Que
bonita la vida, que da todo de golpe y luego te lo quita. Te hace
sentir culpable.
A
veces cuenta contigo, a veces ni te mira.
Que bonita la vida Dani Martín
Que bonita la vida Dani Martín
Aún
es de día.
No
lo piensa dos veces antes de salir del auditorio y correr a casa.
Unas semanas antes del concierto de verano, a dos o tres ensayos,
ella falla, y tiene claro de que no quiere volver.
Al
llegar a un sitio más transitado, deja de correr y anda entre la
multitud. Todos vuelven a casa, todos ellos están a salvo.
Los
esquiva a todos para pasar más rápido. Ignora a una amiga que la ve
y sigue andando. Solo quiere ir a casa, ¿tan difícil es de
entender?
Parece
bailar entre las personas, que no la miran nunca directamente,
siempre por encima del hombro.
Cada
vez está más oscuro.
Cada
vez hay menos gente.
Cada
vez está más sola.
Sonríe
ampliamente al notar de que ya casi está llegando, el móvil suena
en su bolsillo, pero no hace caso. La canción que tiene de tono se
repite continuamente.
Sea
quién sea, insiste en hablar con ella.
Ya
está en la calle, casi va dando saltos pero se detiene, en mitad de
la carretera. Observa lo que tiene delante, se gira para ver lo que
tiene detrás.
La
calle.
Es
esa calle fue donde pasó.
No
puede moverse, está totalmente congelada. Nota incluso los dedos
rígidos
Un
sudor frío le baja por la espalda, las rodillas no quieren aguantar
más su peso.
Unas
luces la ciegan de golpe y un ruido de freno sordo la hace saltar
detrás de un coche aparcado, donde hace acopio de todas sus fuerzas
para volver a levantarse.
Un
coche pasa rozándola mientras el conductor le grita algún insulto.
Se
acerca un poco más a la acera y se deja caer en el bordillo.
El
móvil sigue sonando.
Finalmente
lo coge.
-¿Lidia?
-¿Elisa?
-¿África?
-Soy
yo – dice ella, de pronto tranquila de escuchar a alguien conocido.
-¿Cómo
estás?
-He
estado mejor – dice levantándose tambaleante. Paranoica, estoy
paranoica.
-Y
oye, ¿tu hermana está?
-Ahora
mismo estoy en la calle, pero si esperas un segundo que estoy en la
puerta de casa te la paso.
-Perfecto.
África
sonríe, aliviada.
Coge
todo el aire que le caben en los pulmones apartando primero el
teléfono para que la joven no la escuche. Da varios pasos al frente
y vuelve a pegarse el móvil a la oreja, ya andando.
-Bueno,
¿qué has hecho últimamente? - le pregunta Elisa con un tono
interesado.
Suspira.
No
hay razones para mentirle a ella, la conoce desde hace años.
-Lo
último que acabo de hacer ha sido escaparme del ensayo de coro.
-¿Escaparte?
- pregunta la joven al otro lado de la línea, confusa.
-Me
da miedo volver sola de noche.
Se
hace un silencio entre las dos.
-Entiendo...
-¿Tiene
sentido o me estoy volviendo loca?
De
nuevo, ninguna de las dos habla.
-No
pasa nada, África – acaba diciendo Elisa - Has tenido una
experiencia traumática, es normal.
Eso
la reconforta, aunque ya lo sabía. Lo difícil es intentar seguir
siendo como antes.
Poco
a poco, ha conseguido olvidar parte de lo ocurrido hasta que parezca
que no es real, que fue solo un sueño, una pesadilla de las que te
acuerdas toda tu vida.
Aunque
aún no entiende cómo sus padres la pueden dejar salir sola a la
calle. Le controlan obsesivamente el móvil, le han instalado un
sistema de vigilancia en el aparato para saber dónde está... Pero
para ella no es suficiente, ellos no saben lo que le pasa, solo saben
por qué calle está pasando y si se queda parada o si se mueve.
Mientras
tanto, Elisa sigue hablándole.
-...Ya
se te pasará, ya lo verás. Todos intentamos ayudarte, aunque sea
desde lejos, y no sabes lo que te quiere tu hermana...
La
chica sonríe al escucharlo, es tan reconfortante...
-Le
importas, África. Pídele ayuda y te ayudará encantada.
-Lo
haré, muchas gracias.
-De
nada, cariño – puede oírla sonreír - ¿Por dónde vas? ¿Ya
estás llegando?
África
mira a su al rededor, perdida. Pero consigue orientarse.
-Estoy
casi, un segundo.
Dobla
la esquina y sube la calle.
