miércoles, 19 de diciembre de 2012

Desamor, soledad e infelicidad.

                             Llega de nuevo a tiempo a clase, sus amigas le aplauden por ello y los chicos están algo
sorprendidos, empieza a ser un record personal.
Ella sonríe mientras se sienta en una esquina con sus amigas.
Seis chicas, apretadas a más no poder en seis mesas para poder hablar con tranquilidad. El profesor
de Matemáticas entra en clase unos minutos después.
    – Bueno – dice sentándose en su mesa, ligeramente más alta que la de sus alumnos – hoy os
         daré las notas de la evaluación. Debo felicitaros.
Toda la clase suelta un enorme suspiro de alivio. Buenas notas. Parece que finalmente, tendrán
Navidad.
El profesor enciende el ordenador y comienza a leer una a una las notas de los alumnos por orden
de lista, añadiendo sus observaciones personales.
    – Ernesto... 8 – dice.
África busca con la mirada al chico, pero no lo encuentra. Una oleada de tristeza la invade.
    – ¿Ernesto? - pregunta el profesor.
    – No ha venido – dice uno de sus amigos.
    – Ah, vale.
La chica siente que recae. No ha venido... ¿Por qué? ¿Estará enfermo? ¿Y si le ha pasado algo?
El profesor sigue hablando.
De pronto, la llama.
    – 7. Pero África, creo que puedes llegar a mucho más, ¿de acuerdo?
    – Sí – dice ella muy seria. Su ritual de todos los años, los profesor le piden más, pero ella
         piensa que hace de sobra, con un cinco le vale.
    – Blanca, 9. Perfecto.
Todos la miran, unos atónitos, otros aplauden.
África no puede evitar hacer una mueca de asco. Es tan perfecta... A pesar de ser una de sus amigas,
siempre a sentido cierto malestar a su lado y eso pasó a ser odio cuando salió con Ernesto ¡tres
veces! Y lo dejó ¡tres veces! Y ella tuvo que consolar a Ernesto ¡tres veces!
Se siente mal, algo la reconcome dentro.
    – ¿Qué hay después? - le pregunta Blanca a su compañera de al lado.
    – Lengua.
¡Lengua! ¡Y no está Ernesto! Baja la cabeza. ¿Por qué ella?
Blanca se gira hacia África.
    – África, ahora tengo que hablar contigo.
    – Vale – dice ella obligándose a sonreír. Ella le sonríe también.
                                                   ***
    – Sí, confirmamos nuestra asistencia, señor.
    – Me alegro...
    – ...Leo.
    – Leo. Me alegro mucho. Estoy seguro de que esto nos beneficia a ambos.
    – Claro, claro.
    – Bueno, nos vemos el 22 de diciembre, entonces.
    – Sí. Hasta entonces.
    – Hasta entonces.
Leo sonríe a sus amigos.
    – Todo está listo.
Todos están demasiado contentos. Incluso Adrián está con ellos. Están todos sentados en el suelo de
su cuarto.
    – Adrián... - dice de repente Mario - ¿sabes dónde está tu padre?
    – No, la verdad.
    – Ah, vale.
    – Pero ayer volvió del centro algo triste. ¿Sabéis que hace?
    – ¿De verdad venía del centro? ¿Estaba borracho? - pregunta Guille.
Adrián lo mira con cierta tristeza y enfado mezclados. Sí, su padre es un borracho, pero es su padre.
    – No, creo que no – dice con frialdad.
    – Bueno – dice Alberto mirando la hora – ya son las doce ... ¿ensayamos?
    – No creo que pueda cantar bien ahora mismo – dice Adrián.
    – Pero... el concierto...
    – Para el concierto, estaré preparado. Lo prometo.
    – Está bien, entonces, ¿qué canciones tocaremos? - le pregunta Alberto a Leo.
    – Yo pensaba en Locked Out Of Heaven, One heart with a million voices de New Empire y
        Paradise de Coldplay. Y en español, Solamente tú de Pablo Alboran.
    – ¡Perfecto!
    – Bueno, entonces, ¡nos vemos mañana para ensayar!
    – Bien.
    – Bien.
    – Vale.
De uno en uno, todos van saliendo de la habitación de Adrián. Solo quedan Guille y él.
Este, se acerca a Adrián y lo abraza unos segundos.
