domingo, 31 de marzo de 2013

Confesiones






Tell them I was happy
And my heart is broken
All my scars are open
Tell them what I hoped would be
Impossible
James Arthur - Impossible

  • ¿¡Te ha pedido salir!? - grita Almudena. África le pide que baje la voz con un gesto
    – Perdona, ¡pero es que es muy fuerte!
  • Ya lo sé... - dice la chica moviendo la cabeza de un lado para otro.
  • ¿Qué le has dicho?
  • Que no.
Almudena carraspea y la mira fijamente.
  • ¿Qué?
  • Le has dicho que no, ¿a Ernesto?
  • Sí, ¿por qué?
  • Es el más guapo de la clase con diferencia. No hay una sola de nosotros que no sueñe con que él le pida salir.
  • ¿Tú sueñas con que te pida salir?- pregunta ella divertida.
  • Bueno, si hay que compararlo con Luís, el “friqui” o Antonio, el “cani”...
  • Ellos dos no son el resto de los chicos del mundo, solo son los últimos chicos que te pidieron salir de la clase.
  • Y a ellos sí hay que decirles que no, pero a ellos con orgullo. Piensa que no hay ninguna niña de la clase que ellos merezcan, somos todas mejores que ellos.
  • Que cruel eres...
  • ¿Tú les dirías que sí?
  • No, pero no lo haría con orgullo, me inventaría una escusa.
  • ¿Como cuál?
  • Como que estoy saliendo con otro chico.
  • ¿Eso fue lo que le dijiste a Ernesto? - pregunta Almudena mientras saca su bocadillo de la mochila. Ambas se sientan en uno de los escalones de la puerta principal del instituto.
  • No.
  • ¿No le dijiste lo de Adrián?
  • ¿Puedes hacer el favor de hablar más bajo? - le pide estresada África, que mira hacia todos los lados, deseando con todas sus fuerzas que nadie haya oído a su amiga.
Almudena ríe.
  • ¿Por qué te molesta que lo sepa la gente?
  • Porque no quiero que después lo transformen y llegue a oídos de Ernesto de forma que parezca que he hecho algo horrible y se enfade conmigo.
  • ¡Te sigue gustando Ernes...!
África le mete su propio bocadillo en la boca a su amiga para que se calle.
  • Come bocadillo, come, que está muy bueno – dice mientras los amigos de Ernesto bajan delante de él en cuestión.
  • Adiós Almudena – se despide el chico con la mano – Adiós África – dice sonriendo ampliamente.
La chica solo puede murmurar un débil <<adiós>> de lo perdida que está en sus ojos y su perfecta sonrisa.
  • ¿Está bueno el bocadillo, Almudena? - pregunta riendo uno de los chicos.
La chica aparta con fuerza la mano de África y con ella su bocadillo.
  • ¡¿Qué haces?!
  • Perdona, pero es que has estado a punto de estropearlo todo...
  • ¡Y tú me has dejado en ridículo delante de los niños! Mañana tendré un mote ridículo.
  • Perdona.
Su amiga la mira unos segundos y luego sonríe.
  • Eres demasiado adorable para que me enfade contigo – dice volviendo a sentarse en su lado.
África suelta una risita tímida.
  • Pero yo creo que deberías contar lo de Adrián, te harías famosa y algunos chicos de otras clases se darán cuenta de que existes.
La chica mira a su amiga, no sabe si estar enfadada o no, ¿lo ha dicho en serio?
  • Quiero decir, que empezarían a fijarse en ti como posible futura novia – se apresura a decir Almudena - Es que como nunca hablas con ellos, no saben ni como es tu voz – añade.
Pero África no lo ve así. Si alguno de esos salidos quiere empezar a hablar con ella, tendrá que ser primero una buena persona, no piensa hacerle caso a cualquiera.
***
  • ¿Puedes repetirlo más lentamente, cariño? - pregunta Amanda intentando parecer relajada.
  • Adrián...no...está – dice Joaquín enfadado al otro lado del teléfono.
  • Este niño va a conseguir que me de un infarto.
  • Debí hacerle caso a tu madre, no nos hace falta ningún otro hijo.
  • No digas eso. Es que está muy maleducado. Habrá que hacer algo.
  • Como volver a llevarlo al instituto de los niños.
  • Allí no encajaba...
  • Pero por lo menos estaba vigilado. Le hemos dado una oportunidad y la ha desperdiciado, tendrá que volver al colegio privado.
  • Está bien... - la mujer guarda silencio unos segundos - ¿qué vas a hacer, entonces?
  • Lo esperaré en la puerta del instituto. Tengo aparcado el coche en la acera de enfrente, esperaré allí.
  • Vale, Joaquín. Pues... feliz cumpleaños.
  • Gracias, cariño.
  • Te quiero. Nos vemos esta noche.
  • Igualmente. Hasta esta noche.
El hombre espera a que su mujer cuelgue y vuelve al coche. Se sienta y se acomoda en el asiento del conductor.
Observa la puerta del instituto. Todos los estudiantes que había dentro se han ido ya, todos han vuelto a casa después de un día en el que solo la minoría de ellos ha aprendido realmente algo. Suspira y coge un chicle. Adrián está empezando a molestarlo más de la cuenta.
***
  • ¿Qué has venido a hacer aquí, Adrián? - pregunta su padre muy seriamente.
  • ¿Eres tú papá?
  • ¡¿EN QUÉ PENSABAS?!