Abre
la cancela de la casa y entra en el jardín. Entra en casa y busca a
su hermana para tenderle el teléfono.
-Te
la paso – le dice cuando la encuentra delante de su portátil en el
salón.
-Gracias,
un beso – se despide de ella Elisa.
Lidia
coge el móvil seriamente y ella sube a su cuarto.
Se
sienta sobre la cama, que cruje ligeramente bajo su peso. Es vieja.
Su
habitación ya le parece pequeña, necesita más espacio, y cuando
está estresada, las paredes parecen intentar atraparla y las siente
cada vez más cerca.
Ojalá
Adrián estuviera allí con ella, pero está de fiesta con sus
amigos. Suspira distraída. Solo necesita a alguien que la escuche.
***
Coje
el teléfono al oír una notificación. Tiene un mensaje.
¿Qué
tal?
Bien,
¿y tú?
No
estoy mal.
¿Qué
tal está África?
Está
bien. No he vuelto a hablar con ella.
Creo
que deberías seguir prestándole atención.
No
le gusta mi compañía.
Haz
que le guste.
Podrás
pedirle perdón con tranquilidad después.
Te
haré caso, pero solo porque eres tú, Elena.
Eso
espero. Verás que todo sale bien.
***
-¿Llamamos
a un ambulancia? - pregunta Alberto mirando por la ventana.
-No,
creo que es mejor que se quede aquí. Lo cuidaré bien – dice la
joven mientras se da la vuelta.
Elisa
le sonríe a Adrián y se acerca para abrazarlo.
-Muchísimas
gracias – le dice apoyando la cabeza en su hombro derecho, pero sin
atreverse a apretarlo realmente contra ella.
-No
hay de qué. Cuida de él – contesta él mirando a Esteban, dormido
bajo varias capas de mantas encogido en el sofá.
-No
lo dudes.
-Llamaré
para saber noticias vuestras.
Ella
asiente, conforme.
Adrián
se despide con una última sonrisa y espera a que los demás también
se despidan para ir hacia el ascensor.
Todos
entran dentro lentamente, cansados.
-Vaya
noche de fiesta – dice Leo bostezando.
-Me
muero de sueño – murmura Mario pasándose una mano por el pelo
negro rizado. Tiene los ojos rojos.
Adrián
se mira en el espejo: lo que ve no le gusta. Está manchado de lo que
fuera que hubiera en la ropa de Esteban y huele a alcohol, vómito y
sudor.
-Joaquín
y Amanda me van a matar – comenta estirándose la camiseta blanca.
-Diles
la verdad – dice Leo sin mirarlo directamente.
-Eso
pienso hacer. Pero otra cosa es que me crean.
Leo
le aprieta el hombro antes de salir del ascensor y caminar hacia la
salida del edificio con tranquilidad.
Lo
dejan en la puerta del edificio. Saca las llaves del bolsillo del
pantalón y las mete en la cerradura.
Las
luces de la entrada se encienden al pasar junto a la puerta.
Anda
hasta las escaleras y las sube sin hacer ruido, de puntillas.
Está
bastante seguro de que Amanda va a estar despierta esperándolo, así
que intenta organizar las palabras dentro de su cabeza para poder
explicarse. Llega al piso y justo antes de abrir la puerta, Amanda lo
hace por él y lo atrae hacia ella rápidamente.
Le
besa la cabeza.
-Menos
mal que estás bien – le susurra.
Detrás
de ella están Antonio, su hermano Daniel y el chico del intercambio.
Este último está algo pálido.
Joaquín
cierra la puerta con los dos pestillos.
-¿Qué
hacéis despiertos? Es muy tarde – les pregunta confundido mientras
se separa con suavidad de su madre adoptiva.
-Ha
pasado algo, Adrián.
El
chico se muerde el interior de la mejilla.
Mira
a Joaquín, que lo examina de arriba a abajo arrugando la nariz en
silencio.
-Si
no os importa, voy a cambiarme primero – dice mientras se quita la
camiseta sucia.
-No
hay problema.
Se
aleja de ellos y pasa junto a Antonio, que hace un esfuerzo
sobrenatural para no desgastarle el torso desnudo con la mirada.
Entra
en su habitación y se cambia por un pantalón de chándal y una
camiseta vieja de algún grupo de rock olvidado.
Al
volver al salón, todos están sentados en los sofás al rededor de
la mesa de cristal. Los imita.
Ninguno
sabe qué decir durante unos segundos. El chico de intercambio se
levanta con suavidad y le dice en italiano a Antonio que va a
acostarse, rompiendo el silencio.
Joaquín
lo toma como el momento perfecto y coge la mano de Amanda antes de
empezar a hablar.