    – Lo harás bien – le dice sonriendo.
    – Gracias – sonríe igualmente el chico.
Guille sale de la habitación.
Adrián da un brinco de repente. ¿Guille lo ha abrazado? No puede creerlo, ¿Guille? Se siente raro,
distinto, en forma de repente.
                                                 ***
No pudieron hablar el día anterior, así que hoy, antes de entrar a clase, Blanca la agarra del brazo y
la saca de la clase.
Se apartan del resto de la gente, de los amigos y amigas, en ciento modo, están ellas solas en es tu
pequeño mundo.
Blanca mira hacia ambos lados y después de suspirar profundamente, dice con rapidez:
    – Tengo que decirte una cosa...
    – Ya. ¿Qué?
    – Es una pregunta...
    – Dime – dice África sonriendo.
    – ¿Te... te gusta Ernesto?
    – ¡¿A mí?! - intenta que no se note que tiembla - ¡Pues claro que no! ¿Qué se te pasa por la
        cabeza? ¡Con lo borde que es a veces!
    – Ya...
    – Y me hizo llorar...
    – ¿Fue él, él se metió contigo?
    – Sí.
    – Ah. Bueno. Entonces... ¿no te gusta?
    – No.
    – ¿Estás segura?
    – MUY segura, tranquila. Pero... ¿por qué?
    – Pues... es que... estoy pensando en recuperarlo.
Ya está. La pequeña llamita de odio a vuelto a encenderse, se está convirtiendo en un incendio.
    – ¿Otra vez? - le tiembla la voz. Tose, para esconderlo y se aclara la voz así – Sinceramente,
        Blanca... ¿no te cansas?
    – ¿De qué, de quererlo?
    – ¿Lo quieres?
    – Sí. Y esta vez va muy en serio, África. Pienso durar, quiero estar con él, si puede ser, para
        siempre.
    – Blanca... solo estamos en segundo... ¿no es un poco pronto para comprometerme?
    – Pues sí, pero ¡qué se le va a hacer!
    – ¿¡No estarás pensando en casarte con él!?
    – Sh... Baja la voz. Y... no sé, eso depende de él...
    – ¿Qué? Pero...
    – ¿Crees que aceptará salir conmigo?
    – Pues... no sé que decirte, no soy él...
    – Pero últimamente hablas mucho con él, ¿no?
    – ¡No! Y no me habla de ti.
Ha soltado la bomba. Se siente mal y bien al mismo tiempo.
Blanca da un brinco.
    – Bueno – sonríe pícara – conseguiré que lo haga.
Se obliga a sonreírle, pero tiene ganas de llorar. Se le ha encogido el corazón. Está perdiéndolo.
Totalmente.
Ambas entran en clase y se separan ya dentro.
Una chica se acerca a ella sonriendo.
    – Hola – dice y le dedica una perfecta sonrisa.
    – Hola – contesta África algo brusca.
    – ¿Te pasa algo?
    – Sí, que todavía faltan dos horas – se queja, como escusa, aunque en cierto modo es cierto.
        Quiere salir de allí, quiere olvidarse de lo que acaba de vivir y de lo que acaba de ver:
        Blanca a pasado junto a Ernesto y él le ha mirado el trasero. A querido morir.
Alguien grita entonces que el profesor está llegando y todos se apresuran a sentarse. El profesor de
inglés aparece por la puerta, demasiado sonriente para ser un profesor. Es de los pocos profesor
comprensivos que hay.
    – Hola a todos – dice alegremente.
    – Hola – contestan todos a coro.
    – Bueno, Pablo, siéntate con Ma del Mar, Juan, con Ramón y tú, Ernesto, con África.
El corazón le da un vuelco. Mira a Ernesto, que se acerca a ella arrastrando la mochila y con el
estuche y la libreta en una mano.
Se sienta a su lado.
    – Hola – dice sonriendo.
    – Hola – contesta ella.
    – No nos hemos visto hoy apenas, ¿verdad?
    – Verdad.
    – Bueno... ¿qué te cuentas?
    – Pues nada. ¿Y tú?
    – ¿Puedo contarte un secreto?
El profesor empieza a dar la clase.
    – Creo... que... me está empezando a gustar Blanca.
    – ¿¡Qué!?
