jueves, 27 de diciembre de 2012

La oscuridad, la novedad y el engaño





Llena una última cuchara de cereales. Por fin ha terminado de desayunar. Se acerca el tazón a los labios y bebe lo poco de leche que queda. Sabe excesivamente dulce. Le encanta.
Su padre ve las noticias en la televisión.
Solo queda un día de clase.
Está algo preocupado por las notas.
¿Qué hay a primera hora? Lengua. Podrá charlar con África. Le viene bien desahogarse y ella es la persona indicada. Siempre lo escucha, lo deja terminar, nunca parece aburrirle. Eso es lo que la hace tan importante en ocasiones. Además, es simpática, una buena amiga. ¿Pero y si no viene a clase de nuevo? Ha faltado dos días. Estará enferma.

 - << ...La policía investiga el caso. Llevan dos días buscando a la niña de trece años desaparecida...>>
 - ¡Otra niña! - exclama su padre - ¡vaya sociedad en la que vivimos!
    Sale una foto de una chica de apariencia infantil, cabello castaño claro y ojos verdes. Sonríe. Tan adorable.
    Ernesto escupe la leche.

     - ¡Ernesto! ¿Qué haces? - le grita su madre asqueada, que está desayunando a su lado.

     - ¡Es ella! - señala la pantalla en la que hace solo unos segundos, la foto de África aparecía - ¡Es África!
    ***

      - Vaya...

     - ¿Qué pasa?

     - Tenemos un problema.
      Alberto se acerca a Leo y se sienta a su lado frente a la pantalla del ordenador.
      Un anuncio sale en la página web en la que están intentando comprar un micrófono para Adrián. Se denuncia un secuestro.

       - ¡Mierda! ¡No puede enterarse, se hundirá de nuevo!

       - Y no habrá concierto.

       - También.
        El teléfono móvil tiembla en su bolsillo.

         - Parece que los demás también lo han visto.

         - ¡Que no lo haya visto, por favor! - ruega en voz alta Leo.
        Alberto coge el teléfono. Es Guille.

         - ¿Lo has visto?

         - Lo he visto.

         - Lo están sacando en la radio y sale en carteles en la calle....

         - ¿Estás con él?

         - No, voy de camino con Mario.

         - ¡No puede enterarse de que le ha pasado algo, no podemos arriesgarnos a nada!

         - Ya. Pero ¿qué hago si se entera?

         - Si eso pasa, adiós a todo.
        ***
        Adrián se levanta.
        Sale de su habitación y entra en el baño.
        Una ducha caliente hará mejorar todo enormemente.
        Tarda cosa de diez minutos, porque no hay agua caliente. Tendrá que comprar butano la próxima vez que pase el camión.
        Se viste y va al salón.
        El teléfono suena. Se abalanza sobre él y lo coge.

         - ¿Diga?

         - Hola. Soy el director del instituto de su hijo.

         - Ah, hola – dice poniendo voz algo más grave.

         - Quería informarle de que su hijo no viene a clase.

         - ¿De verdad? No lo sabía.

         - ¿Le ha hablado de las notas?

         - No.

         - Vaya... Le aconsejo que lo haga - la voz del hombre no parece demostrar que cree de verdad que está hablando con un adulto.

         - Está bien.
        Le tiembla todo el cuerpo.

         - ¿Ha suspendido? - sigue preguntando Adrián con voz grave.

         - Todas las asignaturas le quedan pendientes.
        Le da un vuelco el corazón. ¿Realmente ha dicho “todas”? Tiene sentido. Es verdad que no ha ido más de dos días seguidos a clase y ya tiene seguro que va a repetir, puesto que piensa seguir así y no podrá recuperar todos los exámenes aunque quiera. Se salvó de no rehacer primero de bachiller porque aprobó casi todos los exámenes de septiembre y le hizo la pelota al director y a sus profesores.

         - ¿Señor?

        Adrián tose. 

         - Sí, sí.

         - ¿Está usted bien, está enfermo?

         - Sí, estoy algo resfriado.

         - Ya...

         - Bueno, ¿tiene algo más que decirme?

         - Adrián, ¿puedes pasarme con tu padre, por favor? - dice el director con seriedad.

        Lo sabía, estaba claro que no creía una palabra. 

         - No está, señor director.

         - ¡Qué pena! ¿No?- se enfrenta el hombre.

         - Sí.

         - ¿Y sabes dónde está?

         - La verdad es que no.

         - ¿Sabes que estás obligado a venir a clase? Hasta que termines 2º de bachillerato no puedes quedarte en casa. Es O-BLI-GA-TO-RIO, tu madre no firmo una tonelada de papeles afirmándolo para que tú hicieses lo que te da la gana.

         - Lo sé, señor director - la voz le tiembla. Aprieta los puños.

         - ¿Y porqué no viene usted a clase?

         - Porque no tengo tiempo.

         - ¿Puedo saber en qué pierde el tiempo?

         - No. No de momento. Será nuestro pequeño secreto...

        Puede imaginar como la cara de su director se vuelve roja de ira.

         - No se ría de mí. Pueden denunciar a su padre.
        Al oír eso, Adrián cuelga el teléfono y lo deja descolgado para que, si vuelve a llamar, no pueda hablar con nadie más que con el contestador.
        ***
        ¿Realmente acaba de pasarle? Tan solo unos días antes estaba ensayando su solo y, ni siquiera sin saber si horas o minutos, se había despertado en aquella oscuridad imperturbable.
        Por mucho que intenta siquiera ver qué es lo que hay frente a ella, no lo consigue.
        Maldice que se le cayese el móvil del bolsillo al entrar en el coche blanco.
        No tiene reloj, no tiene nada con lo que saber el tiempo que pasa, por lo que se hace una idea con la frecuencia con la que recibe comida de un hombre con un pasamontañas negro y una linterna con la que siempre la deslumbra.
        Tiene miedo, y frío. Y hambre y sed. Siente la lengua pesada y seca en la boca y la garganta inflamada de tanto toser. Puede que incluso tenga fiebre.
        Escucha unas pisadas. Por fin le traen algo con lo que calmar su sed. El hombre del pasamontañas aparece primero, seguido por otros dos más, que no hacen nada por esconder demasiado su identidad. Insensatos. No llevan más que unas bufandas que les tapan hasta la nariz.
        Se fija en que uno de ellos lleva una cámara y el otro una libreta y un lápiz.
        El hombre del pasamontañas la vuelve a deslumbrar, esta vez adrede. Cuando quiere darse cuenta, los dos otros están en cuclillas frente a ella y la miran atentamente.

         - Hola – dice uno de ellos.

         - Hola... - dice ella con voz cansada y en susurro. No se atreve a enfadarlos.

         - ¿Tienes sed, o hambre?
        Asiente.
        El hombre de la libreta le tiende un botellín de agua y varias galletas rancias, que le saben demasiado bien, debido a su necesidad imperiosa por llevarse algo a la boca.
        Bebe el agua rápidamente, olvidándose completamente de la buena educación que suele demostrar en compañía. Aunque ellos no son especialmente buena compañía, en realidad.

         - Bueno... África... - empieza a decir el de la cámara. Saben su nombre, la han espiado. Todo estaba planeado – vamos a hacerte un vídeo... - ¿Un vídeo? ¿Para qué y de qué quieren el vídeo? Empieza a asustarse – Solo tienes que decir una cosa muy simple, tienes que pedir una recompensa por ti.

         - ¿Una recompensa?

         - Sí. Para que puedas salir de aquí, tus padres, o quién sea, tendrá que pagar cierta cantidad de dinero.

         - Mis padres no tienen dinero... - dice con voz lastimera la chica.

         - Si no lo tuviesen no estarías aquí, niña – la hace callar el de la linterna.

         - ¿Has entendido lo que tienes que hacer? La recompensa son cinco mil.
        África asiente con miedo.
        Encienden la cámara y empiezan a grabarla, la luz le da de frente y le cuesta concentrarse.

         - Mamá... - dice evitando soltar alguna lágrima – estoy bien. No tienes que preocuparte – el hombre de la libreta le hace un signo para que siga hablando y vaya al grano – Solo quieren dinero. Cinco mil euros. Y... yo... No tienes que preocuparte, mamá.

        Apagan la cámara.

         - Bueno, bien hecho – dice el de la libreta, que escribe algo en una hoja – Tus padres son Ana y Fernando, ¿verdad?

         - Sí – dice ella muy seria.

         - Bueno. Esperemos por tu bien que lo tengan todo.
        ***
        Adrián se levanta, da vueltas por la habitación, intenta calentar la voz carraspeando, tosiendo, bebiendo agua... pero no lo consigue. Sigue teniendo la voz algo cortante. Después de todo...
        Pero no puede escaquearse, el concierto es hoy. Se estruja el cerebro buscando una solución.
        Ensaya algunas canciones. La letra, la sabe. Pero tiene problemas con la melodía y no consigue llegar a las notas más agudas. No es bueno.
        Leo aparece por la puerta.

         - Hola – saluda, muy serio.

         - Hola – corresponde sonriendo Adrián – ¿la puerta estaba abierta?

         - No, tu padre me ha abierto.

         - Ah. No sabía que estaba aquí.

         - Ya no está, estaba justo yéndose a no sé dónde del centro de la ciudad.

         - ¿Otra vez? Lleva una semana sin dejar de ir allí.

         - A lo mejor... está buscando trabajo.

         - O ha encontrado otro bar con mejor cerveza que el anterior.
        Leo no dice nada. Prefiere callarse. Aunque si tuviera que elegir entre las dos opciones, sería la segunda. Es la más lógica. Aunque desearía con todas sus fuerzas que fuese lo contrario.
        ***
        Inspira y da un paso al frente. La puerta, automáticamente, se abre al notar que hay alguien frente a ella. Entra.
        Se ha duchado tres veces, intentando esconder su continuo olor a alcohol, tabaco y vómito. Aunque él está ya acostumbrado y parece que Adrián también.
        Adrián... todo esto lo está haciendo por él.
        Solo espera conseguir su objetivo.
        Se acerca a la joven y esbelta mujer que hay sentada en la recepción del edificio.

         - Hola, venía a la entrevista de trabajo.

        miércoles, 19 de diciembre de 2012

        Desamor, soledad e infelicidad.

