viernes, 26 de abril de 2013

Tragedias


  • ¡Esperad, quiero llamar a Claudia!
  • Adrián, relájate, todo irá bien – le dice Amanda acariciándole con suavidad la muñeca que lleva vendada un día entero.
  • ¡No, necesito hablar con ella!
  • Después, después...
  • ¡No, ahora!
Los demás siguen la camilla justo detrás.
¿Qué le pasa de repente a Adrián? ¿No le gustaba tanto África?
Adrián mira a Leo suplicante. Él quiere sacar el móvil del bolsillo, pero Amanda se lo impide de un manotazo.
  • No hay tiempo – le dice entredientes.
  • Lo siento, Adrián – dice encogiéndose de hombros.
El chico bufa antes de entrar en el quirófano.
Mario se gira hacia la tensa Amanda.
  • ¿La operación no era – mira su reloj – en un cuarto de hora?
  • Sí. Pero como tendrían que haberlo operado ayer, conseguí convencer a los médicos para que fuese cuanto antes hoy. Y justo ahora tenían un hueco de cuarenta y cinco minutos.
  • ¿Qué van a hacerle, mamá? - pregunta Daniel tirando de su manga y mirando hacia la puerta por la que Adrián acaba de desaparecer.
  • Van a colocarle en su sitio un hueso de la muñeca, cariño.
  • ¿Y eso duele? ¿Cómo lo hacen?
  • Claro que duele cariño...
  • Yo no quiero que le hagan daño a Adrián...
***
El silencio en el coche es incluso violento. Blanca mira a su madre, seria, con los ojos hinchados y el maquillaje de los ojos ligeramente corrido.
  • ¿Cómo está? - se atreve a decir mirando hacia el frente.
  • Pues mal, ¿cómo va a estar? - responde su madre con brusquedad.
  • Ya, pero... uff...¡yo qué se! ¡No la tomes conmigo!
Su madre se aclara la garganta y niega con la cabeza.
  • Ante todo, quiero que le sonrías, le hables todo lo que puedas para distraerlo y que no te pelees con tus primos...
  • ¿Están allí? - se queja ella con pesadez – Siempre están sacando el tema de lo de repetir curso...
  • Ten en cuenta que ellos lo sacan todo dieces en los cursos en los que tú repetiste.
  • Pero si ellos estuviesen en mi lugar yo no estaría recordándoselo cada vez que los viera.
  • Mmm...
Su madre aparca en una plaza en la calle frente al hospital.
  • ¿Hay alguien más?
  • Tus tíos – antes de que la chica pueda volver a quejarse, su madre sigue hablando – pero lo principal es tu abuelo, no el resto de tu familia, concéntrate en él.
  • Claro.
***
  • ¿Qué era lo que le iban a hacer? - pregunta Guille aprovechando que Daniel se ha ido.
  • Le tienen que poner un clavo en la muñeca y luego escayolarlo.
  • ¿Todo eso tardaría tres cuartos de hora?
  • Bueno... Depende de lo que se resista Adrián.
  • ¿Por qué iba a resistirse?
  • Me han dicho que no le pondrán anestesia.
Alberto se gira hacia ella sentado en una de las sillas de plástico verdes que hay frente a la sala de operaciones. La mira fijamente, muy serio.
  • ¿Por qué?
  • Porque como no tiene ningún historial médico, no sabemos si es alérgico a algo y no nos podíamos arriesgar a que muriera porque los médicos no sabían que era alérgico a cualquier cosa que hubiera en la anestesia, o al látex, o cualquier cosa.
  • ¿Y cómo es que no tiene historial médico? - pregunta Antonio, que estaba ajeno a la conversación hasta ahora.
  • Piensa un poco... su padre es un borracho, seguramente drogadicto y tendría muy probablemente problemas con la policía – le contesta Mario sentándose junto a Alberto.
***
Su madre respira profundamente en el ascensor, cierra los ojos y aprieta los puños.
No soporta verla así, tan mal... Se le hace insoportable. Lo peor que le puede pasar a alguien es ver a su madre llorar, cosa que acaba de entender hoy mismo.
  • Sígueme hasta la habitación. Mantén la compostura delante de tu abuelo y no te fijes en tus primos – le repite mientras andan por el pasillo.
Tienen que atravesar el pasillo hasta el final, pasando junto al pasillo que da al quirófano.
Hay una pequeña multitud allí esperando. Debe de haber alguien muy querido allí dentro. Pobres. Se les ve tensos.
Los mira de uno en uno, y a pesar de que solo tarda unos segundos en pasar por su lado, lo reconoce.
Aquel chico que vio tan tarde, en plena calle, que apenas pareció fijarse en ella pero al que tanto deseaba reencontrar.
Anda más despacio. Le ha parecido ver que los baños estaban al final del pasillo en el que estaba él.
Ya sabe como hacer que la vea de una vez.
Su madre entra en una habitación y ella lo hace justo después.
Su abuelo lleva puesta una mascarilla para respirar y está conectado a numerosos cables, uno de los cuales monitoriza su frecuencia cardiaca: cada latido se ve en su gran pantalla y está marcada por un insoportable pitido.
