jueves, 10 de enero de 2013

El concierto, la noticia y la extraña pareja.

                            
Respira profundamente. Es la hora, el momento de dar el gran paso.
Los demás ríen a su alrededor para evitar que se les noten los nervios, aunque el no sabe qué
intentan evitar realmente.
Carraspea levemente para aclararse la garganta y murmura el principio de One heart, millions
voices. Nada, no consigue afinar del todo. Le tiembla todo el cuerpo, el concierto es en diez minutos
y no consigue ni empezar la canción bien.
Se sienta con fuerza sobre una silla libre del bar.
No es un sitio que no haya visto antes. Hay gente, adolescentes y jóvenes en su mayoría. Es un bar
de estudiantes. Todos gritan, ríen y beben, olvidando sus problemas, los de los demás y lo que
tienen que estudiar para los exámenes del próximo trimestre.
Todos celebran que ya han pasado tres meses del curso, aunque la mitad de los allí presentes no han
pisado una clase en todo ese tiempo.
Entierra la cara el las manos.
No puede hacerlo. Todos lo mirarán, lo juzgarán. Están borrachos, podrían hacerle cualquier cosa...
No, no, no tiene que exagerar.
Pero los temblores no desaparecen.
No se da cuenta, pero Mario lo observa preocupado desde otra esquina del bar.
La televisión está encendida, el volumen al máximo. El dueño del bar pide silencio unos segundos,
presenta al grupo que en unos pocos segundos va a hacerles una presentación de lo que es realmente
música. Los llama por sus nombres.
Llega el turno de Adrián de subir al pequeño escenario del local, pero no hace caso de nada más que
de la televisión. La imagen de una niña de unos doce o trece años aparece en la pantalla.
Está pálido.
Mario corre hasta él.
    – ¡Adrián! - lo llama agitándolo - ¡Adrián, vamos!
El chico se sacude con fuerza y consigue escapar de los brazos de su amigo, que lo observa
marcharse en silencio.
Corre por la calle. Empuja a todos los que pasan cerca de él, los que se interponen en su camino.
Evita llorar, no quiere, no puede.
Aprieta los puños. Continua corriendo todo lo rápido que puede.
Escucha sus pasos y los acelerados latidos de su corazón, pidiendo un descanso.
Hay un grupo de chicos y chicas de su edad y más mayores en la acera, justo delante de él. Pero no
para, no se detiene, sigue su camino.
Choca contra dos de ellos, que caen al suelo uno encima del otro.
Entonces se detiene, observa lo que ha ocurrido, lo que ha hecho. Pero la vista se le vuelve borrosa.
    – ¡¿Pero tú de que va'?! - le grita una chica algo más alta que él con un alto moño y un
        flequillo perfectamente planchado en la frente. Los pendientes de aros tintinean en sus orejas
        - ¡¿Es que no ve' que hay gente, gilipollas?!
    – Yo... perdona... es que...
Se ha quedado sin aire. Tiene calor y frío al mismo tiempo. No consigue que le entre aire a los
pulmones.
Se apoya en la pared, pero eso no sirve y cae al suelo.
    – ¡¿Qué te pasa ahora, hijo' puta, te asustamos?! ¡Bien que haces, porque te vamo' a dar una
        buena! - le grita otro chico, o cree que lo es, porque ya no ve nada más que manchas.
    – ¡No, tío, no le pegues! - le grita otro con una enorme cresta en la cabeza. Todos apestan a
        laca y gomina, lo que le da nauseas - ¡Creo que le está dando un ataque de ansiedad!
    – ¿¡Qué dice'!? ¡Este imbécil me ha empujao' y lo va a pagar!
Adrián tira del cuello de su camiseta, en un intento desesperado de respirar. Le arden los pulmones.
    – ¡No, no! - grita otro chico mucho más bajo que el resto, con una insufrible voz aguda -
        ¡Mejor vámonos, que cómo nos pillen, nos echan la culpa a nosotros!
    – ¡Eso, eso, vámonos! - dice una chica de pelo planchado castaño y ojos excesivamente
        maquillados.
Todos desaparecen y Adrián se queda solo en la soledad de la noche.
Se siente un poco mejor, se sienta e intenta coger aire por la boca. Entierra la cabeza entre las
rodillas y respira profundamente sollozando mientras consigue por fin respirar de forma
entrecortada.
Apoya la cabeza en la pared y cierra los ojos. Las lágrimas corren sobre sus mejillas manchadas.
Alguien se acerca a él corriendo. Es una chica.
La mira, la ve hablar, pero no la escucha.
