martes, 4 de diciembre de 2012

Dos chicos, un chica y lo que hay entre ellos

                           
Llueve.
Está encerrado en su cuarto mirando por la ventana.
Su móvil lleva sonando más de quince minutos. Son los chicos, lo sabe, pero le da igual.
Sigue mirando la lluvia.
Tiene su cuaderno de pentagramas en la mesa, y un bolígrafo en la mano derecha.
Enciende la radio.
Suena Locked Out Of Heaven de Bruno Mars.
Quiere sonreír pero no puede. Quiere cantar, pero de repente, tiene miedo. ¿Miedo de qué? Ni siquiera él lo sabe.
Le duele todo: le duele la cabeza, le duelen los huesos, le duele el corazón.
Va a repetir curso. Lo sabía, pero no lo había asimilado. Aunque es bastante normal si falta a clase día tras día.
Se siente mal, muy mal.
Su padre acaba de levantarse. Escucha sus pasos lentos y pesados por el pasillo. Está otra vez borracho.
Suspira.
¿Por qué bebe su padre? Él piensa que para olvidar las penas. ¿Y si él bebe, ahogará las penas en el alcohol?
Quizá.
Le da igual hacer lo que sea, con tal de quitarse ese peso de los hombros.
Se levanta y abre la puerta. Su padre está en la cocina, lo escucha beber.
Cuando va a entrar en la habitación, ve a su padre, tambaleándose mientras bebe cerveza a morro de la botella.
Se estremece. No quiere convertirse en eso.
El hombre se cae al suelo y grita algo ininteligible. Entonces ve a su hijo, lo mira con ojos rojos y vidriosos.
Adrián corre a su habitación y cierra la puerta, daría lo que fuese por una llave o un pestillo en ese momento.
Su padre sigue gritando. Se hace un ovillo en una esquina y se tapa los oídos mientras intenta pensar en otra cosa.
Pero en lo único en lo que puede pensar es en África.
Tiembla, puede que delire. ¿Está enfermo? Ve borrosa su propia mano.
Se arrastra cansado hasta la alfombra y se deja caer en ella.
Allí, llora hasta dormirse.
***
África saluda a todas sus amigas. Ernesto está junto a ellas.
Toca música a primera hora.
Los niños le aplauden por haber llegado pronto. Ella les saca la lengua.
Ernesto la mira.
    – ¿No estarás enfadada todavía, verdad?
Ella alza las cejas y mira hacia otro lado.
Él la agarra por los hombros y la sacude.
    – ¡Perdóname, perdóname, perdóname!
Ella ríe enormemente.
Todo el mundo está entrando en clase. Solo quedan en el pasillo, Almudena, ella y Ernesto.
Almudena sonríe, África ríe y Ernesto grita lo mismo continuamente.
La profesora les grita desde la clase:
    – ¡Dejad de haceros manitas y entrad en clase!
Toda la clase ríe mientras ellos entran avergonzados y rojos.
    – ¿Vas a perdonarme? - le pregunta al oído Ernesto.
Ella lo mira, pero no le contesta, se sienta.
***
    – ¿Qué le pasa? - grita desesperado Alberto - ¡llevo llamándolo más de media hora!
    – Es mi culpa, creo que la “cagué” - dice Leo comiendo Doritos.
    – ¿Qué hiciste?
    – Le dije que tenía que madurar, que no volvería a verla.
    – ¡Tío!
    – ¿Qué?
    – ¡Te has pasado mucho, a él de verdad le gusta ella!
    – Ya, lo sé. Pero estoy seguro y todos lo estaréis, en que solo tenía ojos para Guille.
Todos lo miran. Él se encoge de hombros.
    – ¿Me vais a echar en cara el que sea irresistible?
Alberto le tira un dorito a la cara. Guille hace una mueca de asco y se peina con una mano su lacio,
perfecto y rubio cabello manchado de doritos.
    – ¡Qué asco!
    – Uy, perdona, princesa.
Guille se levanta y le pega una patada.
Alberto se levanto a su vez y se dispone a pegarle a su primo, pero Mario los interrumpe.
    – ¡SENTAOS DE UNA VEZ! - les grita.
Todos lo miran extrañados.
    – Bueno – le dice Alberto a Guille – promete que no te fijarás en ella.
    – Está bien – dice él sin ningún interés.
    – Tendrás que ser maleducado con ella, frío y distante...
    – Si soy así le gustaré más aún.
    – Tienes que ser odioso, Guille, ¿entendido?
    – Entendido.
    – Está bien. Si no ha llamado dentro de una hora, iré a su casa a verlo.
Termina la clase de música. Ernesto la mira. Nota su mirada clavada en su nuca. Sonríe, está
consiguiendo lo que le ha costado dos años preparar. Realmente está feliz.
Recoge sus cosas y sale de clase. Almudena corre hacia ella y suben juntas las escaleras, en silencio, ninguna habla, pero se sonríen al separarse para entrar en diferentes clases.
Ernesto entra detrás de ella, pero no dice nada tampoco.
África se sienta en su sitio y lo mira por el rabillo del ojo. Es muy guapo. Es guapísimo.
Él también va en chandal. ¿Es la única que no lo está? Mira a su alrededor, sí. Suspira. Otro negativo más para la colección...
Ernesto lleva una camiseta algo ceñida azul oscura que le resalta los ojos azules algo más claros.
El chico se remanga la camiseta hasta el codo, puede ver sus músculos, sus brazos, las manos que la
han cogido de la cintura.
Él la mira y ella hace como que saluda a la chica que está detrás de él. Ha tenido suerte esta vez.
    – ¿Sabes que hoy había gimnasia? - le dice su amiga acercándose a ella. Ahora es Ernesto el
        que la mira.
    – No lo sabía hasta ahora – dice ella, lo mira unos segundos. Por dentro, está ardiendo.
    – Pues te puede echar de clase.
    – ¡Qué pena! - dice ella con ironía.
Ambas ríen.
Ernesto deja de mirarla cuando salen al pasillo para hablar.
***

