miércoles, 5 de diciembre de 2012

La decisión, la felicidad y la tristeza

                             
Adrián sigue durmiendo.
Guille lo observa apoyado en el marco de la puerta. De momento, no llora. Es uno de los pocos
momentos en los que no lo hace durante ese día.
En cierto modo, parece un bebé, dolo llora y duerme. Aunque no come, ni bebe, por mucho que sus
amigos lo intentan.
Los demás están hablando con el padre de Adrián en la cocina, que ha llegado borracho justo
cuando la limpiadora había terminado de limpiar.
A él le han ordenado vigilar a su amigo.
No hay mucho que vigilar, simplemente duerme.
Tiene curiosidad de saber lo que le están explicando al padre del chico. De puntillas, va hasta la
cocina.
  – ... Por eso, le pedimos, que busque trabajo.
  – ¡Pero es muy difícil!
  – Si no trabaja, le quitarán a su hijo.
  – ¿Y?
  – Pues no volverá a verlo.
  – ¿Y?
  – Que se quedará solo.
  – Ya estoy solo. No os dais cuenta. Desde que su madre se fue estoy solo.
  – Lo tiene a él.
  – ¡Sí, una cosa! Lo único que hace es lloriquear y dormir.
  – ¡Y usted solo bebe!
  – ¡Porque lo necesito!
Todos los chicos lo miran tensos, con los nervios a flor de piel. Están realmente incómodos.
  – Escuche – le dice Alberto apoyándose en la mesa -, está pasando por un mal momento. Todo
     volverá a la normalidad cuando todo sea bonito a su alrededor. Debe buscar un trabajo,
     mostrarle que es capaz de mantener a una familia, por muy pequeña que sea. Como hacía su
     mujer.
  – Su madre se fue sin explicaciones.
  – Sí... bueno... - hicieron una pausa tensa – busque trabajo y todo irá bien. Sino, se meterá en
     problemas más graves que en los que está ahora. ¿Lo hará?
  – ¿¡Puede saberse quienes sois vosotros para decirme lo que tengo que hacer!?
  – Pero, señor...
  – Nada, nada. Todos fuera de mi casa – explotó el hombre levantándose.
Salieron entre atropellos y empujones de la casa. Seguidos de Guille, que se había olvidado
completamente de Adrián.
El hombre suspiró.
Salió de la cocina, que estaba más limpia que nunca y fue a la habitación de su hijo.
Entró.
Estaba dormido, o al menos lo parecía. Con la cara tapada hasta los ojos.
Su respiración era algo irregular. ¿Por qué? Lloraba.
No quiso acercarse más y salió de la habitación con la misma rapidez con la que había entrado.
Sí, buscaría un trabajo.
***
Enciende el móvil. Es tarde, pero no consigue dormir y sabe que alguna de sus amigas estará
conectada a Washap.
Busca entre sus conectados. Alguien le habla. Ernesto.
Tiene curiosidad y entusiasmo al mismo tiempo, ¿qué le dirá? Enrojece aunque él no está delante.
   – Hola – escribe simplemente él – no te vayas, por favor. Espera, voy a llamarte.
Quiere decirle que no, que es muy tarde.
Pero Die Young, de Ke$ha empieza a sonar. Demasiado tarde, ya la está llamando.
Se apresura a contestar.
   – Ernesto...
   – ¡África!
   – ¿Qué quieres? - dice ella con pesadez.
   – Mira, que lo siento mucho, de verdad. Que no quería hacerlo...
   – Ernesto, que...
   – No, de verdad, que lo siento muchísimo – suena realmente arrepentido. ¿Qué hacer?
   – Ernesto, ya está, ya te he perdonado.
   – ¿De verdad?
   – Bueno... - él espera a que ella termine de hablar - ¿por qué lo hiciste?
   – Los chicos...
   – Está bien, no sigas.
   – ¿Estás enfadada?
   – No... pero, por favor, no vuelvas a hacerlo. Simplemente eso.
   – Ok.
Ella ríe.
Ernesto sonríe al otro lado, si ha reído, realmente no está enfadada.
   – Bueno, buenas noches, entonces – dice él.
   – Buenas noches.
África sonríe y apaga el móvil.
Todo es tan perfecto, demasiado. Ríe a carcajadas, es demasiado extraño...
Tiene que taparse la boca porque no quiere despertar a sus padres.
