viernes, 25 de enero de 2013

La primera respuesta al aire, las pérdidas y los pensamientos más profundos

                         
    – Hacen buena pareja – comenta Almudena, que sonríe. Pueden ver a Ernesto ya África
         saliendo de la mano del instituto.
    – A mí no me lo parece.
    – ¿De verdad? Se la ve tan feliz...
    – ¿No te da cosa?
    – ¿Cosa de qué, Blanca?
    – No sé, es tu ex.
    – ¿Y qué? Ella es mi amiga y quiere estar con él. Si él también, todo bien – vuelve a sonreír.
Pero Blanca no le devuelve la sonrisa. Se coloca bien la mochila y sale del instituto, entra en un
coche que se ha frenado frente a la puerta y no vuele a mirar a Almudena.
                                                   ***
Sonríe.
Él la mira y ella lo nota. Eso la vuele más feliz.
    – Estás muy contenta.
Ella lo mira ahora. El sol hace que sus ojos azules parezcan más claros, son preciosos, le encantan.
Le ha pedido permiso a sus padres para volver en autobús a casa, con Ernesto, que vive varias
paradas más lejos que ella. Mañana irán a clase juntos también.
    – ¿Se nota mucho?
Él ríe, pero no dura mucho.
    – ¿Te pasa algo?
    – No – hace una pausa y África lo mira con curiosidad. Él se detiene y le suelta la mano, se
         apoya en el muro que hay detrás de él – es que, se me hace raro todo esto.
    – Ah, ya...
    – No sé si me entiendes, pero... es que... no sé.
    – ¿Puedo decir algo? - él asiente con la cabeza – si te cuento esto, debes prometerme que no lo
         contarás.
    – Lo prometo.
La chica toma aire y vuelve a hablar:
    – Estoy muy feliz porque llevabas gustándome un tiempo, porque sé que te quiero y porque
         espero que eso no cambie nunca.
    – ¿De verdad? - dice él, que está algo confuso.
    – Sí. Lo digo muy en serio, Ernesto. Pero si tú no estás igual de feliz quizá...
    – ¡No, no! No podemos cortar el mismo día que empezamos a salir.
    – Así, ¿que estamos saliendo?
Eso lo pilla de sobresalto.
Se pasa una mano por el pelo, mira al suelo, luego la mira a ella. Sus ojos...
    – ¿Tú que crees?
    – Me da vergüenza admitirlo, pero soy nueva en esto. Yo dejo mi respuesta al aire...
    – Uff... pues... ¿sí?
    – ¿¡Sí!? - ella parece incluso más contenta que antes.
    – Sí – afirma él sonriendo y más seguro.
Vuelven a cogerse de la mano y ella le da un rápido beso en la mejilla.
Cuando se aparta, él la coge por la barbilla, la acerca para sí y le da un beso en la frente.
    – Eres mi novia.
    – Sí.
    – Y soy tu novio.
    – Sí, ¿no?
    – Eres un poco insegura.
Ella sonríe y se encoge de hombros.
Él le sonríe también. Es una chica increíble y fuerte aunque no lo parezca. Acaba de pasar por algo
horrible y aún así, sigue sonriendo incluso mejor que antes. Le encanta esa parte de ella, siempre
riendo y sonriendo.
                                                   ***
En la cena solo hay miradas incómodas.
Algunos intentan sonreírle, pero no obtienen respuesta, el chico solo los mira cada poco y come
muy lentamente su plato de macarrones.
    – Siento que no hubiese otra cosa para comer, Adrián – dice Amanda, la mujer – mañana iré a
        la compra.
    – No pasa nada – contesta él por lo bajo, nadie a parte de él lo escucha.
    – ¿Estás bien? ¿Es que no te gusta la pasta?
    – Estoy bien – dice ahora algo más fuerte.
Nadie más habla.
A su lado hay un niño de unos diez años, que lo observa con los ojos bien abiertos y pensando en el
miedo que le da aquel chico, lo callado que es... casi parece un fantasma, no hace ningún ruido.
Tendría que haber otro chico de su edad en la casa, pero está de Intercambio en Italia. Así que
pronto habrá dos chicos más de su edad.
    – ¿Qué puedes contarnos sobre ti para conocerte más?
    – No creo que tengan que saber más de lo que ya saben.
    – No nos trates de usted – le dice el hombre, Joaquín.
    – Perdón. No creo que tengáis que saber más de lo que ya sabéis.
    – Eres un poco tozudo, ¿no?
    – Puede.
    – ¿Qué es lo que más te gusta? - le pregunta Amanda.
    – Vivir.
    – ¡Qué profundo! - comenta la mujer. Pero el Joaquín no parece muy contento.
    – ¿No tienes ningún hobby?
    – Sí, ¿no hay nada que te guste más en el mundo? - dice de una forma adorable el niño, tiene
        la boca llena de tomate.
    – Ahora que sacáis el tema. ¿Podrían llevarme a casa de un amigo? Tenemos que ensayar.
    – ¿Ensayar para qué?
    – Tenemos un grupo.
    – ¡Qué bien!
    – ¿Que instrumentos sabes tocar, Adrián?
El chico mira al hombre, que será su padre adoptivo durante al menos un año. No le da menos
miedo que su padre biológico.
    – Ninguno en especial.
    – Entonces tú... ¿cantas?
    – Sí.
    – ¿Podrías hacernos una demostración? - pregunta la mujer.
El chico la mira directamente a los ojos. No le apetece nada.
    – ¡Sí, canta! - exclama el niño.
    – Perdonad que no esté de humor – dice levantándose de la mesa.
Cuando va a salir del salón-comedor su padre lo llama.
    – ¿No te han enseñado a recoger la mesa después de comer?
    – Déjalo, cariño, lo haré yo.
    – No, tiene que quitar su plato al menos.
Adrián, en silencio vuelve a la mesa y coge su plato y sus cubiertos. Va a la cocina.
    – Friégalos y ponlos en el lavaplatos.
No entiende porqué tiene que fregarlos si luego van al lavaplatos, pero no quiere encararse con
Joaquín y le hace caso.
Cuando vuelve a la mesa a por su vaso, el hombre vuelve a detenerlo.
    – Adrián, tengo un piano.
    – Ah... - dice él intentando no parecer demasiado maleducado ni desinteresado, aunque le
        cuesta.
    – Voy a enseñarte a tocar.
    – Oh... esto... no hace falta.
    – ¡Por supuesto que sí! ¡Empezarás mañana después del instituto!
Coge el vaso y vuelve a la cocina. Le da una patada a un armario. No solo lo obligarán a tocar el
piano, un instrumento que no le gusta, sino que tendrá que estudiar.
Amanda lo mira desde la puerta. No se ha dado cuenta de que lo seguía.
    – ¿Necesitas algo, Adrián? - dice frotándole un brazo.
    – Amanda – dice, después relajarse tomando una gran bocanada de aire - ¿puedo pedirte un
        favor?
    – Claro.
    – ¿Puedes convencerlo para que no me enseñe a tocar?
    – Me temo que no puedo, yo también pienso que es bueno para ti. Y viniendo de él, es un
        honor que te haya elegido a ti para ser su alumno. ¡No quiso enseñarle ni a su hijo!
    – ¡Pues vaya suerte que tengo!
    – No seas pesimista. Todo irá bien – la mujer hace una pausa y piensa antes de volver a hablar
        – a cambio de este favor que no puedo hacerte, puedes pedirme otra cosa.
    – Está bien... - el chico revuelve sus pensamientos unos momentos – antes, conocía a una
        psicóloga. Solíamos vernos en el parque y me atendía gratis, como si fuéramos amigos. No
        pude avisarla de que me iba y mañana tengo cita con ella por la mañana en mi antiguo
        barrio.
    – ... y quieres ir.
    – No estaría mal.
    – ¿Y el instituto?
    – Si te soy sincero Amanda, llevo sin ir al instituto nada más que para los exámenes de
        recuperación desde hace más de cuatro años.
La mujer está de repente pálida, no dice nada.
    – No se te ocurra decirle eso a ninguno de mis hijos – dice por fin antes de salir de la cocina y
        dejarlo solo, fregando su vaso.
                                                  ***
Todos están sentados al rededor del teléfono móvil de Leo, que está tiene el altavoz conectado en la
llamada.
    – ¿Leo? - preguntan al otro lado de la línea, que corre a encerrarse en su habitación con el
       teléfono, que por suerte el un fijo/móvil, que se puede llevar a todos sitios.
    – ¡Adrián!
    – ¡Hey! ¡Hola! - apenas se le escucha.
    – ¿Porqué hablas tan bajo?
    – Todos duermen, mi padre adoptivo es demasiado serio, no quiero líos con él el primer día.
    – ¿No puedes ir a algún sitio donde no te escuchen?
    – Voy a salir a la terraza, no colguéis.
    – Ok.
Los cuatro se sonríen los unos a los otros.
Vuelven a hablar por el teléfono:
    – Vale, ya.
    – Bien.
    – Bueno..
    – Bueno... - imita Adrián.
    – ¿Cómo estás?
    – Mal. ¿Y vosotros?
    – Igual.
    – Esto es horrible. ¡Quieren enseñarme a tocar el piano!
    – ¡Buaf! ¡Qué asco! ¡Eso es de gilipollas! - se quejan todos al otro lado. Adrián sonríe
       imaginando sus muecas de asco a punto de explotar en una gigantesca carcajada.
    – Sí.
Se hace un silencio entre ellos.
    – Adrián, ¿vas a volver aquí a vernos? - pregunta, esta vez Mario, con voz lastimera. Parece
       que llora. El chico siente como las tristeza lo reconcome por dentro.
    – Intentaré escaparme del instituto mañana. ¿Dónde nos vemos y cuándo?
    – No sé... ¿en el centro comercial a las nueve?
    – Tened en cuenta que no sé dónde está mi nuevo instituto, puede que no sepa como llegar...
    – O que hay vigilantes en las puertas y yo mismo que te vigilaremos para que no hagas pellas.
    – Vaya, mierda – murmura Adrián observando a Joaquín apoyado en el marco de la puerta de
       la terraza.
    – Deberías saber que se te oye a kilómetros.
    – Lo siento, Joaquín, de verdad.
    – Vuelve a la cama. No te preocupes, problema zanjado, Pero deberías decirles a tus amigos
       que no se puede llamar después de medianoche, y menos a un teléfono fijo.
Adrián mira el enorme y grueso móvil que les sirve de teléfono fijo.
    – Adiós – susurra, aunque sabe que lo han escuchado todo, y cuelga.

