viernes, 25 de enero de 2013

La primera respuesta al aire, las pérdidas y los pensamientos más profundos

                         
    – Hacen buena pareja – comenta Almudena, que sonríe. Pueden ver a Ernesto ya África
         saliendo de la mano del instituto.
    – A mí no me lo parece.
    – ¿De verdad? Se la ve tan feliz...
    – ¿No te da cosa?
    – ¿Cosa de qué, Blanca?
    – No sé, es tu ex.
    – ¿Y qué? Ella es mi amiga y quiere estar con él. Si él también, todo bien – vuelve a sonreír.
Pero Blanca no le devuelve la sonrisa. Se coloca bien la mochila y sale del instituto, entra en un
coche que se ha frenado frente a la puerta y no vuele a mirar a Almudena.
                                                   ***
Sonríe.
Él la mira y ella lo nota. Eso la vuele más feliz.
    – Estás muy contenta.
Ella lo mira ahora. El sol hace que sus ojos azules parezcan más claros, son preciosos, le encantan.
Le ha pedido permiso a sus padres para volver en autobús a casa, con Ernesto, que vive varias
paradas más lejos que ella. Mañana irán a clase juntos también.
    – ¿Se nota mucho?
Él ríe, pero no dura mucho.
    – ¿Te pasa algo?
    – No – hace una pausa y África lo mira con curiosidad. Él se detiene y le suelta la mano, se
         apoya en el muro que hay detrás de él – es que, se me hace raro todo esto.
    – Ah, ya...
    – No sé si me entiendes, pero... es que... no sé.
    – ¿Puedo decir algo? - él asiente con la cabeza – si te cuento esto, debes prometerme que no lo
         contarás.
    – Lo prometo.
La chica toma aire y vuelve a hablar:
    – Estoy muy feliz porque llevabas gustándome un tiempo, porque sé que te quiero y porque
         espero que eso no cambie nunca.
    – ¿De verdad? - dice él, que está algo confuso.
    – Sí. Lo digo muy en serio, Ernesto. Pero si tú no estás igual de feliz quizá...
    – ¡No, no! No podemos cortar el mismo día que empezamos a salir.
    – Así, ¿que estamos saliendo?
Eso lo pilla de sobresalto.
Se pasa una mano por el pelo, mira al suelo, luego la mira a ella. Sus ojos...
    – ¿Tú que crees?
    – Me da vergüenza admitirlo, pero soy nueva en esto. Yo dejo mi respuesta al aire...
    – Uff... pues... ¿sí?
    – ¿¡Sí!? - ella parece incluso más contenta que antes.
    – Sí – afirma él sonriendo y más seguro.
Vuelven a cogerse de la mano y ella le da un rápido beso en la mejilla.
Cuando se aparta, él la coge por la barbilla, la acerca para sí y le da un beso en la frente.
    – Eres mi novia.
    – Sí.
    – Y soy tu novio.
    – Sí, ¿no?
    – Eres un poco insegura.
Ella sonríe y se encoge de hombros.
Él le sonríe también. Es una chica increíble y fuerte aunque no lo parezca. Acaba de pasar por algo
horrible y aún así, sigue sonriendo incluso mejor que antes. Le encanta esa parte de ella, siempre
riendo y sonriendo.
                                                   ***
En la cena solo hay miradas incómodas.
Algunos intentan sonreírle, pero no obtienen respuesta, el chico solo los mira cada poco y come
muy lentamente su plato de macarrones.
    – Siento que no hubiese otra cosa para comer, Adrián – dice Amanda, la mujer – mañana iré a
        la compra.
    – No pasa nada – contesta él por lo bajo, nadie a parte de él lo escucha.
    – ¿Estás bien? ¿Es que no te gusta la pasta?
    – Estoy bien – dice ahora algo más fuerte.
Nadie más habla.
A su lado hay un niño de unos diez años, que lo observa con los ojos bien abiertos y pensando en el
miedo que le da aquel chico, lo callado que es... casi parece un fantasma, no hace ningún ruido.
Tendría que haber otro chico de su edad en la casa, pero está de Intercambio en Italia. Así que
pronto habrá dos chicos más de su edad.
    – ¿Qué puedes contarnos sobre ti para conocerte más?
    – No creo que tengan que saber más de lo que ya saben.
    – No nos trates de usted – le dice el hombre, Joaquín.
    – Perdón. No creo que tengáis que saber más de lo que ya sabéis.
    – Eres un poco tozudo, ¿no?
    – Puede.
    – ¿Qué es lo que más te gusta? - le pregunta Amanda.
    – Vivir.
    – ¡Qué profundo! - comenta la mujer. Pero el Joaquín no parece muy contento.
    – ¿No tienes ningún hobby?
    – Sí, ¿no hay nada que te guste más en el mundo? - dice de una forma adorable el niño, tiene
        la boca llena de tomate.
    – Ahora que sacáis el tema. ¿Podrían llevarme a casa de un amigo? Tenemos que ensayar.
    – ¿Ensayar para qué?
    – Tenemos un grupo.
    – ¡Qué bien!
    – ¿Que instrumentos sabes tocar, Adrián?
El chico mira al hombre, que será su padre adoptivo durante al menos un año. No le da menos
miedo que su padre biológico.
    – Ninguno en especial.
    – Entonces tú... ¿cantas?
    – Sí.
    – ¿Podrías hacernos una demostración? - pregunta la mujer.