  • Yo... - Adrián da un paso hacia atrás, asustado. No esperaba una reacción así – no sabía que estabas aquí...
  • ¡ESO ME DA IGUAL, NO TENDRÍAS QUE ESTAR AQUÍ! - le grita su padre incluso más fuerte que antes.
El aliento le huele a alcohol, el chico arruga la nariz.
  • ¿Estás borracho? - dice algo subido de tono.
Su padre coge ruidosamente aire. Adrián repite la pregunta más fuerte y entonces, recibe una bofetada a mano abierta de su padre.
El chico se llevo la mano a la mejilla, roja y dolorida y mira al suelo.
El hombre lo mira, poco a poco su enfado se va convirtiendo en una enorme sensación de culpabilidad. Quizá le ha pegado demasiado fuerte.
  • Lo siento – murmura acercando una mano a su hijo.
Pero Adrián lo aparta de un manotazo y lo mira con asco.
  • ¡NO ME TOQUES! ¡BORRACHO, LOCO!
Su padre aprieta la mandíbula.
  • No deberías decir eso...
  • ¡SOLO DIGO LA VERDAD! ¡MAMÁ SE FUE POR TU CULPA, NOS DEJÓ SOLOS POR TU CULPA, PORQUE ERES UN BORRACHO!
  • ¡NO SOY NINGÚN BORRACHO! - le grita el hombre antes de pegarle en la otra mejilla. Pero lo hace con demasiada fuerza y el chico cae al suelo - ¡¿SABES LO QUE ESTOY HACIENDO MIENTRAS TÚ HACES EL TONTO?! ¡ESTOY BUSCANDO UN TRABAJO! ¡ESTOY BUSCANDO UN TRABAJO PARA PODER PAGAR LA CASA, PARA QUE VOLVIESES A VIVIR AQUÍ! ¿Y ASÍ ME LO AGRADECES? - Aprovechando que Adrián está en el suelo, el hombre le pega una patada. El chico grita enfadado y se levanta.
  • ¡BORRACHO NO VAS A CONSEGUIR NINGÚN TRABAJO!
  • ¡POR ESO HE DEJADO DE EMBORRACHARME, IMBÉCIL!
  • ¿Y POR ESO HUELES A ALCOHOL? - suelta el chico con un tono entre diversión y enfado al mismo tiempo - ¡BORRACHO! - Adrián se pone de puntillas y le escupe a su padre en la cara.
Recibe un puñetazo en la cara y vuelve a caer al suelo con la mala suerte de que su muñeca derecha cae debajo de él y se dobla hacia atrás, escucha un crujido. Adrián grita, pero su padre sigue ardiendo de enfado y recibe varias patadas en las costillas. El chico intenta alejarse corriendo, pero su padre lo agarra de una pierna y tira de él hacia atrás. Adrián grita de nuevo, llorando desconsolado, la muñeca le duele y cree que no puede moverla, su padre le insulta, le sigue pegando, pero él no puede salir de allí.
***
Se gira hacia la puerta del piso.
Arturo ladra como nunca, parece enfadado esta mañana.
Maite se acerca y abre la puerta, es Hugo.
  • Hola, cariño – le dice antes de darle un corto beso en los labios.
Lo hace pasar y, después de varios segundos de inseguridad, el joven se sienta en el sofá color negro del salón.
  • ¿Has dormido bien? - le pregunta ella mientras va hacia la cocina.
  • Sí. ¿Y tú?
  • Bien, soy un hurón, no hay nada que me despierte - dice divertida y con cierto tono orgulloso la joven.
  • Ya, eso se nota.
Maite junta el entrecejo confusa mientras deja una bandeja con una taza de café y varias galletas en la mesa de cristal que hay frente al sofá y se sienta junto a su novio. Cruza las piernas y coge la taza de café caliente.
  • ¿Por qué dices eso?
  • Ayer estuve llamándote. Se ve que te dormiste y no oíste las llamadas.
  • Bueno...
Hugo la mira, no puede esconder cierto remordimiento. Ella ha provocado que se peleara con sus mejores amigos.
  • ...La verdad es que si vi las llamadas, y las oí.
  • ¿Por qué no me contestaste?
  • Porque estaba buscando a Adrián.
  • ¿Lo encontraste?
  • No.
  • Te llamé horas más tarde, cuando aún no era de noche, para asegurarme de que no estabas dormida – añade él. Ella no puede mirarlo a los ojos.
  • Esto... - Maite se muerde el labio e intenta hablar escondiendo el nerviosismo. Bebe un trago de café – Llevé a Arturo al veterinario.
  • ¿Llevaste al perro al veterinario después de haber corrido detrás de un niño durante una hora?
  • Sí...
  • ¿Puedes intentar decirme la verdad?
La joven tiembla, también lo hace su voz, pero consigue articular un frase corta:
  • Es la verdad, Hugo.
  • ¿Sabes lo que has conseguido? - dice el joven levantándose, intentando no alzar demasiado la voz y parecer tranquilo – Todos mis amigos están enfadados porque nunca nos vemos, porque estoy contigo. Anoche celebraron el cumpleaños de mi mejor amigo y no fui porque te estaba buscando a ti, mientras tu te divertías ignorándome.
  • Hugo, lleve a Arturo al veterinario porque está enfermo.
  • ¿Te importa más un chucho que yo?
  • No, Hugo. Cuando tú estés enfermo, te llevaré al médico, olvidando todo lo demás.
  • Eso no va a pasar.
Maite alza la mirada hacia su novio, que está muy tenso y serio frente a ella. La mano con la que sujeta la taza tiembla tanto que algunas gotas de la bebida que esta contiene le manchan el pijama y la queman ligeramente.
  • ...Eso no va a pasar porque no me verás enfermo, ni me volverás a ver de ninguna forma – dice Hugo antes de salir del piso rápidamente y sin mirar atrás. 