miércoles, 23 de enero de 2013

El nuevo comienzo, el beso y la despedida

                         
                                                                          Deshidratándome, por tanta lágrima, que va regando la locura en mi piel... No sé que voy a hacer,
si no te vuelvo a ver. El mundo entero se me volverá a caer... >>. Pablo Alborán,
Deshidratándome.
Adrián se frota los enrojecidos e hinchados ojos. No ha dormido nada.
Sin mirar siquiera la hora, se viste con unos vaqueros, unos botines negros y una camiseta blanca.
Se peina el pelo con una mano después de lavarse los dientes y sale de casa.
La canción con la que lo ha despertado el despertador retumba en su cabeza como África desde
hace varias semanas.
Según tiene entendido, ya ha sido rescatada, sin apenas ningún daño, a parte de una fractura en la
pierna que no tardará en arreglarse.
Se pasa la mano por el pelo. Deja pasar el frío que siente y se centra en los rayos de sol que le
acarician la piel cuando ya ha atravesado toda la calle que está a la sombra.
Allí está, la parada de autobús.
    – Hola – lo saluda una joven guapa de pelo castaño ondulado. Se mueve con ligereza, pero
        con mucha sencillez, lo que no le quita en absoluto su atractivo.
    – ¿Eres Maite?
    – Sí – dice ella sonriendo - ¿Adrián?
    – Soy yo.
    – Encantada – le tiende la mano. El chico le devuelve el gesto.
    – ¿Llevas mucho tiempo esperando?
    – Si te digo la verdad sí, pero es que he venido media hora antes de lo que debería.
    – Yo acabo de despertarme.
    – Ya se te nota el sueño.
Adrián sonríe, con los ojos entrecerrados, ya que la luz del sol lo ciega. Maite alza un brazo y crea
una sombra justo sobre los ojos del chico con su mano. Ambos sonríen.
    – Veía que lo necesitabas.
    – Gracias.
Se miran unos segundos, examinándose. Con disimulo, aunque ambos saben perfectamente lo que
hace el otro.
    – ¿Vamos al parque? Hace buen día.
    – Está bien.
Maite cruza la calle tras mirar hacia ambos lados y Adrián la sigue.
Es una suerte que vivan tan cerca. Adrián se temía que tuviese que cruzar media ciudad para llegar a
la consulta de la joven psicóloga.
No se ha atrevido a llamar a Elisa. Aunque se moría por preguntar por el estado de África. Recuerda
las noches que lleva en vela, deseando verla, escucharla.
Maite se sienta en un banco y él lo hace a su lado.
Ella saca dos chicles de su bolso y le tiende uno a él, que lo acepta.
    – Cuéntame, Adrián.
    – Uff... ¡Por dónde empezar!
    – ¿Qué te parece el principio?
    – Bueno, eso es fácil de contestar. Uno de los traumas que yo podría tener sería el hecho de
        que mi madre se fue de casa, pero no lo es – el chico parece cada vez más tenso y enfadado
        de repente – lo que de verdad me traumatiza es ver el enorme error que hice: quedarme con
        mi padre.
    – ¿Por qué?- la joven parece tranquila, hace una pompa de chicle rosa.
    – Porque me arrepiento. Me arrepiento de haberlo elegido a él entre a mis dos padres. Lo odio,
        me da asco y miedo.
    – ¿Qué es lo que te hace sentir eso hacia tu padre?
    – Bebe, es un alcohólico, seguramente también un drogadicto. Nos hemos quedado sin agua,
        ni luz, ni gas, ni nada por su culpa. Llevo sin comer algo sustancioso desde anteayer y cada
        vez me desespero más.
    – ¿Crees que te ayudaría volver a ver a tu madre?
    – No.
    – ¿Has probado a hablar con tu padre?
    – Es imposible hacerlo ya. En cuanto llega a casa o bebe o se duerme. Incluso vomita.
La joven lo mira ahora. Él mira hacia el frente. El parque es realmente precioso, los pájaros cantan
impresionantemente bien.
    – Maite... - dice – necesito urgentemente un consejo tuyo, porque creo que voy a volverme
        loco y no quiero acabar en un orfanato hasta los 18 y luego acabar tirado en la calle como un
        perro.
    – Eso no va a pasar – dice ella acariciándole un brazo helado.
    – Hay una cosa más.
    – ¿Qué es?
    – Estoy enamorado.
                                                   ***
Ya han pasado dos semanas desde que volvió a casa. Ya puede andar sin muletas, pero no podrá
hacer movimientos bruscos ni correr en clase de gimnasia, lo que no le molesta en absoluto.
Su padre la lleva en coche al instituto. Es la primera vez en dos años.
Aparca frente al instituto y se despide de su hija, que sonríe y se aleja con la mochila cargada de
libros y deberes a la espalda.
En seguida, sus amigas corren hacia ella.
La abrazan. Algunas lloran, otras simplemente sonríen. África contiene las lágrimas. Las ha echado
tanto de menos.
Una de ellas le coge la mochila y Ma del Mar le da un sonoro y fuerte beso en la mejilla.
Escucha a alguien acercarse hacia ellas.
Ernesto se abre paso entre la multitud de chicas y chicos que han ido a saludarla y le sonríe cuando
la encuentra frente a él.
Ella sonríe y se sonroja. Quiere abrazarlo, pero le da vergüenza.
No le da tiempo a pensarlo más: el chico la abraza.
Va a darle dos besos en las mejillas, pero el último acaba demasiado cerca de su boca.
África siente que le arden las venas.
Ernesto cierra los ojos y la besa.
Beso que ella le devuelve con ganas.
