martes, 5 de marzo de 2013

Problemas

Leo conduce demasiado rápido. Todos miran por la ventana, gritan su nombre por la calle.
Saben que Adrián está borracho, están preocupados por él.
De repente, en la oscuridad de la calle, se ve la luz que proviene de una parada de autobús.
  • Allí hay dos personas, creo – dice Guille entrecerrando los ojos para ver con más claridad.
  • Podemos preguntarles si han visto a Adrián.
Leo disminuye la velocidad y se dispone a frenar cuando reconocen a esas dos personas. Todos petrificados, observan el beso entre esos dos conocidos.
Corto, extraño, difícil de olvidar.
África se separa de él lentamente, agitada. Adrián respira alterado. Ninguno sabe qué decir.
El resto del grupo observa parados en silencio desde la carretera. Están relativamente cerca. Si llamasen al chico, los escucharía perfectamente, y les extraña que no se hayan fijado en ellos aún.
Ven que ambos se levantan. Hablan muy bajo, apenas cruzan dos o tres palabras. Adrián le tiende algo y entran en un local. Desde allí no pueden ver qué es.
Al poco, ambos salen. Siguen andando hasta que llegan a un parque y se apoyan en la verja que lo rodea.
***
Anda muy rápido hasta el coche en el que su padre la espera impaciente.
Le espera una buena bronca, pero ya le da igual.
Adrián la ha besado. ¡La ha besado!
¿Cómo han llegado a eso de repente? ¿Por qué?
Sabía a alcohol, debía de estar borracho.
No lo parecía físicamente, no se tambaleaba, aunque sí le costaba hablar.
Al menos le había dado dinero para que llamase a sus padres desde un locutorio.
Ni siquiera le ha pedido su número de teléfono, ni se ha despedido de ella, simplemente, ha desaparecido después de que su padre aparcase frente al parque en el que estaban.
Al sentarse en uno de los asientos traseros, el calor de la calefacción la invade, cierra los ojos con cansancio.
Para su sorpresa, su padre no dice nada. Conduce en total silencio, muy serio.
  • Papá... no ha sido mí culpa...
  • Lo sé. He hablado con Ernesto.
  • ¿¡Qué has hecho qué!?
  • Lo llamé para preguntar dónde estabas y me lo explicó todo.
  • ¿Tú le dijiste algo?
  • ¡Por supuesto!
  • Dios mío, dime que no le regañaste...
  • ¡Te dejó sola en la calle de noche!
  • Por dios...
  • Mañana te pedirá disculpas y su padre te llevará en coche al instituto todo lo que queda de mes.
  • No te creo.
  • Créetelo.
  • Papá, me has dejado en ridículo...
  • Es lo que tiene ser padre.
***
Adrián entra en la furgoneta. No sabe que lo han seguido, que han visto todo lo que ha pasado. Pero se siente mal, todo le da igual.
Sin decir nada, en total silencio, Leo lo lleva hasta su casa y lo acompaña hasta el piso de Joaquín y Amanda. Le abre la puerta con el alambre.
Ambos ven petrificados a los padres adoptivos del pequeño de ellos dos, Antonio, y un chico alto muy delgado rubio con unos claros ojos azules que parece tener mucho sueño.
Adrián mira un segundo a Amanda, que llora.
  • ¿Dónde has estado? - pregunta primero con tranquilidad Joaquín, tiene los ojos hinchados y rojos.
  • Lo siento, yo no...
  • ¿Dónde? - pregunta ya con más firmeza.
  • En una discoteca.
  • ¡Creíamos que te habías escapado! - le grita Amanda llorando. Es la primera vez que le grita.
  • ¿Por qué has salido, sin avisar?
Adrián evita mirar a Leo, pero necesita su ayuda.
  • Porque era muy tarde.
  • ¡¿Pero cómo se te ocurre...?!
