viernes, 1 de febrero de 2013

Primeras impresiones. Sentimientos entrelazados.


Ernesto no la mira ya, ella intenta encontrar su mirada cuando vuelven a llamarlo. África no se gira,
pero Ernesto ríe mirando algo que hay detrás.
Ahora sí la mira, la coge una mano y le dice mirándola a los ojos.
    – Voy atrás, ¿vale? - ella no dice nada, ni tiene ninguna expresión en la cara, aunque aprieta
        más sus manos a las de él – lo siento, lo siento, lo siento, ¿vale? Te prometo que después
        estaré contigo.
Ella asiente lentamente.
Él recoge sus cosas rápidamente y se sienta en los últimos asientos, dejándola sola.
Bueno, una anciana se ha sienta a su lado. Huele a naftalina.
África se gira al escuchar un grito proveniente de alguna chica detrás. Ernesto está hablando con
ella, tiene una mano sobre su pierna y lo mira a los ojos, ahora la mira a ella. <<¡¿Esa?!>>, puede
leer que dicen sus labios.
¿Porqué deja que ella le toque la pierna, porqué él le mira el escote tan indiscriminadamente?
¿Acaso ella no tiene suficiente? Se le hace un nudo en la garganta. Decide mirar hacia otro lado,
pero su mirada coincide con la de un “cani” que fuma en el interior del autobús, ni siquiera ha
abierto una ventana para ocultar el olor, sigue a lo suyo. Será como mucho uno o dos años mayor
que ella.
Se siente incómoda y no vuelve a mirarlo, se gira y observa como el amanecer se ha hecho ya con la
mitad de la ciudad.
Pronto llegará a una parada desde la que se puede llegar andando al instituto.
Se levanta y le pide pasar a la anciana, que muy seriamente, le deja salir.
    – Gracias – le agradece la chica, la anciana asiente sin ni siquiera una falsa sonrisa.
África sale del autobús en cuanto este se para en la parada, consciente de que Ernesto la ha mirado
al menos unos segundos mientras aquella otra chica, mil veces más guapa que ella, preciosa, aunque
muy maquillada, intenta enamorarlo y él se deja hacer.
                                                   ***
Baja del coche seguido del niño de diez años, Dani, que le mete prisas.
Entran en el colegio, todos vestidos con uniforme.
Amanda se baja del coche y lo mira de arriba a abajo.
    – ¿Quieres que te acompañe?
    – No, creo que puedo yo solo.
    – Está bien – dice ella, muy amablemente – Pero remétete la camisa.
    – Claro – dice él con pesadez.
Cuando quiere darse cuenta, la mujer se acerca a él para darle dos besos en las mejillas, que luego le
da a su hijo menor, que sonríe después de ello. Se toca la mejilla. Hace tanto que no tiene madre...
    – Que os divirtáis – dice la mujer mientras entra en el coche.
    – ¡Sí, mamá! - grita el niño, feliz.
Adrián suelta una carcajada irónica.
Daniel se aleja de él rápidamente y va junto a una niña, a la que coge de la mano y da un beso en
una mejilla pecosa y sonrojada.
Le recuerda los montones de chicas que querían jugar con él a esa edad, aunque no deja de
parecerle increíble que Daniel tenga novia y él no sepa conseguir a una chica de la que conoce su
dirección, nombre y de la que puede conseguir su número de teléfono sin problemas.
Se estira la camisa, no piensa remeterla dentro de los pantalones como la mayoría de los chicos que
está viendo en el patio. Parecen tan patéticos...
Sin pensarlo, deja la mochila con desprecio en el suelo y se quita el polo rojo que lleva sobre la
camisa. Ahora su uniforme consiste en una camisa blanca de momento inmaculada, unos pantalones
perfectamente planchados grises y unos zapatos que lo hacen creerse estúpido negros.
Vuelve a coger la mochila y deja el polo enrollado sobre un banco.
Suena la campana.
Todos los alumnos entran a la misma hora, sean de la edad que sean, todos entran a las ocho.