lunes, 25 de marzo de 2013

Recuerda a las personas que en su momento te hicieron sonreír


  • Ernesto... ¿qué haces? - pregunta la chica, que sin pensárselo dos veces se ha alejado de él.
  • Te quiero, África.
  • No me quieres, Ernesto. Solo quieres tener lo que no puedes conseguir.
  • No me di cuenta de que te quería hasta que te perdí.
  • Que yo recuerde fuiste tú el que provocó nuestra ruptura – dice ella girándose y acercándose a la pared.
  • ¿Por qué eres tan arisca conmigo?
  • ¡Pues porque hizo falta que me secuestrasen para que te dieses cuenta de que existía, mientras que yo llevaba dos años echándote de menos cada tarde y llorando cada fin de semana! No sabes lo que es querer a alguien porque nunca lo has hecho. ¿Sabes lo que hiciste cuando salíamos? ¡Ligar con Blanca y con aquella “choni” del autobús! ¿Y cuándo finalmente cortamos, qué hiciste? ¡Dejarme sola, en la calle! No me tienes ningún respeto, y eso es algo que te pediría aunque no me conocieses, soy una persona igual que tú e igual que todos.
  • No eres igual que todos, eres mejor.
  • Para, Ernesto – le pide ella mientras se sienta en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
  • ¿Por qué seguías soportándome mientras te hacía todas esas cosas horribles?
  • Porque te quería.
  • ¿Me seguías queriendo cuando cortamos?
  • Claro que sí. Te seguí queriendo después también. Pero...
  • ¿Me quieres ahora? - la interrumpe él.
África alza la mirada hacia el chico de ojos azules que la mira depié unos pasos delante de ella.
  • No lo sé...
  • ¿Te sigo gustando?
Después de unos segundos en silencio, la chica contesta:
  • Aunque eso fuera cierto, no saldría contigo.
  • Te prometo, no, te juro que no volveré a hacerte daño nunca. Nunca te dejaré sola y no me acercaré a otra chica ni dejaré que se acerquen a mí.
  • Eso no es lo que quiero. Puedes seguir viendo chicas todo lo que tú quieras. Pero me molesta que les hicieses más caso a ellas que a mí.
  • Yo no hacía eso. Cuando te secuestraron...
  • ¡Sí, cuando me secuestraron fuiste un santo, Ernesto, pero es que no hay quién te soporte! ¡Eres un imbécil y un irresponsable y un envidioso, además! ¿Qué pasaría si yo ahora te dijese que estoy saliendo con otro chico?
  • Te dejaría tranquila y esperaría a que estuvieses libre.
  • Sabes que no. Harías justo lo contrario a eso. ¿No te das cuenta? Eres como un niño consentido que siempre consigue lo que quiere y que llora cuando otro niño le quita el juguete que él ya había dejado tirado.
  • Pero no lo entiendes. Yo te quiero – dice Ernesto mientras se sienta a su lado.
  • ¿Y si yo no, y si ahora mismo te odio?
  • AHORA MISMO, pero, ¿y mañana o pasado mañana?
  • ¿Crees que soy como tú, y que puedo olvidar lo que siento por una persona tan fácilmente?
  • ¿Tardaste mucho en olvidarme?
  • ¿Lo hiciste tú?
  • Aún no lo he hecho.
África deja de mirarlo unos segundos. Si eso fuera verdad, y Ernesto estuviera sincerándose por fin, ¿por qué rechazarlo? Podría dejarlo hablar, que se desahogarse, pero tenía muy claro que solo vigilaba por su propia felicidad.
  • Puede que otra persona te ayude a conseguirlo. Suele funcionar.
  • ¿Hay otro chico?
  • No hay ningún otro chico. Pero no voy a salir contigo, Ernesto.
  • ¿Por qué no?
  • Porque no quiero volver a sufrir así. No me gusta hacerlo.
  • Pero ¿no puedes darme otra oportunidad?
  • Poder, puedo. Querer es otra cosa muy distinta.
  • ¿No me quieres?
  • Ya te lo he dicho, Ernesto. Aunque estuviera en este mismo momento enamorada de ti, no te diría que sí. Eres un pésimo novio y me hiciste daño y no soy tan tonta como para querer repetir.
África lo mira. El chico mira fijamente el suelo. No es que le guste demasiado verlo así, pero agradece que por una vez le importe lo que ella piensa.
  • Entonces... ¿si te pidiera salir, dirías que no?
  • ¿No te lo he dicho antes?
  • ¿Me prometes que no hay terceras personas?
  • Sí – dice ella sin poder evitar pensar en Adrián -, de momento. Ahora mismo no tengo novio.
En ese momento, el chico bajito que la avisó antes sale del aula y les dice que ya pueden entrar.
  • Conseguiré hacerte ver que he cambiado.
  • Eso espero, Ernesto.
  • Si funciona, y me acabas creyendo, ¿saldrás conmigo?
  • No lo sé.
***
La ha intentado llamar, pero no coge el teléfono.
Es increíble lo mucho que la echa de menos aunque acaba de verla. Es quizá demasiado activa, pero la quiere. En cuanto la vio, le encantó.
Es como uno de esos amores de película, en particular como en Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia. Él es como Álex, aunque no se lleva veinte años con Maite, es seis años mayor que ella y a veces, se nota demasiado, aunque intelectualmente ella lo supere enormemente.
Intenta llamarla otra vez. Nada. Espera a que suene el pitido y le deja un mensaje en el contestador.
  • Em... ¿Maite? Soy Hugo... Espero que Adrián esté bien... ¡y que tú también lo estés! Llevo... - mira la hora en el reloj - casi media hora llamándote. Por favor, llámame tú, tenemos que hablar.
Casi enseguida, el móvil empieza a sonar.
  • ¿Maite?
  • No, soy Pedro.
  • Ah, hola.
  • Oye, ¿vas a venir hoy? Pensamos ir a tomar algo y luego a la discoteca a celebrar el cumpleaños de Rubén.
  • No puedo ir, lo siento.
  • ¿Otra vez? ¿Y cuándo vas a poder?
  • No lo sé... otro día, ¿vale?
  • ¿Es por Maite?
  • ¿Qué?
  • Que si es por tu novia.
  • Sí.
  • ¿Te controla?
  • ¡No!
  • Entonces lo hace porque quieres. ¿Es que no quieres vernos?
  • Pedro...
  • ¡Responde a mí pregunta! Porque me estoy gastando un montón de saldo en llamarte cada noche para salir con los demás y nunca vienes. Es por ahorrarme tiempo y dinero, ¿sabes?
  • Pero no te enfades...
Hugo oye como su amigo resopla al otro lado de la línea.
  • Te-tengo que colgar ya. Llámanos a alguno de nosotros cuando tengas ganas de salir – dice con tono seco.
  • Felicita a Rubén de mi... - no le da tiempo a seguir hablando, Pedro ya le ha colgado.
Decide al menos enviarle un Whatsapp a Rubén, es su mejor amigo desde secundaria y lo está perdiendo, a él y a los demás.
<<Felicidades. Que cumplas muchos más, viejo. Saluda al resto de mi parte>>
Ve que el mensaje le ha llegado, que su amigo está en línea, pero no le contesta. Suspira y observa la foto de perfil de su amigo. Son él y Rubén, a su lado está la ex-novia de este último. Conforme la está viendo, la foto cambia a una en la que sale Rubén con el resto de sus amigos, sin él.
Hugo abre mucho los ojos y observa la foto en silencio.
<<Bonita foto>>, comenta seguidos de los anteriores mensajes.
Cierra la aplicación e intenta volver a llamar a Maite. Sigue sin contestar.
***
Se pregunta a sí mismo dónde estarán Alberto, Guille, Mario y Leo.
  • Hoy es miércoles, así que estarán en la cafetería – se dice a sí mismo.
Aprovecha que está en su pueblo para llegar fácilmente y rápidamente hasta allí, saltándose varias calles pasando por un callejón estrecho y maloliente.
Se encuentra de bruces con la cafetería “Dulcinea”. Lleva sin entrar ahí desde que les falló a todos en su primer concierto en la fiesta universitaria.
Empuja la pesada puerta y efectivamente, allí están, pidiendo lo mismo de siempre, al camarero de siempre.
Se peina un poco el pelo con las manos y se acerca a la mesa.
Están los cuatro, y hay una silla vacía. Ninguno sabía que él iba a venir, ¿esperarán a alguien?
Alberto lo ve y sonríe.
Se levanta y corre hacia él. Adrián anda más deprisa y se abrazan.
Cuando Alberto lo deja, se sonríen de nuevo y se sientan a la mesa. Él en la silla vacía.
  • Hola a todos – saluda Adrián.
Guille lo mira muy serio mientras se coloca bien la gorra de DC.
Mario bebe un sorbo de su Coca Cola y le pregunta:
  • ¿Te va bien?
  • Sí, me han cambiado de instituto.
  • ¿A cuál?
  • Al de siempre.
  • Así que vuelves a no ir al instituto.
  • Sí – dice él sonriendo.
  • ¿Vendrán a recogerte? - pregunta Guille.
  • No lo sé.
  • Lo digo porque tienes media hora para llegar allí antes de que toque la sirena – dice en tono borde el chico rubio.
  • ¿Te he hecho algo?
  • ¿A mí? Que va.
  • ¿Entonces?
  • Entonces ¿qué?
El camarero deja una Coca Cola delante de Adrián, el chico olvida agradecérselo, simplemente, observa a su amigo, que bebe frente a él. Todas las miradas de la mesa están clavadas en ellos dos.
  • ¿Por qué estás tan borde de repente?
  • ¿¡De repente!?
Adrián lo mira apretando la mandíbula.
  • Llevamos sin vernos varios días, y no podemos actuar ni hacer nada sin ti, lo sabes, ¿no?
  • Eso no es mi culpa.
  • Si quisieses podrías venir a vernos todos los días.
  • Ahora puedo.
  • ¿Y antes?
  • Estaba encerrado en un instituto para pijos, ¿recuerdas?
  • Quizá deberías volver a ir a ese instituto, porque te estás convirtiendo en uno de esos... pijos.
  • Ah, pues que bien – dice el chico mientras se levanta de la mesa ruidosamente y se aleja de ellos.
En cuanto sale de la cafetería, todos miran de forma asesina a Guille.
  • Alguien tenía que avisarlo antes de que empezase a ser grave o irreversible.

