viernes, 26 de abril de 2013

Tragedias


  • ¡Esperad, quiero llamar a Claudia!
  • Adrián, relájate, todo irá bien – le dice Amanda acariciándole con suavidad la muñeca que lleva vendada un día entero.
  • ¡No, necesito hablar con ella!
  • Después, después...
  • ¡No, ahora!
Los demás siguen la camilla justo detrás.
¿Qué le pasa de repente a Adrián? ¿No le gustaba tanto África?
Adrián mira a Leo suplicante. Él quiere sacar el móvil del bolsillo, pero Amanda se lo impide de un manotazo.
  • No hay tiempo – le dice entredientes.
  • Lo siento, Adrián – dice encogiéndose de hombros.
El chico bufa antes de entrar en el quirófano.
Mario se gira hacia la tensa Amanda.
  • ¿La operación no era – mira su reloj – en un cuarto de hora?
  • Sí. Pero como tendrían que haberlo operado ayer, conseguí convencer a los médicos para que fuese cuanto antes hoy. Y justo ahora tenían un hueco de cuarenta y cinco minutos.
  • ¿Qué van a hacerle, mamá? - pregunta Daniel tirando de su manga y mirando hacia la puerta por la que Adrián acaba de desaparecer.
  • Van a colocarle en su sitio un hueso de la muñeca, cariño.
  • ¿Y eso duele? ¿Cómo lo hacen?
  • Claro que duele cariño...
  • Yo no quiero que le hagan daño a Adrián...
***
El silencio en el coche es incluso violento. Blanca mira a su madre, seria, con los ojos hinchados y el maquillaje de los ojos ligeramente corrido.
  • ¿Cómo está? - se atreve a decir mirando hacia el frente.
  • Pues mal, ¿cómo va a estar? - responde su madre con brusquedad.
  • Ya, pero... uff...¡yo qué se! ¡No la tomes conmigo!
Su madre se aclara la garganta y niega con la cabeza.
  • Ante todo, quiero que le sonrías, le hables todo lo que puedas para distraerlo y que no te pelees con tus primos...
  • ¿Están allí? - se queja ella con pesadez – Siempre están sacando el tema de lo de repetir curso...
  • Ten en cuenta que ellos lo sacan todo dieces en los cursos en los que tú repetiste.
  • Pero si ellos estuviesen en mi lugar yo no estaría recordándoselo cada vez que los viera.
  • Mmm...
Su madre aparca en una plaza en la calle frente al hospital.
  • ¿Hay alguien más?
  • Tus tíos – antes de que la chica pueda volver a quejarse, su madre sigue hablando – pero lo principal es tu abuelo, no el resto de tu familia, concéntrate en él.
  • Claro.
***
  • ¿Qué era lo que le iban a hacer? - pregunta Guille aprovechando que Daniel se ha ido.
  • Le tienen que poner un clavo en la muñeca y luego escayolarlo.
  • ¿Todo eso tardaría tres cuartos de hora?
  • Bueno... Depende de lo que se resista Adrián.
  • ¿Por qué iba a resistirse?
  • Me han dicho que no le pondrán anestesia.
Alberto se gira hacia ella sentado en una de las sillas de plástico verdes que hay frente a la sala de operaciones. La mira fijamente, muy serio.
  • ¿Por qué?
  • Porque como no tiene ningún historial médico, no sabemos si es alérgico a algo y no nos podíamos arriesgar a que muriera porque los médicos no sabían que era alérgico a cualquier cosa que hubiera en la anestesia, o al látex, o cualquier cosa.
  • ¿Y cómo es que no tiene historial médico? - pregunta Antonio, que estaba ajeno a la conversación hasta ahora.
  • Piensa un poco... su padre es un borracho, seguramente drogadicto y tendría muy probablemente problemas con la policía – le contesta Mario sentándose junto a Alberto.
***
Su madre respira profundamente en el ascensor, cierra los ojos y aprieta los puños.