                                     Llega de nuevo a tiempo a clase, sus amigas le aplauden por ello y los chicos están algo
        sorprendidos, empieza a ser un record personal.
        Ella sonríe mientras se sienta en una esquina con sus amigas.
        Seis chicas, apretadas a más no poder en seis mesas para poder hablar con tranquilidad. El profesor
        de Matemáticas entra en clase unos minutos después.
            – Bueno – dice sentándose en su mesa, ligeramente más alta que la de sus alumnos – hoy os
                 daré las notas de la evaluación. Debo felicitaros.
        Toda la clase suelta un enorme suspiro de alivio. Buenas notas. Parece que finalmente, tendrán
        Navidad.
        El profesor enciende el ordenador y comienza a leer una a una las notas de los alumnos por orden
        de lista, añadiendo sus observaciones personales.
            – Ernesto... 8 – dice.
        África busca con la mirada al chico, pero no lo encuentra. Una oleada de tristeza la invade.
            – ¿Ernesto? - pregunta el profesor.
            – No ha venido – dice uno de sus amigos.
            – Ah, vale.
        La chica siente que recae. No ha venido... ¿Por qué? ¿Estará enfermo? ¿Y si le ha pasado algo?
        El profesor sigue hablando.
        De pronto, la llama.
            – 7. Pero África, creo que puedes llegar a mucho más, ¿de acuerdo?
            – Sí – dice ella muy seria. Su ritual de todos los años, los profesor le piden más, pero ella
                 piensa que hace de sobra, con un cinco le vale.
            – Blanca, 9. Perfecto.
        Todos la miran, unos atónitos, otros aplauden.
        África no puede evitar hacer una mueca de asco. Es tan perfecta... A pesar de ser una de sus amigas,
        siempre a sentido cierto malestar a su lado y eso pasó a ser odio cuando salió con Ernesto ¡tres
        veces! Y lo dejó ¡tres veces! Y ella tuvo que consolar a Ernesto ¡tres veces!
        Se siente mal, algo la reconcome dentro.
            – ¿Qué hay después? - le pregunta Blanca a su compañera de al lado.
            – Lengua.
        ¡Lengua! ¡Y no está Ernesto! Baja la cabeza. ¿Por qué ella?
        Blanca se gira hacia África.
            – África, ahora tengo que hablar contigo.
            – Vale – dice ella obligándose a sonreír. Ella le sonríe también.
                                                           ***
            – Sí, confirmamos nuestra asistencia, señor.
            – Me alegro...
            – ...Leo.
            – Leo. Me alegro mucho. Estoy seguro de que esto nos beneficia a ambos.
            – Claro, claro.
            – Bueno, nos vemos el 22 de diciembre, entonces.
            – Sí. Hasta entonces.
            – Hasta entonces.
        Leo sonríe a sus amigos.
            – Todo está listo.
        Todos están demasiado contentos. Incluso Adrián está con ellos. Están todos sentados en el suelo de
        su cuarto.
            – Adrián... - dice de repente Mario - ¿sabes dónde está tu padre?
            – No, la verdad.
            – Ah, vale.
            – Pero ayer volvió del centro algo triste. ¿Sabéis que hace?
            – ¿De verdad venía del centro? ¿Estaba borracho? - pregunta Guille.
        Adrián lo mira con cierta tristeza y enfado mezclados. Sí, su padre es un borracho, pero es su padre.
            – No, creo que no – dice con frialdad.
            – Bueno – dice Alberto mirando la hora – ya son las doce ... ¿ensayamos?
            – No creo que pueda cantar bien ahora mismo – dice Adrián.
            – Pero... el concierto...
            – Para el concierto, estaré preparado. Lo prometo.
            – Está bien, entonces, ¿qué canciones tocaremos? - le pregunta Alberto a Leo.
            – Yo pensaba en Locked Out Of Heaven, One heart with a million voices de New Empire y
                Paradise de Coldplay. Y en español, Solamente tú de Pablo Alboran.
            – ¡Perfecto!
            – Bueno, entonces, ¡nos vemos mañana para ensayar!
            – Bien.
            – Bien.
            – Vale.
        De uno en uno, todos van saliendo de la habitación de Adrián. Solo quedan Guille y él.
        Este, se acerca a Adrián y lo abraza unos segundos.
            – Lo harás bien – le dice sonriendo.
            – Gracias – sonríe igualmente el chico.
        Guille sale de la habitación.
        Adrián da un brinco de repente. ¿Guille lo ha abrazado? No puede creerlo, ¿Guille? Se siente raro,
        distinto, en forma de repente.
                                                         ***
        No pudieron hablar el día anterior, así que hoy, antes de entrar a clase, Blanca la agarra del brazo y
        la saca de la clase.
        Se apartan del resto de la gente, de los amigos y amigas, en ciento modo, están ellas solas en es tu
        pequeño mundo.
        Blanca mira hacia ambos lados y después de suspirar profundamente, dice con rapidez:
            – Tengo que decirte una cosa...
            – Ya. ¿Qué?
            – Es una pregunta...
            – Dime – dice África sonriendo.
            – ¿Te... te gusta Ernesto?
            – ¡¿A mí?! - intenta que no se note que tiembla - ¡Pues claro que no! ¿Qué se te pasa por la
                cabeza? ¡Con lo borde que es a veces!
            – Ya...
            – Y me hizo llorar...
            – ¿Fue él, él se metió contigo?
            – Sí.
            – Ah. Bueno. Entonces... ¿no te gusta?
            – No.
            – ¿Estás segura?
            – MUY segura, tranquila. Pero... ¿por qué?
            – Pues... es que... estoy pensando en recuperarlo.
        Ya está. La pequeña llamita de odio a vuelto a encenderse, se está convirtiendo en un incendio.
            – ¿Otra vez? - le tiembla la voz. Tose, para esconderlo y se aclara la voz así – Sinceramente,
                Blanca... ¿no te cansas?
            – ¿De qué, de quererlo?
            – ¿Lo quieres?
            – Sí. Y esta vez va muy en serio, África. Pienso durar, quiero estar con él, si puede ser, para
                siempre.
            – Blanca... solo estamos en segundo... ¿no es un poco pronto para comprometerme?
            – Pues sí, pero ¡qué se le va a hacer!
            – ¿¡No estarás pensando en casarte con él!?
            – Sh... Baja la voz. Y... no sé, eso depende de él...
            – ¿Qué? Pero...
            – ¿Crees que aceptará salir conmigo?
            – Pues... no sé que decirte, no soy él...
            – Pero últimamente hablas mucho con él, ¿no?
            – ¡No! Y no me habla de ti.
        Ha soltado la bomba. Se siente mal y bien al mismo tiempo.
        Blanca da un brinco.
            – Bueno – sonríe pícara – conseguiré que lo haga.
        Se obliga a sonreírle, pero tiene ganas de llorar. Se le ha encogido el corazón. Está perdiéndolo.
        Totalmente.
        Ambas entran en clase y se separan ya dentro.
        Una chica se acerca a ella sonriendo.
            – Hola – dice y le dedica una perfecta sonrisa.
            – Hola – contesta África algo brusca.
            – ¿Te pasa algo?
            – Sí, que todavía faltan dos horas – se queja, como escusa, aunque en cierto modo es cierto.
                Quiere salir de allí, quiere olvidarse de lo que acaba de vivir y de lo que acaba de ver:
                Blanca a pasado junto a Ernesto y él le ha mirado el trasero. A querido morir.
        Alguien grita entonces que el profesor está llegando y todos se apresuran a sentarse. El profesor de
        inglés aparece por la puerta, demasiado sonriente para ser un profesor. Es de los pocos profesor
        comprensivos que hay.
            – Hola a todos – dice alegremente.
            – Hola – contestan todos a coro.
            – Bueno, Pablo, siéntate con Ma del Mar, Juan, con Ramón y tú, Ernesto, con África.
        El corazón le da un vuelco. Mira a Ernesto, que se acerca a ella arrastrando la mochila y con el
        estuche y la libreta en una mano.
        Se sienta a su lado.
            – Hola – dice sonriendo.
            – Hola – contesta ella.
            – No nos hemos visto hoy apenas, ¿verdad?
            – Verdad.
            – Bueno... ¿qué te cuentas?
            – Pues nada. ¿Y tú?
            – ¿Puedo contarte un secreto?
        El profesor empieza a dar la clase.
            – Creo... que... me está empezando a gustar Blanca.
            – ¿¡Qué!?
            – ¡África, ¿puedo saber porqué grita usted?! - dice el profesor mirándola. Toda la clase clava
                sus miradas amenazadoras en ella.
            – Esto... lo siento, profesor...
            – Salga de la clase, por favor. Y gracias por demostrarme lo mucho que le interesa la clase.
        Sale del aula, se apoya en la pared y se deja caer hasta quedar sentada en el suelo. Entierra la cara
        en las rodillas y allí, llora en silencio hasta que la hacen entrar de nuevo en clase.
        Sale de casa apresurada. Tiene ensayo de coro y llega tarde, el ensayo ya ha empezado.
        <<Corre, corre, corre>> , piensa para sí misma.
        La carpeta rosa con las partituras se le caen al suelo.
        Se apresura a recogerlas, pero como tiene mucha prisa, las aprieta contra sí y sigue corriendo.
        Llega jadeando y sudando al ensayo en el auditorio del pueblo.
            – ¡África, ya creía que no venías! - dice el director del coro, que le señala su sitio – Caresse
                sur l'océan .
        Se sabe la canción de memoria.
        Deja la carpeta y las partituras, arrugadas y dobladas sobre un banco cercano y se coloca junto a sus
        compañeros.
        Un chico le sonríe y ella lo imita.
            – Buena suerte – le dice.
            – Gracias – le contesta susurrando ella.
        Llega el momento de su solo, da un paso al frente y empieza a cantarlo.
        Los demás le hacen los coros.
        Por un momento, se olvida de todos y de todo. Solo piensa en que, dentro de tres días tiene
        concierto, en el que va a hacer el solo delante de al menos ochenta personas. Siente un escalofrío
        recorrerle la espalda, por suerte justo cuando tiene un silencio. Vuelve a cantar. Nota que va a
        desafinar y canta la nota algo más grave. El director la mira, pero sigue dirigiendo. Eso quiere decir,
        que después tendrá una clase particular para ella para hacer perfecto el solo.
        Bueno, al menos así puede distraerse.
        Después de ensayar el solo al menos diez veces durante media hora con el profesor, se despide y
        llama a su madre al móvil.
            – ¡Hija! ¿Dónde estás?
            – Estoy llegando. Me he quedado más tiempo en el ensayo.
            – Vale. Pero ven rápido, que ya es muy tarde, vaya a pasarte algo...
            – Ni que fuera a haber un asesino suelto.
            – Nunca se sabe. No vemos en casa. No tardes.
            – No. Hasta luego.
        Sale del auditorio en silencio.
        Hay un coche inmaculadamente blanco en la entrada. Está arrancado y dentro hay dos hombres,
        pero el coche está parado. Estarán esperando a alguien.
        Su madre tiene unas ocurrencias tan extrañas, que acaba asustándola salir sola a la calle.
        Sonríe para sí mientras se aleja de la plaza y del coche blanco.
        Anda lentamente, con pesadez.
        Ernesto vuelve a ocupar su cabeza. Hoy, sus esperanzas se han apagado como una vela en una
        tormenta.
        La calle está a oscuras. Algún imbécil habrá roto las pocas farolas que hay en toda la calle. O puede
        que se haya ido la luz.
        En todo caso, la asusta.
        Su casa está ya cerca, pero no quiere parecer desesperada, ni hacer el ridículo por si alguien la ve y
        anda con normalidad, evitando pisar excrementos de perro y con los demás sentidos totalmente
        agudizados.
        Una luz la deslumbra.
        Se da cuenta entonces de que está andando por la carretera en vez de por la acera.
        El coche se acerca a ella demasiado rápido. La va a atropellar. Quiere correr, pero no puede
        moverse. Ni siquiera respira. Cierra los ojos cuando el coche está tan cerca, que puede ver la cara
        del conductor, que frena al verla.
        Piensa que está muerta cuando siente un tirón, un golpe. Pero abre los ojos.
        Está dentro de un coche, la calefacción está puesta y la tapicería es realmente cómoda. Hay un
        hombre a su lado y otro conduciendo.
        El primero, le pone un pañuelo en la boca. Sabe mal, muy mal. Somnífero.
        Empieza a ver borroso. Solo distingue manchas, los colores desaparecen.
        Empieza a cerrar los ojos lentamente. El somnífero actúa rápido.
        Justo antes de dejar caer su cabeza sobre su hombro y el hombre la sujete para que no se golpe, ve
        el color del coche.
        Blanco, blanco inmaculado.

        jueves, 13 de diciembre de 2012

        Repentina felicidad. Repentinos celos.