  • ¡Fue mí culpa! - dice de repente Leo, que da un paso hacia atrás - ¡Yo vine a buscarlo!¡Pero tengo que irme, no puedo hacerles esperar demasiado! - añade sin atreverse a mirar a los presentes a los ojos. Baja corriendo las escaleras y Adrián se queda solo.
  • ¿Hacer esperar a quién, Adrián?
  • A... unos chicos...
  • ¿Quienes son esos chicos? - pregunta preocupada Amanda, que da un paso al frente.
  • Son... ¿unos amigos?
  • ¡No habrás consumido drogas! - se exaspera Joaquín.
  • No... - dice Adrián sin mucha convicción. Ni siquiera él lo sabe. Ni cuánto ha bebido, ni qué.
Amanda suelta un gritito y se abalanza sobre él.
Le aprieta las mejillas con una mano y lo obliga a juntar mucho los labios. Luego le abre mucho un ojo separando con los dedos sus pestañas encima y abajo del ojo.
Finalmente, lo abraza, llorando. Le da un corto beso en la cabeza. Lo mece suavemente.
Sin darse cuenta, Adrián también está llorando.
  • Menos mal que estás bien – casi murmulla Amanda.
  • ¿Por qué lloras? - pregunta estropeando el momento Antonio.
La mujer lo aparta un momento y ve a su hijo adoptivo llorando ante ella.
  • ¿Qué ha pasado, Adrián?
***
María del Mar se acerca corriendo a ella. La abraza y le da dos besos. Almudena y el resto hablan un poco más lejos.
  • ¿Cómo os lo pasasteis ayer? - pregunto sonriendo la chica.
  • Uff...
  • ¿Fue mal? - empieza a preocuparse la chica.
África se da cuenta de que todas sus amigas la miran ahora, fijamente, otras con pena.
  • Cortamos.
  • ¿De verdad? ¿¡Por qué!?
Ya han llegado junto al resto.
Blanca también está allí. No parece ni feliz ni triste. Está seria. África se lo agradece, al menos no está contenta por su ruptura.
  • Dice que soy muy infantil.
  • ¿Infantil? - pregunta Almudena, confusa.
  • Sí. ¿Os lo podéis creer? ¡Dijo que no estaba suficientemente dotada! - dice señalando con un gesto a lo que se refiere.
  • ¿¡Qué dices!? - incluso Blanca parece sorprendida.
  • ¿Te lo dijo así, tal cual?
  • Bueno... dio un rodeo primero... no me lo dijo directamente. Pero a eso quería llegar.
  • Vaya pena... Con lo bonito que era lo vuestro.
  • Sí, bueno... - África mira disimuladamente a Blanca, que se acerca y la abraza.
  • Lo siento, en serio. Y también siento haber hecho todo lo que hizo. Supongo que me molestó que ya no se fijase en mí...
  • No te preocupes. Y volverá a fijarse en ti ahora.
  • Pero siento haberte hecho todo esto. Es que... te veía tan perfecta para él que me sentí demasiado mal.
  • Blanca... no te llego ni a la suela de los zapatos...
  • Es posible – bromea ella sonriendo – pero no soy tan buena como tú para él. Y de verdad que hacíais buena pareja. Es una pena. Y cómo yo he causado al menos la mayor parte de tu ruptura, ¿puedo hacer algo por ti?
  • Prometerme que no lo volverás a hacer.
  • Te lo prometo.
***
Amanda le acaricia el pelo con cariño. Lo observa dormir.
Cuando abre los ojos, la mira también. Sonríe débilmente. Ella le devuelve la sonrisa igualmente.
  • Buenos días – dice él estirándose bajo el edredón.
  • Buenas tardes – ríe ella.
  • ¿Qué hora es? - pregunta extrañado el chico.
  • Las cuatro menos cuarto de la tarde.
  • Vaya... ¿cuánto tiempo llevas aquí?
  • Desde las dos, creo.