Bosteza al entrar en secretaría.
    – Hola – le dice la mujer que está sentada frente a la pantalla de un ordenador portátil negro.
         Es pelirroja tintada y lleva unas enormes gafas rosas, que destacan sus claros ojos azules. Es
         muy extravagante, al menos esa es su primera impresión.
    – Hola.
    – ¿Me haría usted el favor de llamar a la puerta antes de entrar?
El chico vuelve a salir.
    – ¡Y sin bostezar! - le avisa la secretaria.
Adrián toca a la puerta y vuelve a entrar.
        Hola – dice ella, ahora sonriente.
    –
        Hola – dice él, imitando su sonrisa exagerada y abriendo mucho los ojos.
    –
        ¿Qué necesitas?
    –
        Soy nuevo y no sé adónde tengo que ir.
    –
        ¿Nombre?
    –
        Adrián Martínez.
    –
        No hay ningún Adrián Martínez aquí – dice ella mientras escribe el nombre en la barra de
    –
        búsquedas y observa el resultado.
    – Mmm...
    – Hay un Adrián Fernández. Vamos a ver...
La mujer clikea en el nombre y abre una ficha. Una foto de Adrián aparece en grande en la pantalla.
    – Parece que no sabes ni tu apellido.
    – ¿Cómo?
    – Eres Fernández, no Martínez.
    – Creo que no – dice él riendo – es imposible.
    – Pues ha sido Joaquín Fernández el que ha firmado este informe, tu padre.
    – Ah – el chico mira el suelo. ¿Le han cambiado el apellido? No le parece bien, nada bien. Ni
        siquiera preguntaron – pues entonces soy yo.
    – Segundo de Bachiller B.
    – Vale.
    – Puerta tres, en el segundo piso, la primera junto al baño de chicas a la derecha.
    – Gracias.
    – De nada.
Adrián sale a pasos largos de secretaría.
Sale de ese edificio.
El colegio se define en un gran patio cuadrado y tres edificios, cada uno en un lado del cuadrado,
ocupando así la puerta principal el lado restante.
<<Puerta tres>>, puede leerse en dorado sobre la puerta del edificio frente a él.
Entra dentro y sube dos pisos. Las escaleras son largas, ya se ha cansado de ellas nada más subir el
primer peldaño.
Entra en la clase en la que pone escrito <<2o bach. B>> .
El profesor, que está dando clase en ese momento le pide que salga y que pida permiso antes de
entrar.
Después de hacerle repetir lo que acaba de hacer con la secretaria, le pregunta porqué llega tarde,
sin darse cuenta de que no conoce de nada al chico al que está regañando.
    – Soy el nuevo – dice Adrián evitando mirar al resto de su clase.
    – Ah. Bueno, en ese caso, siéntese en cualquier sitio libre.
    – Eh... profesor – dice después de echar una rápida mirada al aula – no hay ningún sitio libre.
    – Ah, vaya. Pues me temo que tendrá que permanecer depié.
    – ¿¡El resto de la hora!?
    – Es la regla de todas formas si llega tarde.
    – ¡Pero he tenido que buscar la clase!
    – Ya. Pero yo ya estaba dentro cuando usted entró, así que llega tarde. Vaya al final de la clase
        y deje de quejarse si no quiere ser expulsado su primer día.
Adrián se aleja refunfuñando y se deja caer sobre la pared con pesadez.
    – ¡No se apoye en la pared! - le grita el profesor.
El chico se endereza y luego suspira. Ya ningún alumno le presta atención, miran la pizarra, donde
el profesor explica algo que parece lengua.
Vuelve a suspirar. Ese es el peor de sus días con mucha diferencia.
                                                    ***
Cuarta hora.
Han pasado cuatro horas y no se le ha ocurrido hablar con ella. África empieza a desesperarse,
ahora toca música, están sentados cerca, puede que ahora si quiera hablar, aunque ella piensa seguir
enfadada siempre que no reciba una disculpa.