                                 
            – Escúchame muy bien, se acabaron la televisión e internet.
            – ¡Y el móvil! - añade su hermana mayor, que está sentada en el sofá leyendo una revista.
            – ¡Ah, claro, y el móvil!
        África le lanza una mirada asesina a su hermana mayor, que le corresponde con una sonrisa burlona.
            – Pero mamá...
            – ¡Pero nada, a tu cuarto!
        La chica corre a su cuarto. Con ganas de gritarle al viento que no fue su culpa, que fue culpa del
        chico que la distrae con solo moverse, con que la mire de reojo, con que la salude... eso la distrae
        tanto, que se pierde en alguna parte de su cabeza.
        Pobre tonta, piensa en voz alta.
        Se tumba sobre la cama y saca el móvil del bolsillo. Al menos, lo tendrá esta tarde.
        Entra en tuenti.
        Ernesto está conectado.
            – Mi madre se ha enterado de la nota de lengua – le dice.
            – Hola a ti también.
        En otras circunstancias, hubiese reído, pero no es el momento. Seriedad.
            – ¿Me has entendido?
            – Te he entendido. ¿Qué tal?
            – Ernesto, en serio, la has cagado bien...
            – Vale, vale. Lo siento. Pero ¿qué quieres que haga?
            – Pues no sé.
            – Ahora ya sabes que no debes prestarme nada nunca más.
            – Lo tendré en cuenta siempre.
            – Eso espero.
        Durante un tiempo, ninguno dice nada.
            – Pero no te preocupes – le dice él – te recompensaré de alguna manera.
            – No voy a dejar que compres nada.
            – ¿Por qué?
            – No hay dinero para caprichos. Déjalo, da igual.
            – No, no da igual. Te recompensaré.
            – ¡No compres nada!
            – No tengo porqué comprar nada, ya te lo dije en clase.
            – ¿Qué?
            – No tiene que ser algo comprado... puede ser mucho más... algo que llevas queriendo mucho
                tiempo...
        ¿Indirecta? Quizá. Pero hay que pensar mucho para darse cuenta. Seguramente no lo sea.
            – No te entiendo – le dice, para intentar aclararse.
            – Que no tiene porqué ser algo material. Quiero decir, hay cosas más importantes que eso.
            – ¿Y que vas a hacer?
            – Te lo dejará Papá Noel bajo la almohada.
            – Eso es el Ratoncito Pérez.
            – Da igual. Lo tendrás el veinticinco de diciembre y si no, el seis de enero, para los Reyes
                Magos.
            – Está bien...
            – Estoy seguro de que te gustará – añade un emoticono con una sonrisa.
            – ¿De verdad?
            – De verdad. ¡Y solo queda una semana para las vacaciones! Ya verás....
            – Sí, ya veré – añade un guiño – tengo que irme. Hasta luego cielo.
            – ¿Cielo?
            – ¿Qué pasa? - pregunta ella, olvidándose de que escucha los pasos de su madre subiendo las
                escaleras.
            – Nunca me has llamado cielo.
            – Se lo digo a mucha gente. Hablamos tan poco...
            – A vale.
            – Sí. Bueno...
        Su madre abre la puerta de la habitación. África se apresura a esconder el móvil bajo la almohada.
            – ¿Vas a cenar?
            – No, no tengo mucha hambre.
            – ¿Seguro?
            – Sí. Pero ¿qué hay?
            – Sopa.
            – No, hoy no como.
        La mujer sonríe, pero se da cuenta de que esconde algo y entra. Se acerca a su hija y levanta la
        almohada.
        No hay nada.
            – ¿Qué pasa mamá? - le pregunta la chica, intentando no parecer nerviosa.
            – Nada. Por cierto, tienes que darme el móvil.
            – Lo necesito para mañana.
            – ¿Para mañana? ¿Para qué? Si puede saberse.
            – Pues porque... tenemos que hacer un trabajo para este viernes y, a lo mejor me voy hoy a
                casa de alguna amiga para hacerlo. Tendré que llamaros para avisar.
            – Mmm... está bien. ¡Pero estás castigada sin televisión ni internet, tu padre acaba de
                desconectar el ruter!
            – Vale... - dice ella con pesadez.
            – Bueno, buenas noches – se despide su madre. Le da un beso en la mejilla.
            – Buenas noches, mamá.
        En cuanto su madre su madre sale de su habitación, saca el móvil de detrás debajo del edredón.
        Suerte que la cama estaba echa y que no se ha notado el movimiento que hizo para esconder el
        móvil ahí.
        Ernesto ha escrito algo.
        Ella está desconectada porque no tiene señal de internet.
            – Buenas noches, cielo, hasta mañana – se despide él.
        Una enorme sonrisa se dibuja en su cara. Se ha olvidado de las malas notas, de la pelea con sus
        padres, del enfado con su hermana... de todo.
        Ernesto. Simplemente es perfecto.
        Suspira y se deja caer sobre la cama.
                                                         ***
        Todos lo miran dormir.
        Ha mejorado.
        Ya no llora, pero de nuevo, la puerta de la casa estaba abierta y su padre no está.
        Estará bebiendo.
        Sienten cierto miedo por el chico, ya que si la policía o la seguridad social descubre cómo es el
        padre de su amigo, lo separaran de él y, por tanto de ellos.
        Alberto quiere ir con él, pero Leo lo detiene.
            – No, déjame a mí. Es mi culpa que esté así, quiero arreglarlo.
            – Claro.
        Alberto se aparta y deja pasar a Leo, que se acerca vacilante a Adrián.
        Los demás salen de la habitación para darle algo de intimidad. No es fácil pedir disculpas delante de
        vigilantes miradas.
            – Adrián – lo llama sacudiéndolo suavemente.
        En seguida, el chico abre los ojos, de un claro marrón o verde, extraños pero extremadamente
        bonitos.
            – ¿Leo?
            – Hola – dice su amigo. Sonríe.
            – Hola.
        Adrián hace un enorme esfuerzo y se sienta sobre la cama. Leo lo imita a su lado.
            – ¿Qué has venido a hacer aquí? - le pregunta sin ser borde Adrián.
            – A ver cómo estabas...
            – Estoy bien, gracias. ¿Y tú?
            – Dando saltos.
            – ¿Por qué?
            – Tengo una muy buena noticia.
                                                          ***
            – No sé...
            – Blanca, no te preocupes, a ella no le gusta Ernesto. Me lo hubiese dicho.
            – Ya, pero ¿no la has visto, cómo se comporta con él?
            – Constantemente, y, se comporta igual que con todo el mundo.
            – No.
            – Y, de todas maneras, no te ofendas, pero ¿a ti que te importa? Tú cortaste con él.
            – Pero...
            – Blanca, escúchame, puedes conseguir a cualquiera, ¿por qué él?
            – Pregúntaselo a tu amiga, a ver.
            – ¡A África no le gusta Ernesto!
            – Yo creo que sí.
            – Bueno, da lo mismo, si dejó de gustarte hace casi un año, ¿por qué ahora vuelve a gustarte?
                No tiene sentido. Lo hiciste sufrir ya una vez...
            – Pero...
            – Blanca, te dejo, que voy a cenar. Un beso.
            – Igualmente. Adiós, Almudena.
                                                          ***
            – ¡¿En serio?! - Adrián está sorprendido.
            – Sí. No es una discográfica, pero ya es un comienzo. ¡Van a empezar a conoceros!
            – ¡Qué bien! ¡No me lo creo!
            – Pues créetelo. Pero hay una cosa...
            – ¿Hay una mala noticia?
           – ¡No, claro que no! Bueno, de momento – Adrián espera que Leo siga hablando – quieren
               que les confirmemos la asistencia mañana mismo.
           – ¿Y?
           – ¿Puedes cantar?
        Adrián da un brinco. ¿Puede? En realidad, no está seguro.
           – ¿De cuánto dinero estamos hablando?
           – Dijo que depende. Si es un buen concierto, puede que más de veinte por persona.
           – ¿Cuánto duraría un buen concierto?
           – No sé... una hora o así.
           – Uff. Habría que prepararlo. ¿Cuándo es el concierto?
           – La semana que viene. Pero no es concierto, solo tocaréis en un bar.
           – Es verdad, solo es en un bar...
           – Pero eso está muy bien... es un buen comienzo. Piensa que os vio en Youtube y le encantó.
           – Sí...
           – ¿Podrás?
           – Podré.