Está despierto, es lo que oye que le dicen a su madre mientras se acerca a la camilla.
Toda su familia está allí. Sus primos también, pero en vez de burlarse de ella por aquellos dos años consecutivos en los que repitió, le sonríen tristemente.
  • Hola, abuelo – dice con la voz más dulce que puede.
  • Cariño... ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en el colegio?...
  • Sí, pero he venido a verte... - Blanca nota que se le hace un nudo en la garganta, pero tose disimuladamente para poder seguir hablando con normalidad - ¿cómo estás?
  • Esta cama es muy cómoda...
Blanca sonríe y le acaricia la mano a su abuelo. Su piel está rugosa, y curtida por los años trabajando en el campo bajo el fuerte sol.
El anciano sonríe ligeramente, mantiene todos sus dientes y acude mucho al dentista y no fuma, por lo que están perfectamente blancos.
  • Cariño...
  • Dime, abuelo.
  • ¿Llevas algún cuento encima?
  • ¿Un cuento? - la chica piensa unos segundos. Mira a sus primos. El menor de todos, de sexto, saca su libro de teatro de la mochila y se lo entrega. <<Los tres cerditos>> - Sí, tengo uno.
  • ¿Cuál es?
  • Los tres cerditos...
  • ¿Me haces un favor?
  • Claro – contesta Blanca ya con voz raspada y ojos húmedos.
  • ¿Me lo lees?
***
  • ¡África! ¿Por qué llegas tan tarde?
  • Porque estaba en la biblioteca y no he escuchado el timbre, profesora.
  • Bueno...
Ha tenido suerte de que la asignatura que tiene ahora es música y que se lleva bien con la profesora.
  • Venga, pasa.
  • Gracias.
Se sienta en su sitio, delante de Almudena, que está al lado de Ernesto. Ella está sola, su compañero de pupitre está enfermo y no ha venido.
Detrás de ella están hablando, puede oír la risa de Ernesto, la de Almudena la precede.
  • ¡Ernesto, siéntate con África!
  • Pero ¿por qué?
  • Porque no sabes guardar silencio.
  • Pero profesora...
  • ¡Siéntate con tu compañera y no me faltes al respeto!
Oye la silla arrastrarse hacia atrás, como Ernesto tira de su mochila, deja sus cosas en la mesa y se sienta con brusquedad a su lado, alejándose todo lo que puede de ella sentándose casi fuera de la mesa.
  • De ahora en adelante, te sentarás ahí todos los días.
  • ¿Y Santi, dónde se sentará?
  • En tu sitio.
Ernesto bufa y se remueve incómodo en su silla. La profesora continua explicando.
***
  • Voy al baño – avisa Blanca a su madre. La mujer asiente y sale andando rápidamente de la habitación.
Ojalá siga allí, ojalá siga allí, ojalá siga allí. Cambia de pasillo y sí, si está allí. Está desesperado, tiene la cabeza apoyada en las manos, igual que el resto de los presentes.
Conforme se va acercando a ellos, y al quirófano, oye gritos. Lo que le extraña mucho, reduce el paso, pero sigue andando hacia los baños.
  • ¡Dejadme! ¡Alejad esa cosa de mí!
  • ¡Adrián, vuelve a la camilla!
  • ¡Déjame tranquilo, no se te ocurra acercarte a mí con esa mierda!
  • ¡Adrián!
  • ¡Suéltame! ¡Suéltame, gilipollas! ¿Qué haces?
  • Tranquilo, solo será un momento.
  • ¿Qué vas a hacer? ¡No, no, no, déjame!
Se queda unos segundos parada, escuchando la conversación que se oye a gritos dentro de la sala junto a ella.
Al poco, el médico sale y se acerca a Amanda.
  • No deja de patalear y no se deja... - empieza a decir el pobre hombre.
  • Ya lo hemos oído.
  • No queda otra opción, tendremos que dormirlo.
  • ¿Pero y si tiene alergia? - dice levantándose Leo. Blanca lo observa, es tan... ¿perfecto?
  • Haga lo que tenga que hacer – le da su permiso Amanda.
  • Muy bien. Gracias.
No se ha dado cuenta, pero Alberto la está mirando. Cuando sus miradas coinciden, se acerca a ella lentamente.
  • Es algo bastante privado, te pediría que siguieras andando.
Blanca asiente y anda hasta el servicio, entra dentro y se lava la cara.
Puede escuchar como se pelean fuera de nuevo, pero no son las mismas personas. Las voces se van alzando, poco a poco, luego se acercan. Corre a esconderse dentro de unos de los baños y se encierra dando un portazo. Cuando vuelve a salir se encuentra con un chico de espaldas. Ve su cara reflejada en el espejo, horrorizada. Y luego la de él, que la mira sobresaltado. Se gira lentamente hacia ella.
-¡¿Qué haces tú aquí?!
-¡¿Y tú?!
-Es el baño de los chicos...