No es como lo había imaginado, aunque no la decepciona. Simplemente, se le hace corto.
Cuando Ernesto separa su boca de la suya, todos a su alrededor los miran sin entender nada. De
repente, un chico aplaude y todos se unen.
África se sonroja tanto que siente incluso las orejas calientes, agacha la cabeza.
Ernesto la mira unos segundos y ríe. Se encoje de hombros y le tiende una mano.
    – Toca lengua – le dice mientras ella coge su mano. Lo mira y murmura algún insulto. El
         chico ríe de nuevo, coge la mochila de África y suben juntos las escaleras, seguidos de todos
         sus amigos.
                                                  ***
Corre al baño y se mira en el espejo. No se le a corrido el rímel, ¡menos mal!
Coge un pañuelo y se seca las lágrimas con suavidad para no estropear demasiado el maquillaje.
¿Por qué África, desde cuando?
Ella lo sabía, sabía que había algo entre ellos y, aunque no le gustaba Ernesto como él la quería a
ella, lo quería para sí, no puede compartirlo, y menos con una amiga.
¡Vaya amiga! Aún sabiendo todos sus sentimientos hacia Ernesto, ha seguido besándolo.
Unas chicas entran el cuarto de baño. Hablan, ríen y gritan.
Blanca sale de allí y sube corriendo las escaleras. Ahora toca lengua.
Cuando llama a la puerta y pide permiso para entrar, el profesor la echa fuera. La chica no dice nada
y se apoya en la pared.
Se aburre tanto que decide leer las poesías que hay colgadas y enmarcadas en la pared. La más
cercana que tiene es la de El lagarto y la lagarta, de Federico García Lorca.
Odia esa poesía. A muerte. Vuelve a su sitio y saca el móvil, al menos podrá escuchar algo de
música.
Suena By Young Science de Chill Murray.
                                                  ***
Alberto lo abraza. Ambos lloran.
Adrián espera a que su amigo lo suelte, pero ese momento no llega.
    – Alberto...
    – ¡Puedes venir a vivir a mi casa!
    – No digas tonterías.
    – ¡Es verdad, lo digo muy en serio!
    – Soy casi mayor de edad, saldré en menos de un año y volveré al barrio. Y, de todas formas,
         puedo venir a ensayar aquí.
    – ¿Y si no puedes?
    – Alberto...
El chico mira a su mejor amigo, mira una última vez la maleta que lleva en la mano.
Un policía se acerca a ellos y apresura a Adrián a entrar al coche.
    – No te preocupes, chico. Hemos encontrado un sitio perfecto, una familia nueva. Te acogerán
         y te tratarán bien.
    – ¿Cuándo podré vivir por mi cuenta?
El hombre parece algo confuso.
    – Cuando cumplas los dieciocho serás libre de irte o de volver con tu padre, puedes elegir.
    – Pensaba que con ya 16 podías elegir volver con tu padre.
    – Sí, es cierto, pero no podrás ver a tu padre hasta que pase un tiempo.
Adrián mira hacia la ventanilla. Hace ya un tiempo que dejó de ver a Alberto y al resto del grupo,
que había ido a despedirlo.
Es una lástima que Maite no estuviera allí. No le ha cogido el teléfono estos últimos días, es
extraño.
Detesta el no tener móvil, podría haberla llamado, podría llamarla ahora para avisarla.

sábado, 19 de enero de 2013

El problema, el rescate y la preocupación.

 




Se frota los ojos. Le escuecen. Deben de estar rojos.
Se lleva las manos a la cabeza y cierra los ojos masajeándose las doloridas sienes.
Ya no tiene hambre, no tiene sed, ha perdido las ganas de hacer cualquier cosa. Solo piensa en Ernesto, en sus amigas y en su familia. Deben de estar muy preocupados. ¿Les habrá llegado el vídeo? Ojalá que sí. No soporta estar a oscuras un día más.
Escucha unos pasos a lo lejos, se tensa y mira a su alrededor buscando la luz de alguna linterna.
***
Le abren la puerta.
No es una casa muy grade, es más bien normal. La fachada es de un marrón chocolate claro, destaca en comparación con el resto de las casas de la urbanización, totalmente blancas.
La madre de África lo mira, sonríe débilmente. Se nota que lleva llorando un tiempo. Tiene los ojos rojos y la cara sonrojada, además de unas enormes ojeras.

  - Pasa, Ernesto.

 - Gracias.

La mujer se aparta y le deja paso.
Un hombre de apariencia sombría lo mira sentado a la mesa. Bebe café a largos tragos.

 - Cariño, deberías beber otra cosa. No vas a conseguir dormir esta noche.

 - No duermo de todas formas.

 - ¿Quieres una tila?

 - No, no quiero una tila – dice un sequedad el hombre, parece enfadado. Ernesto prefiere no mirarlo a los ojos y lo saluda agachando la cabeza y murmurando un <<Hola>> al que el hombre no presta atención.

 - Siéntate, Ernesto – le propone la mujer señalando el sofá.

 - Gracias.
La mujer se acerca a una estantería y, temblando, saca un DVD de una carátula de una película infantil.
Ella pone el disco y le da al play.
Lo primero que sale es un fondo negro, no se ve nada. Pero al poco, puede verse a la chica. Lleva el pelo suelto, sus enormes y preciosos ojos le piden ayuda desde donde está.
Empieza asegurando que está bien. Luego dice el dinero que había que dar por el rescate y segundos más tarde, aparece escrito en la pantalla el lugar, la hora y la fecha donde hay que entregarlo. 
El descampado a las afueras de la ciudad.
Está bien pensado, en cierto modo. Allí no los verá nadie.

