martes, 12 de febrero de 2013

Príncipes y princesas

La ve aparecer, con ese andar de bailarina tan particular, tan característico de ella...
Se la ve un poco traspuesta, está muy pálida.
    – Hola – saluda con cortesía y sonriendo mientras le da dos besos.
    – Hola, Maite. ¿Te pasa algo?
    – Es mi perro, que se ha puesto enfermo. Tuve que llevarlo a una veterinaria de 24 horas, ¡con
        lo difícil que es encontrar una de esas!
    – No sabía que tenías un perro.
    – Sí, se llama Arturo.
Adrián suelta una carcajada y ella sonríe.
    – Hace frío. ¿Qué tal si hoy vamos a una cafetería y bebemos algo calentito?
    – No llevo dinero.
    – No te preocupes, te invito yo. Te lo debo por no haberte cogido el teléfono cuando te fuiste.
        Según tengo entendido, tengo muchas cosas que saber...
    – Sí... - dice Adrián sonriendo divertido, aunque ambos saben muy bien que esa sonrisa es
        falsa.
Ella lo coge de un brazo, como si fueran una novia y su padre llegando al altar.
La mira. Tan solo con verla, puede ver su enorme y fantástica personalidad.
Entran en una cafetería cercana. Dentro huele a pasteles y a café.
Maite lo lleva hasta una mesa y se sientan uno frente al otro, ella en una especie de sofá en el que
caben varias personas más a parte de ella y él en una silla.
La joven pide un café con leche y para Adrián un “Colacao”.
    – Te gusta el colacao, ¿no?
    – Claro. Pero hace mucho que no lo bebo, ya no soy un niño.
    – Oh, créeme, sigues siendo un niño.
El chico no quiere llevarle la contraria, pero pone mala cara.
Enseguida les traen las bebidas humeantes en sus tazas de colores vivos. Les regalan a cada uno un
bombón.
Maite le guiña un ojo al camarero, que sonríe de medio lado con los ojos entrecerrados, una mirada
atrevida. La joven aparta lentamente la mirada de él y vuelve con Adrián, que observa todo con una
sonrisa enorme en la cara, divertido, es una sonrisa preciosa.
    – Bueno, cuéntame – le dice ella antes de dar un sorbo a su café.
    – Ya sabes que nunca sé por dónde empezar...
    – Ya sabes que tienes que empezar por el principio – dice ella divertida. Aunque pronto
        cambia, porque de repente, grita: - ¡Uff, cómo quema!
Sin quererlo, aparentemente, algo de café le cae en la camiseta y los pantalones vaqueros.
    – ¡Vaya, me he manchado!
Rápidamente, el mismo camarero de antes aparece con un trapo limpio y se arrodilla junto a ella
para limpiarle la mancha.
    – Qué patosa... - comenta mientras aplica el trapo con suavidad sobre la pierna de Maite.
    – Sí, no tengo mucha suerte.
    – Una pena, porque yo sí.
    – ¿Tú, por qué?
    – Estoy arrodillado ante la mujer más hermosa que he visto jamás.
Dos mujeres de la mesa de al lado se giran hacia ellos tres y los miran indiscriminadamente.
    – ¡Qué halagador!
    – Soy así.
Comparten una sonrisa.
    – Bueno, princesa, ya está – dice el camarero levantándose.
    – Muchas gracias, príncipe.
El joven hace una reverencia y se aleja.
Las mujeres cotillas preguntan susurrando:
    – ¿Vas a pedirle salir? - le preguntan a Maite.
    – Si no se lo pide él antes – dice Adrián al ver que el camarero se acerca de nuevo a la mesa.
El joven deja un platito con un papel que parece la cuenta.
Las dos mujeres de al lado parecen ofendidas al verlo.
    – ¡Le va a hacer pagar la cuenta!¡Qué poca vergüenza, en mis tiempos no era así!
Adrián se inclina para ver el precio, pero allí no hay ninguna cuenta, sino una nota.