Blanca intenta articular una disculpa; pero sólo consigue murmurar algo inteligible. Él tampoco consigue decir nada. Ella se vuelve y ve los urinarios en las paredes.
-Me... he equivocado.
Intenta irse corriendo pero él la detiene.
-Espera, ¿tú no eres la chica de la calle, la que parecía un payaso con tanto maquillaje?
Blanca se quedó en blanco. ¿Eso es lo que pensaba de ella el chico de sus sueños mientras ella lo veía como un príncipe?
-Vale...
Blanca se dirige hasta la puerta molesta.
  • No, perdona. Es que estoy muy tenso, mi amigo... ¡Necesitaba decir una gilipollez!
  • ¿Tu amigo es el de los gritos?
  • Sí...
  • ¿Estás bien?
  • Fff...
  • ¿Qué le pasa a tu amigo?
  • ¿Sabes la noticia esta que salió del maltrato...?
  • Sí...
  • Es él. -como ve que ella no dice nada, cambia bruscamente de tema- ¿A ti qué te ha pasado?
  • A mi abuelo le ha dado un infarto.
  • ¿Cómo está?
Blanca solloza débilmente y luego rompe a llorar.
Leo se acerca a ella sin saber qué hacer y la abraza. Un abrazo corto, demasiado. Luego se va, dejándola sola.

***
Tutoría. Última hora.
Todos bostezan al mismo tiempo. El tutor entra por fin en la clase, sonríe y abre su carpeta, como todos los días.
-Hoy, vamos a hablar del maltrato. -dice volviéndose serio- Aprovechando que esta vez ha pasado en esta misma ciudad, cerca de nosotros.




Gracias a África y  Maria del Mar por ayudarme con este capítulo. Os quiero.

domingo, 21 de abril de 2013

Últimas decisiones





Se acerca lentamente a él.
Le acaricia el brazo y se sienta a su lado.
Se siente tan culpable... no quería hacerle daño, y tampoco quiere verlo llorar, ahora ella tiene ganas de llorar también. Siente las lágrimas a punto de salir en cascada de sus ojos, se le hace un nudo en la garganta y se le cierra el estómago.
  • Lo siento – le dice con un hilo de voz.
  • No tienes nada que sentir.
  • Siento haberte hecho daño – dice aclarándose la garganta. Tiene que secarse unas pocas lágrimas con la manga de la camiseta.
  • Me lo he hecho yo a mí mismo.
África lo mira en silencio. Ha cambiado. Se siente como si hubieran intercambiado papeles, como si él fuera ella antes de cortar, la parte débil.
Todas las personas tienen un tope, todas explotan al final, y él acaba de acerlo.
  • No mereces nada de lo que he hecho.
  • Tú merecías menos aún lo que yo te hice.
  • Eso ya está olvidado.
  • Es una lástima que no sea tan fácil olvidarte a ti.
La chica toma aire. Siente un gimoteo débil, casi inaudible dentro de ella. Se siente fatal, casi tiene ganas de vomitar.
  • ¿Qué me ves a mí? No tengo nada de especial.
  • La palabra “especial” es demasiado pequeña para definirte.
  • Vas a conseguir hacerme llorar...
  • Así ya somos dos.
Ambos guardan silencio. Observan el vacío patio desde la escalera de la biblioteca. Fuera llueve con fuerza. Dentro de poco será primavera, pero no se nota demasiado.
  • ¿Cómo hiciste para salir de clase?
  • Estuve hablando, luego dije que había olvidado los deberes y el libro en casa y me mandó a la biblioteca.
  • Te pondrá al menos dos negativos.
  • Me da igual. En cuanto vi que no entrabas en clase me preocupé. Nunca pensé que estarías llorando – acaba diciendo ella sin darse cuenta.
  • ¿Te preocupaste? ¿Por mí?
  • Claro.
  • ¿Lo has pensado ya? - pregunta él levantándose.
África no contesta, mira hacia abajo, avergonzada. Apenas lo ha hecho.
Ernesto le tiende una mano. Ella alza la mirada y acepta su ofrecimiento.
  • ¿Adónde vamos?
  • ¿Me acompañas a beber agua? - le pide con frialdad el chico.
Ella asiente sin fuerzas.
Tienen suerte de que no haya ni siquiera un profesor.
Ambos entran en el baño entre la biblioteca y al salón de actos, al de los chicos.
Ella se apoya en la pared y él se acerca a uno de los cuatro grifos del lavabo y se echa agua en la cara, para despejarse.
Se mira al espejo, tiene los ojos hinchados y rojos de tanto llorar. ¿Cuánto lleva así? Demasiado, le empieza a afectar demasiado.
Observa la figura tímida que hay detrás de él en el espejo. Ella lo mira, más bien de forma indiferente, pero no sabe lo que piensa en su interior. Le encanta.
Se gira hacia ella y se acerca.
  • ¿Lo has pensado? - vuelve a preguntar.
  • Sí – dice África muy seriamente. Ernesto respira profundamente y da un paso hacia atrás – Y... no. Ernesto, no voy a salir contigo.