    – ¡África, ¿puedo saber porqué grita usted?! - dice el profesor mirándola. Toda la clase clava
        sus miradas amenazadoras en ella.
    – Esto... lo siento, profesor...
    – Salga de la clase, por favor. Y gracias por demostrarme lo mucho que le interesa la clase.
Sale del aula, se apoya en la pared y se deja caer hasta quedar sentada en el suelo. Entierra la cara
en las rodillas y allí, llora en silencio hasta que la hacen entrar de nuevo en clase.
Sale de casa apresurada. Tiene ensayo de coro y llega tarde, el ensayo ya ha empezado.
<<Corre, corre, corre>> , piensa para sí misma.
La carpeta rosa con las partituras se le caen al suelo.
Se apresura a recogerlas, pero como tiene mucha prisa, las aprieta contra sí y sigue corriendo.
Llega jadeando y sudando al ensayo en el auditorio del pueblo.
    – ¡África, ya creía que no venías! - dice el director del coro, que le señala su sitio – Caresse
        sur l'océan .
Se sabe la canción de memoria.
Deja la carpeta y las partituras, arrugadas y dobladas sobre un banco cercano y se coloca junto a sus
compañeros.
Un chico le sonríe y ella lo imita.
    – Buena suerte – le dice.
    – Gracias – le contesta susurrando ella.
Llega el momento de su solo, da un paso al frente y empieza a cantarlo.
Los demás le hacen los coros.
Por un momento, se olvida de todos y de todo. Solo piensa en que, dentro de tres días tiene
concierto, en el que va a hacer el solo delante de al menos ochenta personas. Siente un escalofrío
recorrerle la espalda, por suerte justo cuando tiene un silencio. Vuelve a cantar. Nota que va a
desafinar y canta la nota algo más grave. El director la mira, pero sigue dirigiendo. Eso quiere decir,
que después tendrá una clase particular para ella para hacer perfecto el solo.
Bueno, al menos así puede distraerse.
Después de ensayar el solo al menos diez veces durante media hora con el profesor, se despide y
llama a su madre al móvil.
    – ¡Hija! ¿Dónde estás?
    – Estoy llegando. Me he quedado más tiempo en el ensayo.
    – Vale. Pero ven rápido, que ya es muy tarde, vaya a pasarte algo...
    – Ni que fuera a haber un asesino suelto.
    – Nunca se sabe. No vemos en casa. No tardes.
    – No. Hasta luego.
Sale del auditorio en silencio.
Hay un coche inmaculadamente blanco en la entrada. Está arrancado y dentro hay dos hombres,
pero el coche está parado. Estarán esperando a alguien.
Su madre tiene unas ocurrencias tan extrañas, que acaba asustándola salir sola a la calle.
Sonríe para sí mientras se aleja de la plaza y del coche blanco.
Anda lentamente, con pesadez.
Ernesto vuelve a ocupar su cabeza. Hoy, sus esperanzas se han apagado como una vela en una
tormenta.
La calle está a oscuras. Algún imbécil habrá roto las pocas farolas que hay en toda la calle. O puede
que se haya ido la luz.
En todo caso, la asusta.
Su casa está ya cerca, pero no quiere parecer desesperada, ni hacer el ridículo por si alguien la ve y
anda con normalidad, evitando pisar excrementos de perro y con los demás sentidos totalmente
agudizados.
Una luz la deslumbra.
Se da cuenta entonces de que está andando por la carretera en vez de por la acera.
El coche se acerca a ella demasiado rápido. La va a atropellar. Quiere correr, pero no puede
moverse. Ni siquiera respira. Cierra los ojos cuando el coche está tan cerca, que puede ver la cara
del conductor, que frena al verla.
Piensa que está muerta cuando siente un tirón, un golpe. Pero abre los ojos.
Está dentro de un coche, la calefacción está puesta y la tapicería es realmente cómoda. Hay un
hombre a su lado y otro conduciendo.
El primero, le pone un pañuelo en la boca. Sabe mal, muy mal. Somnífero.
Empieza a ver borroso. Solo distingue manchas, los colores desaparecen.
Empieza a cerrar los ojos lentamente. El somnífero actúa rápido.
Justo antes de dejar caer su cabeza sobre su hombro y el hombre la sujete para que no se golpe, ve
el color del coche.
Blanco, blanco inmaculado.

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