Cuando el vídeo vuelve a empezar de nuevo, Ernesto se gira hacia la madre de su amiga, que está llorando en silencio a su lado.
Siente mucha pena por ella, por toda su familia. Si ya es duro para él, debe ser peor para ellos.
Se pasa una mano por el pelo y espera a que la mujer se tranquilice.
Ella se levanta, va al baño, se lava la cara y vuelve al sofá.
El padre deja con fuerza la taza de café sobre la mesa y se levanta.

 -No puedes decirle a nadie que viste el vídeo, ¿entendido?

El chico da un brinco y lo mira. Aquel hombre le da miedo.

 - Sí.

 - Bien. Y, sobretodo, ni una palabra a la policía. Ni siquiera saben que le hicimos una copia al vídeo antes de entregárselo.

 - ¿Para qué?
En ese momento suena el timbre. La madre se levanta y va hacia la puerta, el padre se apresura a apagar la televisión.

 - Necesitamos ver el vídeo para pensar que está bien todos los días.

Con bien se refiere a viva , pero el chico no dice nada. Intenta cambiar ligeramente de tema. 

 - El dinero hay que entregarlo mañana.

 - Lo sé.

 - ¿Tienen el dinero?

 - Nos falta un poco, aunque hemos recibido mucha ayuda... te agradecemos mucho que nos ayudes, de verdad – dice el hombre mientras saca el vídeo del lector de DVD's y lo vuelve a guardar.

 - No hay de qué. Como ya le dije a su mujer: todos queremos que vuelva África.

 - Claro, claro.
Un policía entra entonces en el salón. Mira seriamente a Ernesto unos segundos y luego saluda a ambos presentes.
La madre de África aparece después y la hermana mayor de la chica y una amiga de esta bajan las escaleras para escuchar las noticias del policía.

 - Tenemos otra pista. Bueno, no estamos seguros... - muestra unas fotos y las enseña a la familia y finalmente al chico - ¿es suyo?

 - Sí – afirma finalmente la hermana mayor viendo las imágenes del móvil de África - ¿dónde lo encontraron?

 - En la calle, junto a la rueda de un coche aparcado. Fue una suerte que el dueño no utilizase el coche estos días, porque lo hubiera aplastado totalmente.

 - Se le habrá caído, ¿no? - dice la amiga de Lidia.

 - Es posible – el policía hace una pausa y toma aire antes de volver a hablar - Pensamos que los secuestradores la llamaron en algún momento y que ella no dijo nada al respecto (hay muchos casos parecidos) , o que estuviera hablando con alguien antes de ser secuestrada.

 - La última persona con la que habló fue su director de coro, ya se lo dijimos - dice la madre de la chica, cabreada. A pesar de que aquel anciano al que ella nunca ha visto con muchas luces fue el último que la vio, los policías no quisieron interrogarle porque veían ilógico que fuese él el culpable del secuestro. 

 - Pero puede que no fue su última conversación, me refiero a telefónica.

 - Bueno...

 - En el teléfono, aparece que su última conversación fue con usted, señora – le dice el hombre muy seriamente.

 - Es posible, la llamé para saber si estaba bien, porque volvía muy tarde – la voz se le va quebrando poco a poco.

 - Está bien. Buscaremos más números de teléfonos, señora. Y, vuelvo a decirles que no se preocupen, todo irá bien. Han hecho bien en acudir a la policía y les aseguro que no tendrán que pagar nada por el rescate de su hija y que ella volverá sana y salva.

 - Gracias... señor.

 - De nada. Buenas noches.

 - Buenas noches.
Cuando el policía desaparece por la puerta, Ernesto mira preocupado el reloj. Son casi las diez menos cuarto, ¡y tenía que estar en su casa a las nueve!
Se despide, da sus condolencias una vez más y de nuevo, las gracias y sale corriendo de la casa.
Suerte que el policía aún no ha salido de la urbanización. Lo llama y corre para ir junto a él.

 - ¿Puedo ayudarte en algo? - le pregunta el hombre con pesadez.

 - Es ya muy tarde y llego tarde a casa... no quiero que mis padres se asusten por todo este asunto...

 - Sube al coche, yo te llevo – dice el policía sonriendo de medio lado, lo ha pillado justo cuando terminaba su turno.

 - Gracias.
Ambos suben al coche.
Ernesto procura ser lo más correcto posible y respetar todas las normas de seguridad: se sienta en los asientos de atrás y se coloca bien el cinturón, se sienta recto y mira hacia el frente.

 - ¿Conoces a África?

 - Sí, es una amiga mía.

 - Ah. ¿Os lleváis bien?

 - Creo.. que sí... - contesta el chico, que no se esperaba las preguntas.

 - ¿Te hablo de algo o de alguien extraño?

 - No.

 - ¿Seguro?

 - Seguro.

 - De acuerdo. Ahora, ¿ dónde vives?
***
Adrián se sienta con pesadez en el sofá.
Sus amigos lo han seguido hasta el interior de la casa. Ninguno a dicho una palabra.

 - ¿Vas a decir algo? - le pregunta Leo con un claro enfado.

 - ¿Sabíais que la habían secuestrado?

 - No contestes a mi pregunta con otra pregunta.

 - Contesta primero a la mía.

 - La respuesta es sí – dice Guille, que está cruzado de brazos apoyado en la pared - ¿porqué nos dejaste plantados y porqué no volviste a casa?

 - No quiero contestar y creo que ya os imagináis las respuestas...

 - ¡No nos han dado el dinero, Adrián! - le grita de repente Alberto. El chico lo mira extrañado y se sienta muy tenso y recto, es la primera vez que lo ve enfadado con él.

 - Lo siento...

 - ¿Lo sientes? ¡¿LO SIENTES?! - la voz de su amigo retumba en las paredes. Parece que le va a explotar la cabeza de un momento a otro - ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¡Era nuestra oportunidad, el sitio perfecto!

 - ¿Perfecto? ¡Estaban todos borrachos!

 - ¿Y qué? Hubiéramos destacado como nunca. Hubiese sido nuestro día.

 - Fuiste muy egoísta – añade Mario – yo necesitaba ese dinero, estoy ahorrado para comprar una guitarra nueva. Tu decisión nos incluía a nosotros y te lo tomaste a la ligera - hace una pausa - No solo eso, sino que llevas semanas obsesionado con una desconocida y pasando literalmente de todos nosotros.

 - ¡Ya he dicho que lo siento, dejadme ya en paz! - empieza a mosquearse Adrián.
 
 - ¡Te da rabia que tenga yo razón! - le grita Mario, es el que parece más afectado ahora – No se puede confiar en ti. Eres un egoísta, un traidor, un imbécil, un...

 - ¡Me dio un ataque de ansiedad anoche! - grita de repente el chico, que ya no soporta tanto ruido, le duele la cabeza. Se deja caer de nuevo en el sofá y se tumba, ocupando todo lo largo de este.