El chico parpadea varias veces, intentando no volver a llorar. Respira profundamente y se aclara la garganta.
  • ¿Me das un abrazo?
Sin contestar, África lo abraza. Es el mejor de los abrazo que ha tenido nunca.
  • Lo siento – murmura.
Pero él no contesta, la aprieta contra sí y entierra la cara en su pelo con olor frutal. Está llorando, llora más que nunca antes.
Cuando quiere darse cuenta, ella también está llorando, sigue repitiendo lo mismo atragantándose con cada sílaba.
  • Lo...sien...to...
***
  • ¿Has quedado con tus amigos?
  • Sí.
  • No bebas mucho. No fumes, ¿eh?
  • Sabes que no.
  • Vale, bien. Un beso enorme. Hasta mañana.
  • Otro para ti. Adiós.
Ambos cuelgan a la vez.
Maite se deja caer en el sofá con desgana. Suspira, expulsando todo el aire que llena sus pulmones.
Se arrepiente demasiado de lo que hizo. No puede creer que llegasen a algo así y que lo estropeara todo.
Ojalá pudiese revivir ese momento, convencerse a sí misma de que en realidad, no quería hacerlo, que no lo deseaba, y él tampoco.
Recuerda todo con tanta claridad, cada caricia, cada... Se lleva una mano a la cabeza, no tiene fiebre, pero le duele demasiado.
Bebe el último sorbo de vino y cierra los ojos.
Un nuevo suspiro.
Lo quiere, quizá lo ame, pero ya no hay marcha atrás. Y todo por un simple error... un error que ambos necesitaban, al menos psicológicamente.
Pero no esperaba que su relación se acabase por hacerlo en un coche. ¿Acaso no es así cómo se perdonan el resto de las parejas? ¿Por qué ella y Hugo no pudieron perdonarse entonces y tuvieron que conformarse con ser amigos?
Resopla con todas sus fuerzas y bebe el último sorbito de vino del vaso antes de volver a llenarlo hasta arriba.
***
  • ¿Estás bien?
  • Sí, es solo que...
  • ¿Qué te pasa Adrián?
El chico se gira ligeramente. Pero lo hace con demasiada fuerza y siente una punzada recorrerle el brazo desde la muñeca herida. Se muerde la lengua para intentar no gritar y que no se note, pero Claudia ya está ahí de nuevo, la tiene delante, cerca, muy cera. Lo mira a los ojos muy fijamente.
  • ¿Qué te pasa? - repite con voz firme.
  • Nada.
  • ¿Estás preocupado por la operación?
  • Sí, sí, es eso – miente suspirando.
  • No tienes nada que temer. Es un buen médico, he hablado con él y me aseguró que no es una operación difícil. Solo te pondrán tornillo y un yeso para inmovilizar, nada del otro mundo... – la chica se sienta al borde de la cama, mirando al suelo – pero me preocupa, Adrián, me preocupas tú. Sé que no quieres hablar de ello, pero... ¿qué fue lo que pasó?
  • Me pegó.
  • Sí, pero ¿por qué?
  • Porque está loco.
  • ¿No tuvo ninguna razón para pegarte?
  • Sí.
  • ¿Y cuál fue?
Adrián la mira, ella sigue mirando al suelo. Es preciosa, ese vestido rosa le sienta de maravilla. Lleva el pelo recogido con horquillas en un recogido de apariencia despeinada pero al mismo tiempo con un toque elegante. Es imposible no fijarse en lo especial que parece incluso a primera vista, sería muy fácil enamorarse de ella... Pero no, ya hay otra persona.
  • Entiendo que no quieras contestar. Pero acabarás teniendo que hacerlo, en el tribunal, por ejemplo, al menos a tu abogado para que pueda hablar por ti.
  • Claudia – la chica lo mira a los ojos de nuevo. Adrián hace una mueca, será mucho más difícil decírselo a la cara, y más mirándola a los ojos -, te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí... pero - habla con un tono con el que quizá se predicen demasiado sus intenciones.
  • … pero te molesto – completa ella mirando de nuevo al suelo, ofendida.
  • No... no me molestas...
  • Adrián, me sé la historia: solo querías un rollo de una noche. Nos liamos y ya está, lo entiendo – dice ella sin cambiar su tono relajado y dulce. Adrián siente pena y arrepentimiento, no esperaba una reacción así, sino justo lo contrario, que se ofendiese y se fuera enfadada hubiera sido casi mejor – Pero esperaba que fueses distinto al resto de salidos que hay por ahí.
  • Para ser justos... esa noche estaba borracho y no sabía lo que hacía.
  • O sea, que ni siquiera querías liarte conmigo.
  • En realidad fuiste tú la que...
  • ¿Sabes qué? Déjalo. Solo conseguirás fastidiarlo más de lo que ya lo has hecho – la chica se da la vuelta decidida y se marcha, ante la mirada expectante del resto de los chicos que acaba de volver de la cafetería.
***
  • ¿Blanca?
  • Sí, soy yo.