Él mismo intenta decir algo, pero no lo consigue, solo articula un <<ah>> antes de volver a caer al
suelo.
    – ¡Te lo estoy diciendo! Lo encontré anoche tirado en la acera y lo recogí.
    – ¡Estaría borracho!
    – ¡No está borracho! ¡Unos “canis” se metieron con él y estaba asustado en el suelo!
    – ¿Asustado? ¡Sí, claro!
    – ¡No sé porqué te enfadas tanto, solo le ayudé!
    – ¡Me enfado porque no sé qué pensar cuando al entrar aquí, veo un niño en tu cama!
    – ¡No es un niño, tiene tu edad!
    – ¡Así que lo conoces!
    – ¡Solo de vista, del instituto!
    – Ya... ¡pero si tú ya terminaste el instituto!
    – Esteban, por favor, créeme... lo conozco de hace unos años.
El chico mira a su novia unos instantes. Parece cansada, abatida y triste.
    – Está bien... siento haberme enfadado.
    – Eso espero – dice ella volviendo a sonreír a la vez que le da un corto beso en los labios.
Esteban mira de nuevo al chico que hay sobre la cama. Realmente parece enfermo. Se acerca a él.
    – No me suena de nada.
    – Normal – dice la chica.
    – ¿Sabes su nombres?
    – No... pero le pega Esteban, ¿verdad?
    – ¿¡Qué!? ¿Por qué? Es muy feo como para pegarle Esteban.
    – No es feo... es muy mono.
El chico mira la mira con la boca abierta, en forma de <<a>>.
    – Vamos, cielo, es muy bajito para mí,
    – Tú misma has dicho que tiene mi edad.
    – Ya. Pero tu eres alto – dijo alargando mucho la <<a>> y lo mira a los ojos. Sí, lo es.
    – Está bien. Espero que no me des razones para estar celoso del enano – dice él. Ella ríe y se
        sienta al borde de la cama. Sacude levemente al chico.
    – Eh... - le dice – oye... despierta...
Adrián abre los ojos lentamente. Ve a la pareja mirándolo fijamente. Al principio se asusta. Se
incorpora y mira extrañado a su alrededor. ¿Cómo ha llegado hasta ahí?
La chica, mayor que él, lo mira ensimismada.
    – Que ojazos tiene... - piensa en voz alta.
El chico de al lado suspira y la mira. Ella vuelve a incorporarse.
    – Hola – dice el chico alto, debe de ser algo mayor que ella - ¿cómo te llamas?
    – Adrián – contesta el chico susurrando.
    – Hola Adrián, soy Elisa y él es Esteban, mi novio – hace las presentaciones la chica con una
        deslumbrante sonrisa – . Seguro que estás muy confuso, normal. Bueno, te explico: te
        encontré anoche en la calle. Te desmayaste y te traje a casa.
    – Ah...
    – ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
    – No... yo... gracias – dice finalmente.
    – No hay de qué, Adrián. ¿Sabes porqué te desmayaste?
    – Uff – dice él con una sonrisa amarga en la cara.
    – Tranquilo. Es solo para avisar al médico.
    – Es que es muy complejo...
    – Inténtalo.
    – Está bien...
El chico resume en tres frases lo ocurrido esas últimas semanas, sin detalles y yendo al grano. Elisa
parece muy interesada, pero en cambio, Esteban se aburre y se sienta en la silla frente al escritorio y
mira por la ventana.
    – ¿Cuántos años tienes, Adrián? - pregunta la chica.
    – 16.
    – ¡Te dije que tenía tu edad, Esteban!
Adrián mira asombrado al novio de Elisa. ¡Mide casi treinta centímetros más que él! Aunque él no
es muy alto, Elisa es más alta que él.
    – Sí. Impresionante – dice el chico sin hacer mucho caso a los otros dos.
Elisa sonríe a Adrián.
    – Yo tengo 18 – dice.
Él sonríe también.
Ella coge el móvil y marca un teléfono.
    – Hola, ¿papá? Sí soy yo. Necesito que vengas, un amigo está enfermo... Se ha desmayado...
        16 años... Está bien, hasta luego. Un beso.
Cuelga.
    – Adrián, un médico llegará aquí en menos de media hora. ¿Quieres comer algo?
    – No tengo mucha hambre...
    – Está bien. ¿Quieres llamar a tus padres para avisarlos?
    – No estaría mal.
    – Está bien, te dejamos solo.
Elisa se levanta y agarra a su novio del brazo. Lo saca de la habitación a empujones y, antes de salir,
sonríe de nuevo a Adrián, que corresponde a la sonrisa igualmente.
El chico vuelve suspirar y luego vuelve a tumbarse y se duerme.
                                                  ***
Enciende el móvil, tiene una ligera esperanza de que ella estará conectada. Lee la lista de sus
contactos de WhatsApp. Blanca aparece como conectada, pero hace ya tiempo que ha perdido las
ganas de hablar con ella. Y no, no está conectada.
Desea con todas sus fuerzas que conteste a uno de los miles de SMS que le ha enviado, las llamadas
perdidas y los mensajes por WhatsApp. Incluso a comentado en todos sus tablones de todas las
redes sociales en las que tiene una cuenta.
    – Vamos, vamos... - murmura, como si ella pudiese oírlo.
Sin quererlo y al ser su teléfono táctil, abre la imagen de contacto que tiene ella.
Sale ella, con todas sus amigas, él también sale en la foto. Se da cuenta entonces, de que ella lo está
mirando, tan profundamente. Tiene unos ojos preciosos. Una pequeña boca con unos labios
carnosos y una nariz muy mona.
¿Realmente está pensando eso de ella, de una amiga, se ha olvidado de Blanca? Seguramente no, no
puede gustarle África. Es decir, está locamente enamorado de Blanca desde hace mucho tiempo.
¿Cómo estará? ¿Le estarán haciendo daño? Ruega que no sea así, pero no puede evitar sentir miedo
por ella.
Quiere salir de su habitación y correr a ayudarla, a sacarla de donde quiera que esté.
En las noticias de todas las noches, siguen avisando de su desaparición, por si alguien la ve en la
calle. Pero anoche algo lo interesó y lo asustó. La policía había encontrado una pista, o más bien,
los secuestradores la habían dado: un vídeo. No dijeron nada más sobre el tema.
Se asustó mucho. Según parece piden mucho dinero por ella.
De repente, tiene una idea.
Se levanta de la cama y baja corriendo las escaleras.
    – ¡Mamá! - grita llamándola.
    – ¿Qué quieres Ernesto? - pregunta ella desde la cocina con pesadez.
    – Se me ha ocurrido algo...
                                                    ***
    – Por favor, acéptelo. Todos queremos que África vuelva.
    – ¿Lo dices en serio, Ernesto, tus padres están de acuerdo?
    – Totalmente.
    – ¿De verdad? - dice conmovida y con voz llorosa la madre de África al otro lado del teléfono.
    – Sí. Y podría hablar con el resto de la clase para que aportasen algo de ayuda. Pagando más
        dinero, pegando carteles en la calle, en el instituto...
    – Eres tan atento, Ernesto...
    – Gracias señora – dice él, orgulloso. Sonríe.
    – Bueno, no tengo más remedio que aceptar. ¿Qué podría hacer por ti a cambio?
    – Bueno, se me hace pesado decirlo... pero ¿podría ver el vídeo que enviaron los
        secuestradores?
    – Esto... bueno... no veo ningún inconveniente, pero, Ernesto – la mujer hace una pausa y
        toma aire – es peligroso. Si lo ves, nadie puede saberlo. Ellos advirtieron que nadie más
        podría verlo y ya hemos avisado a la policía.
    – Claro, claro. Pero estoy dispuesto a lo que sea, quiero ver ese vídeo, señora, de verdad.
    – Bueno, si insistes tanto... Pero ve con cuidado.
    – ¿Puedo ir ahora mismo a su casa?
    – Si quieres...
    – ¡Gracias. Estaré allí en media hora!
                                                    ***
    – ¡Eh, tú, despierta!
    – ¿Qué pasa? - pregunta Adrián frotándose los ojos.
    – ¿Has llamado a tus padres para avisar? - le pregunta Esteban.
    – Sí – miente el chico.
    – Vale, bien – el chico se sienta sobre la cama a su lado – el padre de Elisa no va a poder venir.
        Así que, vamos a tener que llevarte a tu casa.
    – Em... vale.
    – Bien, vamos.
Ambos chicos se levantan. Adrián se peina con una mano.
Elisa está en el pasillo. Viven en un piso.
    – Esteban - dice ella muy seria – , voy a ver a Lidia.
    – ¿Qué? ¡Íbamos a llevarlo a su casa!
    – Lo sé, pero está destrozada. Ya sabes, por el tema de su hermana.
    – Ah, ya, ese secuestro.
    – Sí. Tiene que ser duro. Me preocupa mucho su hermana.
