jueves, 13 de diciembre de 2012

Repentina felicidad. Repentinos celos.

                         
    – Escúchame muy bien, se acabaron la televisión e internet.
    – ¡Y el móvil! - añade su hermana mayor, que está sentada en el sofá leyendo una revista.
    – ¡Ah, claro, y el móvil!
África le lanza una mirada asesina a su hermana mayor, que le corresponde con una sonrisa burlona.
    – Pero mamá...
    – ¡Pero nada, a tu cuarto!
La chica corre a su cuarto. Con ganas de gritarle al viento que no fue su culpa, que fue culpa del
chico que la distrae con solo moverse, con que la mire de reojo, con que la salude... eso la distrae
tanto, que se pierde en alguna parte de su cabeza.
Pobre tonta, piensa en voz alta.
Se tumba sobre la cama y saca el móvil del bolsillo. Al menos, lo tendrá esta tarde.
Entra en tuenti.
Ernesto está conectado.
    – Mi madre se ha enterado de la nota de lengua – le dice.
    – Hola a ti también.
En otras circunstancias, hubiese reído, pero no es el momento. Seriedad.
    – ¿Me has entendido?
    – Te he entendido. ¿Qué tal?
    – Ernesto, en serio, la has cagado bien...
    – Vale, vale. Lo siento. Pero ¿qué quieres que haga?
    – Pues no sé.
    – Ahora ya sabes que no debes prestarme nada nunca más.
    – Lo tendré en cuenta siempre.
    – Eso espero.
Durante un tiempo, ninguno dice nada.
    – Pero no te preocupes – le dice él – te recompensaré de alguna manera.
    – No voy a dejar que compres nada.
    – ¿Por qué?
    – No hay dinero para caprichos. Déjalo, da igual.
    – No, no da igual. Te recompensaré.
    – ¡No compres nada!
    – No tengo porqué comprar nada, ya te lo dije en clase.
    – ¿Qué?
    – No tiene que ser algo comprado... puede ser mucho más... algo que llevas queriendo mucho
        tiempo...
¿Indirecta? Quizá. Pero hay que pensar mucho para darse cuenta. Seguramente no lo sea.
    – No te entiendo – le dice, para intentar aclararse.
    – Que no tiene porqué ser algo material. Quiero decir, hay cosas más importantes que eso.
    – ¿Y que vas a hacer?
    – Te lo dejará Papá Noel bajo la almohada.
    – Eso es el Ratoncito Pérez.
    – Da igual. Lo tendrás el veinticinco de diciembre y si no, el seis de enero, para los Reyes
        Magos.
    – Está bien...
    – Estoy seguro de que te gustará – añade un emoticono con una sonrisa.
    – ¿De verdad?
    – De verdad. ¡Y solo queda una semana para las vacaciones! Ya verás....
    – Sí, ya veré – añade un guiño – tengo que irme. Hasta luego cielo.
    – ¿Cielo?
    – ¿Qué pasa? - pregunta ella, olvidándose de que escucha los pasos de su madre subiendo las
        escaleras.
    – Nunca me has llamado cielo.
    – Se lo digo a mucha gente. Hablamos tan poco...
    – A vale.
    – Sí. Bueno...
Su madre abre la puerta de la habitación. África se apresura a esconder el móvil bajo la almohada.
    – ¿Vas a cenar?
    – No, no tengo mucha hambre.
    – ¿Seguro?
    – Sí. Pero ¿qué hay?
    – Sopa.
    – No, hoy no como.
La mujer sonríe, pero se da cuenta de que esconde algo y entra. Se acerca a su hija y levanta la
almohada.
No hay nada.
    – ¿Qué pasa mamá? - le pregunta la chica, intentando no parecer nerviosa.
    – Nada. Por cierto, tienes que darme el móvil.
    – Lo necesito para mañana.
    – ¿Para mañana? ¿Para qué? Si puede saberse.
    – Pues porque... tenemos que hacer un trabajo para este viernes y, a lo mejor me voy hoy a
        casa de alguna amiga para hacerlo. Tendré que llamaros para avisar.
    – Mmm... está bien. ¡Pero estás castigada sin televisión ni internet, tu padre acaba de
        desconectar el ruter!
    – Vale... - dice ella con pesadez.
    – Bueno, buenas noches – se despide su madre. Le da un beso en la mejilla.