 - ¿Qué?

 - Me dio un ataque y me desmayé. Una chica me llevó a su casa y cuidó de mí.

 - ¿En serio? - Mario ya parece más preocupado que otra cosa.
Adrián les da la espalda desde el sofá. Ellos siguen hablando, aún le guardan rencor, pero se les pasará, lo sabe. Cierra los ojos. No aguanta más el sueño aún habiendo dormido más de tres horas de lo normal.
El teléfono suena, interrumpiendo a los cinco chicos.
Adrián estira un brazo y lo coge, descuelga el teléfono aún tumbado y contesta a la llamada.

 - ¿Hola?

 - Hola. Soy Fernando, el amigo de tu padre. Te llamo para avisarte de que, como no pagáis las facturas de luz, os la van a cortar.

 - Eh... Yo... Mi padre no está... - recapacita después sobre lo que acaba de decir. Su padre no hablaría con la compañía de la electricidad aunque lo estuviese – Pero está bien, gracias por avisar.

 - De nada Adrián, he hecho lo que he podido, pero cuando la gente lo paga... no se puede cambiar nada. El ultimatum os lo dimos hace semanas.

- Lo sé, gracias. 

Ambos cuelgan al mismo tiempo.

 - Era un amigo de mi madre que trabaja en la central, van a cortarnos la luz. Mañana seguramente lo harán con el agua y el gas...

 - La policía vendrá a comprobar que todo está bien cuando pase una semana más o menos – dice Mario frotándose la barbilla.

Adrián gruñe mientras hunde la cara en un cojín, notando las miradas de pena de sus amigos. 

***

La luz la volvió a cegar y África tembló de frío y miedo. Había entrado brisa por la puerta, parecía que fuera estuviera granizando. Volvió a ver al hombre de negro con el pasamontañas. Él le tendió el agua y la comida, que África cogió con ganas.

 - Más te vale que mañana tengan tus padres todo el dinero preparado. -la amenazó.

África notó un escalofrío. Sabía que sus padres no tenían tanto dinero como para eso, y no sabía si habrían podido recaudarlo todo. El intercambio sería al siguiente día a las diez de la noche, lo sabía porque ella misma lo había mencionado en el vídeo. Tragó saliva. Terminó la comida y el hombre cogió la bandeja, en la que sólo había tenido pan duro y agua.

 - Bien... -dijo- y ahora reza lo que sepas para que tus padres te quieran lo bastante.

El hombre se fue. África lo sabía, sabía que sí, que sí la querian. Pero le preocupaba lo del dinero bastante... ¿Habrían acudido al final sus padres a la policía? ¿O tendrían el dinero? O... ¿a lo mejor ése era su último día con vida? Se estremeció y tragó saliva. Prefería no pensarlo.

***

Las amigas de África estaban reunidas en la esquina de la clase, en unas mesas, y hablaban sobre ella. Todas estaban muy preocupadas y con nudos en la garganta. Ernesto había dicho días antes en la clase su idea del dinero, y todos habían intentado ayudar aportando algo de sus ahorros y pidiéndoselo a sus padres. Pero se habían enterado de que aún faltaba algo.

 - Tenemos que hacer algo. -dijo Mª del Mar, la niña de la radiante sonrisa del otro día, una que no solía hablar mucho.

 - Sí, ya lo sabemos. -dijo Blanca. Estaban un poco aturdida de que hubiera saltado hablando de repente- Pero ¿el qué? Ya hemos hecho todo lo que podíamos.

Almudena asintió con un ruido de la garganta. Tenía muchas ojeras y lo estaba pasando fatal por su amiga. La primera chica suspiró.

 - Pues yo no sé... Pero hay que conseguir hacer algo más.

 En ese momento llegó Ernesto y se acercó a ellas. Saludó y Mª del Mar se puso un poco roja. Era muy tímida, y casi hasta más con los chicos. Una de ellas le preguntó que cómo iban.

 - Pues bueno... -dijo él, también tenía el rostro cansado- Todavía les falta algo, y el entrego es hoy por la noche.

Algunas de las chicas se mordieron el labio inferior, y otras suspiraron y se taparon la cara con ambas manos. 

 - Pues bueno... -dijo Mª del Mar, cogiendo acopios de su valor para poder hablar- A mí este año los Reyes van a regalarme un Blackberry y un nuevo juego de ordenador, podría intentar venderlos y haber si consigo algo.

 - ¿Harías eso por ella? -le preguntó Almudena.

 - Sí... ella lo necesita. Y yo podré volver a mi viejo ladrillo de Nokia, total, tampoco está tan mal. -la chica le dirigió una media sonrisa por su detalle- Los tengo aquí, porque ya se me había ocurrido antes la idea y... podría intentar venderlos antes de esta noche y llevárselos a la casa de África. ¿A qué hora dices que es? -le preguntó a Ernesto.

 - Tú intenta llevárselos antes de que acabe la tarde.
Ella asintió. Llegó el profesor y se sentaron.

***

Llamaron a la puerta y Lidia la abrió, tenía los ojos llorosos. En el umbral aparecieron Almudena y otra de las amigas de África

 - Ah, hola. -las saludó. Había esperado que fuera la policía. Ellas saludaron- ¿Qué queréis?

 -Hemos... hemos traído un poco más de dinero, -le dijo Almudena tendiéndoselo. Mª del Mar asintió- toma. Espero que ya sea los suficiente...
Lidia lo examinó y lo contó.

 - Y espero que estéis mejor...

Una frase hecha que se arrepintió de haber dicho. 

 - Sí... un poco, gracias. Sólo esperamos que África vuelva pronto y sana y salva a casa. -notó que se le volvían a saltar las lágrimas y se pasó las manos por los ojos. Miró el dinero- Gracias. -les dijo- Muchas gracias.

 - Ellas asintieron y se fueron. Lidia entró de nuevo en la casa. Sonrió de medio lado. Junto con el dinero que ella había ganado esa mañana vendiendo cosas suyas y de Elisa que habían encontrado por sus casa, ya lo tenían todo. Esas cosas les traían muchos recuerdos de su infancia y juventud; pero lo darían todo por África.
***

Los chicos habían buscado información en internet, y se encontraron con que, en cuanto cortaran la electricidad, el agua, el gas y alguna otra cosa, la policía se enteraría y registrarían la casa para ver en las condiciones en las que vivía el chico. En cuanto vieran a su padre borracho o sin aparecer casi todo el día en la casa, les darían más motivos a favor de quitárselo al padre. Y, para colmo, si se fijaban en las notas de Adrián, habiéndolas suspendido todas, sabrían que el hombre apenas hacía caso al chico ni se preocupaba por sus estudios. Y entonces adiós banda, adiós amigos, adiós padre, adiós a la vida que él conocía. Y adiós a la posibilidad de poder volver a ver a África si es que sus padres la recuperaban. Tenían que hacer algo, había que impedirlo. Adrián no quería vivir en un orfanato, y sus amigos no querían perderlo.