    – No le pasará nada. África es fuerte – dice el chico abrazando a su novia al ver su tristeza.
Ella corresponde al abrazo con ganas, lo necesitaba.
Mira a Adrián, pero él ya no está allí.
¿Ha dicho África? ¿Realmente ha dicho África? ¿Será la misma chica que en la que él piensa?
Seguramente sí, son demasiadas coincidencias...
    – Sí. Pero solo es una niña – dice tristemente Elisa después de separarse de su chico. Coge su
        bolso de una percha, saca unas llaves y se las lanza a Esteban, que las coge al vuelo y sale
        por la puerta – Adiós. ¡Ah! Y encantada, Adrián.
    – I...igualmente.
Esteban lo mira. Parece distraído. ¡¿No le gustará Elisa?! Espera por el bien del chico que no,
porque le saca al menos una cabeza y media...
    – Bueno, vamos – lo apresura.
Adrián asiente, y salen por la puerta.
Bajan en el ascensor hasta el garaje y entran en un coche muy pequeño, de un vistoso color rojo.
    – ¿De verdad tienes 16 años? - le pregunta de repente Adrián, que mira por la ventana
        mientras salen del garaje.
    – Sí.
    – ¿¡Y sabes conducir!?
    – Sí. Bueno no, no tengo carné.
    – ¿¡QUÉ!? ¿Y de quién es el coche?
    – De Elisa. Pero no te preocupes, sé conducir.
    – Ya – dice Adrián mientras se abrocha rápidamente el cinturón. Esteban sonríe levemente, no,
        Elisa no lo cambiaría por Adrián.
    – ¿Dónde vives?
    – Depende, ¿dónde estamos?
Esteban lo mira.
    – ¿No lo sabes?
    – No, no lo reconozco.
    – En la calle Olivares.
    – ¿En serio? - dice sorprendido el chico – Yo vivo dos calle más arriba.
    – ¿Y nunca has estado aquí?
    – Bueno... no lo sé...
    – Vaya. Quizá realmente necesitabas un médico.
Adrián le lanza una mirada asesina, pero el otro no le hace caso.
    – ¿Cómo acabaste aquí? - le pregunta mientras suben una cuesta.
    – Me dio un ataque de ansiedad.
    – ¿Suele suceder?
    – No. Es la primera vez.
    – Hum... ¿Y porqué?
    – Estaba nervioso y asustado.
    – Ya, pero porqué.
    – ¿Sabes, la hermana de la amiga de tu novia?
    – Eh... sí – dice sonriendo de medio lado Esteban ante lo complicado que es entender esa
        frase.
    – Pues la conozco. Bueno, más o menos. Vi en las noticias que la habían secuestrado y me dio
        un ataque de ansiedad.
    – Pero ¿la conoces?
    – A decir verdad, no.
    – Entonces... no tiene sentido – Adrián lo mira, es cierto – No la conoces, pero te da un ataque
        porque ha desaparecido.
    – Sí.
    – Es extraño.
    – Ya, pero pasó.
    – Bueno. Vale. ¿Está es tu calle?
    – Sí. Mi casa es esta.
    – La puerta está abierta.
    – Ah. Ya.
Hay varios chicos sentados en el suelo en la puerta. Adrián se torna serio.
    – ¿Quiénes son?
    – Unos amigos.
    – No pareces muy feliz por verlos.
Adrián, sin hacer caso al comentario, abre la puerta del coche y sale fuera. Va a cerrar la puerta
cuando Esteban le tiende un papel. Lo coge dudoso.
    – Son nuestros números de teléfono. Llámanos si vuelve a pasarte algo o si quieres saber más
        sobre la chica de la que estás locamente enamorado...
    – ¿Qué?
    – Me doy cuenta de las cosas, Adrián. Te gusta la hermana de Lidia. Es muy niña para ti, ¿no
        crees?
    – Yo...
    – Bueno, adiós. Y de nada por todo.
    – Gra...gracias.
Esteban arranca, da un giro brusco haciendo un enorme estruendo y desaparece de su vista.
Adrián se muerde un labio y mira el papel. No solo están sus teléfonos, el teléfono de una tal Maite
también está.
<<Llámala, te ayudará>> ha escrito Esteban con una letra casi ininteligible. Es un chico raro. Y
Elisa y él hacen una extraña pareja. Ella es mayor que él, pero no parece importarle demasiado. Eso
está bien.
Se gira y guarda el papel en uno de los bolsillos de su chaqueta de cuero negro.
Se dirige hacia sus amigos, que lo miran expectantes, esperando razones, disculpas y explicaciones.

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