Respira hondo y deja el móvil sobre la mesilla.
Duerme aún sonriendo.
***
Al día siguiente, entra en clase. A primera, lengua. No está mal.
El profesor entra, todos se callan. Ernesto le ha sonreído, ella le ha devuelto la sonrisa. Es tan
guapo...
   – Bueno. Ya tengo pensada la fecha para el examen – dice el profesor. Todos sacan sus
      agendas – el lunes, el próximo día.
   – ¡El próximo día!
Toda la clase exclama en gritos de horror, enfado y resoplos. El profesor los hace callar dando unas
palmadas.
   – Tendríais que haber estado estudiando todos los días, no debería haber ningún problema.
   – Pero profesor es muy difícil de estudiar y es muy largo...
   – Para algo os di unos apuntes – dice el profesor.
Todos los alumnos están tan preocupados y estresados en ese momento que África no nota que
Ernesto le está tocando un brazo con una mano.
La llama al ver que no reacciona.
Ella lo mira de golpe.
   – ¿Puedes dejarme tus apuntes para que los fotocopie en el recreo? - le pregunta.
   – Claro – dice ella tendiéndoselos.
Él sonríe, conforme.
***
Adrián se sienta sobre la cama y bosteza.
Agacha la cabeza y sale de su habitación arrastrando los pies.
Da un brinco al ver que todo a su alrededor está extremadamente limpio. No hay nadie en casa. Eso
le extraña algo más.
Va a la cocina, pero no tiene hambre así que vuelve a su cuarto. No tiene ganas de hacer
absolutamente nada. Aún sigue teniendo ganas de llorar.
***
Última hora.
Sale feliz por la puerta del instituto.
Ernesto le ha dedicado varias sonrisas en cada una de las clases, aunque ha sido algo deprimente ver
como tonteaba con su ex, que además de ser amiga de ella, tonteaba también con él.
Pero hoy a recibido ración triple o cuatriple de lo que solía recibir antes. Sonrisas, miradas y risas.
Nada mejor para empezar.
Sigue pensando en lo bueno que ha sido el día cuando de repente, se cruza con un hombre que corre
cuesta abajo jadeando y sudando.
Se aparta para dejarlo pasar.
Ese hombre le da bastante asco.
Huele a alcohol y a sudor al mismo tiempo. Va vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta
blanca ya manchada.
Se estremece. Está segura de que es un borracho que, desesperado, busca trabajo o dinero. Lo sabe
porque tiene la cara roja, propia de los alcohólicos y huele muy, muy fuerte.
Tiene suerte de no conocer a nadie así.
Sigue andando y llega a la parada.
El autobús llega poco después.
Sube y se sienta en un asiento del principio. Es el único que hay libre.
Se sienta y recuerda que tiene examen de lengua el lunes. Tiene todo el fin de semana, pero no
piensa perderlo estudiando.
Saca la carpeta donde normalmente lo lleva todo.
Busca los apuntes.
No están.
¿Dónde están? ¿¡Dónde están!?
Nada, no aparecen.
Entonces lo recuerda.
Ernesto. Se los dejó a Ernesto.
El muy imbécil no se ha acordado de devolvérselos.
Mierda, mierda, mierda.
Primero Sinsajo y ahora los apuntes.
Ya lleva dos días desesperada buscando ese libro, además había que añadirle un suspenso.
Así está claro que va a quedarse sin regalo de Navidad.
Al llegar a su casa, se sienta en el sofá, móvil en mano. No está sola. Su madre bebe café antes de
volver a salir de casa para trabajar y su padre estará a punto de despertarse de la siesta.
Le escribe un mensaje a Ernesto, pero no lo mando. ¿Y si queda muy ridículo? Lo lee y lo relee,
pero no quiere parecer una estúpida empollona... pero sin los apuntes...
Bueno, aunque lo llame o le envíe un mensaje no va a conseguir los apuntes de nuevo, ¿o sí?
Sube a su cuarto y llama a Ernesto.
   – Está llamando a Ernesto, o sea, yo. Gracias, pero no puedo cogerlo ahora o no estoy
      disponible. Adiós, buenas noches, buenas tardes o buenos días.
Probará mañana, sabe que Ernesto está muy ocupado los viernes. Hoy mismo le ha comentado que
tiene un partido importante.
Bueno, solo un día.