        Te invito hoy, con una condición: acompáñame mañana a ver una película y luego a dar
        un paseo por el parque a media noche cogidos de la mano. Firmado: el sapo.
    – ¿El sapo? - ríe Adrián.
    – Calla, es muy mono... voy a decirle que sí.
    – ¿Así, tan fácil?
    – Bueno, parece una buena persona, y es romántico. Justo mi tipo.
    – A mí me da que todos los guapos son tu tipo.
    – No digas cosas que no son, pequeñajo, que ahora tengo novio y es más fuerte que tú.
Maite se levanta y va a la barra. Se apoya en ella y observa muy de cerca al camarero, que le sonríe.
    – Mi respuesta es que sí, príncipe.
    – No seré un príncipe hasta que una princesa me de un beso.
La joven le da un beso en la mejilla y vuelve sonriendo a la mesa.
Saca un bolígrafo de su bolso y escribe a continuación de la nota:
        Aunque me parece una condición enorme para solo dos euros que me iban a costar
        las bebidas, te espero en la entrada del parque a las ocho. Te prometo que dejarás
        de ser un sapo esta noche. Firmado: la princesa.
                                                   ***
Lo observa alejarse.
Se han perdonado sí, pero apenas han tenido una conversación normal después.
Para despedirse se han dado dos besos en las mejillas.
No es como se esperaba que sería salir con él.
De pronto, Ernesto aparece corriendo de nuevo hacia ella, la coge de una mano y la saca del
instituto.
    – ¿Qué quieres? - le pregunta, pero cuando quiere darse cuenta, la besa – ¿a qué venido eso?
    – A nada, a nada. Somos novios, ¿no?
    – Sí, pero así de repente...
    – De acuerdo, intentaré enviarte una señal de humo la próxima vez para avisarte – suelta él.
Ella ríe, pero él ya no le presta atención, mira hacia delante, la agarra de una mano y empiezan a
andar por la calle, hacia la parada del autobús.
    – Pensaba que hoy ibas con tus amigos – dice ella.
    – No. Hoy no. - dice él sin dejar de mirar hacia delante.
     – Ah, pues qué bien. Pero espera que avise a mi padre para que no venga a recogerme – pide
         ella parándose.
     – ¡No, vamos! ¿No puedes hacerlo mientras andamos?
     – No... soy muy gafe y no sé. Pero no te preocupes, va a ser solo un minuto – dice ella
         mientras marca el número en su móvil.
Ernesto tira de ella.
     – Vamos... - dice para apremiarla.
     – Ya voy.
     – Vamos...
África lo mira de repente, sigue su mirada y ve a Blanca, allí parada, mirándola con odio cuando se
da cuenta de que ella la observa.
     – ¿Quieres ir con Blanca?
     – ¿Qué? Pues...
     – Anda, ve. Que mi padre no me coge el teléfono, no puedo avisarlo. Nos vemos mañana,
         adiós – dice ella mientras le da un beso en una mejilla y vuelve al instituto.
                                                   ***
Aprieta todo lo que puede sus brazos a los lados de su cuerpo para conservar más el calor.
Lleva el cuello de la chaqueta subido hasta arriba a modo de bufanda aunque no hace el efecto que a
él le gustaría.
El enfado que tiene no puede compararse con otro. Aunque mejor dicho no es enfado, es decepción
mezclado con tristeza.
¡Solo le ha pedido un favor, uno grande, pero un favor que necesita! ¡Vaya pérdida de tiempo, había
hecho todo el esfuerzo de volver a su antiguo barrio solo para eso!
Un autobús pasa a su lado y se detiene en una parada, escucha un leves golpes en las ventanas. Unas
chicas varios años más pequeñas que él le hacen burla, él las mira unos segundos, pero pronto se
aburre y deja que esas niñatas se olviden de él.
                                                   ***
¡No puede ser! ¡Es él, sí, es él!