No soporta verla así, tan mal... Se le hace insoportable. Lo peor que le puede pasar a alguien es ver a su madre llorar, cosa que acaba de entender hoy mismo.
  • Sígueme hasta la habitación. Mantén la compostura delante de tu abuelo y no te fijes en tus primos – le repite mientras andan por el pasillo.
Tienen que atravesar el pasillo hasta el final, pasando junto al pasillo que da al quirófano.
Hay una pequeña multitud allí esperando. Debe de haber alguien muy querido allí dentro. Pobres. Se les ve tensos.
Los mira de uno en uno, y a pesar de que solo tarda unos segundos en pasar por su lado, lo reconoce.
Aquel chico que vio tan tarde, en plena calle, que apenas pareció fijarse en ella pero al que tanto deseaba reencontrar.
Anda más despacio. Le ha parecido ver que los baños estaban al final del pasillo en el que estaba él.
Ya sabe como hacer que la vea de una vez.
Su madre entra en una habitación y ella lo hace justo después.
Su abuelo lleva puesta una mascarilla para respirar y está conectado a numerosos cables, uno de los cuales monitoriza su frecuencia cardiaca: cada latido se ve en su gran pantalla y está marcada por un insoportable pitido.
Está despierto, es lo que oye que le dicen a su madre mientras se acerca a la camilla.
Toda su familia está allí. Sus primos también, pero en vez de burlarse de ella por aquellos dos años consecutivos en los que repitió, le sonríen tristemente.
  • Hola, abuelo – dice con la voz más dulce que puede.
  • Cariño... ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en el colegio?...
  • Sí, pero he venido a verte... - Blanca nota que se le hace un nudo en la garganta, pero tose disimuladamente para poder seguir hablando con normalidad - ¿cómo estás?
  • Esta cama es muy cómoda...
Blanca sonríe y le acaricia la mano a su abuelo. Su piel está rugosa, y curtida por los años trabajando en el campo bajo el fuerte sol.
El anciano sonríe ligeramente, mantiene todos sus dientes y acude mucho al dentista y no fuma, por lo que están perfectamente blancos.
  • Cariño...
  • Dime, abuelo.
  • ¿Llevas algún cuento encima?
  • ¿Un cuento? - la chica piensa unos segundos. Mira a sus primos. El menor de todos, de sexto, saca su libro de teatro de la mochila y se lo entrega. <<Los tres cerditos>> - Sí, tengo uno.
  • ¿Cuál es?
  • Los tres cerditos...
  • ¿Me haces un favor?
  • Claro – contesta Blanca ya con voz raspada y ojos húmedos.
  • ¿Me lo lees?
***
  • ¡África! ¿Por qué llegas tan tarde?
  • Porque estaba en la biblioteca y no he escuchado el timbre, profesora.
  • Bueno...
Ha tenido suerte de que la asignatura que tiene ahora es música y que se lleva bien con la profesora.
  • Venga, pasa.
  • Gracias.
Se sienta en su sitio, delante de Almudena, que está al lado de Ernesto. Ella está sola, su compañero de pupitre está enfermo y no ha venido.
Detrás de ella están hablando, puede oír la risa de Ernesto, la de Almudena la precede.
  • ¡Ernesto, siéntate con África!
  • Pero ¿por qué?
  • Porque no sabes guardar silencio.
  • Pero profesora...
  • ¡Siéntate con tu compañera y no me faltes al respeto!
Oye la silla arrastrarse hacia atrás, como Ernesto tira de su mochila, deja sus cosas en la mesa y se sienta con brusquedad a su lado, alejándose todo lo que puede de ella sentándose casi fuera de la mesa.
  • De ahora en adelante, te sentarás ahí todos los días.
  • ¿Y Santi, dónde se sentará?
  • En tu sitio.