Ha perdido la noción del tiempo hace casi un cuarto de hora cuando, aburrido, decidió ir a su casa.
Entra en el jardín, que luce completamente cuidado. La hierba está verde, algunas flores empiezan a salir y a mostrarse.
Es la primera vez que ve la casa así de bien desde que se fue su madre.
Esta vez entra por la ventana del cuarto de baño. Está más alta que la de la cocina, pero no le cuesta ningún trabajo entrar.
Quizá haya una nueva familia viviendo en su casa.
No se oye nada en absoluto. Abre la puerta del baño todo lo silenciosamente que puede y anda por el pasillo hasta su habitación.
Su cuarto sigue como siempre, intacto.
La foto y los trozos de cristal, la cama sin hacer y las dos únicas estanterías abarrotadas de cosas inservibles siguen en su sitio.
Se tumba en la cama boca arriba y observa el techo blanco de la habitación. Uno de sus brazos cuelga de la cama y puede tocar el suelo recubierto de parquet y ahora por una fina capa de polvo. Nadie ha entrado en su habitación desde que él se fue, ni siquiera su padre.
De repente, suena el teléfono, lo que lo saca de su trance.
Y alguien responde a la llamada. No está solo en la casa.
Reconoce la voz ronca de su padre, lo escucha reír. No se atreve a hacer ningún ruido. Su padre cuelga. No vuelve a oír nada, así que sale lentamente de su habitación y se esconde en el hueco de la larga y estrecha escalera que sube al desván, donde tiene otro cuarto que en realidad era el de su madre, el estudio de ella.
Para él su casa tenía un solo piso hasta que su madre se fue, dejando todo salvo lo necesario para vivir con (seguramente) un nuevo marido con otros hijos. Aún recuerda como ella salía en silencio de la casa, él estaba sentado en esa misma escalera, solo que con varios años menos, ella le tendía la mano, pero él, sin mirarla a los ojos, bajaba la escalera y corría a encerrarse en el baño. La mujer lo llamó una sola vez antes de que se escuchase el portazo que avisaba de que ella se iba.
Vuelve a escuchar pasos e intenta apretarse todo lo posible contra la pared y la sombra que crea la escalera en el pasillo.
Un hombre, bastante ancho, vestido con una camisa blanca y un traje azul a juego con la corbata aparece ante él y se asoma a su habitación. Suspira y luego vuelve a dejarlo solo, sin notar su presencia. Adrián sigue notando su perfume aunque el hombre se haya ido. Huele francamente bien, debe de ser bastante caro. Le cuesta reconocer que aquella persona sea su padre. Ha cambiado, mucho, demasiado para ser normal. Escucha cerrarse una puerta y decide salir de su escondite. Da un giro brusco para salir de nuevo por la ventana del servicio, pero se cruza de frente con su padre.