        miércoles, 5 de diciembre de 2012

        La decisión, la felicidad y la tristeza

                                     
        Adrián sigue durmiendo.
        Guille lo observa apoyado en el marco de la puerta. De momento, no llora. Es uno de los pocos
        momentos en los que no lo hace durante ese día.
        En cierto modo, parece un bebé, dolo llora y duerme. Aunque no come, ni bebe, por mucho que sus
        amigos lo intentan.
        Los demás están hablando con el padre de Adrián en la cocina, que ha llegado borracho justo
        cuando la limpiadora había terminado de limpiar.
        A él le han ordenado vigilar a su amigo.
        No hay mucho que vigilar, simplemente duerme.
        Tiene curiosidad de saber lo que le están explicando al padre del chico. De puntillas, va hasta la
        cocina.
          – ... Por eso, le pedimos, que busque trabajo.
          – ¡Pero es muy difícil!
          – Si no trabaja, le quitarán a su hijo.
          – ¿Y?
          – Pues no volverá a verlo.
          – ¿Y?
          – Que se quedará solo.
          – Ya estoy solo. No os dais cuenta. Desde que su madre se fue estoy solo.
          – Lo tiene a él.
          – ¡Sí, una cosa! Lo único que hace es lloriquear y dormir.
          – ¡Y usted solo bebe!
          – ¡Porque lo necesito!
        Todos los chicos lo miran tensos, con los nervios a flor de piel. Están realmente incómodos.
          – Escuche – le dice Alberto apoyándose en la mesa -, está pasando por un mal momento. Todo
             volverá a la normalidad cuando todo sea bonito a su alrededor. Debe buscar un trabajo,
             mostrarle que es capaz de mantener a una familia, por muy pequeña que sea. Como hacía su
             mujer.
          – Su madre se fue sin explicaciones.
          – Sí... bueno... - hicieron una pausa tensa – busque trabajo y todo irá bien. Sino, se meterá en
             problemas más graves que en los que está ahora. ¿Lo hará?
          – ¿¡Puede saberse quienes sois vosotros para decirme lo que tengo que hacer!?
          – Pero, señor...
          – Nada, nada. Todos fuera de mi casa – explotó el hombre levantándose.
        Salieron entre atropellos y empujones de la casa. Seguidos de Guille, que se había olvidado
        completamente de Adrián.
        El hombre suspiró.
        Salió de la cocina, que estaba más limpia que nunca y fue a la habitación de su hijo.
        Entró.
        Estaba dormido, o al menos lo parecía. Con la cara tapada hasta los ojos.
        Su respiración era algo irregular. ¿Por qué? Lloraba.
        No quiso acercarse más y salió de la habitación con la misma rapidez con la que había entrado.
        Sí, buscaría un trabajo.
        ***
        Enciende el móvil. Es tarde, pero no consigue dormir y sabe que alguna de sus amigas estará
        conectada a Washap.
        Busca entre sus conectados. Alguien le habla. Ernesto.
        Tiene curiosidad y entusiasmo al mismo tiempo, ¿qué le dirá? Enrojece aunque él no está delante.
           – Hola – escribe simplemente él – no te vayas, por favor. Espera, voy a llamarte.
        Quiere decirle que no, que es muy tarde.
        Pero Die Young, de Ke$ha empieza a sonar. Demasiado tarde, ya la está llamando.
        Se apresura a contestar.
           – Ernesto...
           – ¡África!
           – ¿Qué quieres? - dice ella con pesadez.
           – Mira, que lo siento mucho, de verdad. Que no quería hacerlo...
           – Ernesto, que...
           – No, de verdad, que lo siento muchísimo – suena realmente arrepentido. ¿Qué hacer?
           – Ernesto, ya está, ya te he perdonado.
           – ¿De verdad?
           – Bueno... - él espera a que ella termine de hablar - ¿por qué lo hiciste?
           – Los chicos...
           – Está bien, no sigas.
           – ¿Estás enfadada?
           – No... pero, por favor, no vuelvas a hacerlo. Simplemente eso.
           – Ok.
        Ella ríe.
        Ernesto sonríe al otro lado, si ha reído, realmente no está enfadada.
           – Bueno, buenas noches, entonces – dice él.
           – Buenas noches.
        África sonríe y apaga el móvil.
        Todo es tan perfecto, demasiado. Ríe a carcajadas, es demasiado extraño...
        Tiene que taparse la boca porque no quiere despertar a sus padres.
        Respira hondo y deja el móvil sobre la mesilla.
        Duerme aún sonriendo.
        ***
        Al día siguiente, entra en clase. A primera, lengua. No está mal.
        El profesor entra, todos se callan. Ernesto le ha sonreído, ella le ha devuelto la sonrisa. Es tan
        guapo...
           – Bueno. Ya tengo pensada la fecha para el examen – dice el profesor. Todos sacan sus
              agendas – el lunes, el próximo día.
           – ¡El próximo día!
        Toda la clase exclama en gritos de horror, enfado y resoplos. El profesor los hace callar dando unas
        palmadas.
           – Tendríais que haber estado estudiando todos los días, no debería haber ningún problema.
           – Pero profesor es muy difícil de estudiar y es muy largo...
           – Para algo os di unos apuntes – dice el profesor.
        Todos los alumnos están tan preocupados y estresados en ese momento que África no nota que
        Ernesto le está tocando un brazo con una mano.
        La llama al ver que no reacciona.
        Ella lo mira de golpe.
           – ¿Puedes dejarme tus apuntes para que los fotocopie en el recreo? - le pregunta.
           – Claro – dice ella tendiéndoselos.
        Él sonríe, conforme.
        ***
        Adrián se sienta sobre la cama y bosteza.
        Agacha la cabeza y sale de su habitación arrastrando los pies.
        Da un brinco al ver que todo a su alrededor está extremadamente limpio. No hay nadie en casa. Eso
        le extraña algo más.
        Va a la cocina, pero no tiene hambre así que vuelve a su cuarto. No tiene ganas de hacer
        absolutamente nada. Aún sigue teniendo ganas de llorar.
        ***
        Última hora.
        Sale feliz por la puerta del instituto.
        Ernesto le ha dedicado varias sonrisas en cada una de las clases, aunque ha sido algo deprimente ver
        como tonteaba con su ex, que además de ser amiga de ella, tonteaba también con él.
        Pero hoy a recibido ración triple o cuatriple de lo que solía recibir antes. Sonrisas, miradas y risas.
        Nada mejor para empezar.
        Sigue pensando en lo bueno que ha sido el día cuando de repente, se cruza con un hombre que corre
        cuesta abajo jadeando y sudando.
        Se aparta para dejarlo pasar.
        Ese hombre le da bastante asco.
        Huele a alcohol y a sudor al mismo tiempo. Va vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta
        blanca ya manchada.
        Se estremece. Está segura de que es un borracho que, desesperado, busca trabajo o dinero. Lo sabe
        porque tiene la cara roja, propia de los alcohólicos y huele muy, muy fuerte.
        Tiene suerte de no conocer a nadie así.
        Sigue andando y llega a la parada.
        El autobús llega poco después.
        Sube y se sienta en un asiento del principio. Es el único que hay libre.
        Se sienta y recuerda que tiene examen de lengua el lunes. Tiene todo el fin de semana, pero no
        piensa perderlo estudiando.
        Saca la carpeta donde normalmente lo lleva todo.
        Busca los apuntes.
        No están.
        ¿Dónde están? ¿¡Dónde están!?
        Nada, no aparecen.
        Entonces lo recuerda.
        Ernesto. Se los dejó a Ernesto.
        El muy imbécil no se ha acordado de devolvérselos.
        Mierda, mierda, mierda.
        Primero Sinsajo y ahora los apuntes.
        Ya lleva dos días desesperada buscando ese libro, además había que añadirle un suspenso.
        Así está claro que va a quedarse sin regalo de Navidad.
        Al llegar a su casa, se sienta en el sofá, móvil en mano. No está sola. Su madre bebe café antes de
        volver a salir de casa para trabajar y su padre estará a punto de despertarse de la siesta.
        Le escribe un mensaje a Ernesto, pero no lo mando. ¿Y si queda muy ridículo? Lo lee y lo relee,
        pero no quiere parecer una estúpida empollona... pero sin los apuntes...
        Bueno, aunque lo llame o le envíe un mensaje no va a conseguir los apuntes de nuevo, ¿o sí?
        Sube a su cuarto y llama a Ernesto.
           – Está llamando a Ernesto, o sea, yo. Gracias, pero no puedo cogerlo ahora o no estoy
              disponible. Adiós, buenas noches, buenas tardes o buenos días.
        Probará mañana, sabe que Ernesto está muy ocupado los viernes. Hoy mismo le ha comentado que
        tiene un partido importante.
        Bueno, solo un día.
        En todo el fin de semana no ha estudiado apenas nada. Ernesto no le ha cogido el teléfono ni una
        sola vez. Pero no puede enfadarse...
        ¡Va a suspender!
        El examen es a segunda hora.
        Ernesto aparece por la puerta del instituto.
        Va hacia él y le pega en el brazo con la menor fuerza que puede, evitando parecer algo marimacho.
        Él la mira sin entender.
           – Imbécil – lo insulta - ¡te llevaste mis apuntes!
           – Ah, es eso – dice él sonriendo.
           – Eres gilipollas, en serio.
           – Pero yo...
           – Pero nada, no he podido estudiar, tonto.
        Él no dice nada. Toca el timbre.
        Solo una hora...
        Vuelve a casa con la idea del suspenso en la cabeza.
        El profesor de lengua dice que tendrá las notas para mañana.
        Todo se ha estropeado, y mucho.
        Va a quedarle lengua, y quizá francés.
        Está segura ya, no tendrá Navidad siquiera.
        ***
        Lengua a primera. Se sienta en su sitio.
        Todos esperan con impaciencia la nota.
        El profesor entra en clase, está serio, bueno, como siempre.
        Abre su libreta.
           – Tengo los exámenes – todos resoplan – diré las notas al final de la clase. Sacad vuestros
              libros.
        Toca Literatura. El profesor suele leer él mismo las poesías, ya que las sabe de memoria.
        Muchas veces a merecido más de un aplauso, pero por miedo, nadie lo hizo.
        África tiene los brazos cruzados sobre la mesa, con la cabeza apoyada en ellos. Ernesto la imita.
        Él la mira unos segundos.
        Están tan cerca...
        Le devuelve la mirada.
           – Subrayar la segunda línea – dice el profesor.
        África coge un lápiz y subraya lo dicho.
        Ernesto la mira aún más fijamente ahora.
        Ella lo mira a él.
           – Tienes uno ojos preciosos – dice.
        Ella sonríe, pero ha estado a punto de caerse de la silla.
        ¡Se ha fijado en ella! Quiere morirse, le va a dar un ataque de lo rápido que le late el corazón.
        Lo mira. Sus ojos se detienen en sus labios. Tan perfectos...
        Una imagen en su cabeza, seguramente un sueño, aparece. Ernesto y ella se besan. Siente un
        escalofrío.
        Sería perfecto si eso ocurriese.
           – Bueno, ahora las notas – dice el profesor.
        Ellos dos dejan de mirarse y se tensan. Se sientan correctamente.
           – Elena, 7; Carlos, 5 y medio...
        Llega a África.
           – África, 3.
        Ella da un brinco. Se tapa una boca. Tiene ganas de llorar.
                 – Ernesto, ocho y medio, felicidades.
        ***
        Se obliga pensar.
           – One heart with a million voices, one day it could all be gone...
        ¿Qué viene después? No se acuerda.
        Todas las canciones le recuerdan a África y ahora no recuerda la letra de ninguna. Pero esa canción
        es su preferida: One heart, million voices de New Empire.
        Suspira.
        Realmente está mal. Está muy mal.
        ***
        Naturales.
           – ¿Qué te ha pasado en el examen de lengua? - le pregunta uno de los chicos, que está sentado
              a su lado.
           – Que ese imbécil – señala a Ernseto, que está sentado delante – se llevó mis apuntes.
           – ¿¡Te llevaste sus apuntes!?
        Ernesto asiente, divertido.
           – Eres imbécil.
           – Ya ves – dice ella – por tu culpa, me he quedado sin regalo de Navidad.
           – ¿Qué? - Ernesto se torna serio.
           – Gracias a ti, me quedo sin móvil nuevo. Pues me lo vas a comprar tú.
           – ¿En serio?
           – Sí.
           – Te recompensaré
           – ¿Perdón?
           – Te recompensaré, lo prometo – dice él sonriendo.
        Primero estaba feliz por la miradas que se habían lanzado en lengua, luego triste por el suspenso y ahora está realmente alegre.
           – Ernesto... no lo decía en serio. No hace falta que compres nada...
           – No, no es justo que te quedes sin nada por mi culpa. Y de todas formas, no tiene porqué ser comprado - sonríe pícaramente.
           – Esto...
           – ¡Los del fondo, dejaos de tonteos!
        Toda la clase ríe.
        Ernesto se da la vuelta y África enrojece.
        Todos la miran divertidos salvo Blanca, la repetidora de la clase y la ex-novia de Ernesto.