Han pasado cuarenta y cinco minutos desde la última vez que lo ha llamado.
Leo acaba de dejarlo delante de la puerta de su casa.
Abre la verja lentamente.
Da un brinco al ver que la puerta de la entrada está abierta. Hace un gesto a sus amigos para que
salgan.
Todos corren al interior.
Dentro huele a una mezcla de alcohol, vómito y frituras.
Todos se tapan la nariz y la boca con una manga o una mano. Realmente apesta.
Gritan el nombre de su amigo, pero no contesta.
La casa es de un solo piso.
Lentamente, andan por el pasillo hasta llegar a la habitación de Adrián.
Giran el pomo lentamente y abren la puerta.
Lo ven.
Está tumbado en el suelo, hecho un ovillo. Hace frío.
Alberto se agacha a su lado y lo sacude.
Tiene los ojos rojos y las mejillas húmedas. Lo mira extrañado, cansado y triste.
    – Hola – le dice con cariño su amigo entre susurros - ¿qué ha pasado, estás bien?
Adrián no contesta. Simplemente lo mira.
    – ¿No puedes hablar? - le pregunta con la misma suavidad que antes frotándole un hombro
        para calentarlo, ya que está helado.
    – Sí, sí puedo – dice con voz entrecortada por el llanto.
    – La puerta estaba abierta, nos hemos asustado.
    – No sabía que estaba abierta, no he salido de aquí.
    – Está bien... - Alberto se levanta y le ofrece su mano. Adrián, temblando, la acepta y su
        amigo lo ayuda a levantarse. Se tambalea ligeramente. Se sienta al borde de la cama y
        Alberto se sienta a su lado - ¿qué es lo que ha pasado?
    – Nada, en realidad – dice Adrián. Por la voz, parece que está al borde de las lágrimas de
        nuevo.
    – Entonces, ¿por qué lloras?
    – No lo sé – dice antes de volver a llorar. Se tapa la cara con las manos. Alberto lo abraza.
    – Será mejor que duermas – le dice mientras con suma delicadeza lo tumba en la cama – te
        vendrá bien descansar un poco.
Alberto saca una manta de un armario cercano y lo tapa.
Adrián tira de la manta para taparse la cara y Alberto le da una última palmada de ánimo antes de
salir de la habitación junto con el resto de chicos.
Ya en el pasillo, cierran la puerta de la habitación del chico.
    – ¿Alguno lleva dinero encima? - le pregunta Alberto a los demás por lo bajo.
    – Yo llevo diez – dice Mario.
    – Yo tengo otros diez en la cartera – dice Leo.
    – ¿Por qué? - pregunta Guille.
    – Aquí huele realmente muy fuerte y muy mal. Mi madre llama a una limpiadora todos los
        meses que por quince euros limpie durante una hora. Pensaba llamarla para limpiar esto.
    – ¿Sin el permiso de Adrián ni de su padre?
    – No sé dónde estará su padre, pero ha dejado a su hijo solo y la puerta abierta. O tenía prisa o
        quería salir de aquí lo antes posible, lo que no me extrañaría demasiado. No creo que vuelva
        hasta tarde.
    – Está bien. Tú, llama a la limpiadora y nosotros vamos a por el dinero – dice Leo mientras
        vuelve a la furgoneta a por la cartera.
***

Están todos en la puerta. África mira la hora, sí, tiene que irse. Se despide con dos besos en la
mejilla de sus amigas y con la mano a los chicos. En cierto modo, le gustaría llegar a tener la
suficiente confianza como para darles dos besos a ellos también, pero le da miedo lo que piensen
después.
Ernesto está con ellos.
La miran irse. Sus amigas continúan hablando de sus cosas y uno de los amigos de él le da un
codazo.
    – ¿Te ha perdonado ya?
    – No lo sé. Intentaré hablar con ella por tuenti, a ver.
***

La limpiadora acaba de llegar. Ha tenido que venir a las tres porque tenía el día ocupado.
Ha dado un brinco y ha hecho una mueca de asco al entrar en la casa.
    – Sí, lo sé – dice el chico – necesitamos que limpies la casa todo lo que puedas, pero no
        puedes entrar en esa habitación de allí.
    – Muy bien – dice ella amablemente.
    – Son quince euros, ¿cierto?
La mujer asiente y Alberto le entrega los veinte.
    – Quédate con los cinco sobrantes, porque este olor es insoportable.
Ella sonríe ampliamente y va a su coche a buscar todo lo necesario.
***

Sube al bus. Paga su transbordo y se sienta en uno de los asientos dobles del final, en el lado de la
ventana.
Apoya la mejilla en el cristal. Está frío, pero no la aparta. El sol le da en la cara, haciéndole
cosquillas.
Una sonrisa tonta se dibuja en su cara. Ernesto. Le ha hablado al oído, es lo más cerca que han
estado nunca. Ha estado tan cerca de su boca, de esos labios carnosos...
Alguien se sienta a su lado.
En la radio suena Locked Out Of Heaven de Bruno Mars.
Le gusta mucho la canción.
Aunque, no sabe porqué, le recuerda a uno de los cinco chicos de aquella mañana. ¿Cómo se
llamaba...?

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