domingo, 21 de abril de 2013

Últimas decisiones





Se acerca lentamente a él.
Le acaricia el brazo y se sienta a su lado.
Se siente tan culpable... no quería hacerle daño, y tampoco quiere verlo llorar, ahora ella tiene ganas de llorar también. Siente las lágrimas a punto de salir en cascada de sus ojos, se le hace un nudo en la garganta y se le cierra el estómago.
  • Lo siento – le dice con un hilo de voz.
  • No tienes nada que sentir.
  • Siento haberte hecho daño – dice aclarándose la garganta. Tiene que secarse unas pocas lágrimas con la manga de la camiseta.
  • Me lo he hecho yo a mí mismo.
África lo mira en silencio. Ha cambiado. Se siente como si hubieran intercambiado papeles, como si él fuera ella antes de cortar, la parte débil.
Todas las personas tienen un tope, todas explotan al final, y él acaba de acerlo.
  • No mereces nada de lo que he hecho.
  • Tú merecías menos aún lo que yo te hice.
  • Eso ya está olvidado.
  • Es una lástima que no sea tan fácil olvidarte a ti.
La chica toma aire. Siente un gimoteo débil, casi inaudible dentro de ella. Se siente fatal, casi tiene ganas de vomitar.
  • ¿Qué me ves a mí? No tengo nada de especial.
  • La palabra “especial” es demasiado pequeña para definirte.
  • Vas a conseguir hacerme llorar...
  • Así ya somos dos.
Ambos guardan silencio. Observan el vacío patio desde la escalera de la biblioteca. Fuera llueve con fuerza. Dentro de poco será primavera, pero no se nota demasiado.
  • ¿Cómo hiciste para salir de clase?
  • Estuve hablando, luego dije que había olvidado los deberes y el libro en casa y me mandó a la biblioteca.
  • Te pondrá al menos dos negativos.
  • Me da igual. En cuanto vi que no entrabas en clase me preocupé. Nunca pensé que estarías llorando – acaba diciendo ella sin darse cuenta.
  • ¿Te preocupaste? ¿Por mí?
  • Claro.
  • ¿Lo has pensado ya? - pregunta él levantándose.
África no contesta, mira hacia abajo, avergonzada. Apenas lo ha hecho.
Ernesto le tiende una mano. Ella alza la mirada y acepta su ofrecimiento.
  • ¿Adónde vamos?
  • ¿Me acompañas a beber agua? - le pide con frialdad el chico.
Ella asiente sin fuerzas.
Tienen suerte de que no haya ni siquiera un profesor.
Ambos entran en el baño entre la biblioteca y al salón de actos, al de los chicos.
Ella se apoya en la pared y él se acerca a uno de los cuatro grifos del lavabo y se echa agua en la cara, para despejarse.
Se mira al espejo, tiene los ojos hinchados y rojos de tanto llorar. ¿Cuánto lleva así? Demasiado, le empieza a afectar demasiado.
Observa la figura tímida que hay detrás de él en el espejo. Ella lo mira, más bien de forma indiferente, pero no sabe lo que piensa en su interior. Le encanta.
Se gira hacia ella y se acerca.
  • ¿Lo has pensado? - vuelve a preguntar.
  • Sí – dice África muy seriamente. Ernesto respira profundamente y da un paso hacia atrás – Y... no. Ernesto, no voy a salir contigo.
El chico parpadea varias veces, intentando no volver a llorar. Respira profundamente y se aclara la garganta.
  • ¿Me das un abrazo?
Sin contestar, África lo abraza. Es el mejor de los abrazo que ha tenido nunca.
  • Lo siento – murmura.
Pero él no contesta, la aprieta contra sí y entierra la cara en su pelo con olor frutal. Está llorando, llora más que nunca antes.
Cuando quiere darse cuenta, ella también está llorando, sigue repitiendo lo mismo atragantándose con cada sílaba.
  • Lo...sien...to...
***
  • ¿Has quedado con tus amigos?
  • Sí.
  • No bebas mucho. No fumes, ¿eh?
  • Sabes que no.
  • Vale, bien. Un beso enorme. Hasta mañana.
  • Otro para ti. Adiós.
Ambos cuelgan a la vez.
Maite se deja caer en el sofá con desgana. Suspira, expulsando todo el aire que llena sus pulmones.
Se arrepiente demasiado de lo que hizo. No puede creer que llegasen a algo así y que lo estropeara todo.
Ojalá pudiese revivir ese momento, convencerse a sí misma de que en realidad, no quería hacerlo, que no lo deseaba, y él tampoco.
Recuerda todo con tanta claridad, cada caricia, cada... Se lleva una mano a la cabeza, no tiene fiebre, pero le duele demasiado.
Bebe el último sorbo de vino y cierra los ojos.
Un nuevo suspiro.
Lo quiere, quizá lo ame, pero ya no hay marcha atrás. Y todo por un simple error... un error que ambos necesitaban, al menos psicológicamente.
Pero no esperaba que su relación se acabase por hacerlo en un coche. ¿Acaso no es así cómo se perdonan el resto de las parejas? ¿Por qué ella y Hugo no pudieron perdonarse entonces y tuvieron que conformarse con ser amigos?
Resopla con todas sus fuerzas y bebe el último sorbito de vino del vaso antes de volver a llenarlo hasta arriba.
***
  • ¿Estás bien?
  • Sí, es solo que...
  • ¿Qué te pasa Adrián?
El chico se gira ligeramente. Pero lo hace con demasiada fuerza y siente una punzada recorrerle el brazo desde la muñeca herida. Se muerde la lengua para intentar no gritar y que no se note, pero Claudia ya está ahí de nuevo, la tiene delante, cerca, muy cera. Lo mira a los ojos muy fijamente.
  • ¿Qué te pasa? - repite con voz firme.
  • Nada.
  • ¿Estás preocupado por la operación?
  • Sí, sí, es eso – miente suspirando.
  • No tienes nada que temer. Es un buen médico, he hablado con él y me aseguró que no es una operación difícil. Solo te pondrán tornillo y un yeso para inmovilizar, nada del otro mundo... – la chica se sienta al borde de la cama, mirando al suelo – pero me preocupa, Adrián, me preocupas tú. Sé que no quieres hablar de ello, pero... ¿qué fue lo que pasó?
  • Me pegó.
  • Sí, pero ¿por qué?
  • Porque está loco.
  • ¿No tuvo ninguna razón para pegarte?
  • Sí.
  • ¿Y cuál fue?
Adrián la mira, ella sigue mirando al suelo. Es preciosa, ese vestido rosa le sienta de maravilla. Lleva el pelo recogido con horquillas en un recogido de apariencia despeinada pero al mismo tiempo con un toque elegante. Es imposible no fijarse en lo especial que parece incluso a primera vista, sería muy fácil enamorarse de ella... Pero no, ya hay otra persona.
  • Entiendo que no quieras contestar. Pero acabarás teniendo que hacerlo, en el tribunal, por ejemplo, al menos a tu abogado para que pueda hablar por ti.
  • Claudia – la chica lo mira a los ojos de nuevo. Adrián hace una mueca, será mucho más difícil decírselo a la cara, y más mirándola a los ojos -, te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí... pero - habla con un tono con el que quizá se predicen demasiado sus intenciones.
  • … pero te molesto – completa ella mirando de nuevo al suelo, ofendida.
  • No... no me molestas...
  • Adrián, me sé la historia: solo querías un rollo de una noche. Nos liamos y ya está, lo entiendo – dice ella sin cambiar su tono relajado y dulce. Adrián siente pena y arrepentimiento, no esperaba una reacción así, sino justo lo contrario, que se ofendiese y se fuera enfadada hubiera sido casi mejor – Pero esperaba que fueses distinto al resto de salidos que hay por ahí.
  • Para ser justos... esa noche estaba borracho y no sabía lo que hacía.
  • O sea, que ni siquiera querías liarte conmigo.
  • En realidad fuiste tú la que...
  • ¿Sabes qué? Déjalo. Solo conseguirás fastidiarlo más de lo que ya lo has hecho – la chica se da la vuelta decidida y se marcha, ante la mirada expectante del resto de los chicos que acaba de volver de la cafetería.
***
  • ¿Blanca?
  • Sí, soy yo.
La miran fijamente. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho? ¿Por qué la llaman? Aunque ella misma parece la más confusa de todos.
La chica mira a su profesora y de nuevo a la secretaria, que está en la puerta. La segunda mujer pasa dentro de la clase y se acerca a la primera, le susurra algo al oído y la otra asiente.
La secretaria saca del aula a Blanca.
  • Blanca, tu madre ha llamado...
  • ¿Ha pasado algo?
  • Tu abuelo está ingresado.
  • ¿Mi abuelo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
  • Le dio un infarto.
Blanca respira profundamente.
  • Tu padre vendrá a por ti, coge tus cosas y baja abajo.
Ella vuelve a clase, lo guarda todo en la mochila, ante la mirada atenta del resto de la clase e ignorando sus preguntas, y sale de la clase.
Cruza el pasillo y baja los dos pisos hasta que llega a la puerta del edificio.
Llueve, llueve mucho. Se sienta en un banco frente a la biblioteca, bajo un techo para no mojarse.
Mira hacia el frente. ¿Su abuelo no estaba enfermo del corazón? No, no. Desvaría. Estaba perfectamente la última vez que lo vio, incluso fueron a dar un paseo al campo... se ha hecho demasiado mayor, eso es todo.
Pero no puede borrarse pensamientos que le provocan unas ganas enormes de llorar. Se echa el perfecto pelo liso hacia atrás y espera impaciente a que llegue su madre.
***
  • ¿Volvemos a clase? Quedan cinco minutos, lo que tardamos en llegar.
  • Vale – dice el chico encogiéndose de hombros.
África lo mira tristemente. Es su culpa que esté así.
  • Vamos.
Ambos cogen sus cosas y salen del edificio de la biblioteca.
Ambos se detienen al ver a una sola y triste Blanca sentada en un banco cercano.
  • ¿Blanca?
La chica se gira. Ha estado llorando.
  • ¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí?
Blanca los mira primero a los dos, muy seriamente. ¿Qué hacían ellos dos en la biblioteca, solos?
  • A mi abuelo le ha dado un infarto, vienen a recogerme – dice por fin.
  • Lo siento... - dice África.
  • No pasa nada. Es un ancianito muy fuerte. Aún sale a correr todas las noches...
  • Seguro que se mejora – intenta animarla Ernesto, aunque su tono es demasiado desganado y triste y no ayuda.
  • Sí, sí. ¿No os tenéis que ir a clase? Solo quedan dos minutos – dice Blanca mirando la pantalla de su móvil, deseando que se vayan para poder pensar tranquila.
África se da la vuelta y Ernesto la sigue poco después.
La chica se gira y lo espera a él.
  • Vamos... - lo apresura.
Pero Ernesto, al llegar hasta ella, sigue andando sin hacerle caso.
  • ¿Te vas a enfadar conmigo? - pregunta molesta y con un tono algo irónico África. Él no contesta - ¿Puedo saber al menos por qué?
  • Eso mismo digo yo, ¿por qué?
  • Por qué, ¿qué?
  • ¿Por qué no quieres salir conmigo?
El timbre suena por encima del hilillo de voz de África, no ha dicho realmente nada, pero Ernesto no le pide que lo repita, ni se acerca para escucharla mejor, la deja allí sola, bajo las últimas gotas de lluvia de aquella tarde fría de finales de invierno.
***
  • Tienes un don para cagarla, que no es normal – dice divertido Leo, mientras bebe del batido de Guille.
Adrián está serio, muy serio. Sentado sobre la cama. Se le ve enfadado, pero ninguno de los demás sabe que, por dentro, tiene unas ganas profundas de llorar. ¿Por qué de repente hecha de menos a Claudia? Se siente demasiado culpable, de una manera nada normal. Quiere estar con ella, que le hable, que ría y que le haga escuchar la música que a ella le gusta, que cante, que LE cante.
  • Y en media hora la operación, vaya día que llevas – decide añadir a su sufrimiento Alberto, que mira al triste y lluvioso cielo.
  • Yo la llamaría para pedirle disculpas – dice Mario.
Adrián lo mira. Tiene razón. Mario parece más bien indiferente, pero su reacción cambia cuando Leo se burla de él.
  • ¿Y tú qué sabrás si no has tenido una novia en toda tu vida?
  • Es por educación – contesta él apretando los dientes.
  • ¿Nunca te has liado con nadie? - le pregunta Alberto muy sorprendido.
Mario no contesta. Los demás siguen hablando y riéndose de él. Adrián no, Adrián lo mira fijamente desde hace un rato. Decide sonreírle, pero no devuelve la sonrisa.
  • Adrián, ¿en qué piensas?
  • Dame tu teléfono. Voy a llamar a Claudia.
Todos se giran hacia él.
- Que vas a hacer ¿qué?
En ese momento, Amanda, Joaquín, Antonio y Daniel entran en la habitación, seguidos por un médico y varias enfermeras, que se llevan a Adrián en una camilla.

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