        martes, 4 de diciembre de 2012

        Dos chicos, un chica y lo que hay entre ellos

                                   
        Llueve.
        Está encerrado en su cuarto mirando por la ventana.
        Su móvil lleva sonando más de quince minutos. Son los chicos, lo sabe, pero le da igual.
        Sigue mirando la lluvia.
        Tiene su cuaderno de pentagramas en la mesa, y un bolígrafo en la mano derecha.
        Enciende la radio.
        Suena Locked Out Of Heaven de Bruno Mars.
        Quiere sonreír pero no puede. Quiere cantar, pero de repente, tiene miedo. ¿Miedo de qué? Ni siquiera él lo sabe.
        Le duele todo: le duele la cabeza, le duelen los huesos, le duele el corazón.
        Va a repetir curso. Lo sabía, pero no lo había asimilado. Aunque es bastante normal si falta a clase día tras día.
        Se siente mal, muy mal.
        Su padre acaba de levantarse. Escucha sus pasos lentos y pesados por el pasillo. Está otra vez borracho.
        Suspira.
        ¿Por qué bebe su padre? Él piensa que para olvidar las penas. ¿Y si él bebe, ahogará las penas en el alcohol?
        Quizá.
        Le da igual hacer lo que sea, con tal de quitarse ese peso de los hombros.
        Se levanta y abre la puerta. Su padre está en la cocina, lo escucha beber.
        Cuando va a entrar en la habitación, ve a su padre, tambaleándose mientras bebe cerveza a morro de la botella.
        Se estremece. No quiere convertirse en eso.
        El hombre se cae al suelo y grita algo ininteligible. Entonces ve a su hijo, lo mira con ojos rojos y vidriosos.
        Adrián corre a su habitación y cierra la puerta, daría lo que fuese por una llave o un pestillo en ese momento.
        Su padre sigue gritando. Se hace un ovillo en una esquina y se tapa los oídos mientras intenta pensar en otra cosa.
        Pero en lo único en lo que puede pensar es en África.
        Tiembla, puede que delire. ¿Está enfermo? Ve borrosa su propia mano.
        Se arrastra cansado hasta la alfombra y se deja caer en ella.
        Allí, llora hasta dormirse.
        ***
        África saluda a todas sus amigas. Ernesto está junto a ellas.
        Toca música a primera hora.
        Los niños le aplauden por haber llegado pronto. Ella les saca la lengua.
        Ernesto la mira.
            – ¿No estarás enfadada todavía, verdad?
        Ella alza las cejas y mira hacia otro lado.
        Él la agarra por los hombros y la sacude.
            – ¡Perdóname, perdóname, perdóname!
        Ella ríe enormemente.
        Todo el mundo está entrando en clase. Solo quedan en el pasillo, Almudena, ella y Ernesto.
        Almudena sonríe, África ríe y Ernesto grita lo mismo continuamente.
        La profesora les grita desde la clase:
            – ¡Dejad de haceros manitas y entrad en clase!
        Toda la clase ríe mientras ellos entran avergonzados y rojos.
            – ¿Vas a perdonarme? - le pregunta al oído Ernesto.
        Ella lo mira, pero no le contesta, se sienta.
        ***
            – ¿Qué le pasa? - grita desesperado Alberto - ¡llevo llamándolo más de media hora!
            – Es mi culpa, creo que la “cagué” - dice Leo comiendo Doritos.
            – ¿Qué hiciste?
            – Le dije que tenía que madurar, que no volvería a verla.
            – ¡Tío!
            – ¿Qué?
            – ¡Te has pasado mucho, a él de verdad le gusta ella!
            – Ya, lo sé. Pero estoy seguro y todos lo estaréis, en que solo tenía ojos para Guille.
        Todos lo miran. Él se encoge de hombros.
            – ¿Me vais a echar en cara el que sea irresistible?
        Alberto le tira un dorito a la cara. Guille hace una mueca de asco y se peina con una mano su lacio,
        perfecto y rubio cabello manchado de doritos.
            – ¡Qué asco!
            – Uy, perdona, princesa.
        Guille se levanta y le pega una patada.
        Alberto se levanto a su vez y se dispone a pegarle a su primo, pero Mario los interrumpe.
            – ¡SENTAOS DE UNA VEZ! - les grita.
        Todos lo miran extrañados.
            – Bueno – le dice Alberto a Guille – promete que no te fijarás en ella.
            – Está bien – dice él sin ningún interés.
            – Tendrás que ser maleducado con ella, frío y distante...
            – Si soy así le gustaré más aún.
            – Tienes que ser odioso, Guille, ¿entendido?
            – Entendido.
            – Está bien. Si no ha llamado dentro de una hora, iré a su casa a verlo.
        Termina la clase de música. Ernesto la mira. Nota su mirada clavada en su nuca. Sonríe, está
        consiguiendo lo que le ha costado dos años preparar. Realmente está feliz.
        Recoge sus cosas y sale de clase. Almudena corre hacia ella y suben juntas las escaleras, en silencio, ninguna habla, pero se sonríen al separarse para entrar en diferentes clases.
        Ernesto entra detrás de ella, pero no dice nada tampoco.
        África se sienta en su sitio y lo mira por el rabillo del ojo. Es muy guapo. Es guapísimo.
        Él también va en chandal. ¿Es la única que no lo está? Mira a su alrededor, sí. Suspira. Otro negativo más para la colección...
        Ernesto lleva una camiseta algo ceñida azul oscura que le resalta los ojos azules algo más claros.
        El chico se remanga la camiseta hasta el codo, puede ver sus músculos, sus brazos, las manos que la
        han cogido de la cintura.
        Él la mira y ella hace como que saluda a la chica que está detrás de él. Ha tenido suerte esta vez.
            – ¿Sabes que hoy había gimnasia? - le dice su amiga acercándose a ella. Ahora es Ernesto el
                que la mira.
            – No lo sabía hasta ahora – dice ella, lo mira unos segundos. Por dentro, está ardiendo.
            – Pues te puede echar de clase.
            – ¡Qué pena! - dice ella con ironía.
        Ambas ríen.
        Ernesto deja de mirarla cuando salen al pasillo para hablar.
        ***

        Han pasado cuarenta y cinco minutos desde la última vez que lo ha llamado.
        Leo acaba de dejarlo delante de la puerta de su casa.
        Abre la verja lentamente.
        Da un brinco al ver que la puerta de la entrada está abierta. Hace un gesto a sus amigos para que
        salgan.
        Todos corren al interior.
        Dentro huele a una mezcla de alcohol, vómito y frituras.
        Todos se tapan la nariz y la boca con una manga o una mano. Realmente apesta.
        Gritan el nombre de su amigo, pero no contesta.
        La casa es de un solo piso.
        Lentamente, andan por el pasillo hasta llegar a la habitación de Adrián.
        Giran el pomo lentamente y abren la puerta.
        Lo ven.
        Está tumbado en el suelo, hecho un ovillo. Hace frío.
        Alberto se agacha a su lado y lo sacude.
        Tiene los ojos rojos y las mejillas húmedas. Lo mira extrañado, cansado y triste.
            – Hola – le dice con cariño su amigo entre susurros - ¿qué ha pasado, estás bien?
        Adrián no contesta. Simplemente lo mira.
            – ¿No puedes hablar? - le pregunta con la misma suavidad que antes frotándole un hombro
                para calentarlo, ya que está helado.
            – Sí, sí puedo – dice con voz entrecortada por el llanto.
            – La puerta estaba abierta, nos hemos asustado.
            – No sabía que estaba abierta, no he salido de aquí.
            – Está bien... - Alberto se levanta y le ofrece su mano. Adrián, temblando, la acepta y su
                amigo lo ayuda a levantarse. Se tambalea ligeramente. Se sienta al borde de la cama y
                Alberto se sienta a su lado - ¿qué es lo que ha pasado?
            – Nada, en realidad – dice Adrián. Por la voz, parece que está al borde de las lágrimas de
                nuevo.
            – Entonces, ¿por qué lloras?
            – No lo sé – dice antes de volver a llorar. Se tapa la cara con las manos. Alberto lo abraza.
            – Será mejor que duermas – le dice mientras con suma delicadeza lo tumba en la cama – te
                vendrá bien descansar un poco.
        Alberto saca una manta de un armario cercano y lo tapa.
        Adrián tira de la manta para taparse la cara y Alberto le da una última palmada de ánimo antes de
        salir de la habitación junto con el resto de chicos.
        Ya en el pasillo, cierran la puerta de la habitación del chico.
            – ¿Alguno lleva dinero encima? - le pregunta Alberto a los demás por lo bajo.
            – Yo llevo diez – dice Mario.
            – Yo tengo otros diez en la cartera – dice Leo.
            – ¿Por qué? - pregunta Guille.
            – Aquí huele realmente muy fuerte y muy mal. Mi madre llama a una limpiadora todos los
                meses que por quince euros limpie durante una hora. Pensaba llamarla para limpiar esto.
            – ¿Sin el permiso de Adrián ni de su padre?
            – No sé dónde estará su padre, pero ha dejado a su hijo solo y la puerta abierta. O tenía prisa o
                quería salir de aquí lo antes posible, lo que no me extrañaría demasiado. No creo que vuelva
                hasta tarde.
            – Está bien. Tú, llama a la limpiadora y nosotros vamos a por el dinero – dice Leo mientras
                vuelve a la furgoneta a por la cartera.
        ***

        Están todos en la puerta. África mira la hora, sí, tiene que irse. Se despide con dos besos en la
        mejilla de sus amigas y con la mano a los chicos. En cierto modo, le gustaría llegar a tener la
        suficiente confianza como para darles dos besos a ellos también, pero le da miedo lo que piensen
        después.
        Ernesto está con ellos.
        La miran irse. Sus amigas continúan hablando de sus cosas y uno de los amigos de él le da un
        codazo.
            – ¿Te ha perdonado ya?
            – No lo sé. Intentaré hablar con ella por tuenti, a ver.
        ***

        La limpiadora acaba de llegar. Ha tenido que venir a las tres porque tenía el día ocupado.
        Ha dado un brinco y ha hecho una mueca de asco al entrar en la casa.
            – Sí, lo sé – dice el chico – necesitamos que limpies la casa todo lo que puedas, pero no
                puedes entrar en esa habitación de allí.
            – Muy bien – dice ella amablemente.
            – Son quince euros, ¿cierto?
        La mujer asiente y Alberto le entrega los veinte.
            – Quédate con los cinco sobrantes, porque este olor es insoportable.
        Ella sonríe ampliamente y va a su coche a buscar todo lo necesario.
        ***

        Sube al bus. Paga su transbordo y se sienta en uno de los asientos dobles del final, en el lado de la
        ventana.
        Apoya la mejilla en el cristal. Está frío, pero no la aparta. El sol le da en la cara, haciéndole
        cosquillas.
        Una sonrisa tonta se dibuja en su cara. Ernesto. Le ha hablado al oído, es lo más cerca que han
        estado nunca. Ha estado tan cerca de su boca, de esos labios carnosos...
        Alguien se sienta a su lado.
        En la radio suena Locked Out Of Heaven de Bruno Mars.
        Le gusta mucho la canción.
        Aunque, no sabe porqué, le recuerda a uno de los cinco chicos de aquella mañana. ¿Cómo se
        llamaba...?

        miércoles, 28 de noviembre de 2012

        Un enfado, una larga espera y el sueño perfecto.