Amanda
lo mira con pena. Joaquín se lo explica todo mirando al suelo. Ni
Antonio, ni Dani, ni el chico italiano de intercambio dicen nada,
solo esperan su reacción cuando Joaquín termina de hablar.
Adrián
mira al frente inmóvil, lo mira a él fijamente. Joaquín no sabe
que hacer ni decir más, sabe que le pide algo con la mirada, pero no
se atreve a abrir más la boca.
Amanda
les pide a los demás chicos que vuelvan a sus habitaciones y se
sienta a su lado en el sofá.
-No
va a pasarte nada, cariño – le dice frotándole el brazo.
Adrián
decide mirar sus manos temblorosas.
-¿Quieres
comer algo? - le pregunta Joaquín con un tono cariñoso que nunca lo
había oído utilizar.
-No,
gracias. Creo que voy a dormir, mañana ya estaré mejor.
Amanda
lo abraza unos segundos y después lo deja irse.
-No
te preocupes – le dice Joaquín intentando reconfortarlo antes de
que se encierre en su cuarto– No te pasará nada.
***
Antonio
y Daniel lo observan cerrar la puerta con suavidad y después
bloquearla con el pestillo.
Se
miran entre ellos seriamente.
Sandro
aparece detrás de Antonio y chasquea los dientes dos veces, como
hace cada vez que algo le molesta.
-El
problema que veo es que no hay niente que podamos decirle para
ayudarlo – dice el chico italiano con acento marcado.
-Lo
sé, Sandro. Pero también me gustaría poder hacer algo.
Ahora es mi hermano.
El
chico asiente.
-Yo
me voy mañana por la mañana, pero te aconsejo que consigas que se
sienta como en casa – dice en italiano antes de volver a su cama.
***
Se
deja caer sobre la cama y se quita toda la ropa antes de taparse con
el edredón de plumas, de respirar el olor a limpio que aún le sigue
sorprendiendo y de hundirse en la mullida almohada.
No
consigue asimilar la noticia. Aún está algo confundido.
Sus
ojos amenazan con cerrarse pero no los deja. El reloj marca una hora
que ni le interesa ni presta atención.
Todo
era tan bonito: salía con la chica que tanto había deseado, y de la
que pretendía enamorarse, soñaba con cada beso, imaginaba cada
instante, todos estaban contentos con él, sus amigos iban bien...
Pero algo tenía que estropearlo.
-Adrián,
¿estás bien?
No
contesta a Antonio. Sabe que es un buen chico, que intentaría
ayudarlo, pero por más que quisiera no lo entenderá nunca del todo.
Su padre no le ha pegado a él, no ha vivido solo toda corta vida,
tiene una madre, y hermanos, y abuelos y su padre lo quiere, recibe a
extranjeros en casa cada trimestre y tiene una vida social plena. Lo
admira, sí, le tiene envidia, puede. Por eso no puede aceptar su
ayuda, no sería justo para ninguno.
Acaba
por marcharse, escucha sus pasos alejarse por el pasillo.
Estira
la mano hacia el teléfono que ha dejado cargando desde antes de
salir y lo enciende.
10
llamadas perdidas.
Joaquín
y Amanda eligieron el teléfono perfecto, pero sigue sin estar
acostumbrado a llevar algo que pueda romperse al caer al suelo
continuamente encima y siempre acaba olvidándolo.
Las
llamadas perdidas son de varias personas. Esperaba que fueran de
Antonino, Joaquín o Amanda, pero no de otros. Empieza a preocuparse.
Dos
personas más.
Una
es Guille. La otra es África.
8 comentarios:
Wow. ¿No me dirás que ahora tiene que volver de nuevo con su padre? Pero... ¿por qué?
¿Qué querrían África y Guille?
Ay... Pobre Afri con el trauma... :'(
No se sabe... no se sabe...
La Afri verdadera y la Maite verdadera opinan que se está volviendo un poco loca, pero sigue sin saberse...
¿Quién dicen que se está volviendo loca? ¿Africa?
Ay... Si es normal... Después de to lo que pasó...
Pues sí... ay ay
De donde quitaste la foto de guille *_* esta muy lindo
Hola Jorge!
Pues la foto es de tumblr jejeje como todas las demás :)
Muchísimas gracias por comentar y un besazo.
Y en respuesta para el anónimo, que sin querer he eliminado (blogger no funciona bien en mi ordenador), la foto de Guille es de tumblr, como bien he dicho antes, la historia la inventé yo, no la copié de la vida de nadie ni de ningún otro blog, aunque supongo que tristemente, alguien vivirá esa vida...
Gracias por comentar! Un besazo
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