lunes, 25 de marzo de 2013

Recuerda a las personas que en su momento te hicieron sonreír


  • Ernesto... ¿qué haces? - pregunta la chica, que sin pensárselo dos veces se ha alejado de él.
  • Te quiero, África.
  • No me quieres, Ernesto. Solo quieres tener lo que no puedes conseguir.
  • No me di cuenta de que te quería hasta que te perdí.
  • Que yo recuerde fuiste tú el que provocó nuestra ruptura – dice ella girándose y acercándose a la pared.
  • ¿Por qué eres tan arisca conmigo?
  • ¡Pues porque hizo falta que me secuestrasen para que te dieses cuenta de que existía, mientras que yo llevaba dos años echándote de menos cada tarde y llorando cada fin de semana! No sabes lo que es querer a alguien porque nunca lo has hecho. ¿Sabes lo que hiciste cuando salíamos? ¡Ligar con Blanca y con aquella “choni” del autobús! ¿Y cuándo finalmente cortamos, qué hiciste? ¡Dejarme sola, en la calle! No me tienes ningún respeto, y eso es algo que te pediría aunque no me conocieses, soy una persona igual que tú e igual que todos.
  • No eres igual que todos, eres mejor.
  • Para, Ernesto – le pide ella mientras se sienta en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
  • ¿Por qué seguías soportándome mientras te hacía todas esas cosas horribles?
  • Porque te quería.
  • ¿Me seguías queriendo cuando cortamos?
  • Claro que sí. Te seguí queriendo después también. Pero...
  • ¿Me quieres ahora? - la interrumpe él.
África alza la mirada hacia el chico de ojos azules que la mira depié unos pasos delante de ella.
  • No lo sé...
  • ¿Te sigo gustando?
Después de unos segundos en silencio, la chica contesta:
  • Aunque eso fuera cierto, no saldría contigo.
  • Te prometo, no, te juro que no volveré a hacerte daño nunca. Nunca te dejaré sola y no me acercaré a otra chica ni dejaré que se acerquen a mí.
  • Eso no es lo que quiero. Puedes seguir viendo chicas todo lo que tú quieras. Pero me molesta que les hicieses más caso a ellas que a mí.
  • Yo no hacía eso. Cuando te secuestraron...
  • ¡Sí, cuando me secuestraron fuiste un santo, Ernesto, pero es que no hay quién te soporte! ¡Eres un imbécil y un irresponsable y un envidioso, además! ¿Qué pasaría si yo ahora te dijese que estoy saliendo con otro chico?
  • Te dejaría tranquila y esperaría a que estuvieses libre.
  • Sabes que no. Harías justo lo contrario a eso. ¿No te das cuenta? Eres como un niño consentido que siempre consigue lo que quiere y que llora cuando otro niño le quita el juguete que él ya había dejado tirado.
  • Pero no lo entiendes. Yo te quiero – dice Ernesto mientras se sienta a su lado.
  • ¿Y si yo no, y si ahora mismo te odio?
  • AHORA MISMO, pero, ¿y mañana o pasado mañana?
  • ¿Crees que soy como tú, y que puedo olvidar lo que siento por una persona tan fácilmente?
  • ¿Tardaste mucho en olvidarme?
  • ¿Lo hiciste tú?
  • Aún no lo he hecho.
África deja de mirarlo unos segundos. Si eso fuera verdad, y Ernesto estuviera sincerándose por fin, ¿por qué rechazarlo? Podría dejarlo hablar, que se desahogarse, pero tenía muy claro que solo vigilaba por su propia felicidad.
  • Puede que otra persona te ayude a conseguirlo. Suele funcionar.
  • ¿Hay otro chico?
  • No hay ningún otro chico. Pero no voy a salir contigo, Ernesto.
  • ¿Por qué no?
  • Porque no quiero volver a sufrir así. No me gusta hacerlo.
  • Pero ¿no puedes darme otra oportunidad?
  • Poder, puedo. Querer es otra cosa muy distinta.
  • ¿No me quieres?
  • Ya te lo he dicho, Ernesto. Aunque estuviera en este mismo momento enamorada de ti, no te diría que sí. Eres un pésimo novio y me hiciste daño y no soy tan tonta como para querer repetir.
África lo mira. El chico mira fijamente el suelo. No es que le guste demasiado verlo así, pero agradece que por una vez le importe lo que ella piensa.
  • Entonces... ¿si te pidiera salir, dirías que no?
  • ¿No te lo he dicho antes?