  • ¿Mirándome?
  • Me gusta verte dormir.
Adrián sonríe. Le gusta Amanda, como persona, como madre. Hubiera sido un sueño nacer en aquella familia en lugar de en la suya.
  • Joaquín estuvo de acuerdo conmigo en que hoy no irías a clase. Hemos hablado y... vamos a llevarte a otro instituto, a uno donde ya estés acostumbrado a ir.
  • ¿A mi antiguo instituto?
  • Con una condición: no puedes faltar más a clase.
  • Antes me iba bien...
  • ¿Y qué hacías todos los días en lugar de estudiar.
  • Estaba con mis amigos.
  • ¿Los que te dieron drogas anoche?
  • ¡No! ¡Y ayer no tomé drogas!
  • ¿Ah, no? ¿Recuerdas algo de anoche?
  • Bueno. Me trajeron aquí después de estar muy poco tiempo en la discoteca – dice. Aunque no puede evitar que el recuerdo de aquel beso revolotee en su cabeza – y luego me acosté y me dormí.
  • No exactamente. Olvidaste la parte en la que vomitaste sobre Antonio y luego sobre el sofá, y luego en el baño...
  • ¿De verdad? - pregunta el chico asqueado.
Amanda sonríe y asiente.
  • ¿Antonio está bien?
  • Sí, sí – ríe ella – pero creo que le costará dirigirte la palabra en un tiempo.
Adrián ríe débilmente.
  • Lo siento...
  • No pasa nada – la mujer piensa unos segundos – Volviste muy pronto anoche de la discoteca. ¿Pasó algo tan malo como para volver solo a las doce?
  • Bueno... ¿os desperté al salir?
  • No. El chico de intercambio de Antonio, Philippe, te vio salir al estar él en la cocina bebiendo un baso de agua y despertó a Antonio, que nos avisó.
  • Vaya suerte la mía.
  • Sí... Pero Adrián, ¿pasó algo?
  • No. Solo... bebí mucho, era la primera vez que bebía tanto, porque no pagué ninguna copa. No sé quién lo hizo por mí. Una chica me ayudó a salir fuera y volvimos aquí.
  • ¿Y ya está?
  • Sí.
  • ¿Y por qué llorabas?
***
Leo enciende su portátil.
Abre una carpeta y ve treinta (aproximadamente) vídeos que hay allí.
Todos de lo mismo. El grupo.
Algunos de ellos solo tienen un solo. La mayoría de estos solos son de Adrián, de veces que han estado aburridos y él cantó cualquier cosa para alegrarlos.
Abre el primer vídeo que le llama más la atención.
Su amigo interpreta Rolling in the deep de Adele. Después se le añade Guille, con la guitarra. Y Alberto y Mario, a falta de sus instrumentos, le hacen los coros.
En un momento, la cámara solo graba a Adrián, él solo, cantando. Termina y sonríe ampliamente a la cámara, le sonríe a él.
Se culpa a sí mismo por todo. No debió llevarlo a la discoteca, no debió sacarlo de su casa y meterlo en semejante problema.
El vídeo que repite.
Todo está perfecto en el vídeo.
Sin pensarlo, lo sube a You tube. Allí solo ha colgado varios ensayos, nada importante.
Piensa en todas las veces que ha pedido a discográficas que aceptasen ver a Adrián y al resto, pero nunca aceptaron.
Realmente el momento de aquel bar antes de Navidad podría haber sido un gran salto. Pero ya no hay marcha atrás.
Entra en su cuenta de facebook, que más bien es la cuenta del grupo. Él se encarga de todo lo importante, como si fuera una especie de mánager.
Se pregunta que pasará si de verdad algún día una discográfica los acepta. Él desaparecería. No quiere eso, le gusta grabarlos, representarlos...
Borra el vídeo de You tube y borra la cuenta.
Se siente mal, pero no quiere perderlos, no puede.

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