domingo, 7 de abril de 2013

Locos, enamorados y locos enamorados



Anda lentamente por el pasillo.
Tiembla. Se tambalea.
Se apoya en la pared y tose con fuerza. Le duele el pecho. Se aprieta las costillas y gime, quizá tenga rota alguna que otra. Sigue andando.
Las palabras de su padre le retumban en los oídos. Los insultos, también los golpes, los sigue notando en cada parte de su cuerpo, lentamente, se repiten. También escucha su murmullo apenado, pero este es real, el hombre llora desde el otro lado del pasillo.
  • Lo siento, Adrián, lo siento...
Pero él no contesta. Le costaría demasiado, pero sabe lo que quiere contestar, que él también lo siente, siente haber nacido, ser el hijo de un monstruo.
Siente algo de sangre seca en la frente cada vez que hace una mueca de dolor, a cada paso. Finalmente, llega a la puerta, la empuja con todas sus fuerzas, pocas, pero son las que le quedan.
El jardín.
Anda hasta la verja y sale de la casa.
Pero ellos están allí. Todos los “canis” que se metieron con él, los brutos a los que empujó en la calle y que casi le dan una paliza. Ve todo eso muy lejano.
El sol le da directamente en los ojos y empieza a ver todo con manchas blancas.
Lo están mirando, algunos de ellos se están acercando a él.
Ya no ve nada. Siente un profundo dolor en las rodillas, en las piernas y los pies que aguantan su peso, y cae al suelo. Oye pasos apresurados antes de dejar de oír también.
***
Lleva llorando ya mucho tiempo. La taza de café está rota y el café manchando la alfombra color crema, pero le da igual.
La televisión está puesta, para distraerse. La mira unos segundos. Nunca hay buenas noticias, es todo malo, no lo entiende.
Aparece una noticia de última hora. Un maltrato a un menor por su padre. Explican una corta historia, la edad del chico y la del padre y dicen los nombres de ambos.
Observa las fotos unos segundos con los ojos fijos en la pantalla.
Se levanta y coge el móvil. Tiene que asegurarse de que es él.
Busca en sus antiguas llamadas y busca el número desde el cual Adrián lo ha llamado varias veces antes.
Lo coge un hombre.
  • Hola, soy Maite, la psicóloga de Adrián.
  • Esto...Adrián... no puede ponerse.
  • ¿Es el que acaba de salir en las noticias?
  • Pues no sé que decirle señora – dice el hombre. Se nota en su tono de voz que ha llorado -, no estoy viendo las noticias.
  • ¿En qué hospital están?
***
Es él. Está totalmente seguro. Adrián acaba de salir en las noticias.
Suspira.
Coge el teléfono y marca el teléfono de ella, por la que lleva llorando varias horas, pero Maite es más rápida, lo está llamando.
  • ¡Hugo! ¡HUGO, ADRIÁN ESTÁ EN EL HOSPITAL!
  • Lo sé.
  • ¿Vas a venir a verlo?
  • No tengo nada que ver con él, además, creo que no le caigo bien.
  • Hugo, no le caes mal.
  • ¿Dónde estás? No te escucho bien.
  • Estoy en un taxi. Voy camino del hospital.
  • Ah, vale. Gracias por llamar pero yo...
  • Hugo, Hugo, espera – la joven espera a estar segura de que su ex-novio la escucha – lo siento, ¿vale? Cometí un error, un enorme y horrible error. Pero te quiero, Hugo, te quiero.
  • Maite...
  • ¿Podrías darme otra oportunidad? Quiero volver a ser tu princesa... no sabes lo que te he echado de menos en tan solo unas horas.
  • Maite, tengo que pensarlo. Te equivocaste.
  • Lo sé.
  • Vale.
  • ¿Prometes que lo pensarás enserio?
  • Lo prometo.
  • Gracias.
  • Adiós.
  • Adiós, príncipe...
***
  • Joder – murmura Leo mientras se acerca a la cama.
  • ¡Que pestazo a hospital! Me da arcadas.
  • ¡Calla, Guille! - le recrimina Alberto mientras le da un codazo.
Han tenido suerte de haber llegado justo después que sus padres adoptivos, y que les dieran permiso para entrar con ellos.
Mario observa a su amigo fijamente, callado.
  • ¿Está sedado?
  • No, solo duerme. Debe de estar muy cansado – responde un chico de su edad que está junto a los padres adoptivos de Adrián, está muy pálido y parece asustado.
Guille se acerca a la cama lentamente, paso a paso.
Alberto observa la cara de su primo. No parece demasiado afectado, aunque todos piensen que parte de la culpa es suya.
De pronto, irrumpe en la habitación una chica joven y alta, despampanante a pesar de ir vestida muy sencillamente con unos vaqueros desgastados y un jersey. Todos la miran pasmados.
Va corriendo hasta la cama y se detiene en seco justo frente a Adrián. Lo mira unos segundos y le acaricia suavemente una mejilla, luego levanta la mirada hacia la familia.
  • Hola, soy Maite, su psicóloga – se presenta.