miércoles, 13 de marzo de 2013

Besos robados y decisiones finales


  • ¿Te molesta mucho que no te lo cuente?
  • No Adrián, pero como madre, me gustaría saber qué hace que estés mal.
  • Lo sé, pero... - el chico piensa unos segundos – creo que me sentiría mejor si no lo supiese nadie.
La mujer carraspea un poco. Parece algo incómoda de repente.
  • Adrián...
  • Sí... - dice él algo extrañado y confuso por el cambio repentino de la expresión de Amanda.
  • ¿Tú... ya has... perdido la virginidad?
Adrián pestañea varias veces. ¿A dónde quiere llegar? ¿Qué está pasando?
  • ¿Adrián?
  • Yo...
  • ¿Sí o no?
  • Sí – contesta el chico en un susurro.
  • ¿La perdiste?
  • Sí – dice ya más firmemente.
  • ¿Fue anoche? - pregunta la mujer temblando.
  • ¡No! Ni siquiera fue hace poco tiempo...
  • ¿A qué edad, Adrián? - ahora es ella la extrañada.
  • Hace un año.
  • ¿¡Con dieciséis!?
  • Con quince. Tengo dieciséis ahora.
La mujer mira hacia el suelo, parece estar pensando algo.
  • Adrián...
  • No fue lo mejor que he hecho en mi vida, ni estoy orgulloso de ello – se apresura a asegurar.
  • Eso espero, porque es algo muy malo. Tan joven... ¿no podías esperar uno o dos años más?
El chico mira hacia otro lado, le arden las mejillas.
De repente, la mujer suelta una enorme carcajada. Adrián la mira sin comprender.
  • ¿Tienes hambre? - pregunta la mujer.
  • No mucha. Me duele la cabeza.
  • Normal. Es la resaca. ¿No quieres agua tampoco?
  • No. Estoy bien.
  • Vale. Pues te dejo – Amanda se levanta y se dirige hacia la puerta. Se gira antes de irse definitivamente - ¿Te sabes las notas del pentagrama? - pregunta.
  • Sí... más o menos.
  • Joaquín estaría más contento contigo si aprendieses una pequeña melodía. ¿No puedes intentar tocar alguna canción en el piano para esta tarde? Mañana es su cumpleaños...
  • ¡Para esta tarde!
  • Una corta... ¡el “cumpleaños feliz”! - le suplica ella.
  • Vale...
  • Gracias – Amanda sonríe antes de salir de la habitación y dejarlo solo, intentando recordar lo poco que sabe de solfeo.

A la mañana siguiente, Joaquín lo levanta media hora antes de lo habitual y lo deja vestirse solo.
No le da tiempo a desayunar, pero su padre adoptivo le lanza un bocadillo y una manzana.
  • Vámonos.
  • Ok, vamos – dice bostezando el chico.
El hombre lo mira de una forma asesina, pero Adrián no se da cuenta, se le cierran solos los ojos.
Bajan hasta la primera planta del garaje y entran en el coche de Joaquín, un Mercedes gris.
Casi en cuanto arranca, Adrián se duerme con la cabeza apoyada en el cinturón.
  • ¡ Adrián! - le grita Joaquín.
  • ¿Qué...?
  • ¿Por dónde es ahora?
  • ¿El qué?
  • ¡Tú instituto! ¿Por dónde?
El chico abre los ojos y mira la carretera. Suspira, así que para eso era ese madrugón, se le había olvidado completamente.
Dan media vuelta y, bajo las indicaciones del chico, y, un cuarto de hora tarde, llegan al instituto.
Ambos salen del coche y entran al centro.
Hay una enorme diferencia entre al que van los hijos de Joaquín y el suyo, el hombre no puede borrar de su cara una mueca. Él, esta bastante divertido ante el profundo horror que siente su padre adoptivo.
Al llegar a la entrada del único y pequeño edificio, el hombre se detiene y empieza a alejarse de nuevo hacia la salida.
  • Joaquín – lo llama Adrián.
  • Dime.
  • ¿Puedes dejarme hacer una llamada?
  • Sí... claro... pero ¿a quién?
  • Mmmm... es una sorpresa, no puedo decírtelo. Amanda me mataría – dice Adrián sonriendo pícaro.
El hombre parece emitir una débil sonrisa de medio lado, pero pronto se borra. Le tiende el móvil y Adrián se aleja con él.
Se siente algo culpable, ni siquiera lo ha felicitado y ahora acaba de engañarlo.
Suspira y enciende el móvil.
Suerte que guardó su número en el teléfono.
  • ¿Maite? Soy yo.
***
  • Tenía muchas ganas de verte – dice ella cuando se separan, sonríe.
  • Y yo de besarte.
  • ¡Bueno, pues ya está, todos contentos! - se desespera Adrián, que se masajea la sien, le va a explotar la cabeza. La cafetería en la que están está demasiado llena para ser tan temprano.
Hugo lo mira divertido, pero Maite parece bastante molesta. Le da otro beso en los labios, esta vez corto.
  • ¿Por qué ha venido Hugo?
El joven se da por aludido y lo mira, no parece ofendido.
  • Ah, siento molestarte, pero es que necesitaba verla.
  • Ya, el caso es que yo también – otro beso – porque yo... - ninguno de los dos parece querer detenerse - ¡MAITE!
  • Vale, vale, lo siento – se disculpa ella riendo. Entrelaza sus dedos con los de su novio – pongámonos serios. ¿Qué te ha pasado que sea tan urgente, Adrián?
  • He vuelto a ver a África.

***
  • ¿Cómo estáis? - grita Alberto entrando en el garaje.
El resto de los chicos murmuran insultos y lo hacen callarse.
  • ¿Todavía seguís con resaca? ¡Ya han pasado dos días!
  • Es la primera vez que bebían, es normal – dice Leo acercándose con una bandeja con bebidas, sonríe ampliamente, divertido.
Mario las ve y se torna pálido.
  • ¿Estás bien? - le pregunta Guille agarrándolo por un brazo.
  • Sí, lo que pasa es que la comida le da nauseas – aclara el mayor de ellos. Alberto coge uno de los vasos y bebe un gran trago.
  • ¿Alguien sabe algo sobre Adrián? - pregunta Guille mientras deja a Mario solo en la puerta y se sienta en una silla lentamente.
  • Yo sí. He hablado con él hoy – dice Alberto. Está serio.
  • ¿Qué quería?
  • Quiere hablar con nosotros.
  • ¿Sobre qué?
  • Sobre muchas cosas.
***
Maite lo observa llorar. Ahora están en el parque. Hace un día precioso visto desde el césped en el que están tumbados los tres.
Hugo no sabe qué hacer. Observa, igual que ella.
  • Y.. y yo no supe que decirle... y ahora... no querrá volver a verme... ¡lo fastidié todo! ¡TODO!
  • No has estropeado nada – intenta consolarlo Hugo. Aunque Maite lo interrumpe tocándole el brazo. Ambos se miran. Silencio.
  • Sí que lo he hecho. No solo no sé qué hice, ni a cuántas chicas besé, ni cuánto bebí, sino que ahora no sé si voy a poder verla otra vez sin que odie o se vaya corriendo.
  • ¿Bebiste?
  • Sí. Mucho.
  • Vaya. ¿Sabes quién te pagó las copas?
  • No.
  • ¿Tus amigos?
  • No lo sé...
Maite lo mira y le coge una mano. Ella no ha pasado por problemas así nunca. Siempre ha sido correspondida. Y no sabe cómo será aquella África de la que tanto habla, pero no debería desaprovechar la oportunidad que Adrián intenta ofrecerle. Ya ha dado un paso importante. Ahora le toca a ella.
  • ¿Tienes su número?
  • No. Pero puedo conseguirlo. Conozco a la mejor amiga de su hermana. Ella me dio tu teléfono.
  • ¿Quién te dio mí teléfono? - pregunta Maite algo preocupada.
  • Elisa...
  • ¿Elisa? ¿Conoces a su novio, Esteban?
  • Sí. Me ayudaron cuando... cuando necesité ayuda.
Hugo lo mira algo confuso. Quiere saber más de aquél niño, porque no es otra cosa, solo tiene dieciséis años, pero no aparenta más de catorce. Alguien que no ha tenido un buen pasado con esa edad no puede acabar por buen camino. Necesita ayuda, ayuda urgente, todo el tiempo.
  • Su novio tuvo un problema muy grave.
  • ¿Qué problema? - preguntan al mismo tiempo Hugo y Adrián. Maite sonríe, ha conseguido que Adrián deje a un lado sus problemas.
  • Sus padres no aceptaban a Elisa por su edad, y porque él pensaba dejar los estudios por ella, para vivir en Francia.
  • ¡En Francia!
  • Sí. Era un chico feliz, muy feliz. Hasta que su padre los obligó a no volver a verse.
  • ¿Por eso es tan serio?
  • Sí. Aunque esconde una personalidad preciosa en su interior. Siempre que hablo con él, cuando me llama por cualquier problema, le digo que deje ver esa forma de ser. Pero nunca lo consigue del todo y se ha rendido. Además, lleva sin hablarse con sus padres desde hace cinco años.
  • ¿Dónde vive?
  • Con Elisa.
  • ¿Cómo lo ha conseguido?
  • Su padre le pegó al enterarse de su decisión final, de que iba a volver con Elisa y Esteban lo denunció. Ahora tiene una orden de alejamiento y vive con una familia de acogida como la tuya.
  • Vaya.
  • No eres el único que ha tenido problemas así. Ernesto sigue adelante...
  • Con la chica a la que quiere.
  • Tú puedes conseguir a la chica que quieres.
Adrián respira profundamente y cierra los ojos. El sol le calienta las húmedas mejillas. Quizá Maite tenga razón, solo hace falta enfrentarse a los problemas. Pero él tiene muchos. Va a tener que eliminarlos de uno en uno.
***
Siempre piensa en aquel beso tan inesperado. ¿Le había robado un beso? Sí. O al menos es lo que asegura Mª del Mar, la única de sus amigas que sabe sobre Adrián.
Se peina el pelo con las manos. Nota que alguien la está mirando. Comprueba que no tiene nada pegado en la espalda ni algo que la ridiculice. Se gira y ve a Ernesto, mirándola fijamente.
Ella quiere apartar la mirada, pero no puede, no lo consigue.
Escucha algo, un eco en su cabeza, algo molesto, como sordo. El chico deja de mirarla.
  • ¡África! - le grita el chico bajito y feo que está sentado delante de ella en Inglés.
Ella vuelve en sí. El profesor le señala con el dedo la puerta, así que se levanta y en silencio y bajo las miradas atentas de sus compañeros de clase, sale al pasillo.
  • Ernesto, tú también – escucha que dice el profesor mientras está cerrando la puerta detrás de ella.
  • ¿Yo?¡Pero si no he hecho nada!
  • ¡Fuera!
Una silla arrastrándose, y luego el chico de claros ojos azules sale al pasillo. Se apoya en la pared junto a la puerta, muy cerca de ella.
Cuando África quiere alejarse disimuladamente de él unos centímetros, Ernesto la agarra de la manga del jersey color café, un jersey nuevo, que lleva puesto. El jersey cruje cuando la chica da un tirón para irse, así que le pide, sin mirarlo a los ojos, que la suelte.
Ernesto la suelta y agacha la mirada.
Se aleja y empieza a leer la poesía de “Los lagartos” de Lorca.
África lo mira de reojo. ¿Qué intenta?
Se estira el jersey y le da un golpecito a la pared con el talón de las botas para colocárselas bien.
Vuelve a mirar a Ernesto. Lo que siente en esos momentos no puede explicarse.
Está decepcionada, triste, enfadada incluso, pero no puede evitar mirarlo y comprobar que aún siente mucho por él. Al fin y al cabo, lleva gustándole dos años. No sabe si está enamorada, aunque no lo cree, al menos ya no. Pero... ¿le gusta todavía? No, todo se ha acabado... aunque su relación acabó mal y no quiere perder la amistad que tenían antes de salir juntos.
Se acerca a él y se coloca a su lado. Sus brazos se rozan.
  • ¿Te gusta la poesía? - pregunta la chica.
  • Me la sé de memoria.
  • ¿Qué has estado leyendo últimamente?
  • He comprado Sinsajo y lo estoy leyendo.
La chica sonríe. Él la mira, muy serio, parece estar pensando algo.
  • ¿No lo habías leído ya?
  • Hasta la mitad. Pero como... encontraste tu libro, tuve que comprarlo.
  • Si me lo hubieras pedido te lo hubiera dejado, no debiste robarlo.
  • Lo sé.
  • ¿Por qué lo hiciste?
  • No te lo robé. Ya sabes que quise devolvértelo ese mismo día...
  • Ya. Pero ya sabes que podías habérmelo devuelto el día de después, o la semana siguiente, o por lo menos avisarme de que lo tenías tú – África se esfuerza por no parecer enfadada, ni siquiera molesta, mientras habla.
  • Lo hice porque quería acercarme un poco más a ti – dice de repente Ernesto, ya no la mira. Parece no estar presente, mira hacia el infinito.
África abre mucho los ojos.
  • ¿Qué?
  • En ese momento, empezabas a parecerme muy especial...
  • ¿Cómo, especial?
  • Me di cuenta de lo importante que eras en mi vida cuando desapareciste. ¿Sabes que hice lo que pude por ayudarte? El libro era lo único que tenía de ti cuando no estabas, y realmente te necesitaba.
  • Ernesto, ¿por qué me dices esto AHORA?
  • Porque ahora me he dado cuenta de que estoy enamorado de ti.
África da un paso hacia atrás. Pero no le da tiempo a separarse más de él antes de que la bese. El segundo beso robado.
***
Ya están solos. Por fin.
Están cogidos de las manos. Ella tiene apoyada su cabeza en el pecho de él, siguen tumbados en el césped. Ya empieza a hacer calor, se acerca la primavera.
Ambos respiran el aire limpio del parque.
  • ¿Es verdad todo lo de ese Esteban? - pregunta Hugo.
  • Sí. Yo nunca miento.
  • ¿Crees que Adrián estará bien después de todo esto?
  • Sí. Es fuerte. Volverá a hablar con esa niña y saldrán.
  • ¿Y si no salen?
  • No creo que África pueda resistirse a sus encantos – dice Maite. Hugo ríe.
  • Tiene mucha tendencia a deprimirse, ¿no?
  • Sí.
  • ¿Has pensado que si algo sale mal...?
  • ¿A qué te refieres? - Maite mira a los ojos a su novio, que está muy serio - ¡No se va a suicidar!
  • ¿Quién sabe?
Maite vuelve a mirar al perfecto cielo azul.
  • No lo hará... - dice con pena.
Hugo le acaricia el pelo. Es muy joven para ser una psicóloga profesional. Es muy lista, ¡es superdotada!, pero Adrián es de sus primeros clientes, y por lo que sabe, el que más tendencia a refugiarse en la tristeza y la soledad.
Maite se levanta.
  • ¿Adónde vas? - pregunta Hugo sorprendido.
  • A buscar a Adrián – dice antes de salir corriendo siguiendo los pasos del chico.