    – Buenas noches, mamá.
En cuanto su madre su madre sale de su habitación, saca el móvil de detrás debajo del edredón.
Suerte que la cama estaba echa y que no se ha notado el movimiento que hizo para esconder el
móvil ahí.
Ernesto ha escrito algo.
Ella está desconectada porque no tiene señal de internet.
    – Buenas noches, cielo, hasta mañana – se despide él.
Una enorme sonrisa se dibuja en su cara. Se ha olvidado de las malas notas, de la pelea con sus
padres, del enfado con su hermana... de todo.
Ernesto. Simplemente es perfecto.
Suspira y se deja caer sobre la cama.
                                                 ***
Todos lo miran dormir.
Ha mejorado.
Ya no llora, pero de nuevo, la puerta de la casa estaba abierta y su padre no está.
Estará bebiendo.
Sienten cierto miedo por el chico, ya que si la policía o la seguridad social descubre cómo es el
padre de su amigo, lo separaran de él y, por tanto de ellos.
Alberto quiere ir con él, pero Leo lo detiene.
    – No, déjame a mí. Es mi culpa que esté así, quiero arreglarlo.
    – Claro.
Alberto se aparta y deja pasar a Leo, que se acerca vacilante a Adrián.
Los demás salen de la habitación para darle algo de intimidad. No es fácil pedir disculpas delante de
vigilantes miradas.
    – Adrián – lo llama sacudiéndolo suavemente.
En seguida, el chico abre los ojos, de un claro marrón o verde, extraños pero extremadamente
bonitos.
    – ¿Leo?
    – Hola – dice su amigo. Sonríe.
    – Hola.
Adrián hace un enorme esfuerzo y se sienta sobre la cama. Leo lo imita a su lado.
    – ¿Qué has venido a hacer aquí? - le pregunta sin ser borde Adrián.
    – A ver cómo estabas...
    – Estoy bien, gracias. ¿Y tú?
    – Dando saltos.
    – ¿Por qué?
    – Tengo una muy buena noticia.
                                                  ***
    – No sé...
    – Blanca, no te preocupes, a ella no le gusta Ernesto. Me lo hubiese dicho.
    – Ya, pero ¿no la has visto, cómo se comporta con él?
    – Constantemente, y, se comporta igual que con todo el mundo.
    – No.
    – Y, de todas maneras, no te ofendas, pero ¿a ti que te importa? Tú cortaste con él.
    – Pero...
    – Blanca, escúchame, puedes conseguir a cualquiera, ¿por qué él?
    – Pregúntaselo a tu amiga, a ver.
    – ¡A África no le gusta Ernesto!
    – Yo creo que sí.
    – Bueno, da lo mismo, si dejó de gustarte hace casi un año, ¿por qué ahora vuelve a gustarte?
        No tiene sentido. Lo hiciste sufrir ya una vez...
    – Pero...
    – Blanca, te dejo, que voy a cenar. Un beso.
    – Igualmente. Adiós, Almudena.
                                                  ***
    – ¡¿En serio?! - Adrián está sorprendido.
    – Sí. No es una discográfica, pero ya es un comienzo. ¡Van a empezar a conoceros!
    – ¡Qué bien! ¡No me lo creo!
    – Pues créetelo. Pero hay una cosa...
    – ¿Hay una mala noticia?
   – ¡No, claro que no! Bueno, de momento – Adrián espera que Leo siga hablando – quieren
       que les confirmemos la asistencia mañana mismo.
   – ¿Y?
   – ¿Puedes cantar?
Adrián da un brinco. ¿Puede? En realidad, no está seguro.
   – ¿De cuánto dinero estamos hablando?
   – Dijo que depende. Si es un buen concierto, puede que más de veinte por persona.
   – ¿Cuánto duraría un buen concierto?
   – No sé... una hora o así.
   – Uff. Habría que prepararlo. ¿Cuándo es el concierto?
   – La semana que viene. Pero no es concierto, solo tocaréis en un bar.
   – Es verdad, solo es en un bar...
   – Pero eso está muy bien... es un buen comienzo. Piensa que os vio en Youtube y le encantó.
   – Sí...
   – ¿Podrás?
   – Podré.

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