La miran fijamente. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho? ¿Por qué la llaman? Aunque ella misma parece la más confusa de todos.
La chica mira a su profesora y de nuevo a la secretaria, que está en la puerta. La segunda mujer pasa dentro de la clase y se acerca a la primera, le susurra algo al oído y la otra asiente.
La secretaria saca del aula a Blanca.
  • Blanca, tu madre ha llamado...
  • ¿Ha pasado algo?
  • Tu abuelo está ingresado.
  • ¿Mi abuelo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
  • Le dio un infarto.
Blanca respira profundamente.
  • Tu padre vendrá a por ti, coge tus cosas y baja abajo.
Ella vuelve a clase, lo guarda todo en la mochila, ante la mirada atenta del resto de la clase e ignorando sus preguntas, y sale de la clase.
Cruza el pasillo y baja los dos pisos hasta que llega a la puerta del edificio.
Llueve, llueve mucho. Se sienta en un banco frente a la biblioteca, bajo un techo para no mojarse.
Mira hacia el frente. ¿Su abuelo no estaba enfermo del corazón? No, no. Desvaría. Estaba perfectamente la última vez que lo vio, incluso fueron a dar un paseo al campo... se ha hecho demasiado mayor, eso es todo.
Pero no puede borrarse pensamientos que le provocan unas ganas enormes de llorar. Se echa el perfecto pelo liso hacia atrás y espera impaciente a que llegue su madre.
***
  • ¿Volvemos a clase? Quedan cinco minutos, lo que tardamos en llegar.
  • Vale – dice el chico encogiéndose de hombros.
África lo mira tristemente. Es su culpa que esté así.
  • Vamos.
Ambos cogen sus cosas y salen del edificio de la biblioteca.
Ambos se detienen al ver a una sola y triste Blanca sentada en un banco cercano.
  • ¿Blanca?
La chica se gira. Ha estado llorando.
  • ¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí?
Blanca los mira primero a los dos, muy seriamente. ¿Qué hacían ellos dos en la biblioteca, solos?
  • A mi abuelo le ha dado un infarto, vienen a recogerme – dice por fin.
  • Lo siento... - dice África.
  • No pasa nada. Es un ancianito muy fuerte. Aún sale a correr todas las noches...
  • Seguro que se mejora – intenta animarla Ernesto, aunque su tono es demasiado desganado y triste y no ayuda.
  • Sí, sí. ¿No os tenéis que ir a clase? Solo quedan dos minutos – dice Blanca mirando la pantalla de su móvil, deseando que se vayan para poder pensar tranquila.
África se da la vuelta y Ernesto la sigue poco después.
La chica se gira y lo espera a él.
  • Vamos... - lo apresura.
Pero Ernesto, al llegar hasta ella, sigue andando sin hacerle caso.
  • ¿Te vas a enfadar conmigo? - pregunta molesta y con un tono algo irónico África. Él no contesta - ¿Puedo saber al menos por qué?
  • Eso mismo digo yo, ¿por qué?
  • Por qué, ¿qué?
  • ¿Por qué no quieres salir conmigo?
El timbre suena por encima del hilillo de voz de África, no ha dicho realmente nada, pero Ernesto no le pide que lo repita, ni se acerca para escucharla mejor, la deja allí sola, bajo las últimas gotas de lluvia de aquella tarde fría de finales de invierno.
***
  • Tienes un don para cagarla, que no es normal – dice divertido Leo, mientras bebe del batido de Guille.
Adrián está serio, muy serio. Sentado sobre la cama. Se le ve enfadado, pero ninguno de los demás sabe que, por dentro, tiene unas ganas profundas de llorar. ¿Por qué de repente hecha de menos a Claudia? Se siente demasiado culpable, de una manera nada normal. Quiere estar con ella, que le hable, que ría y que le haga escuchar la música que a ella le gusta, que cante, que LE cante.
  • Y en media hora la operación, vaya día que llevas – decide añadir a su sufrimiento Alberto, que mira al triste y lluvioso cielo.
  • Yo la llamaría para pedirle disculpas – dice Mario.
Adrián lo mira. Tiene razón. Mario parece más bien indiferente, pero su reacción cambia cuando Leo se burla de él.
  • ¿Y tú qué sabrás si no has tenido una novia en toda tu vida?
  • Es por educación – contesta él apretando los dientes.
  • ¿Nunca te has liado con nadie? - le pregunta Alberto muy sorprendido.
Mario no contesta. Los demás siguen hablando y riéndose de él. Adrián no, Adrián lo mira fijamente desde hace un rato. Decide sonreírle, pero no devuelve la sonrisa.
  • Adrián, ¿en qué piensas?
  • Dame tu teléfono. Voy a llamar a Claudia.
Todos se giran hacia él.
- Que vas a hacer ¿qué?
En ese momento, Amanda, Joaquín, Antonio y Daniel entran en la habitación, seguidos por un médico y varias enfermeras, que se llevan a Adrián en una camilla.

domingo, 7 de abril de 2013

Locos, enamorados y locos enamorados



Anda lentamente por el pasillo.