***

Llegó la policía y les dijo que no habían conseguido encontrar en el móvil nada. Les dijeron que, esa noche, ellos mismos irían al descampado a las afuera de la ciudad y pillarían a los secuestradores. Alguno de ellos iría como cebo, y dejaría un saco (sin el dinero) tal y como ellos les habían indicado que hicieran con la bolsa del dinero. Lo atarían bien para que los hombres no se preocuparan en abrirla hasta que no volvieran a su cuartel, y meterían dentro un localizador por si se les escapaba poder encontrarles. Se despidieron y la policía se fue. Horas más tarde, sobre las seis, apareció un hombre vestido de negro, con una capucha bien calada, en la puerta. La madre de África entreabrió la puerta con miedo y le preguntó que qué quería.

 - Hemos descubierto que le dieron el vídeo a la policía -su voz sonaba grave y fuerte- y no nos gusta. Llevaremos a la chica a otro sitio, donde ustedes llevaran el dinero. E irán solos. Si no... -se pasó la mano por el cuello haciendo un ruido de crujido. La mujer se estremeció- No podrán avisarles, ni decir nada a nadie. Tendrán un espía aquí vigilándoles, y les tenemos las líneas de internet y telefónicas pilladas. -se giró a irse, pero después se volvió- Ah, y, por cierto: no les servirá de nada seguirme, yo ni siquiera estoy en todo esto. Me pagaron para que se los dijera, ni siquiera sé del todo de que va toda esta artimaña. -se acercó, acordándose de que aún no les había dicho ni el lugar ni la hora, y le susurró- Esta noche, a las nueve, al lado del parking del centro comercial abandonado “Bak-ins”. Por el lado de la montaña. -se fue.

La mujer cerró la puerta y se fue a llamar a su marido corriendo.

***

África había conseguido por fin quedarse un rato durmiendo y un fuerte tirón en el brazo la despertó con un sobresalto.

 - Vamos. -le ordenó el hombre enmascarado entre dientes.

Ella se levantó, muy a su pesar, y le pusieron una venda en los ojos. Después dio un respingo al notar que le ponían un trapo en la boca. Otra vez aquél somnífero.

Cuando África se despertó, varias horas después, notó que estaba en un coche por el ruido de las ruedas y el motor. Seguía teniendo los ojos vendados, así que no veía nada. Sólo de vez en cuando una pequeña línea de luz por alguna farola que pasara cerca. El aire acondicionado estaba muy fuerte, y ella empezaba a pasar mucho calor a causa de la venda, el aire y el sudor causado por el miedo que la recorría por dentro. Notó que el hombre a su lado le quitaba el cinturón y la giraba de golpe hacia el lado de la puerta. La sujetaba por las muñecas. Unos segundos después, le quitó la venda del tirón, abrió la puerta y la tiró del coche, que aún seguía en marcha. Justo antes de caer, vio que por la puerta delantera entraba un hombre con una bolsa en la mano. Calló al suelo y el coche se fue a su mayor velocidad, sin que a ella le diera tiempo a ver ni la marca del coche ni la matrícula.
Los secuestradores la habían soltado,no sabía por qué, pero lo habían hecho. Por fin podría volver con su familia y con sus amigos. Por fin. Al final, había tenido suerte.

***

África pasó la Navidad con la rodilla fracturada por culpa del golpe que se dio al tirarla los secuestradores del coche en marcha. También tenía un poco de trastorno alimenticio, pero en seguida se le curó comiendo bien. Sus padres habían metido entre el dinero un localizador, y la policía buscaba a los secuestradores con esa pista. El problema era que ahora tenían miedo de salir solos a la calle (o de que alguna de sus hijas lo hiciera) por si ellos lo habían descubierto y querían vengarse por ello.


jueves, 10 de enero de 2013

El concierto, la noticia y la extraña pareja.