                             
        Se mira al espejo.
        No, las trenzas no le quedan mal, pero... ¿la hacen demasiado infantil? Sí, es eso.
        Se suelta el pelo de nuevo. Mira la hora.
        No le da tiempo a peinarse siquiera.
        Sin pensarlo, se hace una coleta alta.
        Coge la mochila y sale corriendo de su cuarto. Poco después, de la casa.
        Baja la calle y llega a la panadería.
        El recuerdo de esos cinco chicos se le viene a la cabeza. Los había olvidado completamente.
        Sonríe.
        Ese tal Guille, era realmente guapo, y Mario era muy tímido, aunque tenía una risa adorable... Sí,
        bueno, cada uno tenía sus pros y sus contras.
        Mira de nuevo la hora.
        El autobús está llegando a la parada que hay frente a la panadería. No le da tiempo a comprar su
        desayuno.
        Suspira y corre hasta la parada. Sube al autobús.
        Leo frena lentamente delante de la panadería.
        Son las siete y media, una hora perfecta para coger el autobús si vas al instituto.
        África debe de estar al llegar.
        Tararea la canción con el mismo nombre mientras Leo baja de la furgoneta y va a la panadería a
        comprar algo que lo despierte. ¿Venderán café? Bueno, le da igual, todo con tal de no dormirse...
        Adrián le ha pedido que lo recogiese en su casa a las siete y veinte para esperar a la niña con la que
        el chico lleva soñando día y noche.
        Adrián bosteza. Él tampoco a dormido, a dormido menos incluso que Leo, está seguro de ello.
        Acaba de arrancar un autobús. Lo mira.
        ¿Y si ella está en ese autobús? No, no. Pero y si... ¡No, no, no!
        Sacude la cabeza. Leo no ha hecho el esfuerzo de levantarse a las seis y media para nada.
        Se sienta en un de los asientos dobles más cercanos a la puerta trasera del autobús.
        El conductor enciende la radio. Bien, algo de relajación por fin.
        Suena, Payphone, de Maroon 5.
        Sonríe. Le encanta esa canción.
        De repente, piensa en el libro que está leyendo.
        Ahora mismo, está leyendo el capítulo en el que el chico del pan y Katniss se están besando
        después de salir del interior de las cloacas y de haber escapado de los mutos de su enemigo, el
        presidente.
        Le encanta esa parte. Quiere leer.
        Abre la mochila y busca el libro.
        No está.
        No es posible. TIENE que estar ahí, no lo ha movido.
        ¡O se lo dejó ayer en el instituto! Es posible. Tiene que controlarse para no gritar en el autobús.
        Le ha costado mucho que sus padres lo comprasen solo para ella, ya que su hermana también lo
        quería leer. Ahora no puede perderlo...
        Rebusca desesperada en su mochila.
        El libro el voluminoso, si no lo ha visto es que realmente no está.
        Todo el mundo la mira.
        Ella saca la cabeza de la mochila y se sonroja. Siempre le toca a ella ser la que hace el ridículo.
        ¿Dónde lo habrá dejado? En clase de lengua, está casi segura. Pero ¿quién lo ha cogido o... lo han
        cogido? Espera desesperadamente que el profesor lo haya cogido y guardado para dárselo hoy.
        Suspira.
        Mira lo la ventana y se sienta en la ventana que está más cerca de esta. La canción sigue
        escuchándose. La canta en su cabeza, es seguramente su canción favorita.
        Empieza a recordar que no tiene los deberse hechos. Saca la agenda y lee la tonelada de trabajos,
        exámenes que estudiar y ejercicios que se le han acumulado a lo largo de esta semana y la pasada.
        Lucha por no ponerse a llorar. Si no lo termina todo en el autobús no podrá aprobar la mayoría de
        las asignaturas que tiene pendientes. Y tiene bastantes. ¿Por qué todo se le da mal?
        Otro suspiro.
        Saca cualquier libreta y hace algún que otro ejercicio. Tiene deberes para todas las asignaturas, es
        horrible.
        Bien, ha terminado naturales.
        Matemáticas.
        Lengua.
        Sociales.
        Cuando quiere darse cuenta, la conductora del autobús le está pidiendo que pague el transbordo.
            – Pero yo ya lo he pagado... - dice la chica algo confusa.
            – Sí. Pero hemos llegado al final del trayecto.
            – ¡¿Qué?!
            – El final del trayecto...
            – ¡Gracias por avisarme, señora! - le dice antes de correr fuera del autobús.
        ¿Dónde está? ¿Dónde está el instituto? Mira el reloj. Hace media hora que tendría que estar en
        clase. Y eso que hoy a madrugado.
        Se muerde el labio y suelta un improperio.
        Suerte que en la parada del autobús hay un mapa. Se sitúa.
        Para llegar andando al instituto... ¡tiene que cruzar casi media ciudad! ¿Cómo a podido distraerse
        tanto?
        Corre hasta el paso de peatones. La mochila le pesa una inmensidad, pero el sueño se ha
        desvanecido con una facilidad asombrosa después del susto.
        Solo tiene que buscar un autobús que la deje cerca del instituto.
        Por un momento piensa volver a subir al mismo autobús que antes, pero ya se ha ido.
        Verdaderamente, es imbécil, ya lo tiene muy claro.
        Hace media hora que son las ocho y cuarto. ¿Habrá ido en coche? ¿Y si la ha llevado otro chico?
        Se tortura a sí mismo.
        Sus amigos no paran de llamarlos al móvil, no han ido a recogerlos.
            – Mira, Adrián, tengo que ir a por ellos... - le dice Leo, algo cabreado.
            – Pero... ¿y si viene?
            – No creo que vaya a venir ya.
            – Pero...
            – ¡Bueno, pues si quieres te quedas aquí, pero yo me voy! - le grita su amigo desde el asiento
                 del conductor.
        Por un momento, Adrián siente el miedo recorrerle el cuerpo. Nunca Leo se ha enfadado con él. No
        parecía Leo, parecía su padre, su padre borracho.
        El mayor de los dos deja de gritarle cuando ve que Adrián está temblado.
            – ¿Qué vas a hacer? - le pregunta aún con rencor.
            – Nada, lo siento. Vamos a por los demás.
        Leo arranca la furgoneta. La batería de Alberto suena en el maletero.
            – ¿Estás enfadado? - le pregunta Adrián.
            – No.
            – Pues lo parecías.
            – Es que me desesperas, Adrián.
            – Lo siento.
            – No pasa nada.
        Se sonríen. Todo vuelve a la normalidad, aunque Adrián sigue algo tenso.
            – Llámalos. Diles que vamos camino del instituto.
            – ¿No vamos a ensayar?
            – No podemos.
            – ¿Por qué?
        Leo lo mira.
            – Porque llevas dos días sin concentrarte lo más mínimo.
            – Pero es porque...
            – ¡Sé porqué es, todos lo sabemos! Escucha, Adrián, esto ya es pasarse. No puedes enamorarte
                 de la primera chica que veas por la calle. Y menos si la chica en cuestión es una niña.
            – No es una niña.
            – Tiene trece años, Adrián, déjate de gilipolleces. Madura de una vez. Si no la vuelves a ver,
                 habrá más.
            – Pero yo solo...
            – ¡Tú solo, nada! Llámalos y diles que vamos al instituto directos. Ya.
        Ya lleva la mitad del camino. Resopla.
        El instituto está realmente lejos. Ya no siente los pies. Ya llega una hora y media tarde.
        Poco a poco, va reconociendo más las calles. Ya sabe como llegar sin preguntar a viejecitas que
        pasean a sus perros.
        Una furgoneta negra pasa a su lado. Le recuerda de nuevo a los cinco chicos que conoció hace dos
        días. ¿Qué estarán haciendo ahora? Estarán en el instituto.
        Cosa que ella no está haciendo.
        Se desespera. Cada segundo parece un minuto. Para cuando llegue al instituto, será casi la hora del
        recreo.
        Dentro de media hora llamará a Almudena o a alguna de sus amigas.
        Coge el móvil. Casi da un brinco al ver que tiene veinte mensajes. La mayoría son de sus amigas.
        Suelta un gritito al ver que uno es de Ernesto. Lo hubiera leído mil veces si se lo hubiese enviado
        ayer, pero ya no quiere hablar con él. Lo borra directamente. Si va a pedirle perdón, quiere tener el
        placer de que lo haga delante de toda la clase y en persona.
        Abre el primer mensaje. Le preguntan dónde está, que ha habido un examen sorpresa y que si no lo
        hacías te bajaban un punto en la evaluación.
        Tiene ganas de echarse a llorar. Es el peor día de su vida con diferencia.
        Lleva todo el camino mirando por la ventana, deprimido. ¿Leo tiene razón? Sí, puede, ¿o no? Le va
        a estallar la cabeza.
        Hay una chica castaña, de preciosos ojos verdes en la calle. ¿Es ella? Se estira para verla mujer.
        Bufa. Está tan loco que la ve en todos lados.
        Sí, Leo tiene razón, esto está yendo demasiado lejos...
        ¡Por fin! El instituto. Entra corriendo.
        Como pensaba, acaba de tocar la campana del recreo. Suspira y enciende el móvil para avisar a sus
        amigas de que ha llegado.
            – ¿Dónde estás?
            – En la puerta, ¿podéis venir a abrirme?
            – Claro.
        En poco tiempo, todas sus amigas aparecen corriendo. La mayoría vienen vestidas en chandal. Las
        mira extrañada.
        Le abren la puerta, que no se puede abrir desde fuera, y África entra en el instituto.
            – ¿Qué te ha pasado? Te has saltado tres clases...
            – Lo sé. Es que se me pasó la parada del autobús y he venido andando desde la otra punta de
                la ciudad.
            – Por cierto – dice Almudena abriéndose paso entre todas las chicas – Ernesto...
            – ¡No me hables de ese estúpido!
            – No, pero es que él...
            – ¡No, calla, calla!
            – ¡Pero que él...!
            – En serio, Almudena. Me da igual todo lo que tenga que ver con él hasta que pida perdón.
        Ernesto aparece con sus amigos.
            – ¡Que choriza, que se salta las clases! - bromea.
            – Mira niño... - empieza a gritarle África, pero al mirarlo se calla.
            – África – le dice ya más serio – un momento, ¿podéis iros todos?
            – Pero... - todas las amigas de ella se quejan y todos los de él lo insultan mientras se van.
            – Mira, África, yo no quería, ¿vale?
            – ¡Pero es que no te das cuenta! - explota ella.
            – ¿Cuenta de qué? - su voz es dulce, tanto que la chica casi pierde el hilo.
            – No soy tonta, ¿sabes? Sé perfectamente lo que decís de mí tus amiguitos y tú. Sé que no soy
                guapa, pero no es mí culpa... - las lágrimas empiezan a aparecer en sus ojos – ya me basta
                con verlo todos los días, no hace falta que me lo recordéis a todas horas. Sois unos bordes,
                unos inmaduros y unos maleducados, ¡todos! - no quiere llorar, se da la vuelta como
                enfadada y aprovecha para secarse las lágrimas – No sois más que niñatos.
            – Escucha, África, yo lo siento, lo siento mucho.
            – Pues yo no. Te creía mi amigo. Me doy cuenta de que no. Fui imbécil al no verlo antes, todo
                lo que ha pasado ha sido una farsa, todo.
            – No... somos amigos...
            – ¡Pues menuda amistad! - hace una pausa al ver que Ernesto no sabe que contestar. Por
                dentro sonríe pícaramente, ¡por fin consigue protegerse ella sola! - No sé a lo que tú llamas
                amistad, pero yo a esto, lo llamo mierda, no sé si me entiendes.
        Se da media vuelta y se aleja del chico. Sus amigas corren hacia ella. Ella ríe, ellas escuchan con
        atención el relato.
        Los amigos de él se acercan lentamente.
        Le dicen algo y Ernesto corre hacia África. Aparta a todas sus amigas.
        La coge de la cintura.
        Sus amigas sonríen pícaramente.
        Los chicos, en cambio, están muy serios.
            – África, lo siento – le dice casi al oído.
        Ella ríe.
            – Suéltame.
            – ¿Qué?
        Ella mira las manos de él, en la cintura de ella. Él la suelta y mira hacia otro lado.
            – Bueno – dice ahora muy molesto - ¿vas a perdonarme?
            – No – dice determinantemente ella.
        Él se da media vuelta y vuelve con sus amigos.
        Sus amigas ríen por la escena. África mira fijamente a Ernesto alejarse. ¿Ha estropeado su amistad,
        amistad que tanto le ha costado conseguir? No, acabarán perdonándose, lo sabe. Incluso enfadado
        con él le gusto. No es normal.
        Sonríe.
        ¿De verdad a Ernesto le ha molestado que ella estuviera enfadada, de verdad la ha cogido de la
        cintura, de verdad le ha susurrado al oído? Un escalofrío.
        Si no hubiesen estado enfadados, hubiese sido mejor, pero, en cierto modo, ha sido perfecto.
        Si no hubieran sido amigos, hubiese sido un sueño.