Tiembla. Se tambalea.
Se apoya en la pared y tose con fuerza. Le duele el pecho. Se aprieta las costillas y gime, quizá tenga rota alguna que otra. Sigue andando.
Las palabras de su padre le retumban en los oídos. Los insultos, también los golpes, los sigue notando en cada parte de su cuerpo, lentamente, se repiten. También escucha su murmullo apenado, pero este es real, el hombre llora desde el otro lado del pasillo.
  • Lo siento, Adrián, lo siento...
Pero él no contesta. Le costaría demasiado, pero sabe lo que quiere contestar, que él también lo siente, siente haber nacido, ser el hijo de un monstruo.
Siente algo de sangre seca en la frente cada vez que hace una mueca de dolor, a cada paso. Finalmente, llega a la puerta, la empuja con todas sus fuerzas, pocas, pero son las que le quedan.
El jardín.
Anda hasta la verja y sale de la casa.
Pero ellos están allí. Todos los “canis” que se metieron con él, los brutos a los que empujó en la calle y que casi le dan una paliza. Ve todo eso muy lejano.
El sol le da directamente en los ojos y empieza a ver todo con manchas blancas.
Lo están mirando, algunos de ellos se están acercando a él.
Ya no ve nada. Siente un profundo dolor en las rodillas, en las piernas y los pies que aguantan su peso, y cae al suelo. Oye pasos apresurados antes de dejar de oír también.
***
Lleva llorando ya mucho tiempo. La taza de café está rota y el café manchando la alfombra color crema, pero le da igual.
La televisión está puesta, para distraerse. La mira unos segundos. Nunca hay buenas noticias, es todo malo, no lo entiende.
Aparece una noticia de última hora. Un maltrato a un menor por su padre. Explican una corta historia, la edad del chico y la del padre y dicen los nombres de ambos.
Observa las fotos unos segundos con los ojos fijos en la pantalla.
Se levanta y coge el móvil. Tiene que asegurarse de que es él.
Busca en sus antiguas llamadas y busca el número desde el cual Adrián lo ha llamado varias veces antes.
Lo coge un hombre.
  • Hola, soy Maite, la psicóloga de Adrián.
  • Esto...Adrián... no puede ponerse.
  • ¿Es el que acaba de salir en las noticias?
  • Pues no sé que decirle señora – dice el hombre. Se nota en su tono de voz que ha llorado -, no estoy viendo las noticias.
  • ¿En qué hospital están?
***
Es él. Está totalmente seguro. Adrián acaba de salir en las noticias.
Suspira.
Coge el teléfono y marca el teléfono de ella, por la que lleva llorando varias horas, pero Maite es más rápida, lo está llamando.
  • ¡Hugo! ¡HUGO, ADRIÁN ESTÁ EN EL HOSPITAL!
  • Lo sé.
  • ¿Vas a venir a verlo?
  • No tengo nada que ver con él, además, creo que no le caigo bien.
  • Hugo, no le caes mal.
  • ¿Dónde estás? No te escucho bien.
  • Estoy en un taxi. Voy camino del hospital.
  • Ah, vale. Gracias por llamar pero yo...
  • Hugo, Hugo, espera – la joven espera a estar segura de que su ex-novio la escucha – lo siento, ¿vale? Cometí un error, un enorme y horrible error. Pero te quiero, Hugo, te quiero.
  • Maite...
  • ¿Podrías darme otra oportunidad? Quiero volver a ser tu princesa... no sabes lo que te he echado de menos en tan solo unas horas.
  • Maite, tengo que pensarlo. Te equivocaste.
  • Lo sé.
  • Vale.
  • ¿Prometes que lo pensarás enserio?
  • Lo prometo.
  • Gracias.
  • Adiós.
  • Adiós, príncipe...
***
  • Joder – murmura Leo mientras se acerca a la cama.
  • ¡Que pestazo a hospital! Me da arcadas.
  • ¡Calla, Guille! - le recrimina Alberto mientras le da un codazo.
Han tenido suerte de haber llegado justo después que sus padres adoptivos, y que les dieran permiso para entrar con ellos.
Mario observa a su amigo fijamente, callado.
  • ¿Está sedado?
  • No, solo duerme. Debe de estar muy cansado – responde un chico de su edad que está junto a los padres adoptivos de Adrián, está muy pálido y parece asustado.
Guille se acerca a la cama lentamente, paso a paso.
Alberto observa la cara de su primo. No parece demasiado afectado, aunque todos piensen que parte de la culpa es suya.
De pronto, irrumpe en la habitación una chica joven y alta, despampanante a pesar de ir vestida muy sencillamente con unos vaqueros desgastados y un jersey. Todos la miran pasmados.
Va corriendo hasta la cama y se detiene en seco justo frente a Adrián. Lo mira unos segundos y le acaricia suavemente una mejilla, luego levanta la mirada hacia la familia.
  • Hola, soy Maite, su psicóloga – se presenta.
  • Encantados – dice Amanda asintiendo lentamente.