martes, 5 de marzo de 2013

Problemas

Leo conduce demasiado rápido. Todos miran por la ventana, gritan su nombre por la calle.
Saben que Adrián está borracho, están preocupados por él.
De repente, en la oscuridad de la calle, se ve la luz que proviene de una parada de autobús.
  • Allí hay dos personas, creo – dice Guille entrecerrando los ojos para ver con más claridad.
  • Podemos preguntarles si han visto a Adrián.
Leo disminuye la velocidad y se dispone a frenar cuando reconocen a esas dos personas. Todos petrificados, observan el beso entre esos dos conocidos.
Corto, extraño, difícil de olvidar.
África se separa de él lentamente, agitada. Adrián respira alterado. Ninguno sabe qué decir.
El resto del grupo observa parados en silencio desde la carretera. Están relativamente cerca. Si llamasen al chico, los escucharía perfectamente, y les extraña que no se hayan fijado en ellos aún.
Ven que ambos se levantan. Hablan muy bajo, apenas cruzan dos o tres palabras. Adrián le tiende algo y entran en un local. Desde allí no pueden ver qué es.
Al poco, ambos salen. Siguen andando hasta que llegan a un parque y se apoyan en la verja que lo rodea.
***
Anda muy rápido hasta el coche en el que su padre la espera impaciente.
Le espera una buena bronca, pero ya le da igual.
Adrián la ha besado. ¡La ha besado!
¿Cómo han llegado a eso de repente? ¿Por qué?
Sabía a alcohol, debía de estar borracho.
No lo parecía físicamente, no se tambaleaba, aunque sí le costaba hablar.
Al menos le había dado dinero para que llamase a sus padres desde un locutorio.
Ni siquiera le ha pedido su número de teléfono, ni se ha despedido de ella, simplemente, ha desaparecido después de que su padre aparcase frente al parque en el que estaban.
Al sentarse en uno de los asientos traseros, el calor de la calefacción la invade, cierra los ojos con cansancio.
Para su sorpresa, su padre no dice nada. Conduce en total silencio, muy serio.
  • Papá... no ha sido mí culpa...
  • Lo sé. He hablado con Ernesto.
  • ¿¡Qué has hecho qué!?
  • Lo llamé para preguntar dónde estabas y me lo explicó todo.
  • ¿Tú le dijiste algo?
  • ¡Por supuesto!
  • Dios mío, dime que no le regañaste...
  • ¡Te dejó sola en la calle de noche!
  • Por dios...
  • Mañana te pedirá disculpas y su padre te llevará en coche al instituto todo lo que queda de mes.
  • No te creo.
  • Créetelo.
  • Papá, me has dejado en ridículo...
  • Es lo que tiene ser padre.
***
Adrián entra en la furgoneta. No sabe que lo han seguido, que han visto todo lo que ha pasado. Pero se siente mal, todo le da igual.
Sin decir nada, en total silencio, Leo lo lleva hasta su casa y lo acompaña hasta el piso de Joaquín y Amanda. Le abre la puerta con el alambre.
Ambos ven petrificados a los padres adoptivos del pequeño de ellos dos, Antonio, y un chico alto muy delgado rubio con unos claros ojos azules que parece tener mucho sueño.
Adrián mira un segundo a Amanda, que llora.
  • ¿Dónde has estado? - pregunta primero con tranquilidad Joaquín, tiene los ojos hinchados y rojos.
  • Lo siento, yo no...
  • ¿Dónde? - pregunta ya con más firmeza.
  • En una discoteca.
  • ¡Creíamos que te habías escapado! - le grita Amanda llorando. Es la primera vez que le grita.
  • ¿Por qué has salido, sin avisar?
Adrián evita mirar a Leo, pero necesita su ayuda.
  • Porque era muy tarde.
  • ¡¿Pero cómo se te ocurre...?!
  • ¡Fue mí culpa! - dice de repente Leo, que da un paso hacia atrás - ¡Yo vine a buscarlo!¡Pero tengo que irme, no puedo hacerles esperar demasiado! - añade sin atreverse a mirar a los presentes a los ojos. Baja corriendo las escaleras y Adrián se queda solo.
  • ¿Hacer esperar a quién, Adrián?
  • A... unos chicos...
  • ¿Quienes son esos chicos? - pregunta preocupada Amanda, que da un paso al frente.
  • Son... ¿unos amigos?
  • ¡No habrás consumido drogas! - se exaspera Joaquín.
  • No... - dice Adrián sin mucha convicción. Ni siquiera él lo sabe. Ni cuánto ha bebido, ni qué.
Amanda suelta un gritito y se abalanza sobre él.
Le aprieta las mejillas con una mano y lo obliga a juntar mucho los labios. Luego le abre mucho un ojo separando con los dedos sus pestañas encima y abajo del ojo.
Finalmente, lo abraza, llorando. Le da un corto beso en la cabeza. Lo mece suavemente.
Sin darse cuenta, Adrián también está llorando.
  • Menos mal que estás bien – casi murmulla Amanda.
  • ¿Por qué lloras? - pregunta estropeando el momento Antonio.
La mujer lo aparta un momento y ve a su hijo adoptivo llorando ante ella.
  • ¿Qué ha pasado, Adrián?
***
María del Mar se acerca corriendo a ella. La abraza y le da dos besos. Almudena y el resto hablan un poco más lejos.
  • ¿Cómo os lo pasasteis ayer? - pregunto sonriendo la chica.
  • Uff...
  • ¿Fue mal? - empieza a preocuparse la chica.
África se da cuenta de que todas sus amigas la miran ahora, fijamente, otras con pena.
  • Cortamos.
  • ¿De verdad? ¿¡Por qué!?
Ya han llegado junto al resto.