Ernesto bufa y se remueve incómodo en su silla. La profesora continua explicando.
***
  • Voy al baño – avisa Blanca a su madre. La mujer asiente y sale andando rápidamente de la habitación.
Ojalá siga allí, ojalá siga allí, ojalá siga allí. Cambia de pasillo y sí, si está allí. Está desesperado, tiene la cabeza apoyada en las manos, igual que el resto de los presentes.
Conforme se va acercando a ellos, y al quirófano, oye gritos. Lo que le extraña mucho, reduce el paso, pero sigue andando hacia los baños.
  • ¡Dejadme! ¡Alejad esa cosa de mí!
  • ¡Adrián, vuelve a la camilla!
  • ¡Déjame tranquilo, no se te ocurra acercarte a mí con esa mierda!
  • ¡Adrián!
  • ¡Suéltame! ¡Suéltame, gilipollas! ¿Qué haces?
  • Tranquilo, solo será un momento.
  • ¿Qué vas a hacer? ¡No, no, no, déjame!
Se queda unos segundos parada, escuchando la conversación que se oye a gritos dentro de la sala junto a ella.
Al poco, el médico sale y se acerca a Amanda.
  • No deja de patalear y no se deja... - empieza a decir el pobre hombre.
  • Ya lo hemos oído.
  • No queda otra opción, tendremos que dormirlo.
  • ¿Pero y si tiene alergia? - dice levantándose Leo. Blanca lo observa, es tan... ¿perfecto?
  • Haga lo que tenga que hacer – le da su permiso Amanda.
  • Muy bien. Gracias.
No se ha dado cuenta, pero Alberto la está mirando. Cuando sus miradas coinciden, se acerca a ella lentamente.
  • Es algo bastante privado, te pediría que siguieras andando.
Blanca asiente y anda hasta el servicio, entra dentro y se lava la cara.
Puede escuchar como se pelean fuera de nuevo, pero no son las mismas personas. Las voces se van alzando, poco a poco, luego se acercan. Corre a esconderse dentro de unos de los baños y se encierra dando un portazo. Cuando vuelve a salir se encuentra con un chico de espaldas. Ve su cara reflejada en el espejo, horrorizada. Y luego la de él, que la mira sobresaltado. Se gira lentamente hacia ella.
-¡¿Qué haces tú aquí?!
-¡¿Y tú?!
-Es el baño de los chicos...
Blanca intenta articular una disculpa; pero sólo consigue murmurar algo inteligible. Él tampoco consigue decir nada. Ella se vuelve y ve los urinarios en las paredes.
-Me... he equivocado.
Intenta irse corriendo pero él la detiene.
-Espera, ¿tú no eres la chica de la calle, la que parecía un payaso con tanto maquillaje?
Blanca se quedó en blanco. ¿Eso es lo que pensaba de ella el chico de sus sueños mientras ella lo veía como un príncipe?
-Vale...
Blanca se dirige hasta la puerta molesta.
  • No, perdona. Es que estoy muy tenso, mi amigo... ¡Necesitaba decir una gilipollez!
  • ¿Tu amigo es el de los gritos?
  • Sí...
  • ¿Estás bien?
  • Fff...
  • ¿Qué le pasa a tu amigo?
  • ¿Sabes la noticia esta que salió del maltrato...?
  • Sí...
  • Es él. -como ve que ella no dice nada, cambia bruscamente de tema- ¿A ti qué te ha pasado?
  • A mi abuelo le ha dado un infarto.
  • ¿Cómo está?
Blanca solloza débilmente y luego rompe a llorar.
Leo se acerca a ella sin saber qué hacer y la abraza. Un abrazo corto, demasiado. Luego se va, dejándola sola.

***
Tutoría. Última hora.
Todos bostezan al mismo tiempo. El tutor entra por fin en la clase, sonríe y abre su carpeta, como todos los días.
-Hoy, vamos a hablar del maltrato. -dice volviéndose serio- Aprovechando que esta vez ha pasado en esta misma ciudad, cerca de nosotros.




Gracias a África y  Maria del Mar por ayudarme con este capítulo. Os quiero.

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