  • ¿Qué han dicho los médicos?
  • Tiene algo en la muñeca y golpes en general... - dice afectada la mujer – después vendrá en médico con los resultados de las pruebas.
  • ¿Saben quién fue?
Entonces, un chico que hasta entonces nadie había visto alza la voz. Todos se fijan en sus pintas, su peinado y su forma de hablar, es lo que todos definirían como “cani”.
  • Lo vimos mis amigos y yo saliendo de su casa. Lo trajimos aquí cuando se desmayó.
  • Vaya, muchas gracias – agradece Joaquín, que se acerca a él - ¿puedo hacer algo por ti y tus amigos?
  • No hace falta. No nos ha costado nada. Tenía el coche cerca.
  • Conducía un mayor, espero – dice Amanda asustada.
  • Conducía yo. Soy mayor de edad – se apresura a añadir.
Todos observan al chico, es extremadamente pequeño, tiene una irritante voz, demasiado aguda. Nadie puede creer que aquel extravagante joven tenga la misma edad que la psicóloga.
  • Mu...muchas gracias – repite Joaquín.
  • ¡Se ha despertado! - grita de repente Daniel señalando a Adrián.
El “cani” se acerca a la cama lentamente para verlo.
Amanda corre junto a Adrián y le coge la mano sana, lo mira con cariño, un cariño maternal.
El chico ve borroso, pero reconoce (vagamente) a los presentes, aunque le confunde que haya un “cani”. Recuerda entonces que ese chico fue el que estuvo a punto de pegarle la noche del concierto, y también uno de los chicos que había esa mañana frente a su casa.
  • Gracias – susurra.
  • De nada – contesta él. Cree ver que sonríe. No es como lo recordaba.
  • ¿Estás bien? - le pregunta Amanda - ¿quieres sentarte?
  • No. Estoy bien así.
  • ¿Necesitas algo?
  • No...
  • ¿Seguro?
  • Mamá, déjalo, no lo acoses – dice Antonio intentando de suene lo más suave posible.
La mujer se separa de la cama y vuelve con el resto de su familia.
  • Adrián, tenemos que salir un momento. Vamos a llevar a Dani a casa de su abuela y luego vendremos a por ti, ¿de acuerdo? - dice Joaquín – de todas formas, Antonio se quedará aquí, contigo, por si pasa algo.
El chico asiente una vez lentamente. En cuanto la familia sale, sus amigos se amontonan rodeando la cama.
  • ¿Qué pasó?
  • ¿Qué hacías allí?
  • ¿Quién fue?
  • ¡¿Tú quién crees que fue, imbécil?!
  • Uy, perdona – dice haciéndose el ofendido Alberto, encogiéndose de hombros.
  • Adrián, ¿quieres hablar de esto? - le pregunta una voz dulce y melodiosa.
Todas las miradas van dirigidas a la joven, que se sienta en una silla muy cerca de él.
  • No sé...
  • ¿Qué sientes ahora mismo? ¿Estás enfadado?
  • Triste.
  • Triste, ¿por qué?
  • No quiero hablar de esto aquí, ni ahora.
  • Está bien, lo siento – se disculpa ella antes de sonreír ampliamente – pero...
  • Hola.
  • ¡Hugo! - la joven corre hacia el joven y lo abraza. Él sonríe.
  • ¿Estás bien, Adrián?
El chico asiente. Le empieza a doler la cabeza, todo se está mezclando dentro de su cabeza, hay demasiada gente, le duele todo...
  • ¿Podemos hablar un momento fuera? - le pregunta Hugo a Maite mirándola directamente a los ojos.
  • Claro... - contesta ella. Quiere sonreír. Ha venido hasta allí, no puede ser algo malo.
Sale con él de la habitación.
Alberto aprovecha para sentarse en la silla en la que estaba antes Maite y le sonríe a Adrián. Leo y Mario están cada uno a un lado de la cama y Guille apoyado en la pared frente a él, ni siquiera se atreve a mirarlo a la cara.
  • Me alegro de que hayáis venido – dice con un hilo de voz el chico.
  • No íbamos a dejarte solo.
El chico suspira.
  • ¿Quieres algo?
  • En realidad sí – todos esperan su petición - ¿podéis avisar a África?
Después de unos segundos de perplejidad, Leo contesta confuso:
  • No tenemos su número, ¿cómo pretendes que...?
  • Yo sí lo tengo. Bueno, puedo conseguirlo – coge aire, siente una punzada en el pecho, pero intenta olvidarla por una vez - ¿veis en algún sitio mi ropa?
  • Está en ese armario – señala Antonio, que está concentrado en su móvil.
Leo se acerca al mueble y mira a Adrián.
  • Coge el pantalón. En uno de los bolsillos tiene que haber un trozo de papel.
El chico le hace caso y busca en los bolsillos.
  • Está escrito el móvil de Elisa – explica con cansancio - Llámala y pídele el móvil de África.
  • ¿Estás bien? - pregunta Alberto preocupado por su repentina pesadez al hablar.