  • Encantados – dice Amanda asintiendo lentamente.
  • ¿Qué han dicho los médicos?
  • Tiene algo en la muñeca y golpes en general... - dice afectada la mujer – después vendrá en médico con los resultados de las pruebas.
  • ¿Saben quién fue?
Entonces, un chico que hasta entonces nadie había visto alza la voz. Todos se fijan en sus pintas, su peinado y su forma de hablar, es lo que todos definirían como “cani”.
  • Lo vimos mis amigos y yo saliendo de su casa. Lo trajimos aquí cuando se desmayó.
  • Vaya, muchas gracias – agradece Joaquín, que se acerca a él - ¿puedo hacer algo por ti y tus amigos?
  • No hace falta. No nos ha costado nada. Tenía el coche cerca.
  • Conducía un mayor, espero – dice Amanda asustada.
  • Conducía yo. Soy mayor de edad – se apresura a añadir.
Todos observan al chico, es extremadamente pequeño, tiene una irritante voz, demasiado aguda. Nadie puede creer que aquel extravagante joven tenga la misma edad que la psicóloga.
  • Mu...muchas gracias – repite Joaquín.
  • ¡Se ha despertado! - grita de repente Daniel señalando a Adrián.
El “cani” se acerca a la cama lentamente para verlo.
Amanda corre junto a Adrián y le coge la mano sana, lo mira con cariño, un cariño maternal.
El chico ve borroso, pero reconoce (vagamente) a los presentes, aunque le confunde que haya un “cani”. Recuerda entonces que ese chico fue el que estuvo a punto de pegarle la noche del concierto, y también uno de los chicos que había esa mañana frente a su casa.
  • Gracias – susurra.
  • De nada – contesta él. Cree ver que sonríe. No es como lo recordaba.
  • ¿Estás bien? - le pregunta Amanda - ¿quieres sentarte?
  • No. Estoy bien así.
  • ¿Necesitas algo?
  • No...
  • ¿Seguro?
  • Mamá, déjalo, no lo acoses – dice Antonio intentando de suene lo más suave posible.
La mujer se separa de la cama y vuelve con el resto de su familia.
  • Adrián, tenemos que salir un momento. Vamos a llevar a Dani a casa de su abuela y luego vendremos a por ti, ¿de acuerdo? - dice Joaquín – de todas formas, Antonio se quedará aquí, contigo, por si pasa algo.
El chico asiente una vez lentamente. En cuanto la familia sale, sus amigos se amontonan rodeando la cama.
  • ¿Qué pasó?
  • ¿Qué hacías allí?
  • ¿Quién fue?
  • ¡¿Tú quién crees que fue, imbécil?!
  • Uy, perdona – dice haciéndose el ofendido Alberto, encogiéndose de hombros.
  • Adrián, ¿quieres hablar de esto? - le pregunta una voz dulce y melodiosa.
Todas las miradas van dirigidas a la joven, que se sienta en una silla muy cerca de él.
  • No sé...
  • ¿Qué sientes ahora mismo? ¿Estás enfadado?
  • Triste.
  • Triste, ¿por qué?
  • No quiero hablar de esto aquí, ni ahora.
  • Está bien, lo siento – se disculpa ella antes de sonreír ampliamente – pero...
  • Hola.
  • ¡Hugo! - la joven corre hacia el joven y lo abraza. Él sonríe.
  • ¿Estás bien, Adrián?
El chico asiente. Le empieza a doler la cabeza, todo se está mezclando dentro de su cabeza, hay demasiada gente, le duele todo...
  • ¿Podemos hablar un momento fuera? - le pregunta Hugo a Maite mirándola directamente a los ojos.
  • Claro... - contesta ella. Quiere sonreír. Ha venido hasta allí, no puede ser algo malo.
Sale con él de la habitación.
Alberto aprovecha para sentarse en la silla en la que estaba antes Maite y le sonríe a Adrián. Leo y Mario están cada uno a un lado de la cama y Guille apoyado en la pared frente a él, ni siquiera se atreve a mirarlo a la cara.
  • Me alegro de que hayáis venido – dice con un hilo de voz el chico.
  • No íbamos a dejarte solo.
El chico suspira.
  • ¿Quieres algo?
  • En realidad sí – todos esperan su petición - ¿podéis avisar a África?
Después de unos segundos de perplejidad, Leo contesta confuso:
  • No tenemos su número, ¿cómo pretendes que...?
  • Yo sí lo tengo. Bueno, puedo conseguirlo – coge aire, siente una punzada en el pecho, pero intenta olvidarla por una vez - ¿veis en algún sitio mi ropa?
  • Está en ese armario – señala Antonio, que está concentrado en su móvil.
Leo se acerca al mueble y mira a Adrián.
  • Coge el pantalón. En uno de los bolsillos tiene que haber un trozo de papel.
El chico le hace caso y busca en los bolsillos.
  • Está escrito el móvil de Elisa – explica con cansancio - Llámala y pídele el móvil de África.
  • ¿Estás bien? - pregunta Alberto preocupado por su repentina pesadez al hablar.
