martes, 5 de febrero de 2013

Mejor callar que hacer daño

                           
Cuando Adrián escucha la campana del recreo, casi da un brinco de alegría.
Son las once y cuarto. Tienen las horas repartidas de dos en dos.
Coge la mochila y sale al recreo.
Se dirige hacia la puerta cuando un profesor lo detiene y lo hace retroceder.
    – ¿Adónde va? - pregunta el profesor.
    – Fuera.
    – No puede salir.
    – ¿Porqué no?
    – Pues porque está prohibido, señorito.
    – En mi anterior instituto, se nos permitía salir en el recreo.
    – Siento decirle que de aquí no puede salir sin una autorización y sin compañía de su tutor
        legal.
    – Ah. Bueno. Es que estoy enfermo.
    – ¿Ah sí? ¿De qué? - el profesor empieza a divertirse martirizando al nuevo alumno.
    – De la cabeza. Me va a explotar. ¿Dónde y desde dónde podría avisar a mis padres?
    – En secretaría. Aunque también puede ir a la enfermería.
    – No, no. Lo que necesito es volver a casa...
    – Está bien, llame a sus padres.
    – Bien.
    – Bien.
Adrián se da la vuelta y lentamente, vuelve al interior del edificio.
                                                   ***
    – ¿Y mí libro? - le pregunta susurrando a Almudena.
    – Con su dueña.
    – ¿Qué? - el chico tarda unos segundos en comprender – Ah...
    – ¿Sabías que eres un capullo?
No contesta. Ernesto está ocupado en mirar a África, delante suya. Ve Sinsajo dentro de su mochila,
se la ve tensa.
Debería haberse disculpado, pero no se atreve. Sabe que ella se enfada siempre muy en serio y no
quiere hacer el ridículo. Y, por otra parte, Blanca a empezado a hablarle y a “tontear” con él, es todo
perfecto...
    – ¿Cuándo vas a pedirle perdón? - le pregunta Almudena pellizcándole en un brazo para que le
        haga caso.
    – ¿Qué?
    – Tienes que hacerlo al terminar esta clase. Está muy enfadada y si esperas otro día más, te
        habrás quedado sin novia.
    – Sí. Vale, vale – dice él sin prestarle demasiada atención.
Siente la mirada de Blanca clavada en él cuando llama a África y le pide hablar con ella después. Si
la chica de sus sueños le quiere por fin, ¿porqué tiene que ocuparse de una niña chica que se ha
enfadado? Pero bueno, si no lo hace, Almudena lo fastidiará todo el día y está muy cansado de todo.
Blanca suspira cuando África asiente lentamente. Parece que van a arreglar su pelea.
Como los odia a los dos de repente...
                                                 ***
Menos mal que ha ido Amanda a recogerle.
    – ¿Qué te pasa? - le pregunta muy preocupada mientras le pone una mano en la frente. Cuando
       comprueba que no tiene fiebre, se relaja un poco.
    – Yo... es que...
    – No me digas que solo querías salir de aquí – susurra ella con cierto tono de enfado y súplica
       al mismo tiempo.
    – Pues...
    – ¡Vamos! - le dice ahora enfadada, lo agarra de un brazo y lo arrastra hasta estar fuera del
       instituto - ¡¿Cómo se te ocurre?! - le dice ahora algo más fuerte, ya que no hay nadie, todos
       están en clase.
    – Entiéndeme, no soporto esto.
    – No, el que no lo va a entender va a ser Joaquín, ¡ya verás!
Ya ninguno habla. Amanda se frota los brazos para calentarse, hace algo de frío. Adrián la mira
atentamente, esperando que se le pase el enfado.
    – Entonces...
    – ¿Entonces, qué?
    – ¿Me llevarás de vuelta a casa?
    – Pero, ¿qué piensas hacer en casa?
    – Pues pensaba ir a ver a mí psicóloga, pero ya ha pasado la hora. Intentaré llamarla a ver,
       necesito verla.
    – ¿Necesitas un psicólogo?
    – Es más una amiga que una psicóloga.
    – Bueno, vamos al coche y me lo explicas todo, por favor. No soporto este frío.
Cuando Amanda se da la vuelta y se dispone a salir del centro, el chico se permite sonreír
ampliamente. Sabía que lo conseguiría.
                                                 ***
    – Tú dirás – dice ella bruscamente, se cruza de brazos. Sus mejillas están sonrojadas por el
       calor que empieza a ser asfixiante en la clase junto a los calefactores. Pero a ella le cambia
       la cara, ya no está tan pálida.
    – Primero, lo siento.
    – ¿El qué, sientes?
    – Pues haberte dejado sola.
    – Y...
    – Y no haberte devuelto el libro a tiempo.
    – ¿¡A tiempo!? - casi grita ella. Toda la clase los mira - ¡Me lo has robado!
    – ¿Robado? ¿Yo?
    – ¡Sí! Lo estaba buscando como una loca por todos lados, nadie lo había visto... ¿Tienes idea
       de cuánto me costó conseguirlo?
    – No. Pero yo quise devolvértelo, lo juro.
    – ¿Ah, sí? ¿Cuándo?
    – El mismo día que te lo dejaste, te busqué después de las clases, pero parece que no me
       escuchaste. En cambio, te llamé a gritos.
    – ¿Qué...? Pero...
    – Creo que ese día estabas enfadada conmigo. En ese caso... ¡la culpa es tuya! - dice sonriendo
       con malicia - ¡Quise devolvértelo, pero tú no quisiste hacerme caso!
    – ¡Tú me has dejado sola con una vieja chocha en el autobús para irte a tontear con una
        “choni”!
    – Eso... - empieza a decir Ernesto, pero no sabe, mejor dicho, no puede terminar la frase.
    – Eso es muy cierto y lo sabes. Eres un irrespetuoso, además de un imbécil. Si ese día no
        pudiste devolvérmelo, me lo devuelves al siguiente, o al siguiente, o al de después, ¡pero no
        te lo quedas dos meses, que es mío!
    – Sí, vale, lo siento.
    – ¡Pues yo no lo siento! ¡Además, lo lees en clase, con toda la normalidad del mundo...!
Mientras ella sigue gritando enfadada, él se inclina hacia ella y la besa, callándola. Ella tiene los
ojos abiertos, pero acaba cerrándolos. Toda la clase mira, incluso Blanca, que en ese momento
estaba entrando por la puerta.
                                                  ***
<<Estoy en el barrio. Nos vemos en el parque a las cuatro>>.
Bien. Mensaje enviado.
Adrián vuelve a dejar el móvil de Joaquín en su sitio, él está en el baño duchándose.
Amanda entra en ese momento en el salón.
    – Amanda – la llama él, poniendo la voz más dulce que puede – he quedado con la psicóloga a
        las tres...
    – Ya son las dos y media.
    – Lo sé. No me da tiempo para ir en autobús, y, de todas formas, no tengo dinero.
    – Está bien... - exclama ella con pesadez – te llevaré yo.
    – ¡Gracias! - dice él. Se levanta y le da un sonoro beso en la mejilla antes de ir a su cuarto a
        por una chaqueta.
Amanda se toca suavemente la mejilla. Parece que su relación con Adrián va viento en popa. Eso
está bien. Aunque parece que la relación con su marido tardará un poco más en ser más parecida a la
normal padre e hijo.
                                                  ***
    – ¿Te ha perdonado?
    – Sí – contesta él, sin mucha gana.
    – Deberías estar contento. Tener una novia enfadada es lo peor que puede pasarte.
    – No es eso. Eso me igual, sinceramente.
    – ¿Cómo va a darte igual?
    – Pues en serio, no lo sé... es que, que estuviese enfadada me daba lo mismo. Blanca había
        empezado a hablarme otra vez...
    – Una cosa, Ernesto: no puedes querer a dos al mismo tiempo. Es muy ruin, y cruel.
    – No quiero a dos.
    – Entonces, ¿a quién quieres?
    – Pues a Blanca.
    – ¡¡Pero África es tu novia!!
    – Shh – le pide Ernesto mientras le da un codazo – no lo grites.
    – Tío, que es tu novia.
    – Ya... pero...
    – ¿No te gusta?
    – Sí. O sea... no sé...
    – No puedes aprovecharte de ella.
    – No me estoy aprovechando de ella para nada.
    – Oh, vamos... Está muy claro que le vuelves a gustar a Blanca porque está celosa de África.
        En cuanto quieras volver a salir con ella, todo el tonteo habrá acabado.
    – Eso no es verdad.
    – Sí.
    – Eres imbécil.
    – Y tú un ignorante.
    – ¿Puedes decirme cómo sabes tú todo eso? ¿eh? - le escupe Ernesto levantándose y
        poniéndose frente a él.
    – Porque entiendo a las chicas muy bien.
    – ¡Porque eres maricón! - le grita enfadado el chico.
Su amigo abre mucho los ojos.
Ernesto, consciente de que no debería haber dicho eso, gira sobre sus talones cuando su amigo
empieza a llorar y se aleja de allí tan rápido como puede, dejando solo al único chico con gustos
diferentes al resto, al único distinto, el que tenía un secreto enorme escondido que solo sabía su
mejor amigo, que ha ido contándolo a todos.

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