        viernes, 23 de noviembre de 2012

        El libro, el piropo y las lágrimas


        Entra en clase. Llega tarde de nuevo y vuelve a ser en Lengua. Casi tiene ganas de faltar a esa clase, pero tiene dudas sobre el examen y no quiere quedarse sin regalo de Navidad si no aprueba. Este año piensa pedir un móvil nuevo.
        - ¿Se puede? - pregunta con pesadez.
        - ¿Qué le pasa últimamente, señorita? - pregunta el profesor.
        - No lo sé, profesor... ¿tráfico?
        - Bueno, siéntese.
        La chica entra en el aula y se detiene de repente. Todas las mesas están colocadas de uno en uno. Hay una mesa vacía en su sitio, pero Ernesto está ahora sentado veinte centímetros más lejos.
        Suspira y se sienta.
        - Bueno, África, saque su libro de lectura.
        Ella se tensa. Suerte que siempre lo lleva encima.
        Saca Sinsajo, de Suzanne Collins.
        Ernesto la mira de reojo y ella evita sonrojarse y lo consigue haciendo como que busca algo en la mochila.
        Cada alumno lee un libro diferente, cada uno sobre un tema, incluso el profesor lo hace. Casi todos disfrutan con esa hora precisa el miércoles a primera, ya que pueden perderse y no deben estar pendientes a nada más.
        Pero África se da cuenta de que alguien se está acercando a ella arrastrando la mesa.
        Algo asustada, mira a Ernesto, que cada vez que el profesor no mira, acerca más su mesa a la suya. Le sonríe cuando lo consigue. Ella le devuelve la sonrisa con ganas.
        -Me amas, ¿real o no? - le dice el chico. Imitando A Peeta en el tercer libro de Los juegos del Hambre.
        África siente un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no quiere que se note nada. Aunque sus mejillas se vuelven sonrosadas y siente que le arden.
        - Real - le contesta, imitando a Katniss. 
        - Me encantó ese libro - comenta el chico alegremente.
        - Es la tercera vez que me lo leo - dice la chica, presumiendo.
        - Vaya... ¿sabes que leer te sienta bien?
        - ¿Qué? Ah, ya. Estimula las pocas neuronas que tengo.
        - No - dice el chico aguantando la risa - que estás muy guapa cuando lees.
        - Ah. - dice ella antes de echarse a reír.
        El profesor los mira unos segundos, pero hace la vista gorda.
        - No soy guapa, no soy bella. Resplandezco como el sol.
        - ¿Te sabes todas las frases del libro?
        - Hombre, alguna me tendré que saber si me los he leído todos tres o cuatro veces.
        - Vaya...
        - Pero de todas maneras, gracias - le dice ella.
        - ¿Por qué?
        - Por el cumplido.
        Él asiente y se muerde un labio. Ella lo mira desconcertada.
        - ¿Qué pasa?
        - Pues... esto... - Ernesto señala a su grupo de amigos, que ríen en silencio de ella.
        - Ellos... ¿te dijeron que me piropeases? - la voz le tiembla ligeramente.
        - Sí... pero...
        África suelta un gemido y lo mira con asco antes de volver a su libro.
        Imbécil, imbécil, imbécil, imbécil.
        ¿Cómo no ha podido imaginárselo? ¿Qué clase de tonto la llamaría guapa? Ninguno, lo ha visto claro.
        Se siente inútil, insulsa y derrotada. A quedado fatal.
        Ernesto sonríe pícaramente a sus amigos. ¿Se estará riendo también él, qué pensará de ella ahora?
        Pobre estúpida que es, no lo perdonará, no lo hará.
        Toca el timbre y sale corriendo del aula siendo el hazmerreír de sus compañero. Todos lo han visto, el ridículo que ha hecho.
        Va directa al edificio de la biblioteca del instituto y se encierra en el baño de este. Allí llora desconsoladamente, sola, sin ayuda, sin consuelo.
        Cuando se queda sin lágrimas, se mira al espejo. Tiene suerte de no maquillarse nunca, no tiene corrido el lápiz de ojos ni el rímel.
        Quizá es eso lo que no les gusta a los chicos de ella.
        - ¿Afri? - escucha al otro lado de la puerta.
        - Sí - contesta con un hilillo de voz.
        - Soy Almudena.
        - Ya.
        - ¿Puedo pasar?
        - No, ya salgo yo.
        Se lava la cara y sale al pasillo. Allí solo están Almudena y el resto de sus amigas.
        - ¿Qué ha pasado?
         Una de ellas le peina el pelo con una mano.
        - Tía, cuando una llora se le estropea el pelo, espera, que te lo arreglo - le quita las dos horquillas que le sujetan dos mechones de pelo de delante hacia detrás y  le cepilla el pelo con su propio cepillo, que siempre tiene en la mochila.
        - Los niños... me han dejado en ridículo.
        - Oh, vamos, lo han hecho mil veces - dice otra de ellas.
        - Razón de más - añade otra, que está de acuerdo con África.
        - No, tú no lloras por esas cosas... - dice Almudena pensativa - es algo más...
        - ¿Qué es, qué es? - exclama el resto, casi aplastándola.
        - Esto...
        - ¿Te gusta alguno de los niños? - pregunta una.
        África se tensa.
        - Sí - dice Almudena - es eso.
        Todas sonríen pícaras.
        La amiga que la está peinando termina de arreglarle el pelo y la abraza como consuelo.
         - No, no es eso - dice rápidamente para no dejar demasiadas pistas.
        - Entonces, ¿qué es?
        - Se ha muerto mi abuela...
        Todas la miran con pena mientras la abrazan.
        - Oh, vamos, no pasa nada... recuerda que te queremos... te ayudaremos... todas lo hemos pasado...
        Vuelven a clase y se dividen. Almudena y otras tres entran en su clase y África y cinco más en la suya.
        El profesor de dibujo lleva esperándolas veinte minutos.
        - ¿Puede saberse el porqué de este enorme retraso?
        Una de las chicas se acerca al profesor y le susurra al oído la escusa inventada por África y que ella ha llorado.
        - Bueno, en ese caso, sentaros, y, África, siento su pérdida - dice el profesor mientras se dirige a la pizarra. Ellas se sientan, pero todas las miradas están clavadas en esta última. La tímida chica de preciosos ojos verdes en la que nadie se ha fijado nunca.
        Al terminar las clases, que se le han hecho escandalosamente pesadas, África se despide de nuevo con un abrazo cariñoso de todas sus amigas.
        Tiene que subir la calle, cuesta arriba, para llegar a la parada del autobús.
        Ernesto sale al mismo tiempo que ella, pero ni siquiera la mira.
        Eso la entristece y la enrabieta más.
        Ni siquiera le ha preocupado su enfado.
        Tiene una idea y lo adelanta, para hacerse notar.
        - ¡África, espera! - le grita el chico.
        Ella anda algo más rápido, para que él no consiga alcanzarla, para que eso le moleste. No morirá por un poco de sufrimiento.
        - ¡África! - la llama más y más fuerte.
         La persigue unos segundos corriendo, pero la multitud engulle a la chica como una ola y ya no la ve.
        - Mierda - murmura para sí.
        - Bien - exclama ella, orgullosa de haberle hecho sufrir.
        Sigue pensando en ello cuando sube al autobús. Sigue pensando en ello cuando llega a su casa, y también cuando cena incluso aun recuerda los gritos de Ernesto llamándola.
        Pobre tonto, no está acostumbrado a que lo rechacen de esa forma. Quizá mañana esté preocupado, puede que incluso enfadado. Eso la haría de algún modo feliz. Quiere insultarlo, echarle todo en cara.
        Pero sabe que si en algún momento llegue a pasar algo así, no dirá nada, y será ella a la que echen todo en cara, le griten e insulten. Porque puede, quizá, sea ella la tonta. La tonta enamorada.



        Un recuerdo, una canción y locura.