  • ¿Me prometes que no hay terceras personas?
  • Sí – dice ella sin poder evitar pensar en Adrián -, de momento. Ahora mismo no tengo novio.
En ese momento, el chico bajito que la avisó antes sale del aula y les dice que ya pueden entrar.
  • Conseguiré hacerte ver que he cambiado.
  • Eso espero, Ernesto.
  • Si funciona, y me acabas creyendo, ¿saldrás conmigo?
  • No lo sé.
***
La ha intentado llamar, pero no coge el teléfono.
Es increíble lo mucho que la echa de menos aunque acaba de verla. Es quizá demasiado activa, pero la quiere. En cuanto la vio, le encantó.
Es como uno de esos amores de película, en particular como en Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia. Él es como Álex, aunque no se lleva veinte años con Maite, es seis años mayor que ella y a veces, se nota demasiado, aunque intelectualmente ella lo supere enormemente.
Intenta llamarla otra vez. Nada. Espera a que suene el pitido y le deja un mensaje en el contestador.
  • Em... ¿Maite? Soy Hugo... Espero que Adrián esté bien... ¡y que tú también lo estés! Llevo... - mira la hora en el reloj - casi media hora llamándote. Por favor, llámame tú, tenemos que hablar.
Casi enseguida, el móvil empieza a sonar.
  • ¿Maite?
  • No, soy Pedro.
  • Ah, hola.
  • Oye, ¿vas a venir hoy? Pensamos ir a tomar algo y luego a la discoteca a celebrar el cumpleaños de Rubén.
  • No puedo ir, lo siento.
  • ¿Otra vez? ¿Y cuándo vas a poder?
  • No lo sé... otro día, ¿vale?
  • ¿Es por Maite?
  • ¿Qué?
  • Que si es por tu novia.
  • Sí.
  • ¿Te controla?
  • ¡No!
  • Entonces lo hace porque quieres. ¿Es que no quieres vernos?
  • Pedro...
  • ¡Responde a mí pregunta! Porque me estoy gastando un montón de saldo en llamarte cada noche para salir con los demás y nunca vienes. Es por ahorrarme tiempo y dinero, ¿sabes?
  • Pero no te enfades...
Hugo oye como su amigo resopla al otro lado de la línea.
  • Te-tengo que colgar ya. Llámanos a alguno de nosotros cuando tengas ganas de salir – dice con tono seco.
  • Felicita a Rubén de mi... - no le da tiempo a seguir hablando, Pedro ya le ha colgado.
Decide al menos enviarle un Whatsapp a Rubén, es su mejor amigo desde secundaria y lo está perdiendo, a él y a los demás.
<<Felicidades. Que cumplas muchos más, viejo. Saluda al resto de mi parte>>
Ve que el mensaje le ha llegado, que su amigo está en línea, pero no le contesta. Suspira y observa la foto de perfil de su amigo. Son él y Rubén, a su lado está la ex-novia de este último. Conforme la está viendo, la foto cambia a una en la que sale Rubén con el resto de sus amigos, sin él.
Hugo abre mucho los ojos y observa la foto en silencio.
<<Bonita foto>>, comenta seguidos de los anteriores mensajes.
Cierra la aplicación e intenta volver a llamar a Maite. Sigue sin contestar.
***
Se pregunta a sí mismo dónde estarán Alberto, Guille, Mario y Leo.
  • Hoy es miércoles, así que estarán en la cafetería – se dice a sí mismo.
Aprovecha que está en su pueblo para llegar fácilmente y rápidamente hasta allí, saltándose varias calles pasando por un callejón estrecho y maloliente.
Se encuentra de bruces con la cafetería “Dulcinea”. Lleva sin entrar ahí desde que les falló a todos en su primer concierto en la fiesta universitaria.
Empuja la pesada puerta y efectivamente, allí están, pidiendo lo mismo de siempre, al camarero de siempre.
Se peina un poco el pelo con las manos y se acerca a la mesa.
Están los cuatro, y hay una silla vacía. Ninguno sabía que él iba a venir, ¿esperarán a alguien?
Alberto lo ve y sonríe.
Se levanta y corre hacia él. Adrián anda más deprisa y se abrazan.
Cuando Alberto lo deja, se sonríen de nuevo y se sientan a la mesa. Él en la silla vacía.
  • Hola a todos – saluda Adrián.
Guille lo mira muy serio mientras se coloca bien la gorra de DC.