Guille alza la mirada hacia él. La primera mirada en el tiempo que lleva allí, la primera vez que lo mira desde que despertó. Parece una mirada de perdón, pero no le hace demasiado caso.
  • Estoy cansado.
  • Deberías dormir – dice Mario.
  • Sí, te dejamos tranquilo – dice Alberto levantándose y haciendo un gesto para que todos lo sigan hasta la puerta.
Antes de salir, Leo vuelve a dejar el pantalón en su sitio.
  • ¿Tienes el teléfono de esa Elisa? - pregunta Guille con dejadez sentándose en una de las sillas del pasillo.
  • En su pantalón no hay nada.
***
  • ¡Esto ya es de locos! ¡Me está acosando!
  • Normal...
  • ¡Me pone de los nervios! ¡No hace más que enviarme mensajes y no deja de hablarme por Whatsapp!
  • Pues claro...
  • ¡Pues a mí no me parece bien! ¡No sabéis lo que es esto!
  • ¿Puedo ver los mensajes? - pregunta una amiga cogiéndole el móvil.
  • Es una pesadez. No me deja vivir...
  • Pues a mí me parece muy mono – dice la amiga que tiene su móvil - : <<Pienso en ti>>, <<Te quiero, no te olvides>>, etcétera, etcétera.
  • Sí, ese es el problema, que ese “etcétera, etcétera” dura demasiado.
  • Dice que se ha enamorado de ti... - asegura Almudena, que siente pena por Ernesto.
  • Yo estoy segura de que es algo pasajero. Quiere tener lo que no puede alcanzar – dice Blanca.
  • Igual que yo – dice África a la vez que le sonríe.
  • Que pesimistas sois...
  • Debe ser que aprendes a entender a Ernesto después de salir con él.
  • Debe de ser eso.
En ese momento todas callan. Ernesto pasa por su lado en silencio. Le roza el brazo a África, que aprieta los dientes.
Cuando el chico está demasiado lejos como para oírla, sigue hablando.
  • No se da por vencido nunca... Empieza a ser desesperante. Alguien tiene que decirle que pare... - la chica observa a sus amigas en busca de ayuda.
  • Yo no me atrevo a hacerle daño.
  • No me llevo bien con él...
  • No lo conozco demasiado...
  • ¡Yo no!
  • Yo tampoco.
  • ¡Vaya marrón, ni hablar!
Su última oportunidad: Almudena.
  • Está bien... lo haré yo – dice con pesadez – le diré que se relaje un poco.
El chico vuelve a pasar por su lado, y esta vez le toca la cadera.
  • ¡Ernesto! - lo llama África – Tengo que hablar contigo.
  • Vaya, pues ya no hace falta que haga nada – dice Almudena mientras su amiga se aleja de ellas y va junto al chico.
  • Le va a hacer daño... Lo estoy viendo.
  • Pobre.
  • ¿Os imagináis que de verdad está enamorado?
  • Lo va a destrozar...
Todas ven cómo los dos hablan, África habla rápido, intenta no gritar demasiado, pero le habla muy cerca.
Ernesto da un paso al frente y le da un corto beso en los labios.
África es de nuevo más rápida que él y le da una torta en la cara.
El chico se lleva una mano a la mejilla y sonríe ampliamente.
  • Me encanta cuando te enfadas – dice con tono tonto.
  • ¡Arrghh! - se desespera la chica. Se da la vuelta enormemente sonrojada. Todos los que estaban cerca de ellos en el momento justo lo han visto y lo están comentado ahora mismo, ríen en su mayoría. Sus amigas incluidas.
***
  • ¡Hola!
El grito lo despierta. Abre los ojos enfadado y cansado. Se encuentra con una preciosa chica mirándolo muy cerca de la cara.
  • ¿Claudia... qué...?
  • ¿Cómo estás? - le pregunta dándole dos besos en las mejillas.
  • Bi-bien.
  • Me alegro – dice ella sonriendo – he venido corriendo en cuanto me he enterado.
  • ¿Y... y cómo te has enterado?
  • Como la noche de la discoteca estabas muy borracho, le di mi número a Leo, para que me llamase por si se te perdía a ti. Veo que valió la pena, porque no llamaste...
  • Sí, esto... yo...
  • No, no pasa nada. He venido a cuidarte, no tienes nada de lo preocuparte. Lo pasado, pasado está.
  • No, pero es que...
  • Voy a hablar con el médico, ahora vengo. No me eches de menos.
  • No... tranquila.
En cuanto sale de la habitación, Leo se asoma a la puerta y Adrián lo acribilla con la mirada.
  • ¿Qué hace ella aquí? Te pedí que llamases a África, no a Claudia.
  • Ya... Resulta que no tienes el teléfono de nadie en el pantalón. Se debió de caer en la calle. Y todos estuvimos de acuerdo en que Claudia daría el pego.
  • No pensaba volver a verla.
El chico se encoje de hombros.
  • Lo siento.
  • Ya. ¡Pues se lo vas a explicar tú!
  • ¿Yo? - Leo suelta una carcajada – Vas tú listo.

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