pelota al director y a sus profesores.

         - ¿Señor?

        Adrián tose. 

         - Sí, sí.

         - ¿Está usted bien, está enfermo?

         - Sí, estoy algo resfriado.

         - Ya...

         - Bueno, ¿tiene algo más que decirme?

         - Adrián, ¿puedes pasarme con tu padre, por favor? - dice el director con seriedad.

        Lo sabía, estaba claro que no creía una palabra. 

         - No está, señor director.

         - ¡Qué pena! ¿No?- se enfrenta el hombre.

         - Sí.

         - ¿Y sabes dónde está?

         - La verdad es que no.

         - ¿Sabes que estás obligado a venir a clase? Hasta que termines 2º de bachillerato no puedes quedarte en casa. Es O-BLI-GA-TO-RIO, tu madre no firmo una tonelada de papeles afirmándolo para que tú hicieses lo que te da la gana.

         - Lo sé, señor director - la voz le tiembla. Aprieta los puños.

         - ¿Y porqué no viene usted a clase?

         - Porque no tengo tiempo.

         - ¿Puedo saber en qué pierde el tiempo?

         - No. No de momento. Será nuestro pequeño secreto...

        Puede imaginar como la cara de su director se vuelve roja de ira.

         - No se ría de mí. Pueden denunciar a su padre.
        Al oír eso, Adrián cuelga el teléfono y lo deja descolgado para que, si vuelve a llamar, no pueda hablar con nadie más que con el contestador.
        ***
        ¿Realmente acaba de pasarle? Tan solo unos días antes estaba ensayando su solo y, ni siquiera sin saber si horas o minutos, se había despertado en aquella oscuridad imperturbable.
        Por mucho que intenta siquiera ver qué es lo que hay frente a ella, no lo consigue.
        Maldice que se le cayese el móvil del bolsillo al entrar en el coche blanco.
        No tiene reloj, no tiene nada con lo que saber el tiempo que pasa, por lo que se hace una idea con la frecuencia con la que recibe comida de un hombre con un pasamontañas negro y una linterna con la que siempre la deslumbra.
        Tiene miedo, y frío. Y hambre y sed. Siente la lengua pesada y seca en la boca y la garganta inflamada de tanto toser. Puede que incluso tenga fiebre.
        Escucha unas pisadas. Por fin le traen algo con lo que calmar su sed. El hombre del pasamontañas aparece primero, seguido por otros dos más, que no hacen nada por esconder demasiado su identidad. Insensatos. No llevan más que unas bufandas que les tapan hasta la nariz.
        Se fija en que uno de ellos lleva una cámara y el otro una libreta y un lápiz.
        El hombre del pasamontañas la vuelve a deslumbrar, esta vez adrede. Cuando quiere darse cuenta, los dos otros están en cuclillas frente a ella y la miran atentamente.

         - Hola – dice uno de ellos.

         - Hola... - dice ella con voz cansada y en susurro. No se atreve a enfadarlos.

         - ¿Tienes sed, o hambre?
        Asiente.
        El hombre de la libreta le tiende un botellín de agua y varias galletas rancias, que le saben demasiado bien, debido a su necesidad imperiosa por llevarse algo a la boca.
        Bebe el agua rápidamente, olvidándose completamente de la buena educación que suele demostrar en compañía. Aunque ellos no son especialmente buena compañía, en realidad.

         - Bueno... África... - empieza a decir el de la cámara. Saben su nombre, la han espiado. Todo estaba planeado – vamos a hacerte un vídeo... - ¿Un vídeo? ¿Para qué y de qué quieren el vídeo? Empieza a asustarse – Solo tienes que decir una cosa muy simple, tienes que pedir una recompensa por ti.

         - ¿Una recompensa?

         - Sí. Para que puedas salir de aquí, tus padres, o quién sea, tendrá que pagar cierta cantidad de dinero.

         - Mis padres no tienen dinero... - dice con voz lastimera la chica.

         - Si no lo tuviesen no estarías aquí, niña – la hace callar el de la linterna.

         - ¿Has entendido lo que tienes que hacer? La recompensa son cinco mil.
        África asiente con miedo.
        Encienden la cámara y empiezan a grabarla, la luz le da de frente y le cuesta concentrarse.

         - Mamá... - dice evitando soltar alguna lágrima – estoy bien. No tienes que preocuparte – el hombre de la libreta le hace un signo para que siga hablando y vaya al grano – Solo quieren dinero. Cinco mil euros. Y... yo... No tienes que preocuparte, mamá.

        Apagan la cámara.

         - Bueno, bien hecho – dice el de la libreta, que escribe algo en una hoja – Tus padres son Ana y Fernando, ¿verdad?

         - Sí – dice ella muy seria.

         - Bueno. Esperemos por tu bien que lo tengan todo.
        ***
        Adrián se levanta, da vueltas por la habitación, intenta calentar la voz carraspeando, tosiendo, bebiendo agua... pero no lo consigue. Sigue teniendo la voz algo cortante. Después de todo...
        Pero no puede escaquearse, el concierto es hoy. Se estruja el cerebro buscando una solución.
        Ensaya algunas canciones. La letra, la sabe. Pero tiene problemas con la melodía y no consigue llegar a las notas más agudas. No es bueno.
        Leo aparece por la puerta.

         - Hola – saluda, muy serio.

         - Hola – corresponde sonriendo Adrián – ¿la puerta estaba abierta?

         - No, tu padre me ha abierto.

         - Ah. No sabía que estaba aquí.

         - Ya no está, estaba justo yéndose a no sé dónde del centro de la ciudad.

         - ¿Otra vez? Lleva una semana sin dejar de ir allí.

         - A lo mejor... está buscando trabajo.

         - O ha encontrado otro bar con mejor cerveza que el anterior.
        Leo no dice nada. Prefiere callarse. Aunque si tuviera que elegir entre las dos opciones, sería la segunda. Es la más lógica. Aunque desearía con todas sus fuerzas que fuese lo contrario.
        ***
        Inspira y da un paso al frente. La puerta, automáticamente, se abre al notar que hay alguien frente a ella. Entra.
        Se ha duchado tres veces, intentando esconder su continuo olor a alcohol, tabaco y vómito. Aunque él está ya acostumbrado y parece que Adrián también.
        Adrián... todo esto lo está haciendo por él.
        Solo espera conseguir su objetivo.
        Se acerca a la joven y esbelta mujer que hay sentada en la recepción del edificio.

         - Hola, venía a la entrevista de trabajo.

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