miércoles, 23 de enero de 2013

El nuevo comienzo, el beso y la despedida

                         
                                                                          Deshidratándome, por tanta lágrima, que va regando la locura en mi piel... No sé que voy a hacer,
si no te vuelvo a ver. El mundo entero se me volverá a caer... >>. Pablo Alborán,
Deshidratándome.
Adrián se frota los enrojecidos e hinchados ojos. No ha dormido nada.
Sin mirar siquiera la hora, se viste con unos vaqueros, unos botines negros y una camiseta blanca.
Se peina el pelo con una mano después de lavarse los dientes y sale de casa.
La canción con la que lo ha despertado el despertador retumba en su cabeza como África desde
hace varias semanas.
Según tiene entendido, ya ha sido rescatada, sin apenas ningún daño, a parte de una fractura en la
pierna que no tardará en arreglarse.
Se pasa la mano por el pelo. Deja pasar el frío que siente y se centra en los rayos de sol que le
acarician la piel cuando ya ha atravesado toda la calle que está a la sombra.
Allí está, la parada de autobús.
    – Hola – lo saluda una joven guapa de pelo castaño ondulado. Se mueve con ligereza, pero
        con mucha sencillez, lo que no le quita en absoluto su atractivo.
    – ¿Eres Maite?
    – Sí – dice ella sonriendo - ¿Adrián?
    – Soy yo.
    – Encantada – le tiende la mano. El chico le devuelve el gesto.
    – ¿Llevas mucho tiempo esperando?
    – Si te digo la verdad sí, pero es que he venido media hora antes de lo que debería.
    – Yo acabo de despertarme.
    – Ya se te nota el sueño.
Adrián sonríe, con los ojos entrecerrados, ya que la luz del sol lo ciega. Maite alza un brazo y crea
una sombra justo sobre los ojos del chico con su mano. Ambos sonríen.
    – Veía que lo necesitabas.
    – Gracias.
Se miran unos segundos, examinándose. Con disimulo, aunque ambos saben perfectamente lo que
hace el otro.
    – ¿Vamos al parque? Hace buen día.
    – Está bien.
Maite cruza la calle tras mirar hacia ambos lados y Adrián la sigue.
Es una suerte que vivan tan cerca. Adrián se temía que tuviese que cruzar media ciudad para llegar a
la consulta de la joven psicóloga.
No se ha atrevido a llamar a Elisa. Aunque se moría por preguntar por el estado de África. Recuerda
las noches que lleva en vela, deseando verla, escucharla.
Maite se sienta en un banco y él lo hace a su lado.
Ella saca dos chicles de su bolso y le tiende uno a él, que lo acepta.
    – Cuéntame, Adrián.
    – Uff... ¡Por dónde empezar!
    – ¿Qué te parece el principio?
    – Bueno, eso es fácil de contestar. Uno de los traumas que yo podría tener sería el hecho de
        que mi madre se fue de casa, pero no lo es – el chico parece cada vez más tenso y enfadado
        de repente – lo que de verdad me traumatiza es ver el enorme error que hice: quedarme con
        mi padre.
    – ¿Por qué?- la joven parece tranquila, hace una pompa de chicle rosa.
    – Porque me arrepiento. Me arrepiento de haberlo elegido a él entre a mis dos padres. Lo odio,
        me da asco y miedo.
    – ¿Qué es lo que te hace sentir eso hacia tu padre?
    – Bebe, es un alcohólico, seguramente también un drogadicto. Nos hemos quedado sin agua,
        ni luz, ni gas, ni nada por su culpa. Llevo sin comer algo sustancioso desde anteayer y cada
        vez me desespero más.
    – ¿Crees que te ayudaría volver a ver a tu madre?
    – No.
    – ¿Has probado a hablar con tu padre?
    – Es imposible hacerlo ya. En cuanto llega a casa o bebe o se duerme. Incluso vomita.
La joven lo mira ahora. Él mira hacia el frente. El parque es realmente precioso, los pájaros cantan
impresionantemente bien.
    – Maite... - dice – necesito urgentemente un consejo tuyo, porque creo que voy a volverme
        loco y no quiero acabar en un orfanato hasta los 18 y luego acabar tirado en la calle como un
        perro.
    – Eso no va a pasar – dice ella acariciándole un brazo helado.
    – Hay una cosa más.
    – ¿Qué es?
    – Estoy enamorado.
                                                   ***
Ya han pasado dos semanas desde que volvió a casa. Ya puede andar sin muletas, pero no podrá