                            
Respira profundamente. Es la hora, el momento de dar el gran paso.
Los demás ríen a su alrededor para evitar que se les noten los nervios, aunque el no sabe qué
intentan evitar realmente.
Carraspea levemente para aclararse la garganta y murmura el principio de One heart, millions
voices. Nada, no consigue afinar del todo. Le tiembla todo el cuerpo, el concierto es en diez minutos
y no consigue ni empezar la canción bien.
Se sienta con fuerza sobre una silla libre del bar.
No es un sitio que no haya visto antes. Hay gente, adolescentes y jóvenes en su mayoría. Es un bar
de estudiantes. Todos gritan, ríen y beben, olvidando sus problemas, los de los demás y lo que
tienen que estudiar para los exámenes del próximo trimestre.
Todos celebran que ya han pasado tres meses del curso, aunque la mitad de los allí presentes no han
pisado una clase en todo ese tiempo.
Entierra la cara el las manos.
No puede hacerlo. Todos lo mirarán, lo juzgarán. Están borrachos, podrían hacerle cualquier cosa...
No, no, no tiene que exagerar.
Pero los temblores no desaparecen.
No se da cuenta, pero Mario lo observa preocupado desde otra esquina del bar.
La televisión está encendida, el volumen al máximo. El dueño del bar pide silencio unos segundos,
presenta al grupo que en unos pocos segundos va a hacerles una presentación de lo que es realmente
música. Los llama por sus nombres.
Llega el turno de Adrián de subir al pequeño escenario del local, pero no hace caso de nada más que
de la televisión. La imagen de una niña de unos doce o trece años aparece en la pantalla.
Está pálido.
Mario corre hasta él.
    – ¡Adrián! - lo llama agitándolo - ¡Adrián, vamos!
El chico se sacude con fuerza y consigue escapar de los brazos de su amigo, que lo observa
marcharse en silencio.
Corre por la calle. Empuja a todos los que pasan cerca de él, los que se interponen en su camino.
Evita llorar, no quiere, no puede.
Aprieta los puños. Continua corriendo todo lo rápido que puede.
Escucha sus pasos y los acelerados latidos de su corazón, pidiendo un descanso.
Hay un grupo de chicos y chicas de su edad y más mayores en la acera, justo delante de él. Pero no
para, no se detiene, sigue su camino.
Choca contra dos de ellos, que caen al suelo uno encima del otro.
Entonces se detiene, observa lo que ha ocurrido, lo que ha hecho. Pero la vista se le vuelve borrosa.
    – ¡¿Pero tú de que va'?! - le grita una chica algo más alta que él con un alto moño y un
        flequillo perfectamente planchado en la frente. Los pendientes de aros tintinean en sus orejas
        - ¡¿Es que no ve' que hay gente, gilipollas?!
    – Yo... perdona... es que...
Se ha quedado sin aire. Tiene calor y frío al mismo tiempo. No consigue que le entre aire a los
pulmones.
Se apoya en la pared, pero eso no sirve y cae al suelo.
    – ¡¿Qué te pasa ahora, hijo' puta, te asustamos?! ¡Bien que haces, porque te vamo' a dar una
        buena! - le grita otro chico, o cree que lo es, porque ya no ve nada más que manchas.
    – ¡No, tío, no le pegues! - le grita otro con una enorme cresta en la cabeza. Todos apestan a
        laca y gomina, lo que le da nauseas - ¡Creo que le está dando un ataque de ansiedad!
    – ¿¡Qué dice'!? ¡Este imbécil me ha empujao' y lo va a pagar!
Adrián tira del cuello de su camiseta, en un intento desesperado de respirar. Le arden los pulmones.
    – ¡No, no! - grita otro chico mucho más bajo que el resto, con una insufrible voz aguda -
        ¡Mejor vámonos, que cómo nos pillen, nos echan la culpa a nosotros!
    – ¡Eso, eso, vámonos! - dice una chica de pelo planchado castaño y ojos excesivamente
        maquillados.
Todos desaparecen y Adrián se queda solo en la soledad de la noche.
Se siente un poco mejor, se sienta e intenta coger aire por la boca. Entierra la cabeza entre las
rodillas y respira profundamente sollozando mientras consigue por fin respirar de forma
entrecortada.
Apoya la cabeza en la pared y cierra los ojos. Las lágrimas corren sobre sus mejillas manchadas.
Alguien se acerca a él corriendo. Es una chica.
La mira, la ve hablar, pero no la escucha.
Él mismo intenta decir algo, pero no lo consigue, solo articula un <<ah>> antes de volver a caer al
suelo.
    – ¡Te lo estoy diciendo! Lo encontré anoche tirado en la acera y lo recogí.
    – ¡Estaría borracho!
    – ¡No está borracho! ¡Unos “canis” se metieron con él y estaba asustado en el suelo!
    – ¿Asustado? ¡Sí, claro!
    – ¡No sé porqué te enfadas tanto, solo le ayudé!
    – ¡Me enfado porque no sé qué pensar cuando al entrar aquí, veo un niño en tu cama!
    – ¡No es un niño, tiene tu edad!
    – ¡Así que lo conoces!
    – ¡Solo de vista, del instituto!
    – Ya... ¡pero si tú ya terminaste el instituto!
    – Esteban, por favor, créeme... lo conozco de hace unos años.
El chico mira a su novia unos instantes. Parece cansada, abatida y triste.
    – Está bien... siento haberme enfadado.
    – Eso espero – dice ella volviendo a sonreír a la vez que le da un corto beso en los labios.
Esteban mira de nuevo al chico que hay sobre la cama. Realmente parece enfermo. Se acerca a él.
    – No me suena de nada.
    – Normal – dice la chica.
    – ¿Sabes su nombres?
    – No... pero le pega Esteban, ¿verdad?
    – ¿¡Qué!? ¿Por qué? Es muy feo como para pegarle Esteban.
    – No es feo... es muy mono.
El chico mira la mira con la boca abierta, en forma de <<a>>.
    – Vamos, cielo, es muy bajito para mí,
    – Tú misma has dicho que tiene mi edad.
    – Ya. Pero tu eres alto – dijo alargando mucho la <<a>> y lo mira a los ojos. Sí, lo es.
    – Está bien. Espero que no me des razones para estar celoso del enano – dice él. Ella ríe y se
        sienta al borde de la cama. Sacude levemente al chico.
    – Eh... - le dice – oye... despierta...
Adrián abre los ojos lentamente. Ve a la pareja mirándolo fijamente. Al principio se asusta. Se
incorpora y mira extrañado a su alrededor. ¿Cómo ha llegado hasta ahí?
La chica, mayor que él, lo mira ensimismada.
    – Que ojazos tiene... - piensa en voz alta.
El chico de al lado suspira y la mira. Ella vuelve a incorporarse.
    – Hola – dice el chico alto, debe de ser algo mayor que ella - ¿cómo te llamas?
    – Adrián – contesta el chico susurrando.
    – Hola Adrián, soy Elisa y él es Esteban, mi novio – hace las presentaciones la chica con una
        deslumbrante sonrisa – . Seguro que estás muy confuso, normal. Bueno, te explico: te
        encontré anoche en la calle. Te desmayaste y te traje a casa.
    – Ah...
    – ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
    – No... yo... gracias – dice finalmente.
    – No hay de qué, Adrián. ¿Sabes porqué te desmayaste?
    – Uff – dice él con una sonrisa amarga en la cara.
    – Tranquilo. Es solo para avisar al médico.
    – Es que es muy complejo...
    – Inténtalo.
    – Está bien...
El chico resume en tres frases lo ocurrido esas últimas semanas, sin detalles y yendo al grano. Elisa
parece muy interesada, pero en cambio, Esteban se aburre y se sienta en la silla frente al escritorio y
mira por la ventana.
    – ¿Cuántos años tienes, Adrián? - pregunta la chica.
    – 16.
    – ¡Te dije que tenía tu edad, Esteban!
Adrián mira asombrado al novio de Elisa. ¡Mide casi treinta centímetros más que él! Aunque él no
es muy alto, Elisa es más alta que él.
    – Sí. Impresionante – dice el chico sin hacer mucho caso a los otros dos.
Elisa sonríe a Adrián.
    – Yo tengo 18 – dice.
Él sonríe también.
Ella coge el móvil y marca un teléfono.
    – Hola, ¿papá? Sí soy yo. Necesito que vengas, un amigo está enfermo... Se ha desmayado...
        16 años... Está bien, hasta luego. Un beso.
Cuelga.
    – Adrián, un médico llegará aquí en menos de media hora. ¿Quieres comer algo?
    – No tengo mucha hambre...
    – Está bien. ¿Quieres llamar a tus padres para avisarlos?
    – No estaría mal.
    – Está bien, te dejamos solo.