El chico la mira directamente a los ojos. No le apetece nada.
    – ¡Sí, canta! - exclama el niño.
    – Perdonad que no esté de humor – dice levantándose de la mesa.
Cuando va a salir del salón-comedor su padre lo llama.
    – ¿No te han enseñado a recoger la mesa después de comer?
    – Déjalo, cariño, lo haré yo.
    – No, tiene que quitar su plato al menos.
Adrián, en silencio vuelve a la mesa y coge su plato y sus cubiertos. Va a la cocina.
    – Friégalos y ponlos en el lavaplatos.
No entiende porqué tiene que fregarlos si luego van al lavaplatos, pero no quiere encararse con
Joaquín y le hace caso.
Cuando vuelve a la mesa a por su vaso, el hombre vuelve a detenerlo.
    – Adrián, tengo un piano.
    – Ah... - dice él intentando no parecer demasiado maleducado ni desinteresado, aunque le
        cuesta.
    – Voy a enseñarte a tocar.
    – Oh... esto... no hace falta.
    – ¡Por supuesto que sí! ¡Empezarás mañana después del instituto!
Coge el vaso y vuelve a la cocina. Le da una patada a un armario. No solo lo obligarán a tocar el
piano, un instrumento que no le gusta, sino que tendrá que estudiar.
Amanda lo mira desde la puerta. No se ha dado cuenta de que lo seguía.
    – ¿Necesitas algo, Adrián? - dice frotándole un brazo.
    – Amanda – dice, después relajarse tomando una gran bocanada de aire - ¿puedo pedirte un
        favor?
    – Claro.
    – ¿Puedes convencerlo para que no me enseñe a tocar?
    – Me temo que no puedo, yo también pienso que es bueno para ti. Y viniendo de él, es un
        honor que te haya elegido a ti para ser su alumno. ¡No quiso enseñarle ni a su hijo!
    – ¡Pues vaya suerte que tengo!
    – No seas pesimista. Todo irá bien – la mujer hace una pausa y piensa antes de volver a hablar
        – a cambio de este favor que no puedo hacerte, puedes pedirme otra cosa.
    – Está bien... - el chico revuelve sus pensamientos unos momentos – antes, conocía a una
        psicóloga. Solíamos vernos en el parque y me atendía gratis, como si fuéramos amigos. No
        pude avisarla de que me iba y mañana tengo cita con ella por la mañana en mi antiguo
        barrio.
    – ... y quieres ir.
    – No estaría mal.
    – ¿Y el instituto?
    – Si te soy sincero Amanda, llevo sin ir al instituto nada más que para los exámenes de
        recuperación desde hace más de cuatro años.
La mujer está de repente pálida, no dice nada.
    – No se te ocurra decirle eso a ninguno de mis hijos – dice por fin antes de salir de la cocina y
        dejarlo solo, fregando su vaso.
                                                  ***
Todos están sentados al rededor del teléfono móvil de Leo, que está tiene el altavoz conectado en la
llamada.
    – ¿Leo? - preguntan al otro lado de la línea, que corre a encerrarse en su habitación con el
       teléfono, que por suerte el un fijo/móvil, que se puede llevar a todos sitios.
    – ¡Adrián!
    – ¡Hey! ¡Hola! - apenas se le escucha.
    – ¿Porqué hablas tan bajo?
    – Todos duermen, mi padre adoptivo es demasiado serio, no quiero líos con él el primer día.
    – ¿No puedes ir a algún sitio donde no te escuchen?
    – Voy a salir a la terraza, no colguéis.
    – Ok.
Los cuatro se sonríen los unos a los otros.
Vuelven a hablar por el teléfono:
    – Vale, ya.
    – Bien.
    – Bueno..
    – Bueno... - imita Adrián.
    – ¿Cómo estás?
    – Mal. ¿Y vosotros?
    – Igual.
    – Esto es horrible. ¡Quieren enseñarme a tocar el piano!
    – ¡Buaf! ¡Qué asco! ¡Eso es de gilipollas! - se quejan todos al otro lado. Adrián sonríe
       imaginando sus muecas de asco a punto de explotar en una gigantesca carcajada.
    – Sí.
Se hace un silencio entre ellos.
    – Adrián, ¿vas a volver aquí a vernos? - pregunta, esta vez Mario, con voz lastimera. Parece
       que llora. El chico siente como las tristeza lo reconcome por dentro.
    – Intentaré escaparme del instituto mañana. ¿Dónde nos vemos y cuándo?
    – No sé... ¿en el centro comercial a las nueve?
    – Tened en cuenta que no sé dónde está mi nuevo instituto, puede que no sepa como llegar...
    – O que hay vigilantes en las puertas y yo mismo que te vigilaremos para que no hagas pellas.
    – Vaya, mierda – murmura Adrián observando a Joaquín apoyado en el marco de la puerta de
       la terraza.
    – Deberías saber que se te oye a kilómetros.
    – Lo siento, Joaquín, de verdad.
    – Vuelve a la cama. No te preocupes, problema zanjado, Pero deberías decirles a tus amigos
       que no se puede llamar después de medianoche, y menos a un teléfono fijo.
Adrián mira el enorme y grueso móvil que les sirve de teléfono fijo.
    – Adiós – susurra, aunque sabe que lo han escuchado todo, y cuelga.

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