hacer movimientos bruscos ni correr en clase de gimnasia, lo que no le molesta en absoluto.
Su padre la lleva en coche al instituto. Es la primera vez en dos años.
Aparca frente al instituto y se despide de su hija, que sonríe y se aleja con la mochila cargada de
libros y deberes a la espalda.
En seguida, sus amigas corren hacia ella.
La abrazan. Algunas lloran, otras simplemente sonríen. África contiene las lágrimas. Las ha echado
tanto de menos.
Una de ellas le coge la mochila y Ma del Mar le da un sonoro y fuerte beso en la mejilla.
Escucha a alguien acercarse hacia ellas.
Ernesto se abre paso entre la multitud de chicas y chicos que han ido a saludarla y le sonríe cuando
la encuentra frente a él.
Ella sonríe y se sonroja. Quiere abrazarlo, pero le da vergüenza.
No le da tiempo a pensarlo más: el chico la abraza.
Va a darle dos besos en las mejillas, pero el último acaba demasiado cerca de su boca.
África siente que le arden las venas.
Ernesto cierra los ojos y la besa.
Beso que ella le devuelve con ganas.
No es como lo había imaginado, aunque no la decepciona. Simplemente, se le hace corto.
Cuando Ernesto separa su boca de la suya, todos a su alrededor los miran sin entender nada. De
repente, un chico aplaude y todos se unen.
África se sonroja tanto que siente incluso las orejas calientes, agacha la cabeza.
Ernesto la mira unos segundos y ríe. Se encoje de hombros y le tiende una mano.
    – Toca lengua – le dice mientras ella coge su mano. Lo mira y murmura algún insulto. El
         chico ríe de nuevo, coge la mochila de África y suben juntos las escaleras, seguidos de todos
         sus amigos.
                                                  ***
Corre al baño y se mira en el espejo. No se le a corrido el rímel, ¡menos mal!
Coge un pañuelo y se seca las lágrimas con suavidad para no estropear demasiado el maquillaje.
¿Por qué África, desde cuando?
Ella lo sabía, sabía que había algo entre ellos y, aunque no le gustaba Ernesto como él la quería a
ella, lo quería para sí, no puede compartirlo, y menos con una amiga.
¡Vaya amiga! Aún sabiendo todos sus sentimientos hacia Ernesto, ha seguido besándolo.
Unas chicas entran el cuarto de baño. Hablan, ríen y gritan.
Blanca sale de allí y sube corriendo las escaleras. Ahora toca lengua.
Cuando llama a la puerta y pide permiso para entrar, el profesor la echa fuera. La chica no dice nada
y se apoya en la pared.
Se aburre tanto que decide leer las poesías que hay colgadas y enmarcadas en la pared. La más
cercana que tiene es la de El lagarto y la lagarta, de Federico García Lorca.
Odia esa poesía. A muerte. Vuelve a su sitio y saca el móvil, al menos podrá escuchar algo de
música.
Suena By Young Science de Chill Murray.
                                                  ***
Alberto lo abraza. Ambos lloran.
Adrián espera a que su amigo lo suelte, pero ese momento no llega.
    – Alberto...
    – ¡Puedes venir a vivir a mi casa!
    – No digas tonterías.
    – ¡Es verdad, lo digo muy en serio!
    – Soy casi mayor de edad, saldré en menos de un año y volveré al barrio. Y, de todas formas,
         puedo venir a ensayar aquí.
    – ¿Y si no puedes?
    – Alberto...
El chico mira a su mejor amigo, mira una última vez la maleta que lleva en la mano.
Un policía se acerca a ellos y apresura a Adrián a entrar al coche.
    – No te preocupes, chico. Hemos encontrado un sitio perfecto, una familia nueva. Te acogerán
         y te tratarán bien.
    – ¿Cuándo podré vivir por mi cuenta?
El hombre parece algo confuso.
    – Cuando cumplas los dieciocho serás libre de irte o de volver con tu padre, puedes elegir.
    – Pensaba que con ya 16 podías elegir volver con tu padre.
    – Sí, es cierto, pero no podrás ver a tu padre hasta que pase un tiempo.
Adrián mira hacia la ventanilla. Hace ya un tiempo que dejó de ver a Alberto y al resto del grupo,
que había ido a despedirlo.
Es una lástima que Maite no estuviera allí. No le ha cogido el teléfono estos últimos días, es
extraño.
Detesta el no tener móvil, podría haberla llamado, podría llamarla ahora para avisarla.

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