En todo el fin de semana no ha estudiado apenas nada. Ernesto no le ha cogido el teléfono ni una
sola vez. Pero no puede enfadarse...
¡Va a suspender!
El examen es a segunda hora.
Ernesto aparece por la puerta del instituto.
Va hacia él y le pega en el brazo con la menor fuerza que puede, evitando parecer algo marimacho.
Él la mira sin entender.
   – Imbécil – lo insulta - ¡te llevaste mis apuntes!
   – Ah, es eso – dice él sonriendo.
   – Eres gilipollas, en serio.
   – Pero yo...
   – Pero nada, no he podido estudiar, tonto.
Él no dice nada. Toca el timbre.
Solo una hora...
Vuelve a casa con la idea del suspenso en la cabeza.
El profesor de lengua dice que tendrá las notas para mañana.
Todo se ha estropeado, y mucho.
Va a quedarle lengua, y quizá francés.
Está segura ya, no tendrá Navidad siquiera.
***
Lengua a primera. Se sienta en su sitio.
Todos esperan con impaciencia la nota.
El profesor entra en clase, está serio, bueno, como siempre.
Abre su libreta.
   – Tengo los exámenes – todos resoplan – diré las notas al final de la clase. Sacad vuestros
      libros.
Toca Literatura. El profesor suele leer él mismo las poesías, ya que las sabe de memoria.
Muchas veces a merecido más de un aplauso, pero por miedo, nadie lo hizo.
África tiene los brazos cruzados sobre la mesa, con la cabeza apoyada en ellos. Ernesto la imita.
Él la mira unos segundos.
Están tan cerca...
Le devuelve la mirada.
   – Subrayar la segunda línea – dice el profesor.
África coge un lápiz y subraya lo dicho.
Ernesto la mira aún más fijamente ahora.
Ella lo mira a él.
   – Tienes uno ojos preciosos – dice.
Ella sonríe, pero ha estado a punto de caerse de la silla.
¡Se ha fijado en ella! Quiere morirse, le va a dar un ataque de lo rápido que le late el corazón.
Lo mira. Sus ojos se detienen en sus labios. Tan perfectos...
Una imagen en su cabeza, seguramente un sueño, aparece. Ernesto y ella se besan. Siente un
escalofrío.
Sería perfecto si eso ocurriese.
   – Bueno, ahora las notas – dice el profesor.
Ellos dos dejan de mirarse y se tensan. Se sientan correctamente.
   – Elena, 7; Carlos, 5 y medio...
Llega a África.
   – África, 3.
Ella da un brinco. Se tapa una boca. Tiene ganas de llorar.
         – Ernesto, ocho y medio, felicidades.
***
Se obliga pensar.
   – One heart with a million voices, one day it could all be gone...
¿Qué viene después? No se acuerda.
Todas las canciones le recuerdan a África y ahora no recuerda la letra de ninguna. Pero esa canción
es su preferida: One heart, million voices de New Empire.
Suspira.
Realmente está mal. Está muy mal.
***
Naturales.
   – ¿Qué te ha pasado en el examen de lengua? - le pregunta uno de los chicos, que está sentado
      a su lado.
   – Que ese imbécil – señala a Ernseto, que está sentado delante – se llevó mis apuntes.
   – ¿¡Te llevaste sus apuntes!?
Ernesto asiente, divertido.
   – Eres imbécil.
   – Ya ves – dice ella – por tu culpa, me he quedado sin regalo de Navidad.
   – ¿Qué? - Ernesto se torna serio.
   – Gracias a ti, me quedo sin móvil nuevo. Pues me lo vas a comprar tú.
   – ¿En serio?
   – Sí.
   – Te recompensaré
   – ¿Perdón?
   – Te recompensaré, lo prometo – dice él sonriendo.
Primero estaba feliz por la miradas que se habían lanzado en lengua, luego triste por el suspenso y ahora está realmente alegre.
   – Ernesto... no lo decía en serio. No hace falta que compres nada...
   – No, no es justo que te quedes sin nada por mi culpa. Y de todas formas, no tiene porqué ser comprado - sonríe pícaramente.
   – Esto...
   – ¡Los del fondo, dejaos de tonteos!
Toda la clase ríe.
Ernesto se da la vuelta y África enrojece.
Todos la miran divertidos salvo Blanca, la repetidora de la clase y la ex-novia de Ernesto.


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