Blanca también está allí. No parece ni feliz ni triste. Está seria. África se lo agradece, al menos no está contenta por su ruptura.
  • Dice que soy muy infantil.
  • ¿Infantil? - pregunta Almudena, confusa.
  • Sí. ¿Os lo podéis creer? ¡Dijo que no estaba suficientemente dotada! - dice señalando con un gesto a lo que se refiere.
  • ¿¡Qué dices!? - incluso Blanca parece sorprendida.
  • ¿Te lo dijo así, tal cual?
  • Bueno... dio un rodeo primero... no me lo dijo directamente. Pero a eso quería llegar.
  • Vaya pena... Con lo bonito que era lo vuestro.
  • Sí, bueno... - África mira disimuladamente a Blanca, que se acerca y la abraza.
  • Lo siento, en serio. Y también siento haber hecho todo lo que hizo. Supongo que me molestó que ya no se fijase en mí...
  • No te preocupes. Y volverá a fijarse en ti ahora.
  • Pero siento haberte hecho todo esto. Es que... te veía tan perfecta para él que me sentí demasiado mal.
  • Blanca... no te llego ni a la suela de los zapatos...
  • Es posible – bromea ella sonriendo – pero no soy tan buena como tú para él. Y de verdad que hacíais buena pareja. Es una pena. Y cómo yo he causado al menos la mayor parte de tu ruptura, ¿puedo hacer algo por ti?
  • Prometerme que no lo volverás a hacer.
  • Te lo prometo.
***
Amanda le acaricia el pelo con cariño. Lo observa dormir.
Cuando abre los ojos, la mira también. Sonríe débilmente. Ella le devuelve la sonrisa igualmente.
  • Buenos días – dice él estirándose bajo el edredón.
  • Buenas tardes – ríe ella.
  • ¿Qué hora es? - pregunta extrañado el chico.
  • Las cuatro menos cuarto de la tarde.
  • Vaya... ¿cuánto tiempo llevas aquí?
  • Desde las dos, creo.
  • ¿Mirándome?
  • Me gusta verte dormir.
Adrián sonríe. Le gusta Amanda, como persona, como madre. Hubiera sido un sueño nacer en aquella familia en lugar de en la suya.
  • Joaquín estuvo de acuerdo conmigo en que hoy no irías a clase. Hemos hablado y... vamos a llevarte a otro instituto, a uno donde ya estés acostumbrado a ir.
  • ¿A mi antiguo instituto?
  • Con una condición: no puedes faltar más a clase.
  • Antes me iba bien...
  • ¿Y qué hacías todos los días en lugar de estudiar.
  • Estaba con mis amigos.
  • ¿Los que te dieron drogas anoche?
  • ¡No! ¡Y ayer no tomé drogas!
  • ¿Ah, no? ¿Recuerdas algo de anoche?
  • Bueno. Me trajeron aquí después de estar muy poco tiempo en la discoteca – dice. Aunque no puede evitar que el recuerdo de aquel beso revolotee en su cabeza – y luego me acosté y me dormí.
  • No exactamente. Olvidaste la parte en la que vomitaste sobre Antonio y luego sobre el sofá, y luego en el baño...
  • ¿De verdad? - pregunta el chico asqueado.
Amanda sonríe y asiente.
  • ¿Antonio está bien?
  • Sí, sí – ríe ella – pero creo que le costará dirigirte la palabra en un tiempo.
Adrián ríe débilmente.
  • Lo siento...
  • No pasa nada – la mujer piensa unos segundos – Volviste muy pronto anoche de la discoteca. ¿Pasó algo tan malo como para volver solo a las doce?
  • Bueno... ¿os desperté al salir?
  • No. El chico de intercambio de Antonio, Philippe, te vio salir al estar él en la cocina bebiendo un baso de agua y despertó a Antonio, que nos avisó.
  • Vaya suerte la mía.
  • Sí... Pero Adrián, ¿pasó algo?
  • No. Solo... bebí mucho, era la primera vez que bebía tanto, porque no pagué ninguna copa. No sé quién lo hizo por mí. Una chica me ayudó a salir fuera y volvimos aquí.
  • ¿Y ya está?
  • Sí.
  • ¿Y por qué llorabas?
***
Leo enciende su portátil.
Abre una carpeta y ve treinta (aproximadamente) vídeos que hay allí.
Todos de lo mismo. El grupo.
Algunos de ellos solo tienen un solo. La mayoría de estos solos son de Adrián, de veces que han estado aburridos y él cantó cualquier cosa para alegrarlos.
Abre el primer vídeo que le llama más la atención.
Su amigo interpreta Rolling in the deep de Adele. Después se le añade Guille, con la guitarra. Y Alberto y Mario, a falta de sus instrumentos, le hacen los coros.
En un momento, la cámara solo graba a Adrián, él solo, cantando. Termina y sonríe ampliamente a la cámara, le sonríe a él.
Se culpa a sí mismo por todo. No debió llevarlo a la discoteca, no debió sacarlo de su casa y meterlo en semejante problema.
El vídeo que repite.
Todo está perfecto en el vídeo.
Sin pensarlo, lo sube a You tube. Allí solo ha colgado varios ensayos, nada importante.
Piensa en todas las veces que ha pedido a discográficas que aceptasen ver a Adrián y al resto, pero nunca aceptaron.
Realmente el momento de aquel bar antes de Navidad podría haber sido un gran salto. Pero ya no hay marcha atrás.
Entra en su cuenta de facebook, que más bien es la cuenta del grupo. Él se encarga de todo lo importante, como si fuera una especie de mánager.
Se pregunta que pasará si de verdad algún día una discográfica los acepta. Él desaparecería. No quiere eso, le gusta grabarlos, representarlos...
Borra el vídeo de You tube y borra la cuenta.
Se siente mal, pero no quiere perderlos, no puede.