        Sigue pensando en ella mientras vuelve a casa. Quiere verla, hablar con ella, volver a escuchar su risa, derretirse con su sonrisa y perderse en sus ojos, aquellos ojos verdes...
        Abre la puerta de casa y luego la cierra al entrar.
        Deja la mochila junto al sofá. Coge su portátil y entra en tuenti, quizá la encuentra allí. ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah, sí, África, ¿cómo olvidar un nombres tan especial?
        Pero hay miles de Áfricas en tuenti y no todas tienen de foto principal una en la que se le vea claramente la cara.
        ¿Facebook?
        Nada, imposible. Sin el apellido no consigue nada.
        Cierra las ventanas con ambas redes sociales y entra en Youtube.
        No consigue quitarse ese nombre de la cabeza. África...
        Sin pensarlo, lo ha escrito en la barra de búsquedas. Aparecen varios vídeos, pero lo que más le sorprende es encontrar una canción. Sin escucharla siquiera, la descarga.
        Cierra internet y busca la canción, llamada África, entre toda su música. La encuentra. Es de Fernando Castro.
        La escucha varias veces.
        Es flamenco, parece bastante vieja y no es el tipo de canción que él escucha, pero la etiqueta como favorita y la añade a su lista de reproducción.
        Realmente le gusta esa niña. ¿Niña, puede llamarla así? Sí, solo está en segundo.
        ¿La volverá a ver? Eso espera. ¿Cogerá todos los días el autobús frente a aquella panadería? Hay una parada cerca, eso lo sabe.
        Necesito verla. Se desespera y suspira.
        El portátil empieza a recalentarse, así que lo apaga.
        - África... tú nombre me suena ya a poesía... a luna clara y a luz del día- no puede quitarse esa letra de la cabeza. 
        De repente, la puerta se abre y choca contra la pared provocando un enorme estruendo.
        Su padre, borracho, entra y se sienta en el sofá sobre su portátil.
        Adrián corre para evitar que se duerma sobre el aparato. Su padre no se mueve cuando le pide que lo haga.
        - Papá, te has sentado encima de mi portátil.
        Su padre le eructa en la cara.
        Adrián aguanta las nauseas y haciendo un enorme esfuerzo, saca el portátil de debajo de su padre.
        - ¿Te doy asco? - le preguntó su padre.
        Adrián lo mira lentamente, con cierta pena.
        - No, pero...
        - Entonces ¿por qué tienes nauseas? - el hombre está muy borracho.
        - Porque hueles a alcohol. 
        - Ya, hip, pero... 
        - Mira papá, me voy arriba, ¿vale?
        - Lo que quieras – dice su padre levantando un brazos. Se tumba en el sofá.
        Mientras sube las escaleras, con su mochila a la espalda y el portátil en las manos, su padre vomita violentamente en el suelo.
        Adrián se estremece. Lo tendrá que limpiar él.
        - Uy, uy, uy – dice el hombre levantándose – tengo que beber más si no quiero que me duela la cabeza demasiado pronto.
        - ¡No! - le grita su hijo desde el piso superior. 
        Adrián baja corriendo a la cocina y cierra la puerta para que su padre no pueda entrar. 
        El hombre lo mira de una manera asesina. Se acerca a él jadeando y lo aparta tirando del cuello de su camiseta. 
        - ¡No, papá, no bebas más!
        - Déjame, ya, niño.
        - Papá, no bebas más, por favor - solloza el chico.
        Su padre lo mira de refilón, luego más fijamente. Ve los ojos cristalinos de su hijo y se aparta de la cocina lentamente y se sienta en el sofá para dormir. 
        Adrián lo mira unos segundos. 
        Cuando su padre empieza a roncar estrepitosamente, suspira. 
        - Gracias - dice tristemente. 
        Sube las escaleras hasta su cuarto.
        Aún tiene nauseas, pero está tan acostumbrado que casi no las siente. 
        Se sienta sobre la cama y se tumba boca abajo. 
        Vuelve a aparecer en su cabeza la imagen de África. ¿Qué le pasa? No puede gustarle tanto... es exagerado. Tiene una extraña sensación de vacío en el cuerpo. 
        Tiene un idea y coge el móvil. 
        Busca en su lista de contactos. Teléfono de la banda, aparece como primer nombre de preferidos. 
        Llama a ese número. 
        - Dime - le contesta Leo. 
        - Tengo que pedirte un favor. 




         

        jueves, 22 de noviembre de 2012

        Una mirada, una sonrisa y el secreto mejor guardado

                      
             – Tengo que contarte una cosa... - dice África a Almudena. Ambas sonríen pícaras.
             – Ok. Te espero después de esta clase en la biblioteca – contesta ella antes de que la avalancha
                 de compañeros la obliguen a entrar en clase.
        África sonríe.
        Ella y Almudena eran mejores amigas desde la guardería. Hubo la casualidad de que fueron al
        mismo colegio después y pasaron a ser casi hermanas. Desde primero eran inseparables.
        Ríe recordando los momentos vividos con su amiga.
        Cuando quiere darse cuenta, han cerrado la puerta de su clase y el profesor de Lengua está pasando
        lista.
        Toca tres veces a la puerta y entra.
             – ¿Se puede? - pregunta con miedo.
             – África, ¿dónde estabas?
             – En el baño profesor.
             – ¿Cuánto tarda usted en el baño, señorita? - es una pregunta retórica. Todos sus compañeros
                 ríen por lo bajo. Ella se pone colorada.
             – Profesor... yo...
             – Nada, nada, quédate fuera – dice el hombre con pesadez.
        La chica resopla antes de cerrar la puerta.
        ¡Qué bien empieza el día para ella! Primero no ha podido ni peinarse en condiciones, ni desayunar,
        se ha despertado tres cuartos de hora tarde y por culpa de eso ha perdido la primera clase, ¡y están a
        finales del primer trimestre! Suspira de nuevo con cansancio y se apoya en la pared.
        Piensa de repente que debe de tener el pelo fatal y busca desesperada algún sitio donde pueda ver su
        reflejo. Suerte que hay poesías de poetas andaluces por todo el pasillo. Se acerca a la más cercana y
        viendo a duras penas la forma de su cara, se peina viendo la sombra de su cabeza en el cristal que
        cubre la poesía de Federico García Lorca, El lagarto y la lagarta.
        Se sabe la poesía de memoria desde cuarto de primaria, la repasa en su cabeza varias veces hasta
        que alguien pasa detrás suya y le dice:
             – Te vas a dejar los ojos – es Ernesto, el chico de ojos azules y pelo negro que lleva
                 gustándole desde hace tanto tiempo... Está a punto de perderse en su mirada, pero sacude la
                 cabeza y sonríe, él la imita.
        Solo llevan siendo amigos desde que empezaron el instituto, aunque llevan juntos desde primero de
        primaria.
             – Estaba leyendo – dice.
             – Ya me di cuenta.
        Ambos se sonríen antes de entrar en clase.
        Desde hace dos años, ir a clase no es tan malo, ya que ahora puede hablar con Ernesto sin que él la
        tome por rara o incluso de acoplada.
             – Bueno, África, espero que esto no vuelva a suceder – dice el profesor, que sigue igual de
                antipático que siempre. De hecho, lo único que ha hecho bien, es el haber puesto a toda la
                clase por parejas y a África y a Ernesto juntos.
            – No, profesor.
        El hombre asiente.
            – Bueno – sigue hablando mientras ellos dos se sientan – África – la chica deja de mirar a
                Ernesto sentarse y lo mira muy tensa - ¿qué son los sustantivos?
        Toda la clase clava la mirada en ella. Siente un escalofrío al notar la mirada del chico a su derecha.
            – Son partes variables de la oración que designan seres, objetos o cosas, profesor – dice ella
                algo asustada.
            – Dime que tipos de sustantivos según su significado.
            – Comunes o propios, concretos y...
            – ¿Cuantos tipos de propios hay?
            – Em... esto... - eso sí que no lo sabe. Ernesto se lo sopla al oído – Topónimos, antropónimos,
                Apellidos y nombres de personas y... nombres históricos.
            – Bien, señorita, al menos estudia, ya es algo.
        Ella lo mira con los labios apretados. Odia a ese profesor. Pero el problema es que también odia al
        de sociales, al de dibujo, al de tecnología... ¡son todos insoportables!
            – Gracias – le dice por lo bajo a Ernesto.
            – De nada. Oye, no tengo los apuntes de morfología. ¿Los tienes?
            – Sí.
            – Bien, es que se me han perdido.
        Ella busca en su archivador. Ya es la cuarta vez consecutiva que comparten los apuntes de
        morfología. Él le ha dibujado y escrito tonterías en las hojas (que el profesor les repartió) que
        seguramente la distraerán al estudiar, pero no quiere ofenderlo borrándolos y le dan algo con lo que
        reforzar su relación.
        Por dentro está eufórica, aunque por fuera no lo demuestra. De echo lleva sin demostrarlo dos años,
        teniendo su amor en secreto, ni siquiera su mejor amiga lo sabe.
        Ernesto dice algo que ella no entiende y luego sonríe, ella ríe.
        Se siente confusa. Siempre les pasa eso. Ella no lo escucha, pero lo mira, mira sus ojos, su perfecta
        boca... y se pierde. Cuando él deja de hablar, espera su reacción, si le ha pedido algo suele repetirlo,
        si ha dicho algún chiste o se ha burlado de alguien sonríe o ríe y si dibuja algo en sus apuntes ambos
        ríen cada vez que el profesor se da la vuelta.
        Ninguna otra chica de la clase tiene la suerte que tiene ella, se siente muy bien por ello. Pero
        también se comporta casi igual, puede que mejor con Almudena, ya que coinciden en música y
        dibujo. Asignaturas en las que ellos dos están sentados uno al lado del otro y ella delante. En esos
        momentos, siente celos, la rabia, el enfado le queman en las venas, pero sabe que Almudena no está
        interesada, al menos de momento. Ya salieron el primer año de instituto, justo cuando a ella le
        empezaba a gustar él y lo pasó fatal, aunque en secreto, soportándolo ella sola. A final de curso,
        salió con Blanca, otra de sus amigas, lo que le dolió mucho más, ya que él sigue aún muy
        enamorado de esa chica, que es por lo menos, un poco más fea que ella. Pero lo peor, lo peor de
        todo, es que a principios de este año, Ernesto se peleó con Blanca, casi se odiaban, pero acabaron
        saliendo de nuevo. Fue un día muy triste para ella, pero muy romántico. Él la sentó en una silla y le
        dijo que la quería, delante de toda la clase. Ella había querido irse corriendo, pero no había podido.
        Blanca había aceptado salir con él y se habían besado. África intentó acercarse entonces más a
        Blanca para enterarse de todo lo que pasaba entre Ernesto y ella y acabó llevándose incluso muy
        bien con ella. Poco después volvieron a cortar.
        Ese día fue muy feliz para ella pero horrible para él, ya que seguiría queriéndola profundamente
        hasta al menos el final de ese año.
        Ahora ella toma apuntes de lo que el profesor dice y Ernesto la mira. Ella intenta no ponerse roja y
        mira hacia la ventana o juguetea con su pelo. Se siente algo estúpida, pero tiene que seducirlo de
        alguna manera. ¿Qué pensará él? ¿Por qué la mira tan indiscriminadamente?
        La campana suena. Ahora toca música.
            – Bien, por fin algo que se me da bien – comento Ernesto mientras ambos recogen sus cosas.
            – Sí – dice ella sonriendo.
        Es verdad, ha visto a Ernesto mil veces tocar el piano. Se funde solo de pensarlo o imaginarlo
        simplemente.
        Normalmente se sentiría mal, pero sabe que no va a ir a clase.
            – Ernesto – le dice cuando están fuera antes de que los amigos de él se les unan - ¿puedes
                decir en clase de música que yo no he venido y que Almudena está mala?
            – ¿Por?
            – No vamos a ir.
            – ¿Por qué? - dice él. No va a tener a nadie con quien hablar.
            – ¡No hay ganas! - dice ella riendo. Él la mira un poco confuso. ¿África, faltando a clases?
            – Qué choriza – dice. Es lo que siempre dice él, suele insultarla con eso.
            – ¡Chorizo tú! - le recrimina ella pegándole en el brazo.
            – ¡Yo no me salto las clases, ni pego!
            – Ya llegará tu hora.
            – ... dijo la muerte – añade él.
        Ella ríe a carcajadas mientras se despiden. Almudena está con ella. Van a bajar las escaleras para ir a
        la biblioteca cuando se cruzan con la profesora de música.
        Ella las mira y ellas la miran.
            – Pensaba que tenía clase con vosotros – dice ella - ¿no es así?
            – Sí profesora, pero...
            – ¡Íbamos al baño! - dice rápidamente Almudena.
            – Hay un baño también en este piso.
            – Ya, pero están todos ocupados...
            – Lo dudo, son las diez y veinticinco ya, todo el mundo está en clase. ¡Venga, venga, a clase! -
                las apresura a subir de nuevo las escaleras.
        Mientras entran en clase, Ernesto las mira y empieza a reírse. Ellas lo miran con cierta molestia,
        pero acaban riendo con él de nuevo.