Guille alza la mirada hacia él. La primera mirada en el tiempo que lleva allí, la primera vez que lo mira desde que despertó. Parece una mirada de perdón, pero no le hace demasiado caso.
  • Estoy cansado.
  • Deberías dormir – dice Mario.
  • Sí, te dejamos tranquilo – dice Alberto levantándose y haciendo un gesto para que todos lo sigan hasta la puerta.
Antes de salir, Leo vuelve a dejar el pantalón en su sitio.
  • ¿Tienes el teléfono de esa Elisa? - pregunta Guille con dejadez sentándose en una de las sillas del pasillo.
  • En su pantalón no hay nada.
***
  • ¡Esto ya es de locos! ¡Me está acosando!
  • Normal...
  • ¡Me pone de los nervios! ¡No hace más que enviarme mensajes y no deja de hablarme por Whatsapp!
  • Pues claro...
  • ¡Pues a mí no me parece bien! ¡No sabéis lo que es esto!
  • ¿Puedo ver los mensajes? - pregunta una amiga cogiéndole el móvil.
  • Es una pesadez. No me deja vivir...
  • Pues a mí me parece muy mono – dice la amiga que tiene su móvil - : <<Pienso en ti>>, <<Te quiero, no te olvides>>, etcétera, etcétera.
  • Sí, ese es el problema, que ese “etcétera, etcétera” dura demasiado.
  • Dice que se ha enamorado de ti... - asegura Almudena, que siente pena por Ernesto.
  • Yo estoy segura de que es algo pasajero. Quiere tener lo que no puede alcanzar – dice Blanca.
  • Igual que yo – dice África a la vez que le sonríe.
  • Que pesimistas sois...
  • Debe ser que aprendes a entender a Ernesto después de salir con él.
  • Debe de ser eso.
En ese momento todas callan. Ernesto pasa por su lado en silencio. Le roza el brazo a África, que aprieta los dientes.
Cuando el chico está demasiado lejos como para oírla, sigue hablando.
  • No se da por vencido nunca... Empieza a ser desesperante. Alguien tiene que decirle que pare... - la chica observa a sus amigas en busca de ayuda.
  • Yo no me atrevo a hacerle daño.
  • No me llevo bien con él...
  • No lo conozco demasiado...
  • ¡Yo no!
  • Yo tampoco.
  • ¡Vaya marrón, ni hablar!
Su última oportunidad: Almudena.
  • Está bien... lo haré yo – dice con pesadez – le diré que se relaje un poco.
El chico vuelve a pasar por su lado, y esta vez le toca la cadera.
  • ¡Ernesto! - lo llama África – Tengo que hablar contigo.
  • Vaya, pues ya no hace falta que haga nada – dice Almudena mientras su amiga se aleja de ellas y va junto al chico.
  • Le va a hacer daño... Lo estoy viendo.
  • Pobre.
  • ¿Os imagináis que de verdad está enamorado?
  • Lo va a destrozar...
Todas ven cómo los dos hablan, África habla rápido, intenta no gritar demasiado, pero le habla muy cerca.
Ernesto da un paso al frente y le da un corto beso en los labios.
África es de nuevo más rápida que él y le da una torta en la cara.
El chico se lleva una mano a la mejilla y sonríe ampliamente.
  • Me encanta cuando te enfadas – dice con tono tonto.
  • ¡Arrghh! - se desespera la chica. Se da la vuelta enormemente sonrojada. Todos los que estaban cerca de ellos en el momento justo lo han visto y lo están comentado ahora mismo, ríen en su mayoría. Sus amigas incluidas.
***
  • ¡Hola!
El grito lo despierta. Abre los ojos enfadado y cansado. Se encuentra con una preciosa chica mirándolo muy cerca de la cara.
  • ¿Claudia... qué...?
  • ¿Cómo estás? - le pregunta dándole dos besos en las mejillas.
  • Bi-bien.
  • Me alegro – dice ella sonriendo – he venido corriendo en cuanto me he enterado.
  • ¿Y... y cómo te has enterado?
  • Como la noche de la discoteca estabas muy borracho, le di mi número a Leo, para que me llamase por si se te perdía a ti. Veo que valió la pena, porque no llamaste...
  • Sí, esto... yo...
  • No, no pasa nada. He venido a cuidarte, no tienes nada de lo preocuparte. Lo pasado, pasado está.
  • No, pero es que...
  • Voy a hablar con el médico, ahora vengo. No me eches de menos.
  • No... tranquila.
En cuanto sale de la habitación, Leo se asoma a la puerta y Adrián lo acribilla con la mirada.
  • ¿Qué hace ella aquí? Te pedí que llamases a África, no a Claudia.
  • Ya... Resulta que no tienes el teléfono de nadie en el pantalón. Se debió de caer en la calle. Y todos estuvimos de acuerdo en que Claudia daría el pego.
  • No pensaba volver a verla.
El chico se encoje de hombros.
  • Lo siento.
  • Ya. ¡Pues se lo vas a explicar tú!
  • ¿Yo? - Leo suelta una carcajada – Vas tú listo.