Elisa se levanta y agarra a su novio del brazo. Lo saca de la habitación a empujones y, antes de salir,
sonríe de nuevo a Adrián, que corresponde a la sonrisa igualmente.
El chico vuelve suspirar y luego vuelve a tumbarse y se duerme.
                                                  ***
Enciende el móvil, tiene una ligera esperanza de que ella estará conectada. Lee la lista de sus
contactos de WhatsApp. Blanca aparece como conectada, pero hace ya tiempo que ha perdido las
ganas de hablar con ella. Y no, no está conectada.
Desea con todas sus fuerzas que conteste a uno de los miles de SMS que le ha enviado, las llamadas
perdidas y los mensajes por WhatsApp. Incluso a comentado en todos sus tablones de todas las
redes sociales en las que tiene una cuenta.
    – Vamos, vamos... - murmura, como si ella pudiese oírlo.
Sin quererlo y al ser su teléfono táctil, abre la imagen de contacto que tiene ella.
Sale ella, con todas sus amigas, él también sale en la foto. Se da cuenta entonces, de que ella lo está
mirando, tan profundamente. Tiene unos ojos preciosos. Una pequeña boca con unos labios
carnosos y una nariz muy mona.
¿Realmente está pensando eso de ella, de una amiga, se ha olvidado de Blanca? Seguramente no, no
puede gustarle África. Es decir, está locamente enamorado de Blanca desde hace mucho tiempo.
¿Cómo estará? ¿Le estarán haciendo daño? Ruega que no sea así, pero no puede evitar sentir miedo
por ella.
Quiere salir de su habitación y correr a ayudarla, a sacarla de donde quiera que esté.
En las noticias de todas las noches, siguen avisando de su desaparición, por si alguien la ve en la
calle. Pero anoche algo lo interesó y lo asustó. La policía había encontrado una pista, o más bien,
los secuestradores la habían dado: un vídeo. No dijeron nada más sobre el tema.
Se asustó mucho. Según parece piden mucho dinero por ella.
De repente, tiene una idea.
Se levanta de la cama y baja corriendo las escaleras.
    – ¡Mamá! - grita llamándola.
    – ¿Qué quieres Ernesto? - pregunta ella desde la cocina con pesadez.
    – Se me ha ocurrido algo...
                                                    ***
    – Por favor, acéptelo. Todos queremos que África vuelva.
    – ¿Lo dices en serio, Ernesto, tus padres están de acuerdo?
    – Totalmente.
    – ¿De verdad? - dice conmovida y con voz llorosa la madre de África al otro lado del teléfono.
    – Sí. Y podría hablar con el resto de la clase para que aportasen algo de ayuda. Pagando más
        dinero, pegando carteles en la calle, en el instituto...
    – Eres tan atento, Ernesto...
    – Gracias señora – dice él, orgulloso. Sonríe.
    – Bueno, no tengo más remedio que aceptar. ¿Qué podría hacer por ti a cambio?
    – Bueno, se me hace pesado decirlo... pero ¿podría ver el vídeo que enviaron los
        secuestradores?
    – Esto... bueno... no veo ningún inconveniente, pero, Ernesto – la mujer hace una pausa y
        toma aire – es peligroso. Si lo ves, nadie puede saberlo. Ellos advirtieron que nadie más
        podría verlo y ya hemos avisado a la policía.
    – Claro, claro. Pero estoy dispuesto a lo que sea, quiero ver ese vídeo, señora, de verdad.
    – Bueno, si insistes tanto... Pero ve con cuidado.
    – ¿Puedo ir ahora mismo a su casa?
    – Si quieres...
    – ¡Gracias. Estaré allí en media hora!
                                                    ***
    – ¡Eh, tú, despierta!
    – ¿Qué pasa? - pregunta Adrián frotándose los ojos.
    – ¿Has llamado a tus padres para avisar? - le pregunta Esteban.
    – Sí – miente el chico.
    – Vale, bien – el chico se sienta sobre la cama a su lado – el padre de Elisa no va a poder venir.
        Así que, vamos a tener que llevarte a tu casa.
    – Em... vale.
    – Bien, vamos.
Ambos chicos se levantan. Adrián se peina con una mano.
Elisa está en el pasillo. Viven en un piso.
    – Esteban - dice ella muy seria – , voy a ver a Lidia.
    – ¿Qué? ¡Íbamos a llevarlo a su casa!
    – Lo sé, pero está destrozada. Ya sabes, por el tema de su hermana.
    – Ah, ya, ese secuestro.
    – Sí. Tiene que ser duro. Me preocupa mucho su hermana.
    – No le pasará nada. África es fuerte – dice el chico abrazando a su novia al ver su tristeza.
Ella corresponde al abrazo con ganas, lo necesitaba.
Mira a Adrián, pero él ya no está allí.
¿Ha dicho África? ¿Realmente ha dicho África? ¿Será la misma chica que en la que él piensa?
Seguramente sí, son demasiadas coincidencias...
    – Sí. Pero solo es una niña – dice tristemente Elisa después de separarse de su chico. Coge su
        bolso de una percha, saca unas llaves y se las lanza a Esteban, que las coge al vuelo y sale
        por la puerta – Adiós. ¡Ah! Y encantada, Adrián.
    – I...igualmente.
Esteban lo mira. Parece distraído. ¡¿No le gustará Elisa?! Espera por el bien del chico que no,
porque le saca al menos una cabeza y media...
    – Bueno, vamos – lo apresura.
Adrián asiente, y salen por la puerta.
Bajan en el ascensor hasta el garaje y entran en un coche muy pequeño, de un vistoso color rojo.
    – ¿De verdad tienes 16 años? - le pregunta de repente Adrián, que mira por la ventana
        mientras salen del garaje.
    – Sí.
    – ¿¡Y sabes conducir!?
    – Sí. Bueno no, no tengo carné.
    – ¿¡QUÉ!? ¿Y de quién es el coche?
    – De Elisa. Pero no te preocupes, sé conducir.
    – Ya – dice Adrián mientras se abrocha rápidamente el cinturón. Esteban sonríe levemente, no,
        Elisa no lo cambiaría por Adrián.
    – ¿Dónde vives?
    – Depende, ¿dónde estamos?
Esteban lo mira.
    – ¿No lo sabes?
    – No, no lo reconozco.
    – En la calle Olivares.
    – ¿En serio? - dice sorprendido el chico – Yo vivo dos calle más arriba.
    – ¿Y nunca has estado aquí?
    – Bueno... no lo sé...
    – Vaya. Quizá realmente necesitabas un médico.
Adrián le lanza una mirada asesina, pero el otro no le hace caso.
    – ¿Cómo acabaste aquí? - le pregunta mientras suben una cuesta.
    – Me dio un ataque de ansiedad.
    – ¿Suele suceder?
    – No. Es la primera vez.
    – Hum... ¿Y porqué?
    – Estaba nervioso y asustado.
    – Ya, pero porqué.
    – ¿Sabes, la hermana de la amiga de tu novia?
    – Eh... sí – dice sonriendo de medio lado Esteban ante lo complicado que es entender esa
        frase.
    – Pues la conozco. Bueno, más o menos. Vi en las noticias que la habían secuestrado y me dio
        un ataque de ansiedad.
    – Pero ¿la conoces?
    – A decir verdad, no.
    – Entonces... no tiene sentido – Adrián lo mira, es cierto – No la conoces, pero te da un ataque
        porque ha desaparecido.
    – Sí.
    – Es extraño.
    – Ya, pero pasó.
    – Bueno. Vale. ¿Está es tu calle?
    – Sí. Mi casa es esta.
    – La puerta está abierta.
    – Ah. Ya.
Hay varios chicos sentados en el suelo en la puerta. Adrián se torna serio.
    – ¿Quiénes son?
    – Unos amigos.
    – No pareces muy feliz por verlos.
Adrián, sin hacer caso al comentario, abre la puerta del coche y sale fuera. Va a cerrar la puerta
cuando Esteban le tiende un papel. Lo coge dudoso.
    – Son nuestros números de teléfono. Llámanos si vuelve a pasarte algo o si quieres saber más
        sobre la chica de la que estás locamente enamorado...
    – ¿Qué?
    – Me doy cuenta de las cosas, Adrián. Te gusta la hermana de Lidia. Es muy niña para ti, ¿no
        crees?
    – Yo...
    – Bueno, adiós. Y de nada por todo.
    – Gra...gracias.
Esteban arranca, da un giro brusco haciendo un enorme estruendo y desaparece de su vista.
Adrián se muerde un labio y mira el papel. No solo están sus teléfonos, el teléfono de una tal Maite
también está.
<<Llámala, te ayudará>> ha escrito Esteban con una letra casi ininteligible. Es un chico raro. Y
Elisa y él hacen una extraña pareja. Ella es mayor que él, pero no parece importarle demasiado. Eso
está bien.
Se gira y guarda el papel en uno de los bolsillos de su chaqueta de cuero negro.
Se dirige hacia sus amigos, que lo miran expectantes, esperando razones, disculpas y explicaciones.