Aún quedan unos minutos para que la profesora llegue, así que deja la mochila en su sitio y va hacia
sus amigas, pasando junto a Ernesto adrede, que la mira pero no se inmuta.
En cuanto se une al grupo, Blanca se separa de ellos y sale de la clase.
    – ¿Le pasa algo? - pregunta África.
Los demás se miran entre ellos, nerviosos y sin saber qué hacer.
    – ¿Qué le pasa? - pregunta ahora más molesta.
    – Está enfadada.
    – ¿Conmigo? ¿Porqué?
En cuanto lo pregunta, la respuesta se le pasa por la cabeza.
    – No será porque...
    – ¿Tú lo sabías? - le pregunta la mejor amiga de Blanca - ¿sabías que le gustaba otra vez
        Ernesto?
    – No... bueno, sí. Pero, es decir... - ya no sabe que contestar. No sabía nada del enfado de
        Blanca, ni siquiera se le había pasado por la cabeza la conversación que tuvieron en el
        pasillo un mes antes - ¡¿Y ahora cómo consigo que me perdone?!
    – Pff. Está muy enfadada... será complicado.
    – Ya...
    – No creo que ni aunque te ayudemos nosotras, sirva de algo. Ella dice que la has traicionado.
    – ¿Yo? Pero yo no planeé nada de esto... además, me he peleado con Ernesto...
    – ¿Y eso?
    – Yo voy a hablar con Blanca, a ver si se relaja un poco – dice Almudena, que le da un beso en
        la mejilla a África antes de salir de la clase. Dos otras más van con ella.
    – Vale.
    – ¿Qué ha pasado? - pregunta Ma del Mar, que la coge de la muñeca y la lleva a una silla para
        que se siente.
    – No creo que sea bueno contarlo aquí...
    – Es cierto, todo esto es cosa suya – dice otra.
    – ¡Yo quiero saberlo! - se quejan Ma del Mar y otra amiga.
Almudena aparece de nuevo en la clase se añade de nuevo al grupo.
    – ¿Qué dice? - pregunta África.
    – Se ha calmado cuando se ha enterado de que os habéis peleado.
De repente, Blanca entra en la clase, se acerca a Ernesto y lo agarra de un brazo.
    – Me han dicho que te has peleado con “Afri”. ¿Qué ha pasado? ¿Puedo ayudarte en algo? -
        dice ella pegándose mucho a él.
África, sentada en la otra esquina de la clase, lo observa todo con la boca abierta. El resto de sus
amigas están igual de sorprendidas, aunque no la odian tanto como la odia ella, ni sienten la misma
rabia.
    – Puta – murmura.
Almudena la mira de reojo. Sí, es cierto, Blanca no está comportándose demasiado bien, pero hay
cosas que solo se hacen por amor, simplemente por el echo de estar más cerca de la persona a la que
se ama.
Durante la clase, Ernesto ni siquiera la ha mirado.
Cada vez que ella lo mira, está concentrado en un libro. Después de un tiempo, se da cuenta de que
es “Sinsajo”.
Hubiera sonreído si no fuera porque esta muy enfadada.
La profesora de música se da cuenta de que está leyendo en clase y lo hace salir de clase por no
prestar atención a la clase sin ningún pudor.
Antes de cerrar el libro, coloca un marcapáginas justo donde ha dejado de leer.
África abre mucho los ojos. Ese marcapáginas es suyo.
Le pide a Almudena que le pase el libro.
Su amiga se lo tiende y ella lo abre por la primera página.
Su nombre aparece escrito en color rosa, su color favorito, con una letra perfectamente hecha. ¡Es
su libro!
Ahora tiene más razones para estar enfadada, no solo la ha dejado plantada esta mañana, sino que
todo este tiempo, ha tenido su libro y no se lo ha devuelto, ¡y ella desesperada buscándolo!
Le susurra a Almudena que el libro es suyo y ella le contesta con una mueca de sorpresa, abriendo
mucho la boca mientras África lo guarda en su mochila con fuerza.

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