Mario bebe un sorbo de su Coca Cola y le pregunta:
  • ¿Te va bien?
  • Sí, me han cambiado de instituto.
  • ¿A cuál?
  • Al de siempre.
  • Así que vuelves a no ir al instituto.
  • Sí – dice él sonriendo.
  • ¿Vendrán a recogerte? - pregunta Guille.
  • No lo sé.
  • Lo digo porque tienes media hora para llegar allí antes de que toque la sirena – dice en tono borde el chico rubio.
  • ¿Te he hecho algo?
  • ¿A mí? Que va.
  • ¿Entonces?
  • Entonces ¿qué?
El camarero deja una Coca Cola delante de Adrián, el chico olvida agradecérselo, simplemente, observa a su amigo, que bebe frente a él. Todas las miradas de la mesa están clavadas en ellos dos.
  • ¿Por qué estás tan borde de repente?
  • ¿¡De repente!?
Adrián lo mira apretando la mandíbula.
  • Llevamos sin vernos varios días, y no podemos actuar ni hacer nada sin ti, lo sabes, ¿no?
  • Eso no es mi culpa.
  • Si quisieses podrías venir a vernos todos los días.
  • Ahora puedo.
  • ¿Y antes?
  • Estaba encerrado en un instituto para pijos, ¿recuerdas?
  • Quizá deberías volver a ir a ese instituto, porque te estás convirtiendo en uno de esos... pijos.
  • Ah, pues que bien – dice el chico mientras se levanta de la mesa ruidosamente y se aleja de ellos.
En cuanto sale de la cafetería, todos miran de forma asesina a Guille.
  • Alguien tenía que avisarlo antes de que empezase a ser grave o irreversible.

Ha perdido la noción del tiempo hace casi un cuarto de hora cuando, aburrido, decidió ir a su casa.
Entra en el jardín, que luce completamente cuidado. La hierba está verde, algunas flores empiezan a salir y a mostrarse.
Es la primera vez que ve la casa así de bien desde que se fue su madre.
Esta vez entra por la ventana del cuarto de baño. Está más alta que la de la cocina, pero no le cuesta ningún trabajo entrar.
Quizá haya una nueva familia viviendo en su casa.
No se oye nada en absoluto. Abre la puerta del baño todo lo silenciosamente que puede y anda por el pasillo hasta su habitación.
Su cuarto sigue como siempre, intacto.
La foto y los trozos de cristal, la cama sin hacer y las dos únicas estanterías abarrotadas de cosas inservibles siguen en su sitio.
Se tumba en la cama boca arriba y observa el techo blanco de la habitación. Uno de sus brazos cuelga de la cama y puede tocar el suelo recubierto de parquet y ahora por una fina capa de polvo. Nadie ha entrado en su habitación desde que él se fue, ni siquiera su padre.
De repente, suena el teléfono, lo que lo saca de su trance.
Y alguien responde a la llamada. No está solo en la casa.
Reconoce la voz ronca de su padre, lo escucha reír. No se atreve a hacer ningún ruido. Su padre cuelga. No vuelve a oír nada, así que sale lentamente de su habitación y se esconde en el hueco de la larga y estrecha escalera que sube al desván, donde tiene otro cuarto que en realidad era el de su madre, el estudio de ella.
Para él su casa tenía un solo piso hasta que su madre se fue, dejando todo salvo lo necesario para vivir con (seguramente) un nuevo marido con otros hijos. Aún recuerda como ella salía en silencio de la casa, él estaba sentado en esa misma escalera, solo que con varios años menos, ella le tendía la mano, pero él, sin mirarla a los ojos, bajaba la escalera y corría a encerrarse en el baño. La mujer lo llamó una sola vez antes de que se escuchase el portazo que avisaba de que ella se iba.
Vuelve a escuchar pasos e intenta apretarse todo lo posible contra la pared y la sombra que crea la escalera en el pasillo.
Un hombre, bastante ancho, vestido con una camisa blanca y un traje azul a juego con la corbata aparece ante él y se asoma a su habitación. Suspira y luego vuelve a dejarlo solo, sin notar su presencia. Adrián sigue notando su perfume aunque el hombre se haya ido. Huele francamente bien, debe de ser bastante caro. Le cuesta reconocer que aquella persona sea su padre. Ha cambiado, mucho, demasiado para ser normal. Escucha cerrarse una puerta y decide salir de su escondite. Da un giro brusco para salir de nuevo por la ventana del servicio, pero se cruza de frente con su padre.


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