No ha querido hacer el ridículo y golpear las ventanas como las niñas del bus, pero ha pasado justo
al lado del coche al pararse detrás del autobús.
¡Era él! Ojalá la hubiese visto, tiene ganas de volver a ver a esos chicos que en su día la llevaron al
instituto una mañana lluviosa.
Su padre se da cuenta de que lo mira y la imita.
     – ¡Anda, pero ese niño es el de las noticias!
     – ¿Qué?
     – Sí, salió en las noticias hace unos días, no me acuerdo del porqué.
África lo mira una última vez mientras el coche lo adelanta por mucho. No sabía que vivían en el
mismo pueblo, aunque muchas veces, al acordarse de ellos, lo había querido, solo por encontrarse
con ellos alguna vez más.
¿Por qué saldría en las noticias?
                                                   ***
Se siente mal por él.
Es tan solo un niño pequeño, casi un bebé. ¡Tendrá diecisiete como muchísimo! Y no los aparenta.
Adrián solo le había pedido ayuda... Pero no, le pedía un favor muy grande que era imposible de
cumplir: ¡nada más y nada menos que vivir con ella, qué locura!
Alegó que podría ocuparse de Arturo, su perro, incluso de ofreció a limpiar su piso cuando hiciese
falta... Pobre, parecía tan desesperado.
Cuando le negó ese favor, simplemente se levantó y salió de la cafetería sin ni siquiera terminar su
baso de leche con colacao.
Se echa el pelo hacia atrás.
Lo peor es que se siente mucho más culpable porque ella tiene una cita con un joven realmente
guapo.
No se da cuenta de que ese chico en persona se ha acercado a ella por detrás y se dispone a darle un
susto.
    – ¡BU! - le grita a su espalda.
Maite da un brinco y él suelta una enorme carcajada, una risa infantil adorable. Quiere reír con él,
pero no puede, está demasiado triste.
    – ¿Te pasa algo? - le pregunta Hugo.
    – No...
    – Dime qué te pasa, en serio.
    – No... es que... - ella lo piensa unos segundos, lo mira a los ojos, esos grandes y brillantes
       ojos – Bueno, ¿recuerdas al niño de la cafetería?
    – Sí.
    – Es un paciente mío, soy su psicóloga.
    – ¡Psicóloga!
    – Sí. El caso es que está pasando un momento muy duro y por una serie de problemas, ahora
       vive con una especie de familia adoptiva.
    – Pobrecillo... ¡Creo que salió en las noticias! ¿Es el del padre borracho?
    – Sí – Maite sonríe con tristeza – Me ha pedido vivir conmigo porque no quiere vivir lejos de
       sus amigos.
    – ¿Y le has dicho que no?
    – No es lo mejor que he hecho en mi vida, pero sí.
    – Pero ¿por qué no quieres que viva contigo?
    – Pues porque necesito intimidad y es un piso muy pequeño... Y luego está todo el problema
       del papeleo, necesitaría un permiso...
    – Ah, ya. Pues vaya marrón.
    – Pues sí.
    – Te ofrezco una de mis maravillosas ideas – ambos sonríen.
    – Te escucho.
    – Ahora mismo, vas a ir con él, vas a darle tu mejor escusa y vas a hacer las paces con ese
       pobre niño. Lo pasará peor si pierde otro amigo, y más si ese amigo es su psicóloga.
    – Pero ¿y nuestra cita?
    – Habrá más noches. Y, de todas formas, puedo llevarte yo con él, y te acompaño. Haremos
       una obra de caridad en nuestra primera cita, ¡me encanta!
Maite no aguanta más y lo abraza con todas sus fuerzas.
    – Gracias, gracias, gracias.
    – De nada princesa.
La joven lo mira a los ojos y le da un corto beso en los labios. No dura mucho, unos segundos, pero
a ambos les parece perfecto.
    – Ya eres oficialmente MÍ príncipe.

No hay comentarios: