- ¿Te molesta mucho que no te lo cuente?
- No Adrián, pero como madre, me gustaría saber qué hace que estés mal.
- Lo sé, pero... - el chico piensa unos segundos – creo que me sentiría mejor si no lo supiese nadie.
La mujer carraspea un poco. Parece algo
incómoda de repente.
- Adrián...
- Sí... - dice él algo extrañado y confuso por el cambio repentino de la expresión de Amanda.
- ¿Tú... ya has... perdido la virginidad?
Adrián pestañea varias veces. ¿A
dónde quiere llegar? ¿Qué está pasando?
- ¿Adrián?
- Yo...
- ¿Sí o no?
- Sí – contesta el chico en un susurro.
- ¿La perdiste?
- Sí – dice ya más firmemente.
- ¿Fue anoche? - pregunta la mujer temblando.
- ¡No! Ni siquiera fue hace poco tiempo...
- ¿A qué edad, Adrián? - ahora es ella la extrañada.
- Hace un año.
- ¿¡Con dieciséis!?
- Con quince. Tengo dieciséis ahora.
La mujer mira hacia el suelo, parece
estar pensando algo.
- Adrián...
- No fue lo mejor que he hecho en mi vida, ni estoy orgulloso de ello – se apresura a asegurar.
- Eso espero, porque es algo muy malo. Tan joven... ¿no podías esperar uno o dos años más?
El chico mira hacia otro lado, le arden
las mejillas.
De repente, la mujer suelta una enorme
carcajada. Adrián la mira sin comprender.
- ¿Tienes hambre? - pregunta la mujer.
- No mucha. Me duele la cabeza.
- Normal. Es la resaca. ¿No quieres agua tampoco?
- No. Estoy bien.
- Vale. Pues te dejo – Amanda se levanta y se dirige hacia la puerta. Se gira antes de irse definitivamente - ¿Te sabes las notas del pentagrama? - pregunta.
- Sí... más o menos.
- Joaquín estaría más contento contigo si aprendieses una pequeña melodía. ¿No puedes intentar tocar alguna canción en el piano para esta tarde? Mañana es su cumpleaños...
- ¡Para esta tarde!
- Una corta... ¡el “cumpleaños feliz”! - le suplica ella.
- Vale...
- Gracias – Amanda sonríe antes de salir de la habitación y dejarlo solo, intentando recordar lo poco que sabe de solfeo.
A la mañana siguiente, Joaquín lo
levanta media hora antes de lo habitual y lo deja vestirse solo.
No le da tiempo a desayunar, pero su
padre adoptivo le lanza un bocadillo y una manzana.
- Vámonos.
- Ok, vamos – dice bostezando el chico.
El hombre lo mira de una forma asesina,
pero Adrián no se da cuenta, se le cierran solos los ojos.
Bajan hasta la primera planta del
garaje y entran en el coche de Joaquín, un Mercedes gris.
Casi en cuanto arranca, Adrián se
duerme con la cabeza apoyada en el cinturón.
- ¡ Adrián! - le grita Joaquín.
- ¿Qué...?
- ¿Por dónde es ahora?
- ¿El qué?
- ¡Tú instituto! ¿Por dónde?
El chico abre los ojos y mira la
carretera. Suspira, así que para eso era ese madrugón, se le había
olvidado completamente.
Dan media vuelta y, bajo las
indicaciones del chico, y, un cuarto de hora tarde, llegan al
instituto.
Ambos salen del coche y
entran al centro.
Hay una enorme diferencia
entre al que van los hijos de Joaquín y el suyo, el hombre no puede
borrar de su cara una mueca. Él, esta bastante divertido ante el
profundo horror que siente su padre adoptivo.
Al llegar a la entrada del
único y pequeño edificio, el hombre se detiene y empieza a alejarse
de nuevo hacia la salida.
- Joaquín – lo llama Adrián.
- Dime.
- ¿Puedes dejarme hacer una llamada?
- Sí... claro... pero ¿a quién?
- Mmmm... es una sorpresa, no puedo decírtelo. Amanda me mataría – dice Adrián sonriendo pícaro.
El hombre parece emitir una
débil sonrisa de medio lado, pero pronto se borra. Le tiende el
móvil y Adrián se aleja con él.
Se siente algo culpable, ni
siquiera lo ha felicitado y ahora acaba de engañarlo.
Suspira y enciende el móvil.
Suerte que guardó su número
en el teléfono.
- ¿Maite? Soy yo.
***
- Tenía muchas ganas de verte – dice ella cuando se separan, sonríe.
- Y yo de besarte.
- ¡Bueno, pues ya está, todos contentos! - se desespera Adrián, que se masajea la sien, le va a explotar la cabeza. La cafetería en la que están está demasiado llena para ser tan temprano.
Hugo lo mira divertido,
pero Maite parece bastante molesta. Le da otro beso en los labios,
esta vez corto.
- ¿Por qué ha venido Hugo?
El joven se da por
aludido y lo mira, no parece ofendido.
- Ah, siento molestarte, pero es que necesitaba verla.
- Ya, el caso es que yo también – otro beso – porque yo... - ninguno de los dos parece querer detenerse - ¡MAITE!
- Vale, vale, lo siento – se disculpa ella riendo. Entrelaza sus dedos con los de su novio – pongámonos serios. ¿Qué te ha pasado que sea tan urgente, Adrián?
- He vuelto a ver a África.
***
- ¿Cómo estáis? - grita Alberto entrando en el garaje.
El resto de los chicos
murmuran insultos y lo hacen callarse.
- ¿Todavía seguís con resaca? ¡Ya han pasado dos días!
- Es la primera vez que bebían, es normal – dice Leo acercándose con una bandeja con bebidas, sonríe ampliamente, divertido.
Mario las ve y se torna
pálido.
- ¿Estás bien? - le pregunta Guille agarrándolo por un brazo.
- Sí, lo que pasa es que la comida le da nauseas – aclara el mayor de ellos. Alberto coge uno de los vasos y bebe un gran trago.
- ¿Alguien sabe algo sobre Adrián? - pregunta Guille mientras deja a Mario solo en la puerta y se sienta en una silla lentamente.
- Yo sí. He hablado con él hoy – dice Alberto. Está serio.
- ¿Qué quería?
- Quiere hablar con nosotros.
- ¿Sobre qué?
- Sobre muchas cosas.
***
Maite lo observa llorar.
Ahora están en el parque. Hace un día precioso visto desde el
césped en el que están tumbados los tres.
Hugo no sabe qué hacer.
Observa, igual que ella.
- Y.. y yo no supe que decirle... y ahora... no querrá volver a verme... ¡lo fastidié todo! ¡TODO!
- No has estropeado nada – intenta consolarlo Hugo. Aunque Maite lo interrumpe tocándole el brazo. Ambos se miran. Silencio.
- Sí que lo he hecho. No solo no sé qué hice, ni a cuántas chicas besé, ni cuánto bebí, sino que ahora no sé si voy a poder verla otra vez sin que odie o se vaya corriendo.
- ¿Bebiste?
- Sí. Mucho.
- Vaya. ¿Sabes quién te pagó las copas?
- No.
- ¿Tus amigos?
- No lo sé...
Maite lo mira y le coge
una mano. Ella no ha pasado por problemas así nunca. Siempre ha sido
correspondida. Y no sabe cómo será aquella África de la que tanto
habla, pero no debería desaprovechar la oportunidad que Adrián
intenta ofrecerle. Ya ha dado un paso importante. Ahora le toca a
ella.
- ¿Tienes su número?
- No. Pero puedo conseguirlo. Conozco a la mejor amiga de su hermana. Ella me dio tu teléfono.
- ¿Quién te dio mí teléfono? - pregunta Maite algo preocupada.
- Elisa...
- ¿Elisa? ¿Conoces a su novio, Esteban?
- Sí. Me ayudaron cuando... cuando necesité ayuda.
Hugo lo mira algo
confuso. Quiere saber más de aquél niño, porque no es otra cosa,
solo tiene dieciséis años, pero no aparenta más de catorce.
Alguien que no ha tenido un buen pasado con esa edad no puede acabar
por buen camino. Necesita ayuda, ayuda urgente, todo el tiempo.
- Su novio tuvo un problema muy grave.
- ¿Qué problema? - preguntan al mismo tiempo Hugo y Adrián. Maite sonríe, ha conseguido que Adrián deje a un lado sus problemas.
- Sus padres no aceptaban a Elisa por su edad, y porque él pensaba dejar los estudios por ella, para vivir en Francia.
- ¡En Francia!
- Sí. Era un chico feliz, muy feliz. Hasta que su padre los obligó a no volver a verse.
- ¿Por eso es tan serio?
- Sí. Aunque esconde una personalidad preciosa en su interior. Siempre que hablo con él, cuando me llama por cualquier problema, le digo que deje ver esa forma de ser. Pero nunca lo consigue del todo y se ha rendido. Además, lleva sin hablarse con sus padres desde hace cinco años.
- ¿Dónde vive?
- Con Elisa.
- ¿Cómo lo ha conseguido?
- Su padre le pegó al enterarse de su decisión final, de que iba a volver con Elisa y Esteban lo denunció. Ahora tiene una orden de alejamiento y vive con una familia de acogida como la tuya.
- Vaya.
- No eres el único que ha tenido problemas así. Ernesto sigue adelante...
- Con la chica a la que quiere.
- Tú puedes conseguir a la chica que quieres.
Adrián respira
profundamente y cierra los ojos. El sol le calienta las húmedas
mejillas. Quizá Maite tenga razón, solo hace falta enfrentarse a
los problemas. Pero él tiene muchos. Va a tener que eliminarlos de
uno en uno.
***
Siempre piensa en aquel
beso tan inesperado. ¿Le había robado un beso? Sí. O al menos es
lo que asegura Mª del Mar, la única de sus amigas que sabe sobre
Adrián.
Se peina el pelo con las
manos. Nota que alguien la está mirando. Comprueba que no tiene nada
pegado en la espalda ni algo que la ridiculice. Se gira y ve a
Ernesto, mirándola fijamente.
Ella quiere apartar la
mirada, pero no puede, no lo consigue.
Escucha algo, un eco en
su cabeza, algo molesto, como sordo. El chico deja de mirarla.
- ¡África! - le grita el chico bajito y feo que está sentado delante de ella en Inglés.
Ella vuelve en sí. El
profesor le señala con el dedo la puerta, así que se levanta y en
silencio y bajo las miradas atentas de sus compañeros de clase, sale
al pasillo.
- Ernesto, tú también – escucha que dice el profesor mientras está cerrando la puerta detrás de ella.
- ¿Yo?¡Pero si no he hecho nada!
- ¡Fuera!
Una silla arrastrándose,
y luego el chico de claros ojos azules sale al pasillo. Se apoya en
la pared junto a la puerta, muy cerca de ella.
Cuando África quiere
alejarse disimuladamente de él unos centímetros, Ernesto la agarra
de la manga del jersey color café, un jersey nuevo, que lleva
puesto. El jersey cruje cuando la chica da un tirón para irse, así
que le pide, sin mirarlo a los ojos, que la suelte.
Ernesto la suelta y
agacha la mirada.
Se aleja y empieza a leer
la poesía de “Los lagartos” de Lorca.
África
lo mira de reojo. ¿Qué intenta?
Se
estira el jersey y le da un golpecito a la pared con el talón de las
botas para colocárselas bien.
Vuelve
a mirar a Ernesto. Lo que siente en esos momentos no puede
explicarse.
Está
decepcionada, triste, enfadada incluso, pero no puede evitar mirarlo
y comprobar que aún siente mucho por él. Al fin y al cabo, lleva
gustándole dos años. No sabe si está enamorada, aunque no lo cree,
al menos ya no. Pero... ¿le gusta todavía? No, todo se ha
acabado... aunque su relación acabó mal y no quiere perder la
amistad que tenían antes de salir juntos.
Se
acerca a él y se coloca a su lado. Sus brazos se rozan.
- ¿Te gusta la poesía? - pregunta la chica.
- Me la sé de memoria.
- ¿Qué has estado leyendo últimamente?
- He comprado Sinsajo y lo estoy leyendo.
La
chica sonríe. Él la mira, muy serio, parece estar pensando algo.
- ¿No lo habías leído ya?
- Hasta la mitad. Pero como... encontraste tu libro, tuve que comprarlo.
- Si me lo hubieras pedido te lo hubiera dejado, no debiste robarlo.
- Lo sé.
- ¿Por qué lo hiciste?
- No te lo robé. Ya sabes que quise devolvértelo ese mismo día...
- Ya. Pero ya sabes que podías habérmelo devuelto el día de después, o la semana siguiente, o por lo menos avisarme de que lo tenías tú – África se esfuerza por no parecer enfadada, ni siquiera molesta, mientras habla.
- Lo hice porque quería acercarme un poco más a ti – dice de repente Ernesto, ya no la mira. Parece no estar presente, mira hacia el infinito.
África
abre mucho los ojos.
- ¿Qué?
- En ese momento, empezabas a parecerme muy especial...
- ¿Cómo, especial?
- Me di cuenta de lo importante que eras en mi vida cuando desapareciste. ¿Sabes que hice lo que pude por ayudarte? El libro era lo único que tenía de ti cuando no estabas, y realmente te necesitaba.
- Ernesto, ¿por qué me dices esto AHORA?
- Porque ahora me he dado cuenta de que estoy enamorado de ti.
África
da un paso hacia atrás. Pero no le da tiempo a separarse más de él
antes de que la bese. El segundo beso robado.
***
Ya
están solos. Por fin.
Están
cogidos de las manos. Ella tiene apoyada su cabeza en el pecho de él,
siguen tumbados en el césped. Ya empieza a hacer calor, se acerca la
primavera.
Ambos
respiran el aire limpio del parque.
- ¿Es verdad todo lo de ese Esteban? - pregunta Hugo.
- Sí. Yo nunca miento.
- ¿Crees que Adrián estará bien después de todo esto?
- Sí. Es fuerte. Volverá a hablar con esa niña y saldrán.
- ¿Y si no salen?
- No creo que África pueda resistirse a sus encantos – dice Maite. Hugo ríe.
- Tiene mucha tendencia a deprimirse, ¿no?
- Sí.
- ¿Has pensado que si algo sale mal...?
- ¿A qué te refieres? - Maite mira a los ojos a su novio, que está muy serio - ¡No se va a suicidar!
- ¿Quién sabe?
Maite
vuelve a mirar al perfecto cielo azul.
- No lo hará... - dice con pena.
Hugo
le acaricia el pelo. Es muy joven para ser una psicóloga
profesional. Es muy lista, ¡es superdotada!, pero Adrián es de sus
primeros clientes, y por lo que sabe, el que más tendencia a
refugiarse en la tristeza y la soledad.
Maite
se levanta.
- ¿Adónde vas? - pregunta Hugo sorprendido.
- A buscar a Adrián – dice antes de salir corriendo